viernes, febrero 15, 2008

NOTICIA 406ª DESDE EL BAR: LOS '30 DE PILAR M. CLARES Y JUAN COSACO


1 de Agosto de 1979

Querida Quiros:

Con esta carta creo contestar toda aquella información que me pediste para tu libro. De todos modos nos veremos dentro de un mes, como cada año. Creo que para esa fecha habrá nacido ya tu pequeño, así que iré yo a veros y no vosotros a mí. Déjame hacerlo así, porque estarás recién parida y yo no voy a aceptar otra forma. Hablé por teléfono con Eric hace unos días y él sabe qué iré yo, él también cree que es lo mejor. Tal vez pueda contestarte en persona todo aquello que te siga interesando para tu libro. Aunque me consta que no soy tu única fuente de información. Sería muy pretencioso serlo, y muy egoísta, y ya soy muy viejo para ser ambas cosas, aunque algunos otros viejos lo sean.

Hoy te mando una fotografía que he conservado muchos años conmigo. Me la dieron en Enero de 1939. Lo recuerdo muy bien, porque fue cuando abandoné España para jamás poder regresar hasta 37 años después. Me la dio una maestra sevillana de Instrucción Primaria. Sólo la conocí unos cinco o diez minutos y jamás he olvidado nuestro encuentro. Se llamaba Pilar M. Clares.

La Batalla del Ebro, la más sangrienta de todas las batallas libradas en nuestro suelo, ocurrió en Noviembre de 1938. La República estaba sola ya prácticamente frente a los fascistas. Había alguna ayuda soviética, sí, pero aquella gran apuesta donde se jugaba el todo o nada no resultó bien. El Ebro se llenó de cadáveres en putrefacción y de gente que bebía sus aguas. Los campos no eran un mejor espectáculo. Todo lo perdimos en el Ebro. Cuando perdimos aquella batalla hasta los soviéticos comenzaron a marcharse, por entonces no sabíamos que Stalin pactaba con Hitler no agredirse entre ellos, aunque los que habíamos sufrido la represión comunista siendo también defensores de la República y la revolución sólo fue una confirmación de lo que esperábamos… No creo que Stalin quisiera una revolución en España, quería otra cosa, tiempo para sí, para la URSS, quizá ventajas estratégicas si se lograba la victoria, pero nada más. Si hubiera puesto el mismo énfasis en aquella batalla del Ebro que el que puso en eliminar a los milicianos no comunistas… El presidente Negrín, del PSOE, desde aquel fracaso sabía que España estaba perdida, su única apuesta era precipitar la guerra mundial y causarla por la guerra en España, pero no logró ninguna intervención del resto de países, que sin embargo en septiembre de 1939, a cuatro meses de la fecha oficial del final de aquella guerra sin final, entraban en guerra por la invasión de Polonia por los alemanes. Nuestros militares estaban desmoralizados, pero las milicias seguían combatiendo.

En pocos días los franquistas llegaron al Mediterráneo. El desplome del frente había sido total. España estaba dividida en dos zonas. Madrid estaba más incomunicada que antes sin la conexión con Barcelona, y Barcelona igualmente sin la conexión con Madrid. Sin embargo las tropas republicanas lograron evitar que los franquistas avanzaran a Valencia, donde estaba el gobierno, ni hacia Madrid. Por ello, los franquistas avanzaron hacia Barcelona, que es quizá la ciudad más moderna de España desde siempre. Como una segunda capital. El triunfo moral que les supondría entrar allí iba a darles a los golpistas mucha fuerza si lo lograban. Y lo lograron. Yo estaba en esa zona de Cataluña. Los soldados no eran capaces de parar el avance de los golpistas, los milicianos estaban desilusionados ante las represiones sufridas de manos de los comunistas y muchos ya no combatían, no sentían propia la causa republicana. La gente civil huía hacia Francia.

Llamaba al diario cada mañana. Pero no había nadie en “El Amanecer”. La redacción de mi diario, querida Quiros, fue bombardeada en Madrid en los primeros días de Enero de 1939, con lo que yo mismo estaba más incomunicado que nunca. No encontré a nadie. Me quedé en Barcelona el tiempo que pude montando barricadas mientras intentaba localizar desde allí a alguien del periódico en Madrid. Las comunicaciones se cortaron y un día comenzaron a llegar montones de soldados en desbandada yendo hacia Francia. Abandonaban el frente desobedeciendo órdenes, pronto llegarían los que lo hacían obedeciéndolas. La gente lloraba y saturaba todos los camiones y coches que encontraban. Era el final y todos temían una represión como la de Málaga, que por su resistencia en los primeros momentos de la guerra había sufrido unas tres mil ejecuciones cuando entraron los golpistas. No obstante en Barcelona se daban cita varios de los más odiados enemigos que tenía Franco, nacionalistas catalanes, anarquistas, trostskistas, comunistas, intelectuales, y parte del gobierno republicano, pese a que principalmente este estuviera en Valencia. Barcelona cayó en manos de Franco el 26 de Enero, el miedo y el horror se la entregó casi sin lucha, la gente huía hacia Francia. Yo también.

El Invierno era muy frío y la gente avanzaba en cualquier tipo de transporte en largas filas hacia los Pirineos. Aunque había mucha gente que iba andando, con lo poco que pudo salvar de sus pertenencias o sin ellas. Algunos no tenían buen calzado para aquella marcha, ni mucho menos para el frío invernal de esas montañas. De vez en cuando aparecían aviones golpistas y disparaban sus ametralladoras contra la gente que intentaba escapar de la barbarie que se presentía venir. Franco negó años más tarde que fueran órdenes suyas, se lo achacó a los NAZIS, era fácil hacerlo cuando Hitler perdía la guerra y sobre todo cuando se suicidó en Berlín, pero era Franco la máxima autoridad militar en España. Los militares republicanos que iban en esa columna humana a veces trataban de ganar tiempo y se retenían a disparar contra el avance de los golpistas, pero era batalla perdida. Muchos hombres llevaban sus armas consigo con la idea de embarcarse en Francia hacia Valencia e ir a Madrid a proseguir la lucha. Pero no sabían que los guardias franceses de la frontera impedían entrar armas y exigían su entrega, para no devolverlas jamás al gobierno legítimo de Negrín. Tampoco sabíamos que acabaríamos en campos de concentración, donde murió mucha gente por las malas condiciones que nos dieron, y en parte también por el trato, ya que varios de los encargados franceses de esos campos eran simpatizantes de Hitler que acabarían colaborando con él unos meses después entregándole Francia y a sus compatriotas que no simpatizaban con los alemanes.

Durante aquella marcha tan dura oí los lloros de una mujer recostada en un lado del grupo de gente. Yo iba caminando casi al final de la columna. Nadie la hacía caso, todos querían llegar a Francia cuanto antes. Me paré a ayudarla a continuar andando. Pero me pidió que continuara. Ella era Pilar M. Clares, aquella profesora de Instrucción Primaria, querida Quiros. Su calzado debía haberse roto hacia tiempo y se había envuelto los pies en trapos. No lo hizo muy bien y tenía los dos pies sangrando. Estaba muy cansada y lo peor es que su moral de salvación había desaparecido. Quise montarla a mis espaldas, era una locura, pero no quería dejarla allí, donde podría morir de frío o por los lobos. Ella misma sabía que moriríamos los dos si lo hacía. Insistió en que no lo hiciera, no quería abandonar su hatillo, por otra parte. Cargué con ella y el hatillo unos metros, pero era ciertamente costoso y tuve que parar mientras se alejaba de nosotros el final de la columna de gente que huía. Lloró un rato y secándose las lágrimas me pidió que sacara una caja de madera del hatillo. La saqué y se la di. De ella sacó esta foto que te mando. Se la dio en Sevilla hacia mucho tiempo un fotógrafo extranjero. Eran unos niños jugando entre unas ruinas, uno de ellos cojo. Me dijo que esa es la España que dejaba atrás y me pidió que la conservara por ella, porque esa foto significaba mucho en su vida. Le cogí la foto comprendiendo que aquello era una despedida en lo que realmente me pedía era salvarme yo y dejarla a su suerte a ella, quizá esperando que los golpistas la encontraran y así intentar salvarse de algún modo. Guardaba la foto en uno de mis bolsillos cuando de repente oí un disparo. De aquella caja de madera había sacado un pequeño revólver y había disparado contra su cabeza. Pilar M. Clares ocultaba aquel arma como aquel Larra que guardaba con la que se suicidó él en otra caja igual. La sangre inocente de aquella mujer manchaba la nieve y se expandía. Todo estaba siendo una locura. Lo comprendí entonces. Era una locura, querida Quiros. Una locura.

Intenté alcanzar a la columna de gente lo más rápido que pude, cuando me torcí un tobillo. Estuve un tiempo intentando recuperarme, el frío no ayudaba. Avancé mal y torpe por un tiempo. Me caía y debía parar. Me torcí el tobillo una segunda vez. Estaba solo. Me invadió el horror y la desesperación cuando comencé a oír el “Cara al Sol” de lejos, según las ráfagas del viento. “Cara al sol con la camisa nueva…” Y aún a veces también se oía un tétrico “al fin llegó la vendimia…” Intenté levantarme como pude, y avanzar todo lo que pude, cuando sufrí una caída por un desnivel del terreno. Mi terror me había hecho perder todo tipo de precaución. Subí el terraplén y cuando estaba arriba me di cuenta que no tenía conmigo pistola “Star” al comprobar que aún tenía la foto. Debía estar allí abajo. Estuve parado un poco de tiempo pensando si volver a por ella o continuar rápidamente hacia Francia. Cuando me decidí por seguir hacia Francia oí detrás mía un claro “date la vuelta”.

Tenía a un joven carlista de unos 22 ó 23 años apuntándome con un fusil. Yo me había dado la vuelta y levantado ligeramente las manos. Aquel chico era la avanzadilla del resto de su tropa, un explorador. Sacó con su mano izquierda una pistola con la que me apuntó mientras se colgaba el fusil al hombro. Me palpó registrándome por si llevaba armas. Fue un alivio no llevar la “Star”, no sé cómo hubiera reaccionado él. Aunque no podía evitar pensar que llevaba conmigo papeles muy comprometedores para mi vida. Afortunadamente no vació mis bolsillos, aunque yo estaba lleno de angustia.

Me preguntó mi nombre y se lo dije. Sacó un cigarrillo y me lo ofreció. Se lo cogí. Me dio fuego y se encendió otro. Él se llamaba Juan Santamaría, aunque me confesó que en realidad se llamaba Juan Cosaco. Se había cambiado el apellido cuando comenzó “la cruzada”, decía. Era navarro, de Sartaguda, hijo del herrero del pueblo. Me preguntó a que me dedicaba yo, al no tener armas no pensó que hubiera estado en las milicias o tal vez lo pasó por alto, le contesté que era periodista. “¿Un intelectual?”, me dijo. Asentí con la cabeza. Decía que él sólo aprendió a leer y escribir ya que tenía que ayudar a su padre, aunque el oficio de él le pusiera en mejor posición que algunos de sus vecinos, los cuales llevaban años de pleitos por cosas de tierras. Deseaba trabajar de herrero cuando acabase la guerra.

El chico hacía tiempo, me preguntaba de dónde era yo, como era Alcalá, por la gente que había conocido en mi trabajo… sobre todo políticos, lo que me hacía contestar con mucho recelo. Parecía muy interesado y eso era peligroso. Trataba de eludir todo lo que pudiera ser comprometedor para mi vida en esos momentos. Fue entonces cuando me sorprendió uno de sus comentarios, “a mí me hubiera gustado conocer a Azaña”. Hubo un silencio intenso y una mirada de tristeza en sus ojos. Entonces me dijo que él no era carlista. Estaba en las tropas carlistas porque había logrado escapar de la Bandera General Sanjurjo. Un día, al comienzo de la guerra, cuando él tenía 20 años, llegó a su pueblo las tropas del coronel Peñarredonda. Alistaron a todos los jóvenes al Tercio Sanjurjo y se los llevaron a Zaragoza. El comandante Amado Loriga les dijo al llegar que nadie más iba a preguntar nunca por sus ideas o su pasado, que ahora pertenecerían al futuro de una nueva España. Que debían olvidar el pasado. Pero en su pueblo todos los jóvenes era gente socialdemócrata o republicana. Él mismo había simpatizado con el Frente Popular.

Fueron enviados a Almudevar para combatir. Una noche, antes siquiera de entrar en combate, había planeado toda aquella tropa pasarse en pleno a la República. De algún modo los oficiales se enteraron y fueron montados en camiones de vuelta a Zaragoza. Al día siguiente eran encerrados en sus barracones y unos días más tarde eran fusiladas unas quinientas personas que componían aquella Bandera. Algunos oficiales y suboficiales se hicieron cargo de algunos de aquellos chicos, entre ellos él. Se cambió el apellido y se alistó en un regimiento carlista para evitar el fusilamiento estando en edad de luchar.

Yo no conocía aquello. Era difícil saber algunas cosas del otro lado de la línea de frente. Decía que ahora llamaban a Sartaguda el Pueblo de las Viudas, porque también se extendió la represión a sus padres, mientras quitaban las propiedades a sus madres. “La nueva España”, dijo lacónico. Hubo otro silencio y dijo “vete… vete, no te alcanzaran”.

Me fui sin decir nada más, querida Quiros. Pude alcanzar la frontera unas horas después. Los franceses me metieron en aquel campo de concentración de Argelès-Sur-Mer, pero había salvado la vida. La guerra es algo difícil de comprender. Compleja. No todo es blanco o negro, aunque normalmente todo se traduzca a eso cuando la violencia está ahí. Creo que aquel chico me contó aquello porque quería que yo lo contara, o quizá por desahogo, o por hartazgo de taparlo. Pero creo realmente que quería que se supiese. Espero que lo escribas, Quiros.

Me despido ya por hoy. Nos veremos dentro de poco. Para entonces me gustará ver como has avanzado tu libro. Espero que todas estas historias te hayan sido útiles, de todos modos, cuando nos veamos, podrás completarlas. Guardar la memoria querida Quiros, es importante. No todo el mundo lo comprende, menos cuando envejecen. Sigue siendo siempre como eres. Te mando un cariñoso abrazo y mi beso.

DLP.

[Lo histórico: Los sucesos de Sartaguda son reales. Los suicidios ante el avance golpista también.
Los carlistas era una opción conservadora monárquica nacida en 1833, cuando la heredera al trono Borbón era Isabel II, lo que chocaba con la Ley Sálica de los Borbones que impedía gobernar a una mujer y la cual fue rechazada a su muerte por Fernando VII. Los partidarios de su hermano Carlos no reconocieron la legitimidad de Isabel, y proclamaron a Carlos como Carlos V. Eso produjo una guerra civil llamada I Guerra Carlista. Los isabelinos se reconocieron con los liberales por aceptar una carta otorgada y después diversas constituciones, aunque hubo luchas entre conservadores y liberales isabelinos. Los carlistas se identificaron con los viejos fueros, el ultramontanismo -extremo catolicismo papal- y los antecedentes de la extrema derecha monárquica. Hubo tres guerras carlistas a lo largo del siglo XIX. A principios del siglo XX seguían existiendo con una base muy tradicionalista. Tuvieron importancia durante la dictadira de Primo de Rivera. Eran contrarios a la República. Durante la guerra civil se sumaron a la causa de los golpistas, apoyando al general Mola en Navarra y a Sanjurjo. Aceptaron la jefatura de los ejércitos de parte de Franco por pragmatismo, pero esto los aunó con los falangistas, lo que no llegó a convencer a los carlistas más viejos, ya que los falangistas no eran monárquicos, y muchos ni siquiera especialmente católicos. Entre falangistas y carlistas se crearon por ello los términos camisas viejas y camisas nuevas. El dirigente carlista Fal Conde, protestó a Franco y este le envió a Italia amenazando con ejecutarle si regresaba a España con idea de restaurar a un carlista en el trono. Al acabar la guerra los carlistas tuvieron que competir con las otras familias políticas de apoyo a Franco para tener algunas cuotas de poder. Cuando Franco designó España como monarquía sin Rey en 1947 los carlistas compitieron con la rama de los descendientes de Alfonso XIII, descartado don Juan, intentaron prevalecer sobre Juan Carlos. Sin embargo, durante los años 1960’ los carlistas se dividieron en dos. Por un lado los carlistas que seguían siendo tradicionalistas y de valores muy conservadores, y por otro lado carlistas en torno al más joven descendiente de esa rama que abogaba desde Francia abiertamente por crear una monarquía democratizada. Eso ayudó a Franco a nombrar a Juan Carlos de Borbón como heredero al trono en 1967. No sabía que tras su muerte en 1975, Juan Carlos I sería una de las partes de la sociedad española que daría paso a una monarquía parlamentaria y constitucional con valores democráticos que daban por cerrada la dictadura y que hoy día la condena.
La foto fue hecha en Sevilla en 1933 por Henri Cartier-Bresson, quien junto a otros fotoperiodistas, como Capa, fundó la agencia Mágnum en los años 1940’.
Sobre Cartier-Bresson aquí. Sobre la agencia Mágnum aquí. Sobre España en la República aquí. Sobre Sartaguda aquí. Sobre Navarra en 1936 aquí. Sobre la Bandera General Sanjurjo aquí.
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6 comentarios:

Pilar M Clares dijo...

jajjajajaajjajajaj
para empezar me descojono con verme de maestra sevillana jajajajajaja
, qué bueno, canichu,
sigo leyendo

Canichu, el espía del bar dijo...

es que sino no me cuadraba el porqué de la foto en tus manos, no me seas nacionalista.

Pilar M Clares dijo...

Fantástico.

Una nota: cuando eta anunció la tregua, forges hizo un chiste que decía: Fin de la guerra carlista.

Y otra: no me dejesssssssssss, canichu, que me suicidoooooooo

jajaaj, besicos, mil gracias, lo que vales, ozú

Canichu, el espía del bar dijo...

conectada ahora mismo, que inmediatez!!!

Unknown dijo...

fenomenal, dani, es bueno no olvidar la historia tan reciente.
Salud y república!

Canichu, el espía del bar dijo...

salud y república