Uno de mis relatos más antiguos, aunque no el más antiguo, es Dindey. Fue escrito en las vacaciones de Navidad del año 1992 al 1993. Tenía yo 13 años de edad. Era parte de un ejercicio de escritura del octavo curso de la Enseñanza General Obligatoria (EGB), hoy desaparecida en favor de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO). Yo había comenzado a escribir poemas en torno a 1988, con unos 8 u 9 años de edad, mientras que mi primer relato (sin contar pequeñas redacciones inventadas por mí mismo) fue Don Federico y... el Torneo, de 1989, con 10 años de edad. También en aquella ocasión fue una invención espontánea que se me ocurrió como parte de la petición de una profesora de la EGB, estando yo en quinto curso, sobre unos actos de conmemoración del escritor alcalaíno Miguel de Cervantes. Ella quería dibujos y manualidades,yo presente un cuento que me inventé. En aquella ocasión aquel cuentecito infantil me reportó un premio a modo de libro y unas pinturas, y el ser leído ante un público de padres, madres, profesores y compañeros de colegio. Con Dindey pasó algo similar, aunque en realidad era parte de un ejercicio de vacaciones donde se nos pedía escribir algo, ya sea un diario, un resumen de los regalos de Navidad u otra cosa. Mi iniciativa sorprendió tanto a la profesora que lo llevó al resto de profesores, y estos sorprendieron tanto que, tras vencer sus recelos iniciales, lo leyeron en todas las aulas del colegio. Y gustó tanto que lo llevaron a un concurso de literatura juvenil que organizaban diversos colegios de Alcalá de Henares, donde gané un áccesit. Pero el mayor premio fue tener toda esa audiencia, y tener a todo un colegio atento a un relato, medio por el cual gané nuevas y muchas amistades de mi edad y de otras edades.
Seguí escribiendo poemas, relato, novelas, investigaciones de Historia, guiones de cortometraje, artículos para revistas... esta bitácora... Pero en relación a los cuentos infantiles no volví a realizar algo tan similar hasta 2008. Por entonces escribí un cuento infantil para edades muy cortas llamado Los Tres Reciclables. Aquel cuento lo hice para mi trabajo por entonces de educación medioambiental donde daba junto a unas compañeras de trabajo diversos talleres de temáticas ecológicas, entre ellas la de la necesidad del reciclaje en nuestra sociedad. El cuento fue representado por nosotros en gran cantidad de colegios públicos y privados de Alcalá de Henares con títeres de material reciclado que nosotros mismos realizamos. Fue publicado en esta bitácora en la Noticia 572ª. Creo que fue reutilizado por posteriores trabajadores de ese mismo proyecto educativo de la Concejalía de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Alcalá de Henares. Es un cuento muy consultado por la red bajo palabras de búsqueda que me hacen pensar que múltiples padres llegan a él o bien para iniciar a sus hijos en los porqués de reciclar, o, más probablemente, para buscar un modelo en el cual inspirarse (quiero pensar que no para plagiar) con la idea de ayudar a sus hijos e hijas en ejercicios escolares de educación medioambiental.
Dindey fue muy decisivo en la formación definitiva en mi gusto por escribir. Ver que realmente lo que escribía gustaba, entretenía y dejaba a la gente con ganas de más historias, me encauzó definitivamente en esto. Ya no sólo escribía por mí mismo, razón principal hasta hoy mismo incluso, sino que también a sabiendas de que podía compartir esos mundos que imagino. Asi pues, os lo presento en seis entregas. El cuento está escrito cuando tenía trece años, por lo que tiene innumerables ingenuidades y simplezas por las que pedir perdón siendo ahora adulto. Pero también tiene aciertos incluso hoy día, como algunos de los paisajes ficticios que se presentan. Sin más, aquí tenéis los dos primeros capítulos con uno de los tres dibujos que creé para acompañar este relato que me ocupó por entonces varios folios.
(Daniel L.-Serrano "Canichu". Alcalá de Henares; Nota
del 2 de diciembre de 2012).
DINDEY
(escrito entre
diciembre de 1992 y primeros días de 1993)
Capítulo
1
Hace
mucho tiempo, cuando aún existían los dragones y había castillos encantados, un
grupo limitado de labradores labraban las tierras pertenecientes a su buen
señor Badsim de Vatsal. Badsim era un viejo caballero que a pesar de su edad,
ya muy elevada, era consejero del rey Aladino.
Entre
los labradores destacaba un joven de diecinueve años. Este, al contrario que
sus compañeros, iba siempre aseado y peinado. Era, por ello, el centro de las
burlas de sus compañeros. Se llamaba Elgue. Estaba locamente enamorado de la
princesa Flencha, desde que una vez la vio cabalgar por aquella zona.
Flencha
tenía un pelo negro que le llegaba hasta la cintura. Sus ojos eran oscuros y su
piel era la más tersa y bella de todo el país. Aunque se rumoreaba que ella
mandó matar a su hermana mayor, Zaira, para quedarse con el trono.
Uno
de los labradores empezó a hablar:
-¿Sabéis?
Elgue va a ir esta noche a cortejar a la princesa.
-Cállate
–dijo Elgue, pero el labrador, animado, siguió.
-Venga
Elgue, bien sabes que una princesa no se puede casar con un campesino. Si el
rey Aladino se entera siquiera de que la has mirado te mandará ahorcar. Además,
eres muy feo –realmente Elgue era bien parecido.
-Lo
que yo haga no es asunto tuyo.
-Miradle,
se ha puesto en guardia, como un gallo de pelea.
-Si
sigues hablando, Badsim se enterará de lo que pasó realmente con su caballo, y
no será por casualidad.
No
se volvió a oir nada más en toda la jornada, y nadie se atrevió a mirar a la
cara a Elgue, ni a replicarle. La verdad era que aunque a veces se burlaban de
él por su forma de cuidar su aspecto, no es que estuviese todo el día lavándose
y peinándose, pero como siempre iba bien arreglado, era el centro de atracción
de todo el campo de labranza, y no del pueblo; porque él vivía con su familia
en el bosque y no en el pueblo.
Capítulo
2
Esa
misma noche Elgue salió de su casa con cuidado de no despertar a sus padres y
sus hermanos. Estuvo un rato quieto en mitad de la espesura del bosque que
cubría su casa. Ni un movimiento, ni un ruido… Fue entonces cuando comprendió
porque se llamaba el Bosque de las Ánimas. Pronto le llegó el olor del pantano
cercano de su casa. Entonces reanudó el camino, pronto llegó a la ciudad. La
ciudad no era gran cosa; callejuelas, callejones sin salida, un borracho tirado
en medio de la calzada, gritos de niños que temen a la oscuridad… Atravesó la
plaza que daba a la cárcel. Aún se podía distinguir al sangre sobre un tronco
cortado de algún desdichado reo. También se oían los martillazos de dos hombres
que se afanaban en construir la horca para la mañana siguiente. A Elgue se le
hizo un nudo en la garganta, siguió andando, y cuando la oscuridad le abrazaba
completamente, llegó al palacio fortaleza del Rey.
Elgue
había estado observando cada cuanto se cambiaba la guardia. Así que se tiró al
agua del foso y nadó hasta el puente levadizo, donde, en el agua, esperó que la
luna estuviese en lo más alto, ya que sólo entonces sería el cambio de guardia
y su entrada. Estaba ya medio dormido cuando oyó un chirrido encima suya y,
después, un golpe de maderas. Miró hacia la luna y vio que estaba en lo más
alto, a continuación oyó pasos y voces de los guardias que discutían sobre el
ahorcamiento de la siguiente mañana. Mientras los guardias de relevo buscaban a
los dos guardias que habían de relevar, Elgue salió del agua y se introdujo en
el palacio por el puente levadizo todavía abierto. Atravesó el patio de armas
en penumbra y por el tragaluz de los calabozos del sótano se metió dentro del
palacio. Estaba en un pasillo donde a cada lado había unas pesadas puertas de
madera, lo atravesó rápidamente, el carcelero estaba dormido y no fue ningún
problema. Subió unas tortuosas escaleras y después recorrió todo el pasillo en
busca de Flencha. Estuvo en la sala del trono, la cocina, en la habitación del
Rey Aladino mientras este dormía… Pero al fin encontró la habitación de
Flencha, y observó como dormía, hasta que decidió despertarla. La movió
suavemente y cuando abrió los ojos le dijo:
-No
te asustes, soy un inofensivo campesino.
-¿Y
qué quieres? –contestó Flencha con naturalidad.
-No
lo sé… Bueno, tal vez sí… la verdad es que te vi cabalgando por las tierras de
Badsim de Vatsal, y al ver tu cabello al viento, tus ojos, tu manera de ser…
-No
sigas, ya sé lo que quieres decir, y la verdad, ¿qué podría darme un simple
campesino que no me diera uno de tantos nobles que me pretenden? Sal de aquí
antes de que llame a la guardia, y seas tú al que ahorquen mañana y no a ese
tonto ladronzuelo del que tanto se habla.
-Pero…
pero realmente te quiero y te adoro como si fueras tú la luna que alumbra la
noche, no me rechaces por favor.
-Sólo
te querría si fueses un príncipe, un noble y aún si fueses caballero de
renombre. Sal por la puerta por la que has entrado y reza porque no diga lo que
has hecho, ¡fuera!
Elgue
se fue cabizbajo, entristecido por el rechazo. Cerró la puerta tras de sí,
atravesó un pasillo alfombrado y se sentó encima de una mesa de láminas de oro.
Había llegado a una antesala que daba con la sala del trono. Aunque estaba todo
oscuro pudo distinguir un suelo de mármol y unas sillas forradas de terciopelo
rojo, en el techo había una extraña pintura y las paredes estaban ocultas bajo
unos tapices que representaban escenas de guerras muy lejanas. Entonces se le
ocurrió una idea; le pediría al rey que le nombrara caballero. Como estaba
dentro del palacio no le sería difícil encontrar al rey a la mañana siguiente.
Se tumbó en la mesa en la que se había sentado y trató de dormir un poco.
Cuando
despertó, la luz invadía el palacio. Se levantó de la mesa y se desperezó.
Entró en la sala del trono donde todavía no había nadie, era la más bonita sala
que había visto. Era inmensamente grande, en una pared lateral había dos
cortinas gigantescas que estaban descorridas a razón de que entrara el sol por
la gigantesca ventana que, se supone, tendrían que cubrir. En la otra pared
lateral, había muchos asientos de madera y una gigantesca bandera con el escudo
real, que tapaba toda la pared a modo de tapiz. En una de las paredes que no
eran laterales, estaba colocado el trono y a su lado una silla como las que
había en la antesala. El trono estaba hecho con la mejor madera el reino pero
estaba laminado en oro. Tanto el respaldo como lo que servía de asiento estaban
acolchados y forrados con terciopelo rojo. En el apoyabrazos había
incrustaciones de zafiro y esmeraldas. En la pared opuesta al trono, había una
gigantesca puerta. Al ver todo aquello, Elgue, se quedó inmóvil. Sólo reaccionó
cuando entraron cinco guardias en la sala que escoltaban al consejero
espiritual del rey, llamado Petronio. Se comentaba que era de tierras lejanas,
se le acercó y empezó a hablar.
-Dime,
hijo, ¿quién eres?
-Elgue,
el campesino.
-¿Y
qué haces aquí?
-Quisiera
que el rey me nombrara caballero.
-Pero
has dicho que eres campesino.
-Sí,
lo soy.
-Mira,
seguro que no te gustará ser caballero… su vida es muy ajetreada. Anda vuelve a
los campos de tu señor, antes de que te eche en falta. Sin duda has tenido
suerte sólo de llegar hasta aquí.
-Pero
yo quiero que me haga caballero.
-¡Guardias!
Dadle un poco de leche y que regrese a sus quehaceres.
Poco
después Elgue estaba otra vez labrando en la tierra. Esta vez más silencioso
que nunca y cabizbajo.
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