Llegamos a la Novena Sinfonía, que es la más importante y famosa de las que compuso Beethoven. Pertenece plenamente al romanticismo más enfrentado y en rechazo del racionalismo. Se ha escrito mucho de esta obra, por lo que no es tampoco mi intención dar en esta bitácora una visión exhaustiva, cuando musicólogos e historiadores tienen otros espacios en papel y en cibernético donde se puede encontrar todo tipo de detalles, análisis y opiniones. Contiene e sí una gran cantidad de innovaciones que cautivaron a la gente de su época y a la posterior, cambiando el rumbo de la música. Así pues, voy a hablar de ella dentro de lo que es esta serie que os abrí sobre las sinfonías de Beethoven, con cierto afán tanto divulgador como personal. De hecho, esta sinfonía fue la primera que me compré (que no la primera a la que tuve acceso, como ya dije en entregas anteriores). me gustó muchísimo y es una de las que más he escuchado, siendo parte incluso de una de mis novelas inéditas. Además, su duración es parte de uno de mis hitos personales como reloj. Procedamos.
La Novena Sinfonía de Beethoven (Sinfonía nª 9, en re menor, "Coral", opus 125) tuvo un proceso de composición en el que numerosos autores no se ponen de acuerdo del todo, a pesar de que algunos espacios célebres de Internet dan por ciertísimas unas determinadas fechas. Lo cierto es que en 1815 proyectó una sinfonía en sí bemol. ¿Era el primer acercamiento a esta sinfonía? No está claro, pues si bien pudo ser, lo cierto es que la Novena Sinfonía se compuso en re menor. En 1817 escribió una carta a Ferdinand Ries diciéndole que está trabajando en dos sinfonías, sin especificar cuáles, en ese momento la Sociedad Filarmónica de Londres ensayó lo que pudiera ser una parte de esta sinfonía, ya que sí se sabe que en esa fecha ya estaba bosquejado el comienzo de la Novena. Como ya vimos en la Séptima y la Octava Sinfonías, se quedó totalmente sordo, y aunque siguió componiendo, ya no volvió a dirigir. Como mucho escuchaba si le hablaban casi en grito o si se colocaba extremadamente cerca del cajón de un piano. En 1818 se sabe que trabajó en una sinfonía sobre mitos griegos, que no completó. De ese año a 1822 trabajó en otros proyectos célebres de su música. Precisamente en el verano de 1822 terminó la Missa Solemnis y volvió a ilusionarse con la idea de crear una sinfonía, cosa que había dejado aparcada dándola por imposible dada su sordera. Retoma la idea de hacer dos sinfonías, una en re menor para la Sociedad Filarmónica de Londres, y otra a modo de sinfonía alemana con coros, para la cual comenzó a trabajar el poema "Oda a la alegría", que escribió Schiller en 1785, poema que él conocía de años atrás. Con estas dos ideas tendrá la base de lo que será la Novena Sinfonía cuando se decida a aunarlas. En 1823 tenía resuelta gran parte de la composición de la sinfonía en re menor, pero se encontraba a problemas de cómo continuar la composición. Comienza a introducir repeticiones separadas por secciones musicales y se ayuda de dos copistas varones (el personaje femenino de la película Copying Beethoven no existió). Imbuido ya en la pasión más atormentada (se recluirá en su casa por su enfermedad en los tres últimos años de su vida) combina partes apasionadas con otras calmadas cuando en octubre de ese 1823 comprender que la sinfonía alemana con el poema de Schiller debía ser integrada con esta otra sinfonía formando una sola gran sinfonía. Son embargo, no sabía cuándo ni cómo podría introducir voces humanas. En claras alusiones a las ideas romanticistas que debían acabar con el orden preestablecido, introdujo en los tres primeros movimientos una voz solista que brevemente cantase frases deshechando la música que suena porque devolvería al hombre a su estado de desesperación inicial, o bien a un estado de ternura que lo embobaría, hasta que en el cuarto movimiento diera por bueno el poema de Schiller y su texto. Pero tampoco le convence. Sustituirá las voces solistas de los primeros movimientos por el sonido de instrumentos que imitarían el sonido de esas palabras cantadas, con lo que insinúa lo que se dice, pero no lo hace decir con voces. En el cuarto movimiento dará paso al poema de Schiller, directamente con las voces humanas, si acaso ligeramente precedidas por una breve fase que deshecha angustiado todo lo anterior para abandonarse al himno de la alegría, de un nuevo mundo, de la libertad humana y de las pasiones, fuera ya de las cadenas de las convenciones sociales y de un raciocinio que niega los sentimientos del alma. Trasciende a lo metafísico, la libertad, la igualdad y la fraternidad, uniéndolo a la vez a una visión germana mitológica que lo transformaba en épico. Para comienzos de 1824 acabó la sinfonía.
Beethoven estrenó esta sinfonía el 7 de mayo de 1824 en el Kärntnerthortheater de Viena. Había causado una gran espectación porque llevaba diez años sin dirigir a músico alguno y en esta ocasión había insistido en querer dirigir él mismo en persona, aunque hubo quien quiso persuadirle. Estaba totalmente sordo, como he dicho. Hay polémica acerca de si dirigió únicamente él, de si alguien le ayudó semiescondido o de si fue colocado en el atril y los músicos supieron dar lo mejor de sí como si les guiase. Como sea, lo aceptado es que dirigió la sinfonía y se sabe que tuvo que ser dado la vuelta por la contraalto Karoline Unger al final de la obra para que descubriera que el público estaba en pie en un enorme y gran aplauso y ovación. Después de aquello, como he dicho, la enfermedad se agudizó y siguió su reclusión en su casa hasta que murió en 1827.
La Novena Sinfonía era altamente rompedora, es un antes y un después en la música. A partir de este momento ya nada sería igual. Para empezar, duraba unos setenta y cinco minutos, algo totalmente anómalo que se creía imposible o que causaría rechazo. Todo lo contrario. Como curiosidad quepa decir que en el siglo XX cuando se inventaron los discos compactos se les dio esta duración de reproducción musical precisamente en referencia a esta sinfonía por su importancia en la música. Componía la sinfonía cuatro movimientos, de los cuáles el cuarto componía cuatro partes a la vez, que fue el modo como Beethoven solucionó la unión de las dos sinfonías iniciales ya citadas.
Otra innovación fue la introducción de las voces corales haciendo de la voz humana otro instrumento, y además cantando un poema plenamente romántico. El romanticismo y sus valores era ya algo indiscutible en la cultura europea con esta obra. Wagner construirá su teatro de la ópera en Bayreuth y lo primero que interpretará será esta sinfonía de Beethoven. La Novena será su preferida, verá en ella la chispa de la alegría de la revolución que debía cambiarlo todo, y así se lo dirá en persona a uno de los revolucionarios ubicado en las barricadas de la revolución de 1848. En 1830 Berlioz creará su Sinfonía Fantástica totalmente imbuido en la Novena. Habrá quien dirá que Beethoven se anticipó varias décadas a Mahler.
La Novena Sinfonía estará presente en las revoluciones de 1830 y de 1848. Estará en los movimientos sociales de la década de 1860. Estará en la Comuna de París de 1871. En la inauguración citada del teatro creado por Wagner en 1872. En la Tercera República Francesa habrá quien la reclamará como "La Marsellesa" de toda la humanidad. Burgueses y socialistas la entonarán y tocarán reivindicando sus propios intereses. Los republicanos la considerarán su propia banda sonora, mientras que al fundarse la Primera Internacional Socialista la Novena Sinfonía competirá con la popularización como himno con La Internacional. La República de Weimar alemana la reclamará como propia en los años 1920, también la Sociedad de Naciones, en breve, en 1933, será la Alemania nazi quien la dé su sesgo político hasta que un exiliado alemán en esos años se lo quite y la reclame para las democracias en Estados Unidos de América. Tras la Segunda Guerra Mundial la Novena Sinfonía volverá a resurgir con fuerza como himno de los pueblos y la libertad en la Organización de Naciones Unidas a partir de la segunda mitad de los años 1940. Desde los años 1990 la Unión Europea la reclama en ese mismo concepto como un himno que representa sus valores y a la Unión Europea misma.
Parte de su atractivo es precisamente su ímpetu épico de ascenso y caída para llegar a una resurrección en un mundo nuevo y mejor logrado precisamente mediante la angustia y los padecimientos de todo lo anterior. Representa la construcción de uno mismo y también de las sociedades desde la nada, quizá por ello también engarza con varias formulaciones filosóficas, como las de Nietzsche, y por ello quizá varios idearios políticos han querido ver en esta música un impulso a sus ideas. Es el sueño del ascenso personal y colectivo tras los padecimientos afrontados en busca de una meta de mejora y de liberación de toda opresión.
Compré el disco de esta sinfonía con la colección de música clásica que editó el diario El País en 2004. Se trataba del penúltimo concierto que ofreció Wilhelm Furtwängler, con lo que junto al disco que compré con la Séptima y la Octava Sinfonías tengo los dos últimos conciertos de este autor. Fue dado en Suiza, en el Festival de Lucerna, el 22 de agosto de 1954, y remasterizado en disco compacto en 2002. Fue interpretado con la Orquesta Philarmonia. Está considerada la mejor de las interpretaciones de la Novena Sinfonía que se encuentren grabadas. Sorprende como los dos últimos conciertos de Furtwängler están llenos de una vitalidad potente y fuerte, contagiosa. A mí este disco siempre me ha cautivado. Me ganó desde el primer momento.
Furtwängler había nacido en Berlín en 1886, hijo de un arqueólogo y de una pintora. Como ya apunté en las sinfonías anteriores donde le mencioné, fue un apasionado de Beethoven y se especializó en su obra, aunque aprendió toda la música alemana del siglo XIX. Desde muy joven se aplicó a ella dándole una sensibilidad propia que alcanzaba la de Beethoven, por lo que está considerado el mejor de los directores de música interpretando a Beethoven. Ocupó varios puestos musicales en diferentes ciudades alemanas hasta que en 1922 la muerte de Arthur Nikisch le otorgó la dirección titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín y de la Gewasndaush de Leipzig
Cuando Hitler accedió al poder en 1933, y más concretamente con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939, Furtwängler optó por no abandonar Alemania. Tenía cinco hijos reconocidos con diferentes aventuras sexuales. Además, alegó tras la guerra, durante los juicios de Nuremberg, que no podía abandonar Alemania ante la barbarie de los nazis, pues debía intentar salvar el arte alemán. Lo cierto es que durante el gobierno nazi de 1933 a 1945 tuvo una postura ambigua. La propaganda nazi usó de sus servicios como músico para numerosos actos oficiales, interpretando a autores alemanes, incluida la Novena Sinfonía de Beethoven. Incluso fue llevados a giras y actos internacionales, por ejemplo en Londres en 1937. Como obviamente habéis leído, al acabar la guerra fue acusado de nazismo y juzgado en los juicios de Nuremberg. Él alegó lo dicho, pero su carrera musical había sido cesada desde ese año 1945. Vivió un proceso de desnazificación, mientras en el proceso se demostraron hasta ochenta casos de músicos judíos en los que él en persona había intervenido para salvarles la vida. En otros muchos casos esta protección la extendió a personal relacionado con la Orquesta Sinfónica de Berlín. Aquello le valió la absolución y el regreso a ejercer de director de orquesta en 1947. Regenerado para la sociedad, con todo el bagaje musical que llevaba ya sobre sí, y algunas grabaciones que ya eran memorables y épicas, su máximo esplendor vino en los años 1950 hasta su muerte en noviembre de 1954.
La Novena Sinfonía de Beethoven (Sinfonía nª 9, en re menor, "Coral", opus 125) tuvo un proceso de composición en el que numerosos autores no se ponen de acuerdo del todo, a pesar de que algunos espacios célebres de Internet dan por ciertísimas unas determinadas fechas. Lo cierto es que en 1815 proyectó una sinfonía en sí bemol. ¿Era el primer acercamiento a esta sinfonía? No está claro, pues si bien pudo ser, lo cierto es que la Novena Sinfonía se compuso en re menor. En 1817 escribió una carta a Ferdinand Ries diciéndole que está trabajando en dos sinfonías, sin especificar cuáles, en ese momento la Sociedad Filarmónica de Londres ensayó lo que pudiera ser una parte de esta sinfonía, ya que sí se sabe que en esa fecha ya estaba bosquejado el comienzo de la Novena. Como ya vimos en la Séptima y la Octava Sinfonías, se quedó totalmente sordo, y aunque siguió componiendo, ya no volvió a dirigir. Como mucho escuchaba si le hablaban casi en grito o si se colocaba extremadamente cerca del cajón de un piano. En 1818 se sabe que trabajó en una sinfonía sobre mitos griegos, que no completó. De ese año a 1822 trabajó en otros proyectos célebres de su música. Precisamente en el verano de 1822 terminó la Missa Solemnis y volvió a ilusionarse con la idea de crear una sinfonía, cosa que había dejado aparcada dándola por imposible dada su sordera. Retoma la idea de hacer dos sinfonías, una en re menor para la Sociedad Filarmónica de Londres, y otra a modo de sinfonía alemana con coros, para la cual comenzó a trabajar el poema "Oda a la alegría", que escribió Schiller en 1785, poema que él conocía de años atrás. Con estas dos ideas tendrá la base de lo que será la Novena Sinfonía cuando se decida a aunarlas. En 1823 tenía resuelta gran parte de la composición de la sinfonía en re menor, pero se encontraba a problemas de cómo continuar la composición. Comienza a introducir repeticiones separadas por secciones musicales y se ayuda de dos copistas varones (el personaje femenino de la película Copying Beethoven no existió). Imbuido ya en la pasión más atormentada (se recluirá en su casa por su enfermedad en los tres últimos años de su vida) combina partes apasionadas con otras calmadas cuando en octubre de ese 1823 comprender que la sinfonía alemana con el poema de Schiller debía ser integrada con esta otra sinfonía formando una sola gran sinfonía. Son embargo, no sabía cuándo ni cómo podría introducir voces humanas. En claras alusiones a las ideas romanticistas que debían acabar con el orden preestablecido, introdujo en los tres primeros movimientos una voz solista que brevemente cantase frases deshechando la música que suena porque devolvería al hombre a su estado de desesperación inicial, o bien a un estado de ternura que lo embobaría, hasta que en el cuarto movimiento diera por bueno el poema de Schiller y su texto. Pero tampoco le convence. Sustituirá las voces solistas de los primeros movimientos por el sonido de instrumentos que imitarían el sonido de esas palabras cantadas, con lo que insinúa lo que se dice, pero no lo hace decir con voces. En el cuarto movimiento dará paso al poema de Schiller, directamente con las voces humanas, si acaso ligeramente precedidas por una breve fase que deshecha angustiado todo lo anterior para abandonarse al himno de la alegría, de un nuevo mundo, de la libertad humana y de las pasiones, fuera ya de las cadenas de las convenciones sociales y de un raciocinio que niega los sentimientos del alma. Trasciende a lo metafísico, la libertad, la igualdad y la fraternidad, uniéndolo a la vez a una visión germana mitológica que lo transformaba en épico. Para comienzos de 1824 acabó la sinfonía.
Beethoven estrenó esta sinfonía el 7 de mayo de 1824 en el Kärntnerthortheater de Viena. Había causado una gran espectación porque llevaba diez años sin dirigir a músico alguno y en esta ocasión había insistido en querer dirigir él mismo en persona, aunque hubo quien quiso persuadirle. Estaba totalmente sordo, como he dicho. Hay polémica acerca de si dirigió únicamente él, de si alguien le ayudó semiescondido o de si fue colocado en el atril y los músicos supieron dar lo mejor de sí como si les guiase. Como sea, lo aceptado es que dirigió la sinfonía y se sabe que tuvo que ser dado la vuelta por la contraalto Karoline Unger al final de la obra para que descubriera que el público estaba en pie en un enorme y gran aplauso y ovación. Después de aquello, como he dicho, la enfermedad se agudizó y siguió su reclusión en su casa hasta que murió en 1827.
La Novena Sinfonía era altamente rompedora, es un antes y un después en la música. A partir de este momento ya nada sería igual. Para empezar, duraba unos setenta y cinco minutos, algo totalmente anómalo que se creía imposible o que causaría rechazo. Todo lo contrario. Como curiosidad quepa decir que en el siglo XX cuando se inventaron los discos compactos se les dio esta duración de reproducción musical precisamente en referencia a esta sinfonía por su importancia en la música. Componía la sinfonía cuatro movimientos, de los cuáles el cuarto componía cuatro partes a la vez, que fue el modo como Beethoven solucionó la unión de las dos sinfonías iniciales ya citadas.
Otra innovación fue la introducción de las voces corales haciendo de la voz humana otro instrumento, y además cantando un poema plenamente romántico. El romanticismo y sus valores era ya algo indiscutible en la cultura europea con esta obra. Wagner construirá su teatro de la ópera en Bayreuth y lo primero que interpretará será esta sinfonía de Beethoven. La Novena será su preferida, verá en ella la chispa de la alegría de la revolución que debía cambiarlo todo, y así se lo dirá en persona a uno de los revolucionarios ubicado en las barricadas de la revolución de 1848. En 1830 Berlioz creará su Sinfonía Fantástica totalmente imbuido en la Novena. Habrá quien dirá que Beethoven se anticipó varias décadas a Mahler.
La Novena Sinfonía estará presente en las revoluciones de 1830 y de 1848. Estará en los movimientos sociales de la década de 1860. Estará en la Comuna de París de 1871. En la inauguración citada del teatro creado por Wagner en 1872. En la Tercera República Francesa habrá quien la reclamará como "La Marsellesa" de toda la humanidad. Burgueses y socialistas la entonarán y tocarán reivindicando sus propios intereses. Los republicanos la considerarán su propia banda sonora, mientras que al fundarse la Primera Internacional Socialista la Novena Sinfonía competirá con la popularización como himno con La Internacional. La República de Weimar alemana la reclamará como propia en los años 1920, también la Sociedad de Naciones, en breve, en 1933, será la Alemania nazi quien la dé su sesgo político hasta que un exiliado alemán en esos años se lo quite y la reclame para las democracias en Estados Unidos de América. Tras la Segunda Guerra Mundial la Novena Sinfonía volverá a resurgir con fuerza como himno de los pueblos y la libertad en la Organización de Naciones Unidas a partir de la segunda mitad de los años 1940. Desde los años 1990 la Unión Europea la reclama en ese mismo concepto como un himno que representa sus valores y a la Unión Europea misma.
Parte de su atractivo es precisamente su ímpetu épico de ascenso y caída para llegar a una resurrección en un mundo nuevo y mejor logrado precisamente mediante la angustia y los padecimientos de todo lo anterior. Representa la construcción de uno mismo y también de las sociedades desde la nada, quizá por ello también engarza con varias formulaciones filosóficas, como las de Nietzsche, y por ello quizá varios idearios políticos han querido ver en esta música un impulso a sus ideas. Es el sueño del ascenso personal y colectivo tras los padecimientos afrontados en busca de una meta de mejora y de liberación de toda opresión.
Compré el disco de esta sinfonía con la colección de música clásica que editó el diario El País en 2004. Se trataba del penúltimo concierto que ofreció Wilhelm Furtwängler, con lo que junto al disco que compré con la Séptima y la Octava Sinfonías tengo los dos últimos conciertos de este autor. Fue dado en Suiza, en el Festival de Lucerna, el 22 de agosto de 1954, y remasterizado en disco compacto en 2002. Fue interpretado con la Orquesta Philarmonia. Está considerada la mejor de las interpretaciones de la Novena Sinfonía que se encuentren grabadas. Sorprende como los dos últimos conciertos de Furtwängler están llenos de una vitalidad potente y fuerte, contagiosa. A mí este disco siempre me ha cautivado. Me ganó desde el primer momento.
Furtwängler había nacido en Berlín en 1886, hijo de un arqueólogo y de una pintora. Como ya apunté en las sinfonías anteriores donde le mencioné, fue un apasionado de Beethoven y se especializó en su obra, aunque aprendió toda la música alemana del siglo XIX. Desde muy joven se aplicó a ella dándole una sensibilidad propia que alcanzaba la de Beethoven, por lo que está considerado el mejor de los directores de música interpretando a Beethoven. Ocupó varios puestos musicales en diferentes ciudades alemanas hasta que en 1922 la muerte de Arthur Nikisch le otorgó la dirección titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín y de la Gewasndaush de Leipzig
Cuando Hitler accedió al poder en 1933, y más concretamente con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939, Furtwängler optó por no abandonar Alemania. Tenía cinco hijos reconocidos con diferentes aventuras sexuales. Además, alegó tras la guerra, durante los juicios de Nuremberg, que no podía abandonar Alemania ante la barbarie de los nazis, pues debía intentar salvar el arte alemán. Lo cierto es que durante el gobierno nazi de 1933 a 1945 tuvo una postura ambigua. La propaganda nazi usó de sus servicios como músico para numerosos actos oficiales, interpretando a autores alemanes, incluida la Novena Sinfonía de Beethoven. Incluso fue llevados a giras y actos internacionales, por ejemplo en Londres en 1937. Como obviamente habéis leído, al acabar la guerra fue acusado de nazismo y juzgado en los juicios de Nuremberg. Él alegó lo dicho, pero su carrera musical había sido cesada desde ese año 1945. Vivió un proceso de desnazificación, mientras en el proceso se demostraron hasta ochenta casos de músicos judíos en los que él en persona había intervenido para salvarles la vida. En otros muchos casos esta protección la extendió a personal relacionado con la Orquesta Sinfónica de Berlín. Aquello le valió la absolución y el regreso a ejercer de director de orquesta en 1947. Regenerado para la sociedad, con todo el bagaje musical que llevaba ya sobre sí, y algunas grabaciones que ya eran memorables y épicas, su máximo esplendor vino en los años 1950 hasta su muerte en noviembre de 1954.
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