"No olvidemos jamás que lo bueno no se alcanza nunca sino por medio de lo mejor", lo dijo nada menos que el escritor romántico francés del siglo XIX Víctor Hugo. Eso dice mi calendario para estrenar diciembre.
Que lo bueno no se alcanza sino por medio de lo mejor, supongo que muchas personas pueden hacer reflexiones muy diversas en general sobre tal afirmación. Imagino que Víctor Hugo no pensaba en retrocesos en lo bueno alcanzado. No obstante, el siglo XIX es ese siglo que en sus décadas centrales y hacia su final, hasta la Primera Guerra Mundial en 1914, la sociedad occidental fue empapada hasta la médula, poco a poco en todas sus capas sociales, de la ideología y filosofía del positivismo planteado por Comte y desarrollado por muchísimas otras personas incluso dentro de otras ideas propias. Sólo se podía avanzar hacia delante, nunca hacia atrás. Siempre se perfeccionaba hacia lo positivo, siempre hacia lo mejor. Todo es aún más complejo, porque esa ideología planteaba una unión intrínseca con otras propias del capitalismo y de la aplicación de máquinas y tecnologías más avanzadas cada vez más en cada vez más campos de la vida humana. Eso provocaba unas contradicciones sociales y humanas tremendas donde se comprobó que lo mejor era relativo y donde se vio que no se avanzaba siempre hacia lo mejor necesariamente, ni lo que se creía que fomentaba la felicidad y la comodidad creaba felicidad y comodidad a todo el mundo. De las contradicciones del sistema nacieron en ese siglo XIX otras respuestas como las utopías socialistas de la mente de Saint-Simon o Fourier, por ejemplo, o las anarquistas con gente como Proudhon, o las marxistas, con Marx y Engels, pero también surgieron pensadores que se adentraron en otros problemas más individuales y a la vez colectivos, como pueda ser el psicoanálisis de Freud, el vitalismo de Nietzsche, el existencialismo, y otras corrientes, ya sea de Kierkegard o de otros, que venían a decir algo que ya se sabía desde que el Imperio Romano cayó en el 476 y la Edad Media trajo una cortina de retroceso en la humanidad Occidental: lo bueno puede que se alcance por medio de lo mejor, pero a veces lo mejor no sustenta lo bueno, ni lo bueno tiene porqué ir siempre a mejor al ser sustentado por lo mejor.
Todo esto también tiene su reflejo en las vidas particulares. En las emociones, en los sentimientos, en los pensamientos. De ahí el gran trauma que supuso para los más convencidos del positivismo el choque radical que tuvieron al tener que verse cara a cara con las vidas de las personas y las personas mismas que no encontraban en sus vidas que la idea del positivismo, donde idealmente sólo se avanzaría hacia lo mejor, fuese una realidad. No obstante, el romanticismo de los últimos años del siglo XVIII y las dos o tres primeras décadas del siglo XIX se basaba precisamente en las ideas de la inestabilidad, en que lo bueno no tenía porqué ser una constante, en que no siempre se iba hacia la mejora ni tampoco necesariamente hacia la felicidad, que el esfuerzo no iba acompañado de justicia, ni que lo justo fuera algo que venciera siempre. Pero, como he dicho, el romanticismo llegaría hasta los años 1820 ó 1830, luego poco a poco el positivismo se fue afianzando como corriente mayoritaria a aplicar incluso en las particularidades normales de todas las vidas personales. En sus emociones, en sus deseos, en sus desarrollos. Eso creó contradicciones en muchas personas, que buscaron otras respuestas. Se generaron muchas angustias, muchas inquietudes, y los más convencidos del positivismo un día chocaron de bruces con la masa de personas que no encontraron la verdad en la idea de la mejora constante, y se estrellaron contra ese monstruo que fue la Primera Guerra Mundial, donde tantas tensiones se habrían de zanjar de manera más que trágica entre 1914 y 1918.
Pero, ¿y en las vidas particulares? ¿Qué hay del positivismo ahí? Ya he dicho que se generaron muchas respuestas a raíz de muchas insatisfacciones. Schopenhauer se fijó en el budismo y lo adaptó a una idea filosófica occidental más o menos agnóstica, afirmando que la solución a esas insatisfacciones que originaba la idea positivista de avanzar constantemente, cuando eso en la realidad no se daba en numerosas vidas, ya por desamor, ya por falta de sueldo, ya por enfermedad, accidente, vejez, ya por guerras, ya por lo que fuera, era no desear. Tan triste respuesta dio origen a otras respuestas de otros pensadores, pero quizá una de las más interesantes sea la de Freud y el psicoanálisis, donde más que dar respuestas se planteaba un "conócete a ti mismo para poder vivir bien contigo mismo". Se proponía desatascar tensiones uno mismo con ayuda de alguien. "Conócete a ti mismo para poder vivir bien contigo mismo". Incluso en esta premisa, en esta base del psicoanálisis, se podría decir aquello de: "no olvidemos jamás que lo bueno no se alcanza nunca sino por medio de lo mejor", pues sólo con voluntad y buen hacer sólo de la mejor intención y esfuerzo de uno nacerá algo bueno para con uno mismo como para con los demás. De lo bueno, lo mejor. De lo mejor, lo bueno. No basta con decir que se hace, hay que hacer.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
Que lo bueno no se alcanza sino por medio de lo mejor, supongo que muchas personas pueden hacer reflexiones muy diversas en general sobre tal afirmación. Imagino que Víctor Hugo no pensaba en retrocesos en lo bueno alcanzado. No obstante, el siglo XIX es ese siglo que en sus décadas centrales y hacia su final, hasta la Primera Guerra Mundial en 1914, la sociedad occidental fue empapada hasta la médula, poco a poco en todas sus capas sociales, de la ideología y filosofía del positivismo planteado por Comte y desarrollado por muchísimas otras personas incluso dentro de otras ideas propias. Sólo se podía avanzar hacia delante, nunca hacia atrás. Siempre se perfeccionaba hacia lo positivo, siempre hacia lo mejor. Todo es aún más complejo, porque esa ideología planteaba una unión intrínseca con otras propias del capitalismo y de la aplicación de máquinas y tecnologías más avanzadas cada vez más en cada vez más campos de la vida humana. Eso provocaba unas contradicciones sociales y humanas tremendas donde se comprobó que lo mejor era relativo y donde se vio que no se avanzaba siempre hacia lo mejor necesariamente, ni lo que se creía que fomentaba la felicidad y la comodidad creaba felicidad y comodidad a todo el mundo. De las contradicciones del sistema nacieron en ese siglo XIX otras respuestas como las utopías socialistas de la mente de Saint-Simon o Fourier, por ejemplo, o las anarquistas con gente como Proudhon, o las marxistas, con Marx y Engels, pero también surgieron pensadores que se adentraron en otros problemas más individuales y a la vez colectivos, como pueda ser el psicoanálisis de Freud, el vitalismo de Nietzsche, el existencialismo, y otras corrientes, ya sea de Kierkegard o de otros, que venían a decir algo que ya se sabía desde que el Imperio Romano cayó en el 476 y la Edad Media trajo una cortina de retroceso en la humanidad Occidental: lo bueno puede que se alcance por medio de lo mejor, pero a veces lo mejor no sustenta lo bueno, ni lo bueno tiene porqué ir siempre a mejor al ser sustentado por lo mejor.
Todo esto también tiene su reflejo en las vidas particulares. En las emociones, en los sentimientos, en los pensamientos. De ahí el gran trauma que supuso para los más convencidos del positivismo el choque radical que tuvieron al tener que verse cara a cara con las vidas de las personas y las personas mismas que no encontraban en sus vidas que la idea del positivismo, donde idealmente sólo se avanzaría hacia lo mejor, fuese una realidad. No obstante, el romanticismo de los últimos años del siglo XVIII y las dos o tres primeras décadas del siglo XIX se basaba precisamente en las ideas de la inestabilidad, en que lo bueno no tenía porqué ser una constante, en que no siempre se iba hacia la mejora ni tampoco necesariamente hacia la felicidad, que el esfuerzo no iba acompañado de justicia, ni que lo justo fuera algo que venciera siempre. Pero, como he dicho, el romanticismo llegaría hasta los años 1820 ó 1830, luego poco a poco el positivismo se fue afianzando como corriente mayoritaria a aplicar incluso en las particularidades normales de todas las vidas personales. En sus emociones, en sus deseos, en sus desarrollos. Eso creó contradicciones en muchas personas, que buscaron otras respuestas. Se generaron muchas angustias, muchas inquietudes, y los más convencidos del positivismo un día chocaron de bruces con la masa de personas que no encontraron la verdad en la idea de la mejora constante, y se estrellaron contra ese monstruo que fue la Primera Guerra Mundial, donde tantas tensiones se habrían de zanjar de manera más que trágica entre 1914 y 1918.
Pero, ¿y en las vidas particulares? ¿Qué hay del positivismo ahí? Ya he dicho que se generaron muchas respuestas a raíz de muchas insatisfacciones. Schopenhauer se fijó en el budismo y lo adaptó a una idea filosófica occidental más o menos agnóstica, afirmando que la solución a esas insatisfacciones que originaba la idea positivista de avanzar constantemente, cuando eso en la realidad no se daba en numerosas vidas, ya por desamor, ya por falta de sueldo, ya por enfermedad, accidente, vejez, ya por guerras, ya por lo que fuera, era no desear. Tan triste respuesta dio origen a otras respuestas de otros pensadores, pero quizá una de las más interesantes sea la de Freud y el psicoanálisis, donde más que dar respuestas se planteaba un "conócete a ti mismo para poder vivir bien contigo mismo". Se proponía desatascar tensiones uno mismo con ayuda de alguien. "Conócete a ti mismo para poder vivir bien contigo mismo". Incluso en esta premisa, en esta base del psicoanálisis, se podría decir aquello de: "no olvidemos jamás que lo bueno no se alcanza nunca sino por medio de lo mejor", pues sólo con voluntad y buen hacer sólo de la mejor intención y esfuerzo de uno nacerá algo bueno para con uno mismo como para con los demás. De lo bueno, lo mejor. De lo mejor, lo bueno. No basta con decir que se hace, hay que hacer.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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