En 1997, leído por Pedro J. Maza y Elisa Tabernero, seguía gustando. [Eran compañeros del bachillerato y él en concreto creador coparticipe conmigo de revistas literarias del instituto al que íbamos juntos, y de un cortometraje].
(Daniel L.-Serrano "Canichu"; Nota de 1997 con ampliación de 2012)
DINDEY
(escrito entre diciembre de 1992 y primeros días de 1993)
Capítulo 5
Había caído la noche y la oscuridad se había apoderado del palacio. En aquellos momentos reinaba el silencio. El cielo se había llenado de nubes oscuras que presagiaban una tormenta.
En lo alto de una torre del palacio, la princesa Flencha, junto con un joven noble, bastante alto y rubio, llamado Candun, había hecho un círculo en el suelo de la habitación con unas velas encendidas. Después la princesa esparció dentro del círculo la sangre de un venado mientras pronunciaba unas extrañas palabras.
El joven Candun estaba enamorado de la princesa Flencha. El amor era mutuo y esperaban a que Flencha se hiciese reina para poder casarse, aunque para ello tuvieran que envenenar a Aladino. La muerte del rey no les era ninguna carga, ya que ya habían matado a la princesa Zaira.
Flencha terminó el ritual y se retiró junto con Candun a una esquina de la habitación. De repente la tormenta estalló, los relámpagos cayeron, los truenos sonaron, el suelo tembló y las paredes lloraron sangre por toda la habitación. Tan pronto como empezó, terminó y en el centro del círculo apareció una luz de la tierra. El monstruo les miró y dijo con una voz que retumbaba:
-Yo soy el Enviado. Estoy a vuestro servicio. ¿Qué he de hacer?
Rápidamente tomó la palabra con naturalidad la princesa Flencha.
-Yo soy la princesa Flencha, tu ama, este es Candun, tu amo, y te hemos traído a este mundo porque, hoy, un joven llamado Elgue ha sido nombrado caballero. Él me pretende, pero yo a él no. Mi padre le ha mandado traer las joyas del Dragón de Piel de la Muerte, si lo consigue me hará casar con él. Ve a matarle, te ordeno.
El Enviado salió volando por la ventana para encontrar y matar a Elgue.
Era cierto que el rey había mandado a Elgue a traer las joyas del Dragón de Piel de la Muerte, a cambio de la mano de su hija Flencha. Elgue había iniciado su camino sin demora a lomos del caballo del rey, Resplandor del Agua. Era un caballo fuerte y completamente blanco. Su color y el color negro de la armadura de Elgue contrastaban alegremente.
Por el camino Elgue pensaba que si lograba traer la joyas del Dragón de Piel de la Muerte, el rey, sin saberlo, le casaría con su amor. Le resultaría algo difícil, ya que el Dragón de Piel de la Muerte vivía en un castillo situado en lo alto de las Montañas donde la Tierra se junta con el Cielo, de donde nadie había salido vivo. Al llegar la noche también llegó la tormenta, y Elgue, con Resplando del Agua, se refugió en el hueco que unas rocas dejaban en la tierra.
Capítulo 6
A la mañana siguiente el sol lucía en todo su esplendor, las plantas estaban cubiertas de rocío y los animales se dejaban ver.
Cuando Elgue despertó le cubría una sombra. Levantó la mirada y descubrió a un chico más o menos de su edad. Llevaba en la cabeza un pañuelo atado que le tapaba todo el cabello, y su traje era de arquero, aunque no lo era. Fue el primero en hablar.
-¿Eres tú Dindey? ¿Aquel que viaja hacia las Montañas donde la Tierra se junta con el Cielo para llevar al rey Aladino las joyas del Dragón de Piel de la Muerte?
-Sí, lo soy, ¿y tú quién eres?
-Me llamo Godon, quisiera ser tu escudero.
-Pero yo no necesito escudero.
-Entonces déjame viajar contigo.
-Es peligroso.
-No me importa.
-¿Es tan importante para ti viajar conmigo?
-Es importante para mí ver al rey, y si tú consigues tu propósito, al haberte acompañado, también te habré de acompañar ante el rey.
-¿Tienes caballo?
-Sí, uno pardo, que está pastando con el tuyo.
-Entonces ven conmigo, puedes llamarme Elgue, si quieres.
Godon y Elgue, desde ese momento, se hicieron inseparables. Atravesaron llanuras y bosques, ríos y montes. Un día sucedía a otro, una noche a otra… Veían cómo nacía el sol cada mañana para luego morir por la noche. Las gentes de los pueblos, por donde pasaban, les recibían con los brazos abiertos, pero pensaban que nunca saldrían vivos de las Montañas donde la Tierra se junta con el Cielo.
Una mañana Elgue fue a bañarse al río y antes de llegar a la orilla oyó cantar a una chica. Se dirigió a donde provenían los sonidos de esa dulce voz. Cuando llegó se escondió entre unos matorrales. La chica estaba sentada de espaldas cepillándose un pelo castaño que le llegaría hasta la cintura. Elgue se había quedado embelesada oyéndola cantar, y sin quererlo hizo ruido. La chica se volvió para atrás y se fue corriendo hacia la dirección donde miraba antes. Elgue pudo verle la cara. Era lo más bello que había visto nunca. Cuando regresó con Godon no le comentó nada. Continuaron el viaje y Elgue no podía pensar en otra cosa. Tenía la esperanza de volverla a ver. Así fue, una semana después la vio dando de beber a los caballos. Su mente estaba confundida entre el amor que tenía por Flencha y el amor que tenía por esta misteriosa doncella.
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