Aunque este espía nunca ha dejado de lado las reflexiones y la Historia en esta bitácora. Hacía mucho que no reportaba al Alto Mando del Servicio de Espionaje de Bares un informe en varias partes. Asíque os dejo con un informe en tres partes. Debo aclarar, antes de nada, que lo aquí escrito, aunque parezca opinión mía, es en realidad la explicación de la opinión del señor Sigmund Freud (1856 -1939) acerca de la guerra. No olvidemos que él vivió la I Guerra Mundial (1914-1918) siendo ciudadano de uno de los Imperios que la provocaron: el Imperio Austrohungaro, el cual quedó disuelto para siempre tras aquel conflicto dados sus numerosos conflictos y contradicciones interiores. Además también vivió esa etapa abierta desde 1933 en la que los NAZIS de Alemania en ejercicio del gobierno de esa nación iban provocando una situación prebélica qiue desataría la II Guerra Mundial (1939-1945). Es precisamente en 1932 cuando el psicólogo escribe unas largas cartas al físico Albert Einstein (alemán de origen judío) mostrando su explicación sobre el ser humano y su carácter violento hacia la guerra. Ambos estaban preocupados por la situación e intentaban aportar algo que evitara la guerra y, tras ella, la instauración de un régimen violento y represor del ser humano.
EL INFORME SIGMUND FREUD Y LA GUERRA (1)
Las consideraciones de Sigmund Freud acerca de la guerra están muy unidas a sus consideraciones acerca de la muerte. Este pequeño trabajo trata de resumir estas a través de dos textos suyos distanciados en el tiempo: consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte (1915) y el porqué de la guerra (1932-1933). El primero trata de analizar cómo le hemos dado un valor a la muerte y porqué, distinguiendo entre la muerte ajena y la propia muerte. Así como el porqué se ha llegado a un estado de retroceso en los valores que se creían alcanzados con la civilización al estallar una guerra. En el segundo texto trata de contestar a Albert Einstein cómo se podría evitar la guerra, para lo que utiliza una definición de cómo el derecho es sinónimo de fuerza y el poder la ejerce, por lo que es difícil acabar con la violencia, al existir diferentes grupos que sienten tener un derecho.
En el primer texto Freud expone que los pueblos son beligerantes desde su inicio, pero con el tiempo la belleza de la Naturaleza, el arte, la filosofía, etc., hizo de estos más proclives a la paz. Sin embargo, siempre existiría entre los pueblos ciertas ideas de ser más perfectos o de llevar razón por encima del otro pueblo, lo que provocaba guerras. Pero estas guerras era entre guerreros, respetándose a los no combatientes, tales como mujeres, niños, ancianos, heridos y médicos. Así como respetando a los muertos. En los tiempos más recientes, los propios, esto se habría transformado y ni siquiera unos acuerdos internacionales evitan las guerras ni que estas se realicen sin contemplación alguna contra cualquier ser humano, o afectando obras artísticas o a la propia Naturaleza. La violencia, esto es también la injusticia (que también puede ser injusticia por engaños), es reservada únicamente a los Estados, y estos usan de esa injusticia como creen conveniente para mantener a la sociedad. Por lo que, llegada una guerra, los individuos han visto su moralidad afectada por la manera de funcionar de sus Estados y la violencia se generaliza, dando lugar a dos clases de violencia: la de la baja moralidad de los Estados (que se hacen llamar a sí mismos guardianes de lo moral) y la de la brutalidad de los individuos (supuestamente altamente civilizados).
El ser humano es visto desde dos puntos de vista: como bueno por naturaleza, o como inclinado al mal, pero educado en su cultura hacia el bien. Sin embargo, Freud dice que el ser humano al ser educado por la cultura que le rodea no se inclina ni al bien ni al mal. Se inclina por unas pulsiones (traducido como instintos) las cuales pueden ser buenas o malas, según las necesidades de la comunidad humana donde viva. Las pulsiones egoístas y crueles que se dan en el aprendizaje del individuo son tachadas, en general de malas. Por ello, estas pulsiones se tratan de inhibir, pero no se puede evitar que aparezcan junto a su pulsión considerada contraria (altruista y piadosa, en este caso), por lo que sobre un mismo objeto, o una misma persona, un individuo puede tener una ambivalencia de sentimientos. Cuando el individuo es adulto, el control sobre sus pulsiones le forman su carácter de modo que se le clasificará de bueno o malo, aunque en realidad se pueda ser lo uno y lo otro, dependiendo de las situaciones.
Las pulsiones consideradas malas se transforman en buenas por medio de acciones internas y externas al individuo. De modo interno, el egoísmo se transforma en pulsión buena cuando interviene el erotismo, entendido este como atracción a lo bello, como amor. Estos sentimientos hacen que el individuo quiera entrar en sociedad, relacionarse con los otros y con el mundo, por lo que, para ello, renuncia a una parte de sus impulsos, con lo cual ya no actúa egoístamente, al menos no del todo. Así hay una disposición hacia la cultura. Los actos que cometemos tienen pues una motivación, que es la de integrarse en la cultura, en las interrelaciones. De modo externo el cambio se produce por coerción al recibir el individuo motivaciones de recompensa o de castigo. Se corre el riesgo de que el individuo no acabe actuando bien porque logre desear obrar así, sino porque teme el castigo o desea el premio, lo que sería una extensión de las pulsiones egoístas.
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