Este
cuento fue escrito por iniciativa promovida por mi profesora tutora de 8º de la
enseñanza general básica, Dolores Gudiño. Fue enviado a un concurso literario
de la ciudad, pero sólo ganó un accésit. Dolores Gudiño se quedó con una copia
en 1993, que se la di yo. Intenté escribir una especie de historia paralela a
esta, llamada El reino sin rey, pero está inacabada aún hoy. Este cuento fue
leido por Dolores en todas las clases del colegio Puerta de Madrid [hoy día en
2012 desaparecido desde hace años], donde ella fue profesora, cuando yo aún era
su alumno [con 13 y 14 años] (no sé si sigue leyéndolo). También lo leyeron
otros profesores, como el de Historia, don Alejandro. A todos les gustó mucho y
me hice popular en el colegio. Gané muchos amigos y amigas nuevos con él. El nombre
de Dindey era, en un principio, un pseudónimo mío que tuve que abandonar
forzosamente tras conocerse esta historia, porque ya no lo asimilaban a mí. El
nombre de Zaira es por la hermana de mi mejor amigo en aquellas épocas, David
García. Los otros nombres fueron creados moviendo sílabas de algunas palabras.
Se
lo dedico a Dolores Gudiño, que confió en mí.
DINDEY
(escrito entre
diciembre de 1992 y primeros días de 1993)
Capítulo
7
Hacía
varios días que Elgue y Godon atravesaban un pantano. Todo lo que había a su
alrededor eran aguas cenagosas, musgos y árboles llenos de lianas y con la
corteza podrida. Todo era silencio a su alrededor. Era como si el tiempo se
hubiera parado. De repente una niebla espesa les cubrió y no se vieron el uno
al otro. Cuando se dieron cuenta se llamaron desesperadamente, pero no obtenían
respuesta.
Elgue
siguió caminando y la niebla se disipó a su alrededor. Algo estaba ante él, era
el Enviado.
-¿Eres
tú Elgue, aquel al que llaman Dindey? –dijo.
-¡Y
seguiré siéndolo!
El
Enviado extendió su brazo derecho y le lanzó un rayo plateado que Elgue paró
con su escudo. Como un auto reflejo Elgue le clavó su lanza en el corazón, pero
se hizo añicos. El Enviado, con las dos manos, le agarró de la cabeza y le
levantó cinco palmos del suelo, le miró a los ojos y empezó a apretarle. Elgue
buscaba un medio de escaparse, y lo encontró. Primero pataleaba al aire hasta
que pudo desabrochar el almete y cayó al suelo. Fue tanta la presión del Enviado
que transformó en cachos de hierro el almete. Elgue desenvainó su espada e
intentó matar al Enviado pero, este, paraba todos sus golpes con rayos
plateados. Los dos tropezaron con un tronco caído, y cayeron a las aguas
cenagosas. Rodaron juntos en el fragor de la pelea hasta que Elgue pudo ponerse
en pie, alzó su espada y arremetió contra el Enviado cortándole la cabeza. En
esos momentos sintió un terrible dolor, como si algo le atravesara, y gritó
encolerizado. Acto seguido cayó sin conocimiento al lado del cuerpo inerte del
Enviado.
Capítulo
8
Dos
días y dos noches estuvo delirando Elgue. Tenía frío y su dolor era grande. Le
sudaban la frente y las manos.
Una
vez despertó de su delirio y vio a la chica que vio en el río. Le estaba
poniendo un paño húmedo en la cabeza. Elgue quiso hablar.
-Tú
eres la…
-Calla,
hablar te hace mal. La fiebre te ha bajado, pero ahora debes descansar.
-Dime
cómo te llamas –siguió hablando Elgue.
-Descansa
–dijo dulcemente la chica mientras le acariciaba el pelo. Elgue volvió a
dormirse sin decir nada más.
Cuando
volvió a despertarse estaba tumbado en la cama de una posada y no en el
pantano. También tenía la armadura quitada y las armas. En ese momento entró
por la puerta Godon.
-Elgue,
amigo, cuánto me alegro de verte despierto.
-¿Dónde
está ella? –preguntó Elgue.
-¿Ella? ¿Quién?
-Pues
la chica que… bueno, olvídalo. ¿Qué hacemos aquí?
-Nos
perdimos en el pantano. ¿No te acuerdas? Me costó mucho encontrarte y cuando lo
hice estabas delirando. Pero es extraño, estabas como si alguien te hubiera
cuidado y curado antes de que yo llegara. Bueno, la cuestión es que te traje a
esta posada.
La
conversación se prolongó en lo que les había pasado a cada uno. Decidieron
pasar allí la noche.
Mientras
tanto, en la misma torre de donde salió el Enviado, Candun y Flencha discutían.
-…Te
digo que lo sentí anoche, el Enviado ha fracasado –gritaba Flencha.
-¿Pero
cómo va a fallar tal monstruo contra un humano? ¿No te habrás confundido?
-No,
no me he confundido. No sé tampoco porqué niegas su fracaso, tú mismo has
derrotado ya a otros, y no sólo tú, sino otros también.
-Sigo
aún sin poder creérmelo. Pero creo que aún podemos matarle.
-¿Cómo?
¡Habla ya!
-Antes
de que decidieras traer al Enviado ordené a uno de mis vasallos que capturase a
Elgue. Deben estar ya cerca de él…
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