28 de Abril de 1979
Querida Quiros:
No he querido dejarte mucho tiempo sin las contestaciones que me pedías y por eso te mando tan pronto esta segunda carta. He estado pensando sobre la hipotética historia que te conté la última vez sobre aquella Aloia que los japoneses quisieron hacer pasar por Amelia Earhart y mi mente ha estado ocupada pensando en la Segunda Guerra Mundial, más que en mi trayectoria en los años treinta sobre los que estabas interesada para ese libro. Por cierto que no te agradecí que te hayas interesado en mi historia periodística para escribir ese libro de relatos de corresponsales en los años oscuros del periodo de entreguerras. Me siento muy halagado, y no sé si es que cuando vivimos juntos en México te engatusaron mis historias o te engatusó nuestro pasado trato. Con todo, creo que aún podrías contactar con otros periodistas de entonces que podrían contarte bastantes cosas más interesantes, como Frank Mayall, creo que aún tengo su dirección, ya te la enviaré.
Aunque sé que ahora vives con Eric, del que esperas un hijo, permíteme decirte que espero que no saques tus uñas de gata si, como el viejo gallo que estoy hecho, te digo que recordando historias de la Segunda Guerra Mundial me vino al recuerdo una extraña mujer que conocí a finales de 1939 llamada Fle. Pero fuera de bromas ligeras, quizá te interese saber sobre las circunstancias en las que me la encontré.
Yo había logrado salir de Argelès-Sur-Mer gracias a que pude demostrar que era un reportero del diario “El Amanecer”, no por mis acreditaciones, que no pude llevar conmigo en mi paso por los níveos Pirineos meses antes, sino por tener la suerte de ser reconocido por algunas autoridades francesas locales. Creo que sin la ayuda de esos funcionarios hubiera acabado entregado a los NAZIS y llevado a Mauthausen, si es que antes los franceses no hubieran decidido que me muriera de frío o construyendo trincheras y búnkeres en primera línea de fuego en la línea Maginot. Salí de allí en Agosto de 1939, un mes antes del comienzo oficial del conflicto mundial, cuando los alemanes invadieron Polonia. Me dirigí a Toulouse y de allí a París. En París pude lograr un pasaje para un avión que iba a Inglaterra por medio de algunos exiliados del Partido Obrero de Unificación Marxista que se vieron forzados a abandonar España a finales de 1938. Fue justamente en el tren que iba a la estación Victoria de Londres cuando conocí a Fle.
Fle tenía el pelo corto y negro, casi como un chico. Vestía como las mujeres vanguardistas francesas, no como una joven británica. Llevaba un jersey de lana negra, una boina, unos pantalones caquis… Ahora no llamaría la atención, pero por entonces eso desvelaba de ella toda una personalidad. Tenía un acento puramente británico, aunque algo extraño, exótico quizá. La encontré leyendo un libro de matemáticas en el compartimento del coche del tren donde yo iba a viajar. El tren estaba repleto de gente pero había logrado apañármelas para viajar con un poco de desahogo de espacio. Me apetecía descansar algo, sólo hacía entre quince y veinte días que había salido de aquel lugar de hacinamiento donde nos metieron los franceses.
Al principio nos saludamos fríamente, pero tras tener que dejar mi maleta por encima de su cabeza en un estante, ella me sonrió y me preguntó mirándome a los ojos, con cierto brillo, he de reconocer que lo recuerdo por lo mucho que me agradó, si me gustaban las matemáticas. Le contesté que no eran mi fuerte, aunque podíamos hablar de economía. Ella volvió a sonreír y se interesó por mi acento español. Creo que estuvimos hablando bastante tiempo de la guerra de España, de Azaña y de Franco. Poco a poco se fue creando un cierto clima de confianza que dio pie a que me hablara con rienda suelta sobre las matemáticas. Era su pasión indudable. Yo la dejaba hablar porque, aunque no entendía mucho lo que me decía, era agradable. Tenía una extraña teoría sobre que la mente era parte de la materia y por tanto se podía traducir y leer en términos matemáticos. Creo que estaba investigando un modo por el cual cualquier pensamiento, cualquier frase, pudiese ser escrita con términos numéricos. A mí me recordaba a un H.G. Wells o un Julio Verne, pero la dejaba hablar. Era francamente agradable, aunque no llegaba a comprender cómo la conversación sobre la perdida guerra en España había acabado en aquella conversación matemática entre metafísica y de ciencia ficción.
Al llegar a la estación Victoria ella me invitó a viajar con ella a una mansión campestre puramente británica, Wrestlee Park. Querida Quiros, hay confianza suficiente entre nosotros, y ya tengo una edad como para no sonrojarme, como para decirte que llevaba tanto tiempo sin compañía femenina que no me lo pensé mucho para aceptar la invitación. En Wrestlee Park había lo que ella llamó una reunión de matemáticos y ajedrecistas muy conocidos. Era sin duda un lugar encantador, con su enorme jardín y su estanque, para realizar conferencias.
Sin embargo perdí de vista a Fle casi inmediatamente al llegar. La perdí. Me alojaron en una habitación por unos días y me presentaron a varias personas. Entre ellas un hombre de pelo cano al que recordaba de la estación Victoria, ya que tropecé con él y casi le hago caer su maleta de madera con un escudo militar francés, tal vez estuviese retirado del servicio. No era el único militar, también encontré allí al coronel Alistair Denniston, con el que hacía años tuve un encuentro. La verdad es que conocí a tanta gente que sólo recuerdo los que más me impactaron. Sé que tenía la sensación de faltar allí Einstein entre tanto matemático y ajedrecista. No sé dónde o cuando realizarían sus conferencias, aunque estaba claro que no llegué en las fechas justas, puesto que cuando abandoné la casa tras una semana aún no había podido asistir a ninguna. Tampoco encontré a Fle, aunque me sorprendió enormemente el parecido físico de un joven de 27 años llamado Alan Turing. Le recuerdo por aquel parecido. De hecho se lo comenté en persona una noche y se rió un tanto para confesarme que Fle era su prima y que por la espalda les habían confundido varias veces. El lugar estaba saturado de toda la flema inglesa posible, aunque me dio el reposo que necesitaba antes de intentar volver a contactar con alguien de “El Amanecer”, el diario había desaparecido a bombazos en Madrid. Regresé a Londres, la guerra había comenzado en Europa y quería ver que podía hacer yo. Abandoné “el barracón X, el de los matemáticos”, como llamaban humorísticamente aquella gente a aquella mansión para sus conferencias.
Yo no lo sabía por entonces, pero hace cuatro años que se han desvelado algunos secretos de la guerra mundial, aquella mansión resultó ser el epicentro del servicio de espionaje británico. Turing había sido pieza clave en desvelar los códigos secretos de la máquina de escribir E. Yo conocí todo aquello en fase embrionaria, pero según avanzó la guerra fue allí donde se instaló uno de los primeros ordenadores computadoras de la Historia. Ocupaba toda una habitación y requería numerosas personas y archivos a su servicio. La máquina podía desvelar la información de Enigma (la máquina de escribir E) en muchas menos horas que el descifrado personal que hasta entonces hacían hasta los propios alemanes. Tal vez le hubiera salido mejor a Göering telefonear a Wrestlee Park para saber las últimas órdenes de Hitler antes de que le pasaran el descifrado sus propios operadores.
No sé si te servirá de algo esta historia, querida Quiros, espero que sí. Por hoy ya te he escrito mucho, así que te dejo pendiente de mi próxima carta. Te mando un cariñoso abrazo.
DLP
[Personajes históricos: Alan Mathison Turing era un inglés matemático muy joven cuando estalló la guerra mundial. Sin embargo, con preocupaciones excéntricas y casi metafísicas sobre la mente humana y su posible traducción matemática, así como su planteamiento en abstracto de todos los planteamientos de lógica, llegó a participar de la invención de las primeras máquinas calculadoras tal como las conocemos hoy día. Eso ocurría a mediados de los años treinta. Por ello fue reclutado por el coronel Denniston, del servicio secreto británico, para participar de las operaciones del Barracón X, que era la mansión de Wrestlee Park. Los alemanes habían estado adaptando en su ejército una máquina de cifrado secreto de uso comercial (inventada en los años 1920’) para lanzar sus mensajes secretos, era la máquina de escribir E, hoy llamada: Enigma. El código Enigma fue guardado como alto secreto por los NAZIS ya que habían hecho los cambios necesarios para ser indescifrable. Muchos oficiales alemanes murieron sólo para que tal máquina no cayera en manos enemigas intacta. Sin embargo, los polacos sospechaban de las intenciones de Hitler desde su ascenso al poder en 1933, por lo que emplearon a todos sus espías para lograr saber qué haría Alemania a cada momento. De este modo en 1934 conocían de la existencia de Enigma y supieron, mediante matemáticos y un delator alemán, de la orden de Hitler para eliminar a las SA por medio de las SS. Según avanzaron los años treinta la inteligencia polaca se puso en contacto con la francesa y colaboraron en intentar descifrar los cada vez más complejos mensajes de Enigma. Cuando los alemanes invadieron los Sudetes en 1938 sólo cometieron el peor error para su derrota a largo plazo, un oficial olvidó destruir del todo una máquina Enigma estropeada en combate. Fue recogida por espías polacos en Checoslovaquia y llevada en secreto a Francia. Esa maquina fue llevada en Agosto de 1939 por un oficial inglés y otro francés a Londres, en el tren del relato. En la estación fue entregada a un alto mando inglés de edad avanzada, pero en activo, que se vistió de civil. Enigma iba dentro de una maleta de madera con un escudo militar francés. El coronel Denniston montó todo el sistema de espionaje en Wrestlee Park para descifrar el código Enigma y a la vez evitar que lo supieran los alemanes. Reclutó a numerosos matemáticos y ajedrecistas famosos, así como a múltiples mujeres archiveras. Hubo mucha gente brillante en todo ello, y murieron varias personas en el secreto. Fue Turing quien logró con sus extrañas ideas resolver lo que decía Enigma, sobre todo tras capturar en secreto una máquina intacta de un submarino alemán atrapado que acabó hundiéndose. Aunque los ingleses lograron leer los mensajes como si leyeran un periódico, la operación tardaba bastante tiempo. Cuando en 1941 se aliaron a USA compartieron el secreto y ambos equipos lograron ingeniar un sistema por el cual leerlos a gran velocidad, el ordenador computador. La URSS fue informada sólo indirectamente de la información, pero no de cómo se obtenía, daba igual, Stalin tenía un espía infiltrado en Wrestlee Park. No se supo toda esta historia de Enigma públicamente hasta 1975.
Los logros de Turing, aparte de ser una eminencia matemática del siglo XX, fueron decisivos. Los alemanes nunca supieron que sus códigos ya no eran secretos. Por otra parte, acabada la guerra Turing recibió un mal pago por sus servicios, en 1952 se descubrió que era homosexual en secreto. Fue juzgado por tener relaciones sexuales con Arnold Murria. Los ámbitos científicos le cerraron las puertas. El juez decidió no encarcelarle, pero le condenó a tratarse con estrógenos. El 8 de Junio de 1954 se suicidó mordiendo una manzana con cianuro.
Sobre Alan Turing aquí. Sobre cómo era Enigma aquí. Sobre Turing en referencia a Enigma aquí. Sobre el campo de refugiados (campo de concentración) para españoles Argelès-Sur-Mer aquí.]
Querida Quiros:
No he querido dejarte mucho tiempo sin las contestaciones que me pedías y por eso te mando tan pronto esta segunda carta. He estado pensando sobre la hipotética historia que te conté la última vez sobre aquella Aloia que los japoneses quisieron hacer pasar por Amelia Earhart y mi mente ha estado ocupada pensando en la Segunda Guerra Mundial, más que en mi trayectoria en los años treinta sobre los que estabas interesada para ese libro. Por cierto que no te agradecí que te hayas interesado en mi historia periodística para escribir ese libro de relatos de corresponsales en los años oscuros del periodo de entreguerras. Me siento muy halagado, y no sé si es que cuando vivimos juntos en México te engatusaron mis historias o te engatusó nuestro pasado trato. Con todo, creo que aún podrías contactar con otros periodistas de entonces que podrían contarte bastantes cosas más interesantes, como Frank Mayall, creo que aún tengo su dirección, ya te la enviaré.
Aunque sé que ahora vives con Eric, del que esperas un hijo, permíteme decirte que espero que no saques tus uñas de gata si, como el viejo gallo que estoy hecho, te digo que recordando historias de la Segunda Guerra Mundial me vino al recuerdo una extraña mujer que conocí a finales de 1939 llamada Fle. Pero fuera de bromas ligeras, quizá te interese saber sobre las circunstancias en las que me la encontré.
Yo había logrado salir de Argelès-Sur-Mer gracias a que pude demostrar que era un reportero del diario “El Amanecer”, no por mis acreditaciones, que no pude llevar conmigo en mi paso por los níveos Pirineos meses antes, sino por tener la suerte de ser reconocido por algunas autoridades francesas locales. Creo que sin la ayuda de esos funcionarios hubiera acabado entregado a los NAZIS y llevado a Mauthausen, si es que antes los franceses no hubieran decidido que me muriera de frío o construyendo trincheras y búnkeres en primera línea de fuego en la línea Maginot. Salí de allí en Agosto de 1939, un mes antes del comienzo oficial del conflicto mundial, cuando los alemanes invadieron Polonia. Me dirigí a Toulouse y de allí a París. En París pude lograr un pasaje para un avión que iba a Inglaterra por medio de algunos exiliados del Partido Obrero de Unificación Marxista que se vieron forzados a abandonar España a finales de 1938. Fue justamente en el tren que iba a la estación Victoria de Londres cuando conocí a Fle.
Fle tenía el pelo corto y negro, casi como un chico. Vestía como las mujeres vanguardistas francesas, no como una joven británica. Llevaba un jersey de lana negra, una boina, unos pantalones caquis… Ahora no llamaría la atención, pero por entonces eso desvelaba de ella toda una personalidad. Tenía un acento puramente británico, aunque algo extraño, exótico quizá. La encontré leyendo un libro de matemáticas en el compartimento del coche del tren donde yo iba a viajar. El tren estaba repleto de gente pero había logrado apañármelas para viajar con un poco de desahogo de espacio. Me apetecía descansar algo, sólo hacía entre quince y veinte días que había salido de aquel lugar de hacinamiento donde nos metieron los franceses.
Al principio nos saludamos fríamente, pero tras tener que dejar mi maleta por encima de su cabeza en un estante, ella me sonrió y me preguntó mirándome a los ojos, con cierto brillo, he de reconocer que lo recuerdo por lo mucho que me agradó, si me gustaban las matemáticas. Le contesté que no eran mi fuerte, aunque podíamos hablar de economía. Ella volvió a sonreír y se interesó por mi acento español. Creo que estuvimos hablando bastante tiempo de la guerra de España, de Azaña y de Franco. Poco a poco se fue creando un cierto clima de confianza que dio pie a que me hablara con rienda suelta sobre las matemáticas. Era su pasión indudable. Yo la dejaba hablar porque, aunque no entendía mucho lo que me decía, era agradable. Tenía una extraña teoría sobre que la mente era parte de la materia y por tanto se podía traducir y leer en términos matemáticos. Creo que estaba investigando un modo por el cual cualquier pensamiento, cualquier frase, pudiese ser escrita con términos numéricos. A mí me recordaba a un H.G. Wells o un Julio Verne, pero la dejaba hablar. Era francamente agradable, aunque no llegaba a comprender cómo la conversación sobre la perdida guerra en España había acabado en aquella conversación matemática entre metafísica y de ciencia ficción.
Al llegar a la estación Victoria ella me invitó a viajar con ella a una mansión campestre puramente británica, Wrestlee Park. Querida Quiros, hay confianza suficiente entre nosotros, y ya tengo una edad como para no sonrojarme, como para decirte que llevaba tanto tiempo sin compañía femenina que no me lo pensé mucho para aceptar la invitación. En Wrestlee Park había lo que ella llamó una reunión de matemáticos y ajedrecistas muy conocidos. Era sin duda un lugar encantador, con su enorme jardín y su estanque, para realizar conferencias.
Sin embargo perdí de vista a Fle casi inmediatamente al llegar. La perdí. Me alojaron en una habitación por unos días y me presentaron a varias personas. Entre ellas un hombre de pelo cano al que recordaba de la estación Victoria, ya que tropecé con él y casi le hago caer su maleta de madera con un escudo militar francés, tal vez estuviese retirado del servicio. No era el único militar, también encontré allí al coronel Alistair Denniston, con el que hacía años tuve un encuentro. La verdad es que conocí a tanta gente que sólo recuerdo los que más me impactaron. Sé que tenía la sensación de faltar allí Einstein entre tanto matemático y ajedrecista. No sé dónde o cuando realizarían sus conferencias, aunque estaba claro que no llegué en las fechas justas, puesto que cuando abandoné la casa tras una semana aún no había podido asistir a ninguna. Tampoco encontré a Fle, aunque me sorprendió enormemente el parecido físico de un joven de 27 años llamado Alan Turing. Le recuerdo por aquel parecido. De hecho se lo comenté en persona una noche y se rió un tanto para confesarme que Fle era su prima y que por la espalda les habían confundido varias veces. El lugar estaba saturado de toda la flema inglesa posible, aunque me dio el reposo que necesitaba antes de intentar volver a contactar con alguien de “El Amanecer”, el diario había desaparecido a bombazos en Madrid. Regresé a Londres, la guerra había comenzado en Europa y quería ver que podía hacer yo. Abandoné “el barracón X, el de los matemáticos”, como llamaban humorísticamente aquella gente a aquella mansión para sus conferencias.
Yo no lo sabía por entonces, pero hace cuatro años que se han desvelado algunos secretos de la guerra mundial, aquella mansión resultó ser el epicentro del servicio de espionaje británico. Turing había sido pieza clave en desvelar los códigos secretos de la máquina de escribir E. Yo conocí todo aquello en fase embrionaria, pero según avanzó la guerra fue allí donde se instaló uno de los primeros ordenadores computadoras de la Historia. Ocupaba toda una habitación y requería numerosas personas y archivos a su servicio. La máquina podía desvelar la información de Enigma (la máquina de escribir E) en muchas menos horas que el descifrado personal que hasta entonces hacían hasta los propios alemanes. Tal vez le hubiera salido mejor a Göering telefonear a Wrestlee Park para saber las últimas órdenes de Hitler antes de que le pasaran el descifrado sus propios operadores.
No sé si te servirá de algo esta historia, querida Quiros, espero que sí. Por hoy ya te he escrito mucho, así que te dejo pendiente de mi próxima carta. Te mando un cariñoso abrazo.
DLP
[Personajes históricos: Alan Mathison Turing era un inglés matemático muy joven cuando estalló la guerra mundial. Sin embargo, con preocupaciones excéntricas y casi metafísicas sobre la mente humana y su posible traducción matemática, así como su planteamiento en abstracto de todos los planteamientos de lógica, llegó a participar de la invención de las primeras máquinas calculadoras tal como las conocemos hoy día. Eso ocurría a mediados de los años treinta. Por ello fue reclutado por el coronel Denniston, del servicio secreto británico, para participar de las operaciones del Barracón X, que era la mansión de Wrestlee Park. Los alemanes habían estado adaptando en su ejército una máquina de cifrado secreto de uso comercial (inventada en los años 1920’) para lanzar sus mensajes secretos, era la máquina de escribir E, hoy llamada: Enigma. El código Enigma fue guardado como alto secreto por los NAZIS ya que habían hecho los cambios necesarios para ser indescifrable. Muchos oficiales alemanes murieron sólo para que tal máquina no cayera en manos enemigas intacta. Sin embargo, los polacos sospechaban de las intenciones de Hitler desde su ascenso al poder en 1933, por lo que emplearon a todos sus espías para lograr saber qué haría Alemania a cada momento. De este modo en 1934 conocían de la existencia de Enigma y supieron, mediante matemáticos y un delator alemán, de la orden de Hitler para eliminar a las SA por medio de las SS. Según avanzaron los años treinta la inteligencia polaca se puso en contacto con la francesa y colaboraron en intentar descifrar los cada vez más complejos mensajes de Enigma. Cuando los alemanes invadieron los Sudetes en 1938 sólo cometieron el peor error para su derrota a largo plazo, un oficial olvidó destruir del todo una máquina Enigma estropeada en combate. Fue recogida por espías polacos en Checoslovaquia y llevada en secreto a Francia. Esa maquina fue llevada en Agosto de 1939 por un oficial inglés y otro francés a Londres, en el tren del relato. En la estación fue entregada a un alto mando inglés de edad avanzada, pero en activo, que se vistió de civil. Enigma iba dentro de una maleta de madera con un escudo militar francés. El coronel Denniston montó todo el sistema de espionaje en Wrestlee Park para descifrar el código Enigma y a la vez evitar que lo supieran los alemanes. Reclutó a numerosos matemáticos y ajedrecistas famosos, así como a múltiples mujeres archiveras. Hubo mucha gente brillante en todo ello, y murieron varias personas en el secreto. Fue Turing quien logró con sus extrañas ideas resolver lo que decía Enigma, sobre todo tras capturar en secreto una máquina intacta de un submarino alemán atrapado que acabó hundiéndose. Aunque los ingleses lograron leer los mensajes como si leyeran un periódico, la operación tardaba bastante tiempo. Cuando en 1941 se aliaron a USA compartieron el secreto y ambos equipos lograron ingeniar un sistema por el cual leerlos a gran velocidad, el ordenador computador. La URSS fue informada sólo indirectamente de la información, pero no de cómo se obtenía, daba igual, Stalin tenía un espía infiltrado en Wrestlee Park. No se supo toda esta historia de Enigma públicamente hasta 1975.
Los logros de Turing, aparte de ser una eminencia matemática del siglo XX, fueron decisivos. Los alemanes nunca supieron que sus códigos ya no eran secretos. Por otra parte, acabada la guerra Turing recibió un mal pago por sus servicios, en 1952 se descubrió que era homosexual en secreto. Fue juzgado por tener relaciones sexuales con Arnold Murria. Los ámbitos científicos le cerraron las puertas. El juez decidió no encarcelarle, pero le condenó a tratarse con estrógenos. El 8 de Junio de 1954 se suicidó mordiendo una manzana con cianuro.
Sobre Alan Turing aquí. Sobre cómo era Enigma aquí. Sobre Turing en referencia a Enigma aquí. Sobre el campo de refugiados (campo de concentración) para españoles Argelès-Sur-Mer aquí.]
8 comentarios:
¡¡¡Qué grande eres!!!
Me ha encantado, muchas gracias! :)
Gracias, por cierto, el romanticismo también acabó con los NAZIS. Uno de los ajedrecistas famosos reclutados al comienzo descubrió en 1940 que en determinados mensajes codificados siempre se repetían las mismas letras. De ese modo, como un jeroglífico complicado, las relacionó al final con su significado y de ahí el resto de letras y sus correspondientes palabras. Esas mismas letras eran tres y fueron elegidas por un bajo oficial alemán para mandar sus informes cifrados porque eran las iniciales de su novia, haciendo caso omiso así de la orden directa de Hitler de cambiar aleatoriamente los códigos de Enigma por cada orden o informe retransmitido. Tal acto de amor hacia ella fue la mayor estupidez militar de las operaciones secretas alemanas (afortunadamente para el resto de Europa).
Fabulosa segunda entrega, magistral, diría. Repito, para cuando el serial?
amen
Muy buena historia. No conocía para nada a estos personajes.
Me encanta el formato epistolar, pues le da un toque de confidencialidad y de complicidad intenso.
¿Mayall? ¿Y también se tocar la guitarra?
de hecho estaba oyendo el disco de john mayall con clapton de 1966
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