Hace semanas, mientras trabajaba antes de las vacaciones ya pasadas, oí en la radio una entrevista a un psicólogo que hablaba de la soledad no deseada y rompía un mito que, por otra parte, aparentaba pillar desprevenido al periodista. La soledad no deseada no es un problema exclusivo de la gente de la tercera edad y los adolescentes más enganchados a las redes sociales cibernéticas, aunque los primeros sean los mayoritarios y los segundos estén en aumento. Pese a que suele no mencionarse, la gente adulta de mediana edad es el segundo sector más afectado. Muchas personas de mediana edad la tienen aún cuando parece que les rodea mucha gente y aún cuando precisamente en teoría están en uno de sus momentos sociales más álgidos. A continuación explicó lo que era en sí la soledad, el sentimiento de soledad, que es la que hace a la gente estar sola. Pero lo más interesante para mí fue la descripción de cómo la falta de entendimiento de lo que es la soledad es lo que hace que mucha gente no sé dé cuenta de quién realmente tiene un problema de soledad y de cómo las respuestas hacia las personas solas suele ser inadecuadas, lo que hace que la persona sola se vaya retrayendo cada vez más socialmente, lo que agrava esas mismas respuestas inadecuadas e incluso distorsiona la visión sobre la persona afectada y su forma de vivir.
Algunas bromas con trasfondo de verdad en redes sociales dicen que tú no necesitas un psicólogo, necesitas un sindicalista y mejoras laborales. En el fondo, el dinero y cómo la vida social se ha montado en torno a la necesidad de usarlo, está en todo esto bien metido. La crítica de cómo usa y cómo no usa su dinero la persona afectada es una de las respuestas inadecuadas, dijo el psicólogo y lo razonó. El problema de esa persona no es la necesidad de asesor económico, de alguien que le diga qué mal o qué bien hace haciendo esto o lo otro, su problema es de otro carácter. Pero sobre todo porque desde fuera parece que se fija en el modo de vida de la persona, pero sin preocuparse en realidad por lo que esa persona siente y los porqués de hacer lo que hace. Lo que desde fuera pueda ser juzgado como error, sin conocer lo que interiormente le pase a alguien, puede que sea todo lo contrario a un error. Tampoco es todo sea un acierto, y no es que la persona no lo sepa, puede no saberlo o sí, pero es un acierto si le proporciona algo que le mitigue el dolor.
Las ausencias de respuestas o acciones en la persona en soledad tampoco aparecen de la nada. Suelen ser, decía el psicólogo, una respuesta de autoprotección después de un refuerzo negativo excesivo a todo intento de romper su soledad. Quien crea que el individuo es eso: sólo individuo, se equivoca. Hasta los nihilistas como Sartre ya razonaron que aún en la soledad del individuo, el hombre también es social y las acciones de unos afectan a las conductas, pensamientos y emociones de los otros. Las vidas, aún vividas en forma individual e intransferible, razonaba Sartre, se ven afectadas por el resto de vidas y sus interacciones. Nadie estaría ausente total de responsabilidad frente al otro, le conozca o no; claro está que ahí viene una compleja red de grados y de relaciones directas e indirectas, incluso de efectos mariposa, donde un aleteo de insecto en América provoca un huracán en Asia, que venía a decir la metáfora aquella.
Del mismo modo, el psicólogo decía que no era buena idea recomendarle a quien se siente indeseadamente solo que disfrute de su soledad, que dé paseos, lea, viaje o cuestiones así, o que haga cualquier cosa que o bien no quiere hacer o que ya hace por sí sin que nadie le diga que lo haga, y lo disfruta, pero no es eso lo que necesita su bienestar. Su bienestar puede estar ahí, en esos momentos y acciones, pero en general, quien tiene una soledad indeseada lo que necesita es otra cosa más. Hay que pensar que leer en soledad, o pasear, o cualquier cosa que se recomiende no es ni sustitutivo ni excluyente de que una persona se sienta sola indeseadamente. Hay, reforzaba el psicólogo, grandes errores en las creencias generales de la sociedad sobre lo que es el problema, y un gran desconocimiento de quien lo padece.
Uno de los problemas de quien siente una soledad profunda, a diferencia de otros problemas psicológicos, es que tiene una profunda relación con la realidad material y que en este caso no sólo depende del enfoque de quien lo vive, también depende del entorno de las personas que se suponen son cercanas a esa persona, porque, otra cuestión, sentirse solo no es a menudo estar físicamente solo. Había una canción de Hilario Camacho dedicada a Madrid cuyo estribillo hablaba de una persona que vivía en Madrid en los años de 1970, con toda esa vida de la capital, y que, rodeado de gente a todas horas, estaba más solo que nunca.
Un famoso motivador de las redes sociales, que no un psicólogo, difundió hasta llevar a moda desde el año pasado el mensaje que lanzó una investigación de psicología, esta sí, sería, pero pasó por alto en su día, que había realizado la Universidad de Harvard. Se puede rastrear en Internet y comprobar que tanto lo del motivador como lo de la Universidad de Harvard es cierto. Evidentemente lo que diga un motivador que no es psicólogo nos puede hacer desconfiar, pero un estudio científico de una Universidad es otra cosa, y probablemente el mismo fondo lo dice desde una perspectiva ligeramente diferente. De hecho yo lo contrasté, y lo que se ha dicho del motivador, y los que le imitan en redes sociales, y lo que dijo la Universidad es ligera pero profundamente diferente. Se trata de esa frase que se ha hecho popular: "¿Tienes ocho minutos?". Según el motivador es el tiempo que él mantuvo una conversación telefónica significativa con una amiga sobre algo que le pasaba y que la ayudó a mejorar su día. Repitieron esto a la inversa y, según él, se dio cuenta que ahí había algo, por lo que todos los días mantuvieron conversaciones de ocho minutos, cosa que les mejoraba. De ahí que ahora mismo se vea en redes sociales pequeños videos de todas las nacionalidades con gente lanzando ese mensaje (en mis redes es habitual que me encuentre que es gente normalmente joven, motivados, en grandes casas o jardines y cumpliendo los cánones de belleza occidental). Ellos juegan un poco más al teléfono escacharrado y dicen que si hablas ocho minutos al día con alguien amigo o familiar, ayuda a ser feliz. Olvidan lo de la conversación significativa y que el motivador no habla de felicidad, sino de mejora emocional. Sin embargo, el motivador también juega al teléfono escacharrado, ni que decir tiene que esa anécdota de su vida donde se apunta el tanto del descubrimiento en 2024 pasa por alto el estudio de Harvard unos años antes, no muchos.
¿Y qué decía Harvard? Pues, en un artículo de prensa británica donde yo lo leí, el experimento con un grupo amplio de personas durante un tiempo prolongado había dado por resultado que conversar brevemente de algo significativo todos los días con alguien amigo, familiar o de confianza, para hablar libremente, hace que las personas con soledad indeseada mejoren su estado y se alejen de estados depresivos o, incluso, en algunos casos, comiencen a hacer cosas sin darse casi cuenta que mejoran las posibilidades de encontrar interacciones que emocionalmente terminen acabando su sensación de soledad. Parece lo mismo que lo que dicen los de las redes sociales, pero no lo es. Sustancialmente habla de algo más humano y menos milagroso.
Ahora bien, decía el psicólogo español de la radio que yo escuché en entrevista en agosto, como todas las personas con patologías de la mente, romper los cercos no es fácil y requiere de tiempo... y de medios, de poner los medios, y estos, repitió, no son sólo unidireccionales. Las personas son bidireccionales, multidireccionales. Igual que soldar un hueso roto lleva un tiempo, o recuperarse de una operación grave, una herida emocional no se cura con "un día me tomo un helado con esta persona y ya está todo hecho". E igual que hay buenos y malos momentos en las convalecencias, lo hay aquí también.
Saludos y que la cerveza os acompañe.