miércoles, mayo 08, 2019

NOTICIA 1872ª DESDE EL BAR: OTRA ESTATUA NUEVA EN LA CIUDAD

Ahí está Quevedo, de nuevo en uno de los balcones de Alcalá de Henares. Claro está que antes estaba en carne y hueso, totalmente vivo, cuando era estudiante cuatrocientos años atrás. No sé si Quevedo leería desde alguno de los balcones alcalaínos, en alguno, al menos, sí estaría alguna vez. Como mínimo sabemos que en sus correrías nocturnas, juergas y peleas a sable (cuestiones de mujeres y literarias mediante) solía entrar en los recintos de la Universidad ayudado por sus compañeros escalando a un balcón. Lo sabemos gracias a una anécdota de una broma que le gastaron, cuando le dejaron bamboleándose en una cuerda, cuando los guardias le dieron el "¿quién va?" y él contestó con su particular sentido del humor y rima fácil. La cosa es que ha pasado a la Historia el chascarrillo de que Quevedo pasó sus años universitarios más dentro de la cárcel para estudiantes que en el aula. 

La nueva estatua de Alcalá de Henares contiene a Quevedo en bronce, quieto y leyendo algo desde el balcón, suponemos que a un público por la postura. Quizá está representado con la edad adulta que más nos suena por sus retratos, y no tanto por la juvenil con la que estuvo por acá. Pero es también cierto que aparece en la reconstrucción de uno de los edificios de la Historia reciente de Alcalá.

En la calle Escritorios encontraremos al inane Quevedo en la casa que fue del siglo XVI-XVII, con su propia y larga Historia tras de sí, desde la remodelación urbanística del Cardenal Cisneros en la ciudad, haciendo un trazado humanístico y Renacentista. Una casa que en la segunda mitad del siglo XX algunos recuerdan con los bajos con vecinos e incluso con tienda de frutos secos. Que en el siglo XXI sufrió un incendio, quizá para encubrir la muerte o asesinato de un profesor que estuvo allí tal vez buscando droga, como se publicó en su día en la prensa. Una casa cuya destrucción por las llamas y la posterior crisis económica forzó a que estuviera en ruinas y su solar muy maltrecho, con unos andamios que parecían jirones de los sudarios de muertos en estado de rancio hueso. Hará cosa de uno o dos años que se comenzó a reconstruir y al fin para finales del año pasado 2018, se tenía terminada con algún elemento moderno, como son los telefonillos automáticos. El constructor recuperó su patio con columnas del siglo XVI, con sus escudos blasonados, síntoma de que alguien pudo vivir con cierto nombre en otras épocas, aunque hoy sea ceniza. Lo ha dejado francamente bonito y es una reconstrucción a felicitar. Siendo Patrimonio de la Humanidad no sé si sería cosa del constructor o del ayuntamiento o de ambos o de otra entidad colocar la estatua. A mí me parece bien, es bien afortunada. Rompe un poco ese cansinismo de los últimos años de que todo tiene que ser Cervantes o Cisneros. Escritores en Alcalá hubo y hay innumerables. Y si no: Las notas de los cíclopes libreros, que va en aumento de nómina.

Se va poblando la ciudad de estatuas de cuerpo entero de Quevedos leyendo en el balcón, mujeres que leen en otros balcones, niños que pasean perros, Cisneros que pasea con niños, aguadores con sus mulas, cigüeñas bebiendo, Azaña sentado pesadamente, atletas en lo suyo, Quijotes y Sanchos sentados contando historias de viejos, quizá la de que en otra dimensión Quijote es largo y geométrico y Sancho un humilde olivo, Cervantes en pedestales, Salvador de Madariaga en medallón, Catalina de Aragón flor y rosa en manos, seres extraños en las murallas medievales, Isabel I llamada la católica en un trono dispuesto a ras de tierra, la rosa de los vientos inmóvil y rodeada de signos zodiacales, el arzobispo Carrillo desprovisto de báculo, un ancla de barco en medio de la meseta peninsular, el presidente Lázaro Cárdenas descabezado en su rotonda, un viejo árbol que recuerda que hubo naturaleza donde ahora hay carretera, nuestro libertador Juan Martín el Empecinado olvidado en su rincón, y así otras criaturas.

La cosa es que esa casa desde la que nos habla Quevedo no es otra ubicación, ni fue otro edificio, que el que albergó en las primeras décadas del siglo XX la escuela privada y laica de "El Porvenir de la Infancia", propiedad y llevada por Francisco Pardina. Como bien apuntó el historiador Julián Vadillo en su día, Pardina hacía uso de las leyes educativas del reinado de Alfonso XIII y posteriormente de la Segunda República, en donde se permitía a los padres elegir entre recibir clases de religión a modo de catequesis o bien Historia de las religiones y ética. Esto es algo que Francisco García Cuevas, el periodista y escritor de las dos primeras décadas de ese siglo XX, nunca le perdonó. Ultracatólico como era le señaló y acusó desde su periódico en las décadas de 1900-1910. Pardina se defendió, pero la ciudadanía de derechas de la ciudad ya le habían marcado. No ayudaba que este profesor se hiciera del PSOE, ni que durante la República y al comienzo de la guerra civil se prestara, ya mayor, a ayudar en lo que pudiera, siempre desde una perspectiva que él jamás aplaudió la violencia de la guerra. Dado a la democracia, al acabar la guerra en 1939 su escuela fue clausurada, él depurado. Le prohibieron volver a dar clases y le arruinaron económicamente, siendo anciano. Perdió su escuela. Dicen algunos que para ganar algo con que vivir daba clases particulares a domicilio, de manera clandestina. Sea como sea, es recordado como buena persona a la que se le señaló injustamente para hacerle la vida imposible. La casa que hoy está reconstruida fue aquel Porvenir de la Infancia, aunque en su puerta no lo recuerde ninguna placa, y en su balcón hoy anida Quevedo, golondrina de la Cultura, que vuelve a su nido a anidar.

Sin mucho más. Y siendo hoy el 14º cumpleaños de mi gata Reina os saludo y que la cerveza os acompañe.

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