Las ferias acabaron anoche con unos fuegos artificiales programados justo al comienzo horario del siguiente día que es hoy, primer día sin ferias de 2018. Una hora que en pleno domingo hizo que bastantes personas se lamentaran de no poder ir porque al ser tan tarde ocurría que ellos al día siguiente debían madrugar para ir a trabajar. Incluso algún anciano, aunque ancianos no faltaron, dijeron algo similar durante el desfile de carrozas previo. Un problema que sin duda tiene fácil, lógica y obvia solución y que podría no haber ocurrido si se hubiera sido previsor ante unas circunstancias que eran evidentes que concurrirían en una noche de domingo de fin de vacaciones para una gran mayoría y de una continuidad laboral de otra gran mayoría. Un simple desplazamiento horario una hora antes o, si el comienzo de la nocturnidad lo permite, una hora y media antes. Pero los fuegos artificiales fueron lanzados a su hora programada, esta vez sin retraso alguno, desde la Huerta del Obispo, dentro de las murallas del antiguo qun musulmán, posteriores murallas del Palacio Arzobispal y por extensión de la ciudad medieval. Una hora antes todos los bancos de la Plaza de la Puerta de Madrid estaban ya ocupados por gran multitud de gente mayor, fiel a su costumbre de copar todos los asientos una hora, una hora y media o dos horas antes de que un espectáculo gratuito tenga lugar. Los demás fuimos llegando y esperamos sentados en el suelo de la calle, apoyados, quien podía, donde podía. Otros de pie.
Se esperó con la sensación corporal aún de todo el calor previo del día que ahora había cedido paso a una agradable brisa nocturna. El cielo había estado azul y despejado y quizá por ello nadie se percató que al oscurecer la noche el manto azul de la tarde como un caballo de Troya entraron las nubes sobre la ciudad. Era todo agradable y los niños aún estaban eufóricos de la gran recogida de caramelos lanzados desde las carrozas de fin de fiestas. Sus padres aún les concedían estar alborotados mientras les decían sutiles comentarios sobre la belleza de los fuegos artificiales aún por ver.
El primer avisó alborotó a todos los pájaros y aves. Sonó la explosión en el cielo tan fuerte como la segunda explosión. Las puertas del terreno del obispado abrieron sus puertas de hierro y mucha gente entró a la huerta. Otros tantos nos quedamos enmarcados para retrato entre la Puerta de Madrid, las murallas medievales y las casas de nuevo cuño que sustituyen a la que por siglos ya estuvieran allá. Con los árboles y las almenas de los alto de las torres con sus nidos de cigüeña convenientemente abandonados por sus propietarias ante la que se avecinaba.
Explotó el tercer aviso y le siguieron de inmediato una gran cantidad de cohetes dorados, azules, rojos, verdes. Iban explotando uno tras otro creando un castillo de luces y fuertes petardazos cuando la nube de Troya fue fiel a la vieja promesa de las ferias y fiestas allá por San Bartolomé: al menos un día como mínimo en Alcalá de Henares lloverá sobre la fiesta. La primera gota, goterón contundente y frío, me acertó justo en un brazo. El cielo, aparte de fuego de colores y explosiones, seguía ocultando la nube. Una segunda gota y tras esta otras, lentas, pero jurando que nos habrían de mojar a todos, hizo que los padres y madres comenzaran a abandonar sus posiciones a campo abierto para retirarse bajo el cobijo del arco de la Puerta de Madrid o, como las ancestrales lagartijas, a los cercos más estrechamente pegados a los muros de las casas. Los ancianos, más sabios y prudentes, directamente comenzaron la retirada. Las chicas con ropa de escasa tela arrastraban a sus novios a los árboles, por donde las gotas se colaban alcanzando sus objetivos. Los cohetes explotaban llenos de color en el cielo y algunos mantuvimos nuestro sitio escogido, quizá con más curiosidad que espectación sobre qué ocurría cuándo en pleno lanzamiento de fuegos artificiales se ponía llover. Pronto llegó la respuesta. Los pirotécnicos, como los artilleros que saben que la batalla está punto de acabar y es vital salvar o destruir el puente ante la llegada inminente de una fuerza imparable, los pirotécnicos, que saben que han contratado por una gran cantidad de dinero ofrecer el espectáculo, los pirotécnicos que saben que es el final de fiesta y que todo punto tiene su final, decidieron lo que no quedaba más que hacer ante la imagen clara de la huida de masas de gente del Huerto del Obispo por la puerta de hierro de la muralla dirección a refugio. Prendieron fuego a todas las mechas a la vez y una gran cantidad de cohetes se elevaron al cielo sobre el antiguo qun musulmán de donde parte de las tropas bereberes acantonadas fueron a secundar al hizo de Al-Manzor en 1032 para dar fin al Califato de Córdoba con un golpe de Estado y una guerra civil en aquel Al-Andalus tan lejano ya en fechas. Explotaron con gran estruendo no en un precioso espectáculo, sino en una especie de estallido de un polvorín, en una especie de bombardeo de una guerra, en una especie de batería de artillería siendo disparada con todos sus cañones, estallaron dando fin a la fiesta.
Cesaron las explosiones tras haber hecho retumbar muros y suelos, nidos y corazones. ¿Quién sabe si los arquitectos tras esto debieran ir a revisar uno por uno los viejos muros con sus almenas y sus torres? Las explosiones cesaron tras su gran estruendo, maravilla para muchos que no pensaron al momento las circunstancias de porqué aquel alarde de explosiones en masa, y la nube de Troya tomó todas las posiciones mientras ahora sí todos nos retirábamos buscando la carretera y los caminos libres. La masa de la gente se iba mientras las gotas de agua fría apretaban sus filas y caían sobre los cuerpos con mayor intensidad. Se levantaba un olor de tierra mojada, un sonido de lluvia fuerte que apagaría todas las ascuas posibles de los restos de las cañas de los cohetes caídos al suelo, se levantaba una proclamación clara: se acabaron las fiestas, se acabó agosto, comienza septiembre y pronto en otoño, y con ellos vendrá estas preciosas épocas donde la lluvia nos refresque y cale a ritmo de olores reconfortantes de petricor.
Impagable un año más los fuegos artificiales. Preciosas sus postales. Fin de fiestas. Un nuevo día se ha ido, pero un nuevo día viene. Saludos y que la cerveza os acompañe.
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