Seguimos con la segunda parte del informe de las reflexiones de Freud sobre la guerra. Tras esta, la tercera entrega será la última al respecto. Cómo se ha visto en la primera parte Freud estaba interesado en este asunto, tanto es así que lo trata en dos estudios escritos en dos momentos diferentes de su vida. Si el primer escrito que presentamos era de 1915, y por tanto imbuído en plena I Guerra Mundial, el segundo escrito, la carta a Albert Einstein, era de 1932, cuando el mundo parecía que podía ir a la violencia generalizada otra vez, pero también con otro rasgo psicológico importante en Freud, una de sus hijas había muerto años antes y eso parece que provocó en él un cambio en el intento de profundizar y comprender la muerte y sus efectos en los vivos. Si la muerte es dolorosa, ¿por qué la guerra? Aún más, en ese escrito de 1932 Freud tiene más preocupaciones, aparte de que el ascenso del NAZISMO iba contra él, que hubo de exiliarse en 1933 mientras quemaban sus libros en Berlín. Había adquirido años antes un cáncer oral muy doloroso que le mataría en 1939, o a mejor decir: practicaría la eutanasia. No pudo soportar el dolor a esas alturas de su vida y solicitó una sobredosis de morfina a un amigo suyo. La percepción ante la muerte y ante la vida con dolor y sufrimiento, le había llevado a aceptar la eutanasia como algo válido. Por lo demás, os dejo ya con la segunda parte, mientras yo digiero aún la cena de amigos que celebré en casa anoche, las cervezas nocturnas en el aniversario del Kahuna (Rock and Gol) [local de rock muy recomendable en el Paseo de las Moreras, cerca de la Plaza Puerta del Vado, Alcalá de Henares] y me voy preparando para ir al Whelans Irish Pub a cobrarme con Vaho y el dr. Spawlding (y algún otro) el segundo premio de Trivial de esta semana.
EL INFORME SIGMUND FREUD Y LA GUERRA (2)
En los tiempos actuales, los Estados no hacen caso a que los individuos respondan a sus pulsiones, sino que han logrado coercionarlos hasta el punto de conseguir que estos actúen por encima de sus pulsiones naturales, de su propia moral. Han adoptado por buena la moral que el Estado ha impuesto. Lo que, a la vez, ha creado diversas tensiones internas en los individuos. Así pues, los individuos en su mayoría se han transformado en hipócritas al actuar en contra de sus propias convicciones reales. Pero esa hipocresía es necesaria para mantener la cultura creada. Por lo que llegada la guerra no se ha llegado a una degradación moral, simplemente porque la moral no había alcanzado ningún grado supremo. Los individuos hayan en la guerra un desahogó a sus inhibiciones, a la par que son estimulados a ella, y los Estados creen comportarse de acuerdo a una moral ficticia a la que creen defender. Las pulsiones primitivas de los individuos, las consideradas malas, estarían, comparativamente, en un estadio primigenio de la evolución humana. Los tiempos de guerra serían una liberación de esas pulsiones. Un pequeño paro en nuestro afán de comportamiento civilizador. La guerra liberaría las tensiones e inhibiciones que supone tal proceso en los individuos. Y hasta los hombres más racionales caen en esta piedra cuando tratan de dar explicaciones a la guerra, justificando uno u otro bando. Ellos también liberan su tensión y a veces se dejan cegar por las pasiones de la guerra, contribuyendo a esta en algún grado determinado. Anteponen sus razones para satisfacer sus pasiones.
Ahora bien, Freud se plantea cómo se ha podido llegar a matar un ser humano a otro. La muerte para el ser humano es algo tabú, quizá porque se es consciente de su significado. La muerte es evitada de las conversaciones, normalmente atribuida al otro, y nunca asumida la propia, y, cuando es admitida, es achacada a algo (enfermedad, accidente, asesinato, etc.) y nunca aceptada como algo intrínseco a la vida (paradójicamente). Aceptado el hecho en sí, aunque no en voz alta, el ser humano, cuando establece ciertos lazos afectivos evitaría toda aquella actividad peligrosa que pudiera llevarle a una posible muerte propia. Llenaría así su vida de coerciones, y por tanto de ciertas tensiones internas (ciertos traumas). Sólo en la ficción y el arte se aceptaría la muerte tal cual, pues dentro de ese marco sería inofensiva. La guerra, sin embargo, es una sacudida que hace que la muerte sea innegable, por su proximidad y su evidencia en la vida cotidiana del momento. Pero la muerte del otro, del enemigo, nos es, por pulsiones primigenias, indiferente, en algún caso hasta algo placentero. El enemigo muerto no puede atentar contra la propia vida, por lo que el instinto de supervivencia (de no morir, de no dejar de existir) está a salvo. Sobrevivir en la guerra como guerrero significa matar. Pero en nuestras épocas la muerte en las guerras también es de los no combatientes, por lo que nos inmunizamos ante la muerte del desconocido, que no apremia a nuestros sentimientos más profundos (al ser la muerte algo habitual), y también sentimos un alivio ante la muerte de un enemigo al saber que este no podrá atentar contra tu vida. No obstante, la muerte de un ser querido (familiar, amistad, pareja sentimental, ser que está contigo cotidianamente por alguna otra razón) sí apremia a nuestros sentimientos. Por eso, en épocas antiguas se inventó la pervivencia de la vida a través de los espíritus, y más tarde esta pervivencia sería incluso mejor que la vida terrenal, a través de las religiones. Es una negación de la muerte del ser querido. Por extensión, esta concesión de vida al ser querido muerto, se extendió al enemigo y al desconocido. Por esta vía se han alcanzado una serie de conductas éticas y morales hacia los muertos en diversos conflictos de la humanidad.
Aún con todo, la guerra es un fenómeno que se da, por lo que Freud considera que es la respuesta a nuestras pulsiones más internas. A veces estas son animadas por las ideas de heroísmo (como salvación de la vida de los seres amados o semejantes) o por el propio miedo a la propia muerte, aunque parezca contradictorio lanzarse a un combate a muerte por salvarse uno de la muerte. Además es extraño que un individuo conciba su muerte, siempre, hasta en tiempos de paz, es más fácil concebir la muerte ajena, aunque sea la del ser querido, y expresarse entorno a ella, intentando rehusar el hablar o pensar en la propia muerte. Pero la muerte es algo connatural a la vida, por lo que concluye que la guerra también es algo que es propio de los humanos, en tanto en cuanto esta es consecuencia de las distintas civilizaciones, con distintos valores, que se niegan a ser absorbidas por otras civilizaciones (a desaparecer, a morir). Es una lucha por la vida en ambos casos… pese a que, repito la frase, la muerte sea connatural a la vida (“si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”).
Ahora bien, Freud se plantea cómo se ha podido llegar a matar un ser humano a otro. La muerte para el ser humano es algo tabú, quizá porque se es consciente de su significado. La muerte es evitada de las conversaciones, normalmente atribuida al otro, y nunca asumida la propia, y, cuando es admitida, es achacada a algo (enfermedad, accidente, asesinato, etc.) y nunca aceptada como algo intrínseco a la vida (paradójicamente). Aceptado el hecho en sí, aunque no en voz alta, el ser humano, cuando establece ciertos lazos afectivos evitaría toda aquella actividad peligrosa que pudiera llevarle a una posible muerte propia. Llenaría así su vida de coerciones, y por tanto de ciertas tensiones internas (ciertos traumas). Sólo en la ficción y el arte se aceptaría la muerte tal cual, pues dentro de ese marco sería inofensiva. La guerra, sin embargo, es una sacudida que hace que la muerte sea innegable, por su proximidad y su evidencia en la vida cotidiana del momento. Pero la muerte del otro, del enemigo, nos es, por pulsiones primigenias, indiferente, en algún caso hasta algo placentero. El enemigo muerto no puede atentar contra la propia vida, por lo que el instinto de supervivencia (de no morir, de no dejar de existir) está a salvo. Sobrevivir en la guerra como guerrero significa matar. Pero en nuestras épocas la muerte en las guerras también es de los no combatientes, por lo que nos inmunizamos ante la muerte del desconocido, que no apremia a nuestros sentimientos más profundos (al ser la muerte algo habitual), y también sentimos un alivio ante la muerte de un enemigo al saber que este no podrá atentar contra tu vida. No obstante, la muerte de un ser querido (familiar, amistad, pareja sentimental, ser que está contigo cotidianamente por alguna otra razón) sí apremia a nuestros sentimientos. Por eso, en épocas antiguas se inventó la pervivencia de la vida a través de los espíritus, y más tarde esta pervivencia sería incluso mejor que la vida terrenal, a través de las religiones. Es una negación de la muerte del ser querido. Por extensión, esta concesión de vida al ser querido muerto, se extendió al enemigo y al desconocido. Por esta vía se han alcanzado una serie de conductas éticas y morales hacia los muertos en diversos conflictos de la humanidad.
Aún con todo, la guerra es un fenómeno que se da, por lo que Freud considera que es la respuesta a nuestras pulsiones más internas. A veces estas son animadas por las ideas de heroísmo (como salvación de la vida de los seres amados o semejantes) o por el propio miedo a la propia muerte, aunque parezca contradictorio lanzarse a un combate a muerte por salvarse uno de la muerte. Además es extraño que un individuo conciba su muerte, siempre, hasta en tiempos de paz, es más fácil concebir la muerte ajena, aunque sea la del ser querido, y expresarse entorno a ella, intentando rehusar el hablar o pensar en la propia muerte. Pero la muerte es algo connatural a la vida, por lo que concluye que la guerra también es algo que es propio de los humanos, en tanto en cuanto esta es consecuencia de las distintas civilizaciones, con distintos valores, que se niegan a ser absorbidas por otras civilizaciones (a desaparecer, a morir). Es una lucha por la vida en ambos casos… pese a que, repito la frase, la muerte sea connatural a la vida (“si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”).
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