Tarde o temprano el mal es castigado y el bien recompensado.
Pero la idea de este cuento no es sólo entretener al que lo lea u oiga, sino que tiene tres propósitos: primero, en la historia de amor que se cuenta, quiere hacer ver que el amor no se encuentra en lo material sino en el espíritu. Lo segundo que quiere hacer ver es, mediante lo sucedido a los villanos del cuento, que el mal nunca triunfa, pero que el bien sí. Por último, lo tercero que quiere hacer ver, por lo que sucedía con el Dragón de Piel de la Muerte, es que no se puede juzgar a nadie ni a nada viendo cómo es exteriormente sólo, y mucho menos sin saber cómo eres tú.
(Daniel L.- Serrano "Canichu"; Nota de 1993 para un concurso literario juvenil).
Pero la idea de este cuento no es sólo entretener al que lo lea u oiga, sino que tiene tres propósitos: primero, en la historia de amor que se cuenta, quiere hacer ver que el amor no se encuentra en lo material sino en el espíritu. Lo segundo que quiere hacer ver es, mediante lo sucedido a los villanos del cuento, que el mal nunca triunfa, pero que el bien sí. Por último, lo tercero que quiere hacer ver, por lo que sucedía con el Dragón de Piel de la Muerte, es que no se puede juzgar a nadie ni a nada viendo cómo es exteriormente sólo, y mucho menos sin saber cómo eres tú.
(Daniel L.- Serrano "Canichu"; Nota de 1993 para un concurso literario juvenil).
DINDEY
(escrito entre
diciembre de 1992 y primeros días de 1993)
Capítulo
11
Cuando
se hubo recuperado del frío, Elgue subió al castillo. El puente levadizo se
bajó solo y Elgue lo atravesó. Una vez dentro el puente levadizo cerró la
entrada. Se dirigió a una puerta que estaba abierta y la atravesó, después de
esta puerta otra y otra más, hasta llegar a una gran sala.
El
suelo estaba cubierto de alfombras rojas. El techo estaba labrado en oro. Las
paredes estaban cubiertas por tapices y en el centro de la habitación había un
gran trono.
El
Dragón de Piel de la Muerte hizo su aparición en la sala. Su tamaño era de
proporciones descomunales, sus ojos eran amarillos y su piel era de un color
nunca visto. Elgue desenvainó su espada pero el dragón le tranquilizó.
-No
te preocupes porque te ataque, yo nunca he hecho daño a nadie. Realmente mi
nombre lo debo a los granjeros que se han asustado al verme volar. Es curioso
que me llaméis bestia asesina a mí, que no he hecho daño a nadie, mientras que
vosotros os matáis en las guerras y acudís a las ejecuciones que realizáis.
-Tienes
razón, no tenemos derecho a juzgarte –afirmó Elgue guardando su espada.
-No
tiene importancia, como tampoco tiene importancia que vengas a robarme mis
joyas, porque yo hace tiempo que yo no tengo joyas, ¿no lo crees, Elgue?
-¡Sabes
mi nombre! ¿Cómo es posible?
-No
te asombres, yo sé muchas cosas. Como te he dicho, no tengo joyas, pero tal vez
tengo algo que te sirva, ven, sígueme.
Elgue
le siguió hasta un patio interior que tenía mil fuentes, todas distintas.
También tenía dos mil columnas que le rodeaban. Anduvieron hasta el centro de
tan maravilloso patio, y Elgue pudo ver lo más bello que humano alguno ha
contemplado. Delante suya una columna de azul celeste descendía del cielo para
unirse con la Tierra. Caía justamente encima de un viejo ara, donde estaba
colocado un broche de oro macizo que representaba un dragón con las alas
extendidas. El Dragón de Piel de la Muerte tomó la palabra en aquellos
momentos.
-Ese
broche, que ves protegido por el cielo y colocado sobre ese viejo ara que no se
utiliza desde tiempos del abuelo de mi abuelo, es lo único que te puedo dar,
pero lo tendrás que coger tú mismo. Has de tener cuidado, ya que esta columna
de cielo solamente la podrás atravesar si tu corazón piensa en algo puro, sino,
te transformarás en piedra. También has de saber que tienes que dejar algo en
sustitución del broche.
Elgue
se quitó la coraza de su armadura y de sus ropajes arrancó un trozo de tela.
Con esta tela se lió la mano derecha y con la misma mano agarró su escudo.
-Dejaré
esto –le dijo al dragón, mostrándole el escudo.
Introdujo
la mano en la columna y empezó a pensar en que el rey Aladino se alegraría si
lo conseguía, pero le asaltó el recuerdo de la manera en que mató al Enviado.
Poco a poco el escudo se hizo gris y el trozo de tela también. Empezó a sentir
frío en la mano. La sacó rápidamente y comprobó que el escudo y la tela que
envolvía su mano eran piedra. Se arrodilló y estrelló violentamente su mano
contra el suelo. La piedra se rompió y pudo comprobar que su mano seguía
intacta a pesar de lo cerca que había estado. Se puso en pie, sacó su espada,
viendo que la tela no serviría para nada no se lió la mano y la introdujo
directamente. Se puso a pensar en el amor que sentía por aquella chica
desconocida y, antes de que se diera cuenta, había introducido todo el brazo.
Dejó sobe el ara la espada y cogió el broche. Rápidamente le recorrió por el
cuerpo una paz y un bienestar que se sentían eternos. Sacó la mano, se guardó
el broche y escuchó al dragón.
-Felicidades,
ya tienes lo que querías. Ya puedes irte si lo deseas.
-Pero,
Dragón de Piel de la Muerte, si vuelvo a atravesar ese bloque de nieve que te
aisla, de seguro moriré –replicó Elgue.
-No
te preocupes, ven conmigo.
Esta
vez le llevó a una torre, le hizo montar sobre él y le llevó volando. Desde que
había salido había pasado más de una semana, pero, desafiando a sus órdenes,
Godon se había quedado allí donde le dejó. Una vez que el dragón se hubo ido
Elgue le contó lo sucedido y se fueron los dos cabalgando. Tampoco en esta
ocasión se dieron cuenta de que les seguía el caballero de armadura roja.
Capítulo
12
Elgue
y Godon otra vez recorrieron llanuras, bosques, ríos y montes, para poder regresar
a la Corte del rey Aladino. De lo rápido que iban, sus caballos no parecían
caballos, sino pegasos, que volaban como las aves.
Una
tarde descansaron para poder bañarse en un río cercano. Elgue escogió para
bañarse un lugar donde había una cascada que bajaba. Cuando terminó de bañarse
y de secarse se puso tan sólo sus pantalones y se tumbó boca arriba en la
hierba. Después de un buen rato oyó un ruido. Venía de la parte superior del
río, y sin embargo, Godon estaba en una parte aún más inferior que la suya.
Decidió ir a ver lo que era. Pronto lo descubrió, se trataba del caballero de
armadura roja. Elgue se armó con un palo que había tirado en el suelo, ya que
había visto que el caballero no venía con buenas intenciones porque había
sacado su espada.
Elgue
salió de su escondite y se mostró ante el caballero, que intentó atravesarle
con su espada, pero Elgue pudo apartarse. Volvió a intentarlo otra vez, y Elgue
no sólo se apartó sino que le golpeó con el palo haciéndole contorsionar. El
caballero, enfurecido, le intentó cortar en dos vanamente en repetidas
ocasiones, sin darse cuenta de que Elgue le conducía cada vez más cerca del
río. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Elgue le empujó a la parte más
profunda. Al llevar puesta la armadura el caballero se hundía más y más en el
agua sin poder hacer nada más que gritar. Elgue, que sólo quería escarmentarle,
intentó ayudarle, pero era demasiado tarde, el caballero ya formaba parte del
río.
Sin
más contratiempos Elgue y Godon llegaron a la Corte del rey Aladino. Las
campanas de la catedral sonaron y también las trompetas y cornetas del séquito
del rey Aladino. Cuando todo estuvo dispuesto Elgue y Godon se metieron en la
sala del trono, que estaba igual que el día en que el rey le nombró caballero a
Elgue. Se acercaron al trono y se arrodillaron ante el rey, pero éste les
ordenó que se mantuvieran de pie, y luego dijo:
-Mi
buen amigo Elgue, cuánto tiempo habéis tardado. Veo que venís sin vuestras
armas y almete, pero traéis contigo un escudero, ¿cómo es eso?
-Es
una larga historia mi Majestad.
-¿Traéis
las joyas?
-No,
señor. Pero traigo esto y los respetos del Dragón de Piel de la Muerte
–mientras decía esto le entregó el broche que había conseguido.
-Buena
pieza es este broche. En fin, tal y como te prometí te voy a entregar la mano
de mi hija, la princesa Flencha.
Antes
de que Elgue dijera nada, una voz de entre los nobles surgió, era Candun, que
se había puesto en pie.
-¡Eso
no puede ser, mi rey!
-¿Cómo
que no? ¿Quién eres tú?
-Yo
soy el duque Candun Pueltz, y no se puede casar con la princesa, porque Flencha
es mi prometida.
-¡Mentira!
–gritaba Flencha tratando de desmentir la verdad.
-¡No
es mentira, es verdad, tú lo sabes! –afirmaba Candun.
-¡Mentira!
–seguía gritando Flencha.
-Entonces
escúcheme bien, rey –seguía gritando Candun-. Es verdad que la princesa Flencha
mató a su hermana Zaira para conseguir el trono. Yo mismo la ayudé, envenenando
a su hermana y abandonándola en el bosque…
-¡Es
cierto! –gritaba ahora una nueva voz. Pero esta voz era especial, porque era la
voz de al chica que oyó cantar Elgue en el río. Pero, ¿de dónde provenía?
Provenía de Godon, que se había quitado el pañuelo que ocultaba su cabello para
dejar ver a una linda muchacha. Esa voz continuó hablando-. Yo soy la princesa Zaira.
Fui rescatada por un hechicero conocedor del antídoto que contrarrestaba al
veneno que me disteis y ahora vengo a recuperar mi puesto de princesa.
El
rey se fijó bien en la muchacha y dijo:
-Es
cierto, es mi hija Zaira, qué cambiada está. ¿Qué has de decir a esto Flencha?
Pero
Flencha se limitó a mirarles a todos horrorizada, y dando un paso atrás cayó al
suelo con un puñal clavado en la espalda. Candun la había asesinado, momentos
más tarde se entregó a la Justicia, aunque sabía que su cabeza sería el
espectáculo a la mañana siguiente. El rey, sin preocuparse por la muerte de su
hija Flencha, djo:
-Zaira,
hija mía, no sólo vas a seguir siendo la princesa que herede mi trono, sino que
también serás la esposa de mi mejor caballero, Elgue, ¿si no os parece mal?
Elgue
y Zaira se miraron a los ojos, se agarraron de las manos y se besaron. Ellos ya
estaban enamorados desde que Elgue la oyó cantar en el río.
Por Daniel
L.-Serrano “Canichu”, Alcalá
de Henares, 2 de enero de 1993.
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