Iba a escribir el post dentro de unos días, dando margen al relato que puse ayer. Pero he preferido no retrasar más la presentación de un blog que lleva ya tiempo funcionando. Os presento Dentro del Agujero, el blog de Acolade, mencionado en el pasado en este blog con ese nombre y como Rubén o Zepezlin. Es un viejo amigo, como ya se ha dicho y contado alguna juerga alguna vez. Escribimos juntos en la redacción de El Recreo y actualmente colabora de vez en cuando con Chico Gris y conmigo en La Botella Vacía. Muchas batallitas conjuntas, buenas y malas, ya es hora de que le hiciera un link, mea culpa la tardanza. Os lo dejo, como el resto de este rincón de la blogosfera a la derecha, hay alguno nuevo más, por cierto como el de El Fantástico Amante de Plástico.
Y por otra aprte, a ver si por unos días os apañáis con la lectura de este relato que acabo de terminar y que quería escribir a medias con Vaho, pero no pudo ser. Tal vez sí, tal vez no, se publiqué en La Botella Vacía. En principio el protagonista lo inspiró inicialmente y sólo en parte el Vaquero de la Vaca Flaca.
LA HISTORIA QUE ESCRIBIÓ LA PLAYA Y EL MAR BORRÓ
Aquel estrecho era en realidad una cala. Armenteros entró con su viejo barco de vapor creyendo que podría huir por allí engañándoles. No conocía muy bien aquella zona de Indonesia. Ellos estaban cerca y no tardarían en alcanzarle. Ya no podía volver a la entrada y ni siquiera había un lugar donde ocultar el barco, ni un resquicio suficientemente amplio entre las rocas. Su barco no era muy grande, lo suficiente para realizar pequeñas travesías entre Mindanao e islas relativamente cercanas entre las que transportar a determinados pasajeros interesados, buscar algo de comercio y traficar con armas, alcohol o productos de aquellos lugares. Apagó el motor con la esperanza de que el silencio hiciese desistir a sus perseguidores de proseguir la búsqueda por aquel lugar.
El agua estaba calma. Era un amanecer neblinoso de cielo blanquecino. Armenteros se quitó su guerrera y agarró un arpón como único medio de defensa. Cuando el negro N'go murió una hora antes en la proa cayó al mar con la caja de fusiles Winchester que intentaban hacer llegar a unos británicos australianos que se dedicaban al contrabando con piratas japoneses. Ahora sólo le quedaba el arpón, ni siquiera tenía más balas para su revolver. Se quedó en popa mirando atentamente algún lugar en busca de sus perseguidores y encontró ligeras ondulaciones del agua que iban en aumento en busca del choque con su propia embarcación. Pronto se dejó ver una pequeña embarcación de vela china con unos cuatro o cinco tripulantes que se dirigían hacia él. Los conocía. Les había vendido armas unos meses antes del levantamiento de los bóxer el año anterior. 1900, el año de la rebelión contra los occidentales y japoneses.
Lentamente aquella embarcación llegó hasta el barco de vapor de Armenteros. Eran definitivamente cuatro los chinos, tres sus cuchillos y machetes, uno sus rifles y dos sus pistolas. Armenteros y los cuatro bóxer se miraron sin decidirse a pronunciar palabra. Todos estaban igual de sorprendidos sin terminar de comprender qué estaba ocurriendo. Ninguno estaba dispuesto a gastar sus fuerzas con el otro cuando aún estaban ellos, los perseguidores, cerca.
El cielo se llenó de potentes graznidos que precedieron a la aparición de aquellos extraños seres alados sobre los que montaban esos tipos que les estaban dando caza a ellos. Nunca antes los habían visto, ni se sabía que el ser humano pudiera volar ni aún montado en aquellas extrañas criaturas de sonido acosador. Pero ellos, ellos, según bajaban en picado y raptaban a los chinos que vanamente usaron sus armas, no eran humanos, aunque se asemejaban. Armenteros soltó el arpón justo cuando fue atrapado por la espalda y ascendido al cielo. Volaba atrapado en aquella bandada que se dirigía a atravesar las nubes. Un barco como de cristal les recibió volando por encima de ellas. Todas aquellas criaturas se posaron en su cubierta y descabalgaron ellos, sus perseguidores, asiéndoles con fuerza a los chinos y a él. Una especie de mampara como de cristal techó la embarcación y se desplegaron unas velas metálicas a lo largo de tres mástiles de alguna aleación metálica, las cuales hicieron navegar aquel navío más arriba de las nubes aún, impulsadas por los rayos de Sol.
Cuando les soltaron, no sin estar rodeados, apareció ante ellos la que parecía la dueña de la embarcación. Un ser ciertamente femenino, bello y voluptuoso, como una mujer humana, de pelo largo y lacio, mas de piel con claridad violácea y ojos amarillos, pero seductores. Armenteros quedó cautivado al igual que los cuatro bóxer. Mas no tenían palabras.
La mujer se les acercó y miró uno por uno. Mandó poner grilletes a uno de los boxer y ordenó que lo azotaran. Con un largo látigo de apariencia pesada le destrozó la espalda uno de aquellos seres. El boxer se despellejó y descarnó rápidamente, en apenas diez minutos moría sobre la cubierta ante el horror de sus compañeros de desdicha. Viendo la mujer el poco tiempo que duró el boxer con vida probó con otro de aquellos humanos de ojos rasgados, y ordenó que le hicieran levantar una pesada y enorme pieza cilíndrica de uso incierto para Armenteros y el resto. El boxer no pudo levantarla pese a los empellones de sus raptores y aquella mujer debió ordenar que le ayudasen cargándoselo sobre los hombros. Una de aquellas criaturas que les raptaron desde el cielo levantó con sus manos aquella extraña pieza y la depositó sobre los hombros del boxer, cuyos huesos se replegaron sobre sí mismos destrozándole el cuerpo e inevitablemente haciéndole morir reventado y aplastado.
Sólo quedaban un único boxer y Armenteros, silenciados por el terror, aunque las vísceras de sus acompañantes invitaban a la crisis nerviosa. La mujer debió cansarse rápido de sus experimentos pues los hizo bajar a la bodega de la nave. Allí los encerraron en un habitáculo con otras personas de mirada perdida o balbuceantes. Armenteros, hombre de acción, quiso intentar saber qué podrían saber de más alguno de esos otros presos, aunque difícilmente encontró alguien cabal y menos aún de su propia lengua. Sólo un hombre de cara sumamente envejecida llegó a describirle algo así como la cabeza de un animal dentro del cuerpo de un amigo, comiendo. Algo que era poco útil, pero que desde luego indicaba que no parecía que aquellos seres tuvieran un buen final para ellos. ¿Cuál era la causa, cuál el motivo, de aquello?
Por días, quizá por meses, estuvieron viajando atrapados en el habitáculo de la bodega. Cuando volvieron a ver la luz del sol, algunos de ellos habían muerto de sed, de hambre, de fatiga o de hacinamiento entre montones de personas sudorosas, aterrorizadas y sintiendo sus heces flotar entre sus orines acumulados por el suelo. Las extrañas criaturas semejantes a humanos les sacaron y les limpiaron sobre cubierta a base de arrojarles agua. Les restregaron cosas pringosas que les daban brillo, que Armenteros hubiera jurado era grasa animal... o al menos quería pensar fuera animal. Tras varios días de ser bien alimentados y de hacerles recobrar algo de confianza falsa (de gratitud a su raptor por amor a no haberles matado como a sus compañeros) subieron a cubierta multitud de extrañas criaturas violáceas, bellas en sus formas, que empezaron a mirarles, olerles, tocarles y preguntar sobre ellos. Estaban, sin duda, en una venta de esclavos. Pero no fue Armenteros vendido a nadie. La capitana de aquel extraño barco le retiró y se lo llevó a lo que debía ser su camarote.
-Tú no serás vendido -le dijo con extraño y seductor acento-. No sabes por qué estás aquí. Estás aquí para servirme... Una raza como la vuestra, tan débil, se empeña en demostrar su fuerza matándose entre sí. Por eso sois buena mercancía para vender a la alta sociedad que apuesta por vuestros combates a muerte. Hacen buenas sumas de dinero a vuestra costa. Vosotros os entregáis a combates con la esperanza de sobrevivir matándoos los unos a los otros. Esperando subir puestos y alcanzar con ellos una vida mejor a costa de vuestros compañeros. Ellos, mis clientes, la alta sociedad, fomentan vuestros combates y os hacen trabajar duro para entregaros a peleas cada vez más espectaculares, más encarnizadas, y vosotros trabajáis por ello mientras ellos se enriquecen con vuestros combates. Sois una raza débil y os empeñáis en demostrar vuestra fuerza matándoos entre vosotros. Pero este planeta pronto se entregará a otra nueva guerra contra otro viejo planeta enemigo, y necesitará combatientes. A los que hoy peleáis por divertirles, mañana se os ofrecerá combatir en sus frentes de guerra con falsas promesas de libertad. Ya antes ocurrió y seguirá ocurriendo, pues esta es una civilización avanzada que aprendió de sus hechos. Y vosotros combatiréis y moriréis, y aquellos que sobrevivan creerán ser libres, pero serán mandados presuntamente libres al desierto de sal, con su propia explotación salina, pero en el desierto de sal perecerán, pues ni aún la raza de este planeta sobrevive allí, pero necesitan la sal y vosotros en vuestra debilidad querréis demostrar vuestra fuerza matándoos. Y tú, tú, estarás a mi servicio, no porque seas más fuerte, que no lo eres, ni porque seas más listo que el resto de los de tu raza, mas eres igual que el resto. Sino porque tú has de ser mi protegido si a cambio eres mi interprete para el resto de mercancía que obtengamos. Si rehusas no me será difícil encontrar otro intérprete, no de esta carga de hoy, que se quedaron inactivos a los primeros horrores que vieron, pero sí de otras cargas. ¿Qué me dices?
Armenteros calló ante tanta información, pero había entendido la vida que se le ofrecía y la vida que se ofrecía al resto de personas que viajaron con él en el habitáculo de la bodega. La esclavitud y la condena a no prosperar jamás intentando prosperar.
-No seré tu intérprete -dijo.
-Entonces... -dijo ella y acabó en un estridente y quejumbroso grito que se fue enmudeciendo al no advertir que Armenteros, en un rápido movimiento, había cogido un punzante instrumento, que debía hacer de sustituto de compás sobre un mapa con constelaciones, y se lo había clavado hasta la rosca que abría el ángulo del instrumento dentro de la garganta.
Ella se deslizó hacia el suelo intentando mantenerse en pie aferrándose a él, pero Armenteros sacó el instrumento de la garganta de ella y se lo clavó de nuevo en el comienzo de la boca del estómago con la misma fuerza e ímpetu que cuando lo clavó en la garganta, y aún lo volvió a clavar en el pecho hasta la mitad. Ella cayó al suelo del camarote y dejaba deslizar de su cuerpo al suelo un charco de la misma sangre que hacía un rato le otorgaba la vida y ahora se la quitaba yéndose poco a poco y a la vez con rapidez.
Armenteros sabía que pronto entrarían allí el resto de sus captores y poca defensa podría presentar. Abrió una ventana y se lanzó por ella. Era libre. No entraría en el juego de aquellos seres. Armenteros era libre... lo supo cuando se tiró y lo valoró cuando cayó al mar... El negro N'go estaba a su lado, la cala estaba tranquila, sus perseguidores pasaron de largo.
Daniel L.-Serrano.
Alcalá de Henares, 9 de Enero de 2007.
Aquel estrecho era en realidad una cala. Armenteros entró con su viejo barco de vapor creyendo que podría huir por allí engañándoles. No conocía muy bien aquella zona de Indonesia. Ellos estaban cerca y no tardarían en alcanzarle. Ya no podía volver a la entrada y ni siquiera había un lugar donde ocultar el barco, ni un resquicio suficientemente amplio entre las rocas. Su barco no era muy grande, lo suficiente para realizar pequeñas travesías entre Mindanao e islas relativamente cercanas entre las que transportar a determinados pasajeros interesados, buscar algo de comercio y traficar con armas, alcohol o productos de aquellos lugares. Apagó el motor con la esperanza de que el silencio hiciese desistir a sus perseguidores de proseguir la búsqueda por aquel lugar.
El agua estaba calma. Era un amanecer neblinoso de cielo blanquecino. Armenteros se quitó su guerrera y agarró un arpón como único medio de defensa. Cuando el negro N'go murió una hora antes en la proa cayó al mar con la caja de fusiles Winchester que intentaban hacer llegar a unos británicos australianos que se dedicaban al contrabando con piratas japoneses. Ahora sólo le quedaba el arpón, ni siquiera tenía más balas para su revolver. Se quedó en popa mirando atentamente algún lugar en busca de sus perseguidores y encontró ligeras ondulaciones del agua que iban en aumento en busca del choque con su propia embarcación. Pronto se dejó ver una pequeña embarcación de vela china con unos cuatro o cinco tripulantes que se dirigían hacia él. Los conocía. Les había vendido armas unos meses antes del levantamiento de los bóxer el año anterior. 1900, el año de la rebelión contra los occidentales y japoneses.
Lentamente aquella embarcación llegó hasta el barco de vapor de Armenteros. Eran definitivamente cuatro los chinos, tres sus cuchillos y machetes, uno sus rifles y dos sus pistolas. Armenteros y los cuatro bóxer se miraron sin decidirse a pronunciar palabra. Todos estaban igual de sorprendidos sin terminar de comprender qué estaba ocurriendo. Ninguno estaba dispuesto a gastar sus fuerzas con el otro cuando aún estaban ellos, los perseguidores, cerca.
El cielo se llenó de potentes graznidos que precedieron a la aparición de aquellos extraños seres alados sobre los que montaban esos tipos que les estaban dando caza a ellos. Nunca antes los habían visto, ni se sabía que el ser humano pudiera volar ni aún montado en aquellas extrañas criaturas de sonido acosador. Pero ellos, ellos, según bajaban en picado y raptaban a los chinos que vanamente usaron sus armas, no eran humanos, aunque se asemejaban. Armenteros soltó el arpón justo cuando fue atrapado por la espalda y ascendido al cielo. Volaba atrapado en aquella bandada que se dirigía a atravesar las nubes. Un barco como de cristal les recibió volando por encima de ellas. Todas aquellas criaturas se posaron en su cubierta y descabalgaron ellos, sus perseguidores, asiéndoles con fuerza a los chinos y a él. Una especie de mampara como de cristal techó la embarcación y se desplegaron unas velas metálicas a lo largo de tres mástiles de alguna aleación metálica, las cuales hicieron navegar aquel navío más arriba de las nubes aún, impulsadas por los rayos de Sol.
Cuando les soltaron, no sin estar rodeados, apareció ante ellos la que parecía la dueña de la embarcación. Un ser ciertamente femenino, bello y voluptuoso, como una mujer humana, de pelo largo y lacio, mas de piel con claridad violácea y ojos amarillos, pero seductores. Armenteros quedó cautivado al igual que los cuatro bóxer. Mas no tenían palabras.
La mujer se les acercó y miró uno por uno. Mandó poner grilletes a uno de los boxer y ordenó que lo azotaran. Con un largo látigo de apariencia pesada le destrozó la espalda uno de aquellos seres. El boxer se despellejó y descarnó rápidamente, en apenas diez minutos moría sobre la cubierta ante el horror de sus compañeros de desdicha. Viendo la mujer el poco tiempo que duró el boxer con vida probó con otro de aquellos humanos de ojos rasgados, y ordenó que le hicieran levantar una pesada y enorme pieza cilíndrica de uso incierto para Armenteros y el resto. El boxer no pudo levantarla pese a los empellones de sus raptores y aquella mujer debió ordenar que le ayudasen cargándoselo sobre los hombros. Una de aquellas criaturas que les raptaron desde el cielo levantó con sus manos aquella extraña pieza y la depositó sobre los hombros del boxer, cuyos huesos se replegaron sobre sí mismos destrozándole el cuerpo e inevitablemente haciéndole morir reventado y aplastado.
Sólo quedaban un único boxer y Armenteros, silenciados por el terror, aunque las vísceras de sus acompañantes invitaban a la crisis nerviosa. La mujer debió cansarse rápido de sus experimentos pues los hizo bajar a la bodega de la nave. Allí los encerraron en un habitáculo con otras personas de mirada perdida o balbuceantes. Armenteros, hombre de acción, quiso intentar saber qué podrían saber de más alguno de esos otros presos, aunque difícilmente encontró alguien cabal y menos aún de su propia lengua. Sólo un hombre de cara sumamente envejecida llegó a describirle algo así como la cabeza de un animal dentro del cuerpo de un amigo, comiendo. Algo que era poco útil, pero que desde luego indicaba que no parecía que aquellos seres tuvieran un buen final para ellos. ¿Cuál era la causa, cuál el motivo, de aquello?
Por días, quizá por meses, estuvieron viajando atrapados en el habitáculo de la bodega. Cuando volvieron a ver la luz del sol, algunos de ellos habían muerto de sed, de hambre, de fatiga o de hacinamiento entre montones de personas sudorosas, aterrorizadas y sintiendo sus heces flotar entre sus orines acumulados por el suelo. Las extrañas criaturas semejantes a humanos les sacaron y les limpiaron sobre cubierta a base de arrojarles agua. Les restregaron cosas pringosas que les daban brillo, que Armenteros hubiera jurado era grasa animal... o al menos quería pensar fuera animal. Tras varios días de ser bien alimentados y de hacerles recobrar algo de confianza falsa (de gratitud a su raptor por amor a no haberles matado como a sus compañeros) subieron a cubierta multitud de extrañas criaturas violáceas, bellas en sus formas, que empezaron a mirarles, olerles, tocarles y preguntar sobre ellos. Estaban, sin duda, en una venta de esclavos. Pero no fue Armenteros vendido a nadie. La capitana de aquel extraño barco le retiró y se lo llevó a lo que debía ser su camarote.
-Tú no serás vendido -le dijo con extraño y seductor acento-. No sabes por qué estás aquí. Estás aquí para servirme... Una raza como la vuestra, tan débil, se empeña en demostrar su fuerza matándose entre sí. Por eso sois buena mercancía para vender a la alta sociedad que apuesta por vuestros combates a muerte. Hacen buenas sumas de dinero a vuestra costa. Vosotros os entregáis a combates con la esperanza de sobrevivir matándoos los unos a los otros. Esperando subir puestos y alcanzar con ellos una vida mejor a costa de vuestros compañeros. Ellos, mis clientes, la alta sociedad, fomentan vuestros combates y os hacen trabajar duro para entregaros a peleas cada vez más espectaculares, más encarnizadas, y vosotros trabajáis por ello mientras ellos se enriquecen con vuestros combates. Sois una raza débil y os empeñáis en demostrar vuestra fuerza matándoos entre vosotros. Pero este planeta pronto se entregará a otra nueva guerra contra otro viejo planeta enemigo, y necesitará combatientes. A los que hoy peleáis por divertirles, mañana se os ofrecerá combatir en sus frentes de guerra con falsas promesas de libertad. Ya antes ocurrió y seguirá ocurriendo, pues esta es una civilización avanzada que aprendió de sus hechos. Y vosotros combatiréis y moriréis, y aquellos que sobrevivan creerán ser libres, pero serán mandados presuntamente libres al desierto de sal, con su propia explotación salina, pero en el desierto de sal perecerán, pues ni aún la raza de este planeta sobrevive allí, pero necesitan la sal y vosotros en vuestra debilidad querréis demostrar vuestra fuerza matándoos. Y tú, tú, estarás a mi servicio, no porque seas más fuerte, que no lo eres, ni porque seas más listo que el resto de los de tu raza, mas eres igual que el resto. Sino porque tú has de ser mi protegido si a cambio eres mi interprete para el resto de mercancía que obtengamos. Si rehusas no me será difícil encontrar otro intérprete, no de esta carga de hoy, que se quedaron inactivos a los primeros horrores que vieron, pero sí de otras cargas. ¿Qué me dices?
Armenteros calló ante tanta información, pero había entendido la vida que se le ofrecía y la vida que se ofrecía al resto de personas que viajaron con él en el habitáculo de la bodega. La esclavitud y la condena a no prosperar jamás intentando prosperar.
-No seré tu intérprete -dijo.
-Entonces... -dijo ella y acabó en un estridente y quejumbroso grito que se fue enmudeciendo al no advertir que Armenteros, en un rápido movimiento, había cogido un punzante instrumento, que debía hacer de sustituto de compás sobre un mapa con constelaciones, y se lo había clavado hasta la rosca que abría el ángulo del instrumento dentro de la garganta.
Ella se deslizó hacia el suelo intentando mantenerse en pie aferrándose a él, pero Armenteros sacó el instrumento de la garganta de ella y se lo clavó de nuevo en el comienzo de la boca del estómago con la misma fuerza e ímpetu que cuando lo clavó en la garganta, y aún lo volvió a clavar en el pecho hasta la mitad. Ella cayó al suelo del camarote y dejaba deslizar de su cuerpo al suelo un charco de la misma sangre que hacía un rato le otorgaba la vida y ahora se la quitaba yéndose poco a poco y a la vez con rapidez.
Armenteros sabía que pronto entrarían allí el resto de sus captores y poca defensa podría presentar. Abrió una ventana y se lanzó por ella. Era libre. No entraría en el juego de aquellos seres. Armenteros era libre... lo supo cuando se tiró y lo valoró cuando cayó al mar... El negro N'go estaba a su lado, la cala estaba tranquila, sus perseguidores pasaron de largo.
Daniel L.-Serrano.
Alcalá de Henares, 9 de Enero de 2007.
11 comentarios:
Es como gladiator pero con marcianos, por cierto Armenteros gran extremo del Caja Ademar de Leon
la verdad es que no es como gladiator, aunque use recursos de la esclavitud a lo largo de la Historia... y tampoco me refiero a ese armenteros... pero se acepta... Un saludo desde mahou.
Pondré a trabajar la impresora, :)
Que buen relato. Se me ocurren dos cosas en este momento:
i) Armenteros es Sandokán y Sinbad y todos los marinos aventureros.
ii) La libertad es imposible en la práctica, pero posible como estado mental producto de una decisión consciente.
"pefriero morir estampado que vivir como un asquesoroso esclavo"
armenteros antes de saltar al vacío
(bueno, me ha sorprendido y despues enganchado, sigue asi)
Esos son los héroes que me gustan... aquéllos que no tienen un precio, aquéllos que saben qué quieren. ¡Muy bueno!
Por un momento pensé en el tránsito de Barcelona a Argèlès sur Mer. Pero se parece más a Cipriano Mera.
bueno bueno bueno
y gracias por el gift
besos sendos
RAQUEL: la de tinta que te habré hecho gastar ya... uffffff....
ANDRES DAVID: en cuanto al punto ii es un punto de vistra a tener en cuenta desde luego... se puede interpretar así, aunque yo creo que con la lucha personal en su vida pesonal la libertad es posible, dentro de conceptos que algún día explicaré. Un saludo, relatista.
ALON: a lo espartaco. ;P
LILIANA: Y sin embargo la vida real tiene varios de estos.., la mayoría anónimos diarios.
PCBCARP: hummm... me ha hecho pensar... en cuanto al estado de posts de mi blog últimamente llevas razón, pcbcarp, es posible que esté en un estado vitral parecido a cuando me largué de vagabundo este verano pasado... muy acertada reflexión. Un saludo y una cerveza en su bar más cercano.
MARI: no hay de qué. saludos alcalaínos.
Como Don Quijote luchando contra molinos, creo que Armenteros lucha con sus visiones, cuando lo único que hace es saltar del barco a la costa...Hay veces que vemos cosas donde no las hay, y nos aferramos a la única cosa que tenemos clara.
lo de la visión no está mal enfocado, el don quijotismo también. El resto es tu interpretación personal, que como siempre digo es válida en cuanto lo es válida para ti. Curiosa. Saludo.
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