18 de Julio de 1979
Querida Quiros:
Creo que deberá ser un capítulo fundamental en tu libro las historias de la guerra que te pueda contar. Los españoles que se quedaron en España, y muchos de los que se fueron, no saben mucho sobre su pasado, cuando no nada. Ahora, con los nuevos aires que ha traído Juan Carlos I, se publican más cosas sobre el asunto, pero aún se habla muy poco y con miedo. Nadie quiere recordar de verdad. ¿Cuánto tiempo habrá de pasar para que la gente quiera recuperar la memoria? Quizá por eso he reservado varias de tus últimas preguntas para las últimas cartas que te enviaré sobre este asunto que me solicitaste. Hay muchas heridas abiertas, aunque nadie se queja del dolor que le producen. Incluso siguen llamando “nacionales” al bando ganador de aquella guerra civil, el de la dictadura, el del fascismo nacionalcatólico, cuando en realidad no eran más que rebeldes e insurrectos, golpistas, contra el gobierno legal y democráticamente constituido de la República. Puede que a Franco le rindieran honores de Estado a su muerte el 20 de Noviembre de 1975, pero ese mismo año, en Octubre, yo estuve en otro entierro multitudinario en París que no necesitaba de honores de Estado para recoger el reconocimiento y estima de miles de españoles y de no españoles, el del anarquista Cipriano Mera. Allí, en silencio, acompañando su ataúd.
Cipriano Mera fue un gran líder de las milicias anarquistas en la defensa de Madrid, cuando en el fondo había sido toda su vida un simple albañil. Un hombre del pueblo. El primer día de la guerra le había sorprendido en la cárcel por participar en una huelga de la construcción, al segundo día le liberaban y le daban un fúsil. De ahí hasta el final de la guerra su ascenso como líder fue meteórico, incluso se le dio el rango de teniente coronel. Una de sus primeras acciones fue ir a asegurar Guadalajara y Cuenca como leales al orden republicano, cuando aún en Madrid había barricadas por la confusión política propia de toda guerra civil. En su trayecto pasó por Alcalá de Henares, única ciudad importante de la provincia de Madrid después de la capital. Alcalá fue vital en la defensa de Madrid durante la guerra. Lo pagó muy caro. Al final de la guerra era un montón de escombros por culpa en buena parte de la aviación de los golpistas. Yo estaba en Alcalá de Henares al comienzo de la guerra.
Había regresado a España en Abril de 1935 y había colaborado con el Frente Popular para las elecciones de Febrero de 1936, desde un grupo político de débil fuerza en Madrid. Fue durante esas elecciones que me enteré de la muerte del “Mastín”. El “Mastín” era un amigo de mi infancia en Alcalá de Henares. Éramos de la misma quinta. Trabajaba en el campo cuando podía, pero habitualmente estaba desempleado. Quizá por eso se involucró en las huelgas que se realizaron en Alcalá por la construcción de un manicomio. Parece ser que durante la huelga general complutense de Febrero de 1934, el “Mastín”, a quien muchos le llamaron el “Caniche”, recibió un fuerte golpe en la cabeza del culatazo del rifle de uno de los guardias civiles que entraron cargando a caballo. Yo entonces no supe nada. El “Mastín” tuvo fuertes hemorragias en prisión que le dejaron dormido por varios meses, hasta que murió en Octubre de 1934, justo el primer día de la huelga revolucionaria. No me había decidido ir a mi ciudad natal a visitar su tumba y dar mis condolencias hasta Julio de aquel verano del ‘36. Lo había estado rehuyendo consciente e inconscientemente. Aunque por otra parte, Madrid estaba llena de noticias esos días, desde el atentado fallido contra el presidente Azaña, a los asesinatos del teniente Castillo y el diputado Calvo Sotelo.
El día 17 el ejército de Marruecos se levantó contra el gobierno. El día 18 la guerra se generalizó a toda España, que intentaba situarse a uno u otro lado desatando todas sus tensiones e iras mal contenidas durante décadas en un derroche de sangre y vidas imperdonable. No fue posible la paz.
En Alcalá, antes de los días 18, 19 y 20, hubo un incidente en la calle Mayor que había cortado posibilidades a la gente proclive a los golpistas, aunque es de decir que la ciudad siempre fue netamente de izquierdas. El general Miaja y el presidente Azaña ya habían cambiado de destino a algunos altos mandos de los que desconfiaban y habían colocado a otros. Has de tener en cuenta que por esas fechas la ciudad contaba con el aeródromo más moderno de España, que tanto socorro le dio a Madrid al transformarse en una de las principales bases aéreas en su defensa con todos aquellos aviones rusos. La cuestión es que, aparte de aquellas destituciones en los destacamentos alcalaínos, dos jornaleros adolescentes habían llamado fascistas a dos soldados rasos que paseaban por el centro de la ciudad. Aquello se transformó en una pelea que sesgó la vida de uno de aquellos chicos y malhirió a su compañero. Uno de los soldados había usado su arma. Por esa razón se dio orden de que los militares no pasearan por la ciudad con uniforme y armas, así como se tuvo especial control sobre los grupos organizados de derechas en el municipio. La ciudad estaba bastante caliente ya días antes de aquel día 18.
Al estallar la guerra el batallón de zapadores y el batallón ciclista, establecidos en la ciudad, permanecieron fieles a la República, mandados por Monterde y por Azcárate. Pero cuatro pilotos del aeródromo intentaron el triunfo de los golpistas sin resultado. Fueron arrestados de inmediato. Sin embargo, en el cercano pueblo de Meco sí había triunfado la insurrección, por lo que parte de las tropas alcalaínas fueron allí mientras otra parte iba a ayudar en Madrid, lo que dio alas a varias personas de la derecha complutense para intentar el golpe en Alcalá. Fue la gente del pueblo, la milicia, la que se enzarzó con ellos en diversos tiroteos intentando controlar la ciudad. Yo mismo me hice con un fusil que me entregó un hombre del Sindicato de Oficios Varios de la CNT de Alcalá de Henares. Se llamaba Mauricio.
A Mauricio le había encontrado la guerra en la capital de modo casual, pero allí no tardó en movilizarse y participar de las barricadas. En cuanto pudo intentó regresar a Alcalá para ayudarla y comprobar si su familia estaba bien. De ese modo, y siendo anarquista, se unió a la improvisada columna de Mera, la cual sin entretenerse en Madrid salía con urgencia hacia Guadalajara, por lo que pasaría por la ciudad complutense. Junto a esa columna iba otra del militar republicano Ildefonso Puigdéngola.
Yo les vi entrar en Alcalá. Me encontraba con otros milicianos en la Puerta de Madrid, por donde inevitablemente debían pasar los coches y camiones que se dirigieran de Madrid a Guadalajara, y al contrario, ya que la carretera pasaba por debajo de su arco. Estábamos defendiendo ese punto vital de las comunicaciones en un momento tan delicado donde todas las fuerzas de uno y otro bando intentaban ubicarse. Alguien había pintado las siglas de la Federación Anarquista Ibérica sobre la vieja puerta del siglo XVIII, indicando con ello la seña de identidad de quien controlaba la puerta, a la par que un acto pletórico de revolución y cambio social. Algunos seguimos a los camiones llenos de milicianos y militares hasta la cercana plaza de los Santos Niños. En la Iglesia Magistral se habían hecho fuertes varias personas golpistas creyendo que no entraríamos disparando. Así pues, había disparos desde dentro afuera y de afuera a adentro, sin que hubiera avance alguno que diera ventaja a ninguno de las dos partes. Tenía pinta de prolongarse el asunto. Otros edificios emblemáticos sufrían idéntica suerte. Mauricio me dio un fusil, como ya te he escrito y nos ubicamos juntos desde un punto donde poder disparar estando relativamente a cubierto. Junto a nosotros estaba otro hombre llamado Félix Páez. La Iglesia Magistral, algún día tienes que verla querida Quiros, es un edificio imponente del siglo XV sin casi ventanas y muros enormes. Su campanario es altísimo, aunque perdió sus campanas durante la guerra, cuando se necesitaba con qué hacer balas y bombas contra el fascismo. Tanto es así que hasta el propio general Orlov, de la NKVD soviética, la usó como una de sus bases cuando llegó a España.
Los tiroteos proseguían por horas y los rebeldes no se rendían pese a que ya no tenían nada que hacer ante el número de milicianos y tropa que nos encontrábamos alrededor. Pero tampoco había tiempo que perder para ir a Guadalajara y Cuenca. El tiempo era en esos primeros momentos de la guerra algo vital. Se decidió obligarles a salir ya que no querían hacerlo por su propio pie. Prendimos fuego a la iglesia y salieron. El fuego fue apagado, pero justo cuando ardía regresaban a la ciudad algunos de los habitantes, que habían huido al campo para protegerse y que regresaban cuando habían dejado de oír tantos disparos. Creo que esa visión de ver como ardía uno de los edificios que daban identidad a la ciudad hizo que al acabar la guerra se levantaran muchos falsos testimonios contra algunos de los que entonces defendimos la libertad. Como por ejemplo contra el profesor Ángel García, al que acusaron de quemar la iglesia de Santa María la Rica, cuando la quemaron tres saqueadores, no milicianos, o contra el poeta Marcos Ana, al que acusaron de matar a un sacerdote al que nunca mató, o contra Fernando Nacarino, que en 1947 le acusaron de poner una bomba en el polvorín de Alcalá, yo firmé en mi exilio varias de las cartas para la ONU que se mandaron por su indulto y el del resto… lástima de aquellos ocho fusilados… O incluso lo que se dijo de aquel Mauricio, al que acusaron de liderar la explotación obrera de la “colectividad agrícola Isabelo Romero”, que se ubicó durante la guerra en la caseta que existía en la propia Puerta de Madrid, junto a las murallas medievales, de la cual sí participó, pero desde la que desde luego no ejerció de comisario para decidir cortarle los alimentos a la gente de derechas de la ciudad.
Mauricio, con el cual tuve algún contacto posterior a aquel día, tenía un gran corazón. Se le acusó de muchas cosas después de la guerra, y tristemente algunos de sus acusadores fue gente que él mismo salvó la vida en alguna ocasión. Sólo algún testimonio favorable de alguien de aquella derecha complutense pudo salvarle la vida y evitar su fusilamiento en 1939, aunque ignoro quien pudo ser. Traté de buscarle cuando regresé a España en 1976, como a tantos otros con los que perdí el contacto. Lo poco que logré saber de él es que tras pasar varios juicios sumarísimos se lo habían llevado a realizar trabajos forzosos en el Valle de los Caídos, construyendo ese mastodóntico mausoleo para la muerte de Franco. Investigué mucho sobre su paradero actual. Pero todas las pistas y testimonios desaparecen allí. Creo, tengo el triste pensamiento, de que en algún momento fue ejecutado y descansa en alguna fosa común sin marcar y desconocida.
De Félix Páez sé que estuvo combatiendo en Madrid y Guadalajara, pero perdí también su pista. Alguien me dijo que le vio una vez en Madrid, de albañil en los almacenes “El Corte Inglés” de la plaza de Callao. Pero nunca le he vuelto a encontrar.
En fin, querida Quiros, no eran tiempos fáciles ni bonitos. Aquellos primeros días fueron terribles. La muerte estaba en cualquier lugar y ubicarse era difícil. Ya te seguiré contando sobre la guerra en mi próxima carta. Por hoy te dejo. Recordar me ha fatigado mucho. Te mando un cariñoso abrazo.
DLP
[Personajes históricos: sobre la República y la guerra civil en Alcalá de Henares hay poco escrito, menos aún sobre el periodo de la dictadura y la represión. Uno de los historiadores que más ha publicado sobre el asunto hasta la fecha es Julián Vadillo, cuya juventud augura un futuro en el que los complutenses podremos reencontrarnos con nuestro pasado en el siglo XX, lejos ya de aquel Miguel de Cervantes. Existen, eso sí, unos pocos libros y artículos que llegan a tratar el tema, como una especie de memorias sobre Fernando Nacarino, menciones en las memorias de Marcos Ana, menciones en otras investigaciones generales de la guerra o de la época republicana, y recopilaciones de fotografías, así como artículos de la historiadora Pilar Lledó, quien publicó un libro hoy día descatalogado, lamentablemente, por ser una edición de corta tirada, “Alcalá en Guerra”.
Cipriano Mera llegó a controlar a todas las milicias de Madrid capital en los últimos momentos de la guerra, cuando el gobierno estaba a punto de abandonar España por Valencia. Cuando se produjo el llamado “golpe de Casado” en la historiografía, Mera participó de él. El general republicano Casado, junto al líder de la UGT Wenceslao Carrillo, padre de Santiago, y el socialdemócrata Julián Besteiro (del PSOE), decidió negociar la rendición con el ejército de Franco cortando así un goteo de muertes ante lo inevitable que resultaba ya la derrota y lo inútil de la resistencia y el morir por algo ya perdido. No contó en sus reuniones con Mera, pero Mera al saber de la rendición del ejército por parte de Casado, comprendió que se había llegado al punto de la imposibilidad de toda defensa. Decidió dar la orden de rendición a sus milicias. Alcalá de Henares resistió un poco más que Madrid capital, pero se trataba sobre todo de dar tiempo a la gente de llegar a Valencia para que pudieran huir por barco. Aún con todo, cuando se acabaron los barcos en Valencia hubo gran cantidad de suicidios por la desesperación de ser atrapados por las tropas franquistas.
Félix Páez era mi abuelo materno, murió en 1985.
Sobre Cipriano Mera aquí. Sobre Puigdéngola aquí. Sobre la CNT aquí. Sobre la guerra civil española aquí. Sobre Félix Páez aquí. Sobre Alcalá de Henares 1900-1950 aquí.]
Querida Quiros:
Creo que deberá ser un capítulo fundamental en tu libro las historias de la guerra que te pueda contar. Los españoles que se quedaron en España, y muchos de los que se fueron, no saben mucho sobre su pasado, cuando no nada. Ahora, con los nuevos aires que ha traído Juan Carlos I, se publican más cosas sobre el asunto, pero aún se habla muy poco y con miedo. Nadie quiere recordar de verdad. ¿Cuánto tiempo habrá de pasar para que la gente quiera recuperar la memoria? Quizá por eso he reservado varias de tus últimas preguntas para las últimas cartas que te enviaré sobre este asunto que me solicitaste. Hay muchas heridas abiertas, aunque nadie se queja del dolor que le producen. Incluso siguen llamando “nacionales” al bando ganador de aquella guerra civil, el de la dictadura, el del fascismo nacionalcatólico, cuando en realidad no eran más que rebeldes e insurrectos, golpistas, contra el gobierno legal y democráticamente constituido de la República. Puede que a Franco le rindieran honores de Estado a su muerte el 20 de Noviembre de 1975, pero ese mismo año, en Octubre, yo estuve en otro entierro multitudinario en París que no necesitaba de honores de Estado para recoger el reconocimiento y estima de miles de españoles y de no españoles, el del anarquista Cipriano Mera. Allí, en silencio, acompañando su ataúd.
Cipriano Mera fue un gran líder de las milicias anarquistas en la defensa de Madrid, cuando en el fondo había sido toda su vida un simple albañil. Un hombre del pueblo. El primer día de la guerra le había sorprendido en la cárcel por participar en una huelga de la construcción, al segundo día le liberaban y le daban un fúsil. De ahí hasta el final de la guerra su ascenso como líder fue meteórico, incluso se le dio el rango de teniente coronel. Una de sus primeras acciones fue ir a asegurar Guadalajara y Cuenca como leales al orden republicano, cuando aún en Madrid había barricadas por la confusión política propia de toda guerra civil. En su trayecto pasó por Alcalá de Henares, única ciudad importante de la provincia de Madrid después de la capital. Alcalá fue vital en la defensa de Madrid durante la guerra. Lo pagó muy caro. Al final de la guerra era un montón de escombros por culpa en buena parte de la aviación de los golpistas. Yo estaba en Alcalá de Henares al comienzo de la guerra.
Había regresado a España en Abril de 1935 y había colaborado con el Frente Popular para las elecciones de Febrero de 1936, desde un grupo político de débil fuerza en Madrid. Fue durante esas elecciones que me enteré de la muerte del “Mastín”. El “Mastín” era un amigo de mi infancia en Alcalá de Henares. Éramos de la misma quinta. Trabajaba en el campo cuando podía, pero habitualmente estaba desempleado. Quizá por eso se involucró en las huelgas que se realizaron en Alcalá por la construcción de un manicomio. Parece ser que durante la huelga general complutense de Febrero de 1934, el “Mastín”, a quien muchos le llamaron el “Caniche”, recibió un fuerte golpe en la cabeza del culatazo del rifle de uno de los guardias civiles que entraron cargando a caballo. Yo entonces no supe nada. El “Mastín” tuvo fuertes hemorragias en prisión que le dejaron dormido por varios meses, hasta que murió en Octubre de 1934, justo el primer día de la huelga revolucionaria. No me había decidido ir a mi ciudad natal a visitar su tumba y dar mis condolencias hasta Julio de aquel verano del ‘36. Lo había estado rehuyendo consciente e inconscientemente. Aunque por otra parte, Madrid estaba llena de noticias esos días, desde el atentado fallido contra el presidente Azaña, a los asesinatos del teniente Castillo y el diputado Calvo Sotelo.
El día 17 el ejército de Marruecos se levantó contra el gobierno. El día 18 la guerra se generalizó a toda España, que intentaba situarse a uno u otro lado desatando todas sus tensiones e iras mal contenidas durante décadas en un derroche de sangre y vidas imperdonable. No fue posible la paz.
En Alcalá, antes de los días 18, 19 y 20, hubo un incidente en la calle Mayor que había cortado posibilidades a la gente proclive a los golpistas, aunque es de decir que la ciudad siempre fue netamente de izquierdas. El general Miaja y el presidente Azaña ya habían cambiado de destino a algunos altos mandos de los que desconfiaban y habían colocado a otros. Has de tener en cuenta que por esas fechas la ciudad contaba con el aeródromo más moderno de España, que tanto socorro le dio a Madrid al transformarse en una de las principales bases aéreas en su defensa con todos aquellos aviones rusos. La cuestión es que, aparte de aquellas destituciones en los destacamentos alcalaínos, dos jornaleros adolescentes habían llamado fascistas a dos soldados rasos que paseaban por el centro de la ciudad. Aquello se transformó en una pelea que sesgó la vida de uno de aquellos chicos y malhirió a su compañero. Uno de los soldados había usado su arma. Por esa razón se dio orden de que los militares no pasearan por la ciudad con uniforme y armas, así como se tuvo especial control sobre los grupos organizados de derechas en el municipio. La ciudad estaba bastante caliente ya días antes de aquel día 18.
Al estallar la guerra el batallón de zapadores y el batallón ciclista, establecidos en la ciudad, permanecieron fieles a la República, mandados por Monterde y por Azcárate. Pero cuatro pilotos del aeródromo intentaron el triunfo de los golpistas sin resultado. Fueron arrestados de inmediato. Sin embargo, en el cercano pueblo de Meco sí había triunfado la insurrección, por lo que parte de las tropas alcalaínas fueron allí mientras otra parte iba a ayudar en Madrid, lo que dio alas a varias personas de la derecha complutense para intentar el golpe en Alcalá. Fue la gente del pueblo, la milicia, la que se enzarzó con ellos en diversos tiroteos intentando controlar la ciudad. Yo mismo me hice con un fusil que me entregó un hombre del Sindicato de Oficios Varios de la CNT de Alcalá de Henares. Se llamaba Mauricio.
A Mauricio le había encontrado la guerra en la capital de modo casual, pero allí no tardó en movilizarse y participar de las barricadas. En cuanto pudo intentó regresar a Alcalá para ayudarla y comprobar si su familia estaba bien. De ese modo, y siendo anarquista, se unió a la improvisada columna de Mera, la cual sin entretenerse en Madrid salía con urgencia hacia Guadalajara, por lo que pasaría por la ciudad complutense. Junto a esa columna iba otra del militar republicano Ildefonso Puigdéngola.
Yo les vi entrar en Alcalá. Me encontraba con otros milicianos en la Puerta de Madrid, por donde inevitablemente debían pasar los coches y camiones que se dirigieran de Madrid a Guadalajara, y al contrario, ya que la carretera pasaba por debajo de su arco. Estábamos defendiendo ese punto vital de las comunicaciones en un momento tan delicado donde todas las fuerzas de uno y otro bando intentaban ubicarse. Alguien había pintado las siglas de la Federación Anarquista Ibérica sobre la vieja puerta del siglo XVIII, indicando con ello la seña de identidad de quien controlaba la puerta, a la par que un acto pletórico de revolución y cambio social. Algunos seguimos a los camiones llenos de milicianos y militares hasta la cercana plaza de los Santos Niños. En la Iglesia Magistral se habían hecho fuertes varias personas golpistas creyendo que no entraríamos disparando. Así pues, había disparos desde dentro afuera y de afuera a adentro, sin que hubiera avance alguno que diera ventaja a ninguno de las dos partes. Tenía pinta de prolongarse el asunto. Otros edificios emblemáticos sufrían idéntica suerte. Mauricio me dio un fusil, como ya te he escrito y nos ubicamos juntos desde un punto donde poder disparar estando relativamente a cubierto. Junto a nosotros estaba otro hombre llamado Félix Páez. La Iglesia Magistral, algún día tienes que verla querida Quiros, es un edificio imponente del siglo XV sin casi ventanas y muros enormes. Su campanario es altísimo, aunque perdió sus campanas durante la guerra, cuando se necesitaba con qué hacer balas y bombas contra el fascismo. Tanto es así que hasta el propio general Orlov, de la NKVD soviética, la usó como una de sus bases cuando llegó a España.
Los tiroteos proseguían por horas y los rebeldes no se rendían pese a que ya no tenían nada que hacer ante el número de milicianos y tropa que nos encontrábamos alrededor. Pero tampoco había tiempo que perder para ir a Guadalajara y Cuenca. El tiempo era en esos primeros momentos de la guerra algo vital. Se decidió obligarles a salir ya que no querían hacerlo por su propio pie. Prendimos fuego a la iglesia y salieron. El fuego fue apagado, pero justo cuando ardía regresaban a la ciudad algunos de los habitantes, que habían huido al campo para protegerse y que regresaban cuando habían dejado de oír tantos disparos. Creo que esa visión de ver como ardía uno de los edificios que daban identidad a la ciudad hizo que al acabar la guerra se levantaran muchos falsos testimonios contra algunos de los que entonces defendimos la libertad. Como por ejemplo contra el profesor Ángel García, al que acusaron de quemar la iglesia de Santa María la Rica, cuando la quemaron tres saqueadores, no milicianos, o contra el poeta Marcos Ana, al que acusaron de matar a un sacerdote al que nunca mató, o contra Fernando Nacarino, que en 1947 le acusaron de poner una bomba en el polvorín de Alcalá, yo firmé en mi exilio varias de las cartas para la ONU que se mandaron por su indulto y el del resto… lástima de aquellos ocho fusilados… O incluso lo que se dijo de aquel Mauricio, al que acusaron de liderar la explotación obrera de la “colectividad agrícola Isabelo Romero”, que se ubicó durante la guerra en la caseta que existía en la propia Puerta de Madrid, junto a las murallas medievales, de la cual sí participó, pero desde la que desde luego no ejerció de comisario para decidir cortarle los alimentos a la gente de derechas de la ciudad.
Mauricio, con el cual tuve algún contacto posterior a aquel día, tenía un gran corazón. Se le acusó de muchas cosas después de la guerra, y tristemente algunos de sus acusadores fue gente que él mismo salvó la vida en alguna ocasión. Sólo algún testimonio favorable de alguien de aquella derecha complutense pudo salvarle la vida y evitar su fusilamiento en 1939, aunque ignoro quien pudo ser. Traté de buscarle cuando regresé a España en 1976, como a tantos otros con los que perdí el contacto. Lo poco que logré saber de él es que tras pasar varios juicios sumarísimos se lo habían llevado a realizar trabajos forzosos en el Valle de los Caídos, construyendo ese mastodóntico mausoleo para la muerte de Franco. Investigué mucho sobre su paradero actual. Pero todas las pistas y testimonios desaparecen allí. Creo, tengo el triste pensamiento, de que en algún momento fue ejecutado y descansa en alguna fosa común sin marcar y desconocida.
De Félix Páez sé que estuvo combatiendo en Madrid y Guadalajara, pero perdí también su pista. Alguien me dijo que le vio una vez en Madrid, de albañil en los almacenes “El Corte Inglés” de la plaza de Callao. Pero nunca le he vuelto a encontrar.
En fin, querida Quiros, no eran tiempos fáciles ni bonitos. Aquellos primeros días fueron terribles. La muerte estaba en cualquier lugar y ubicarse era difícil. Ya te seguiré contando sobre la guerra en mi próxima carta. Por hoy te dejo. Recordar me ha fatigado mucho. Te mando un cariñoso abrazo.
DLP
[Personajes históricos: sobre la República y la guerra civil en Alcalá de Henares hay poco escrito, menos aún sobre el periodo de la dictadura y la represión. Uno de los historiadores que más ha publicado sobre el asunto hasta la fecha es Julián Vadillo, cuya juventud augura un futuro en el que los complutenses podremos reencontrarnos con nuestro pasado en el siglo XX, lejos ya de aquel Miguel de Cervantes. Existen, eso sí, unos pocos libros y artículos que llegan a tratar el tema, como una especie de memorias sobre Fernando Nacarino, menciones en las memorias de Marcos Ana, menciones en otras investigaciones generales de la guerra o de la época republicana, y recopilaciones de fotografías, así como artículos de la historiadora Pilar Lledó, quien publicó un libro hoy día descatalogado, lamentablemente, por ser una edición de corta tirada, “Alcalá en Guerra”.
Cipriano Mera llegó a controlar a todas las milicias de Madrid capital en los últimos momentos de la guerra, cuando el gobierno estaba a punto de abandonar España por Valencia. Cuando se produjo el llamado “golpe de Casado” en la historiografía, Mera participó de él. El general republicano Casado, junto al líder de la UGT Wenceslao Carrillo, padre de Santiago, y el socialdemócrata Julián Besteiro (del PSOE), decidió negociar la rendición con el ejército de Franco cortando así un goteo de muertes ante lo inevitable que resultaba ya la derrota y lo inútil de la resistencia y el morir por algo ya perdido. No contó en sus reuniones con Mera, pero Mera al saber de la rendición del ejército por parte de Casado, comprendió que se había llegado al punto de la imposibilidad de toda defensa. Decidió dar la orden de rendición a sus milicias. Alcalá de Henares resistió un poco más que Madrid capital, pero se trataba sobre todo de dar tiempo a la gente de llegar a Valencia para que pudieran huir por barco. Aún con todo, cuando se acabaron los barcos en Valencia hubo gran cantidad de suicidios por la desesperación de ser atrapados por las tropas franquistas.
Félix Páez era mi abuelo materno, murió en 1985.
Sobre Cipriano Mera aquí. Sobre Puigdéngola aquí. Sobre la CNT aquí. Sobre la guerra civil española aquí. Sobre Félix Páez aquí. Sobre Alcalá de Henares 1900-1950 aquí.]
6 comentarios:
Excelso Canichu. Me ha gustado mucho. Me he imaginado allí, en los lugares que dices. Me encanta que aparezca también tu abuelo y que hayas sabido perfectamente entrelazar una historia así. Muchas gracias, de verdad. Es algo así como eso que he estado investigando toda mi vida ahora me convirtiera en protagonista.
Gracias otra vez.
De nada, me alegro de haberte satisfecho en la creación de tu personaje en esta mininovela.
Bueno, bueno...me he leído todos los que me faltaban de la serie del tirón y aún querría muchos más!!!Insuperable, lo tuyo es insuperable!qué poderío!
Biquios!
pues me alegro que te gustasen, pero te anuncio que sólo quedan dos. Un saludo.
Las paredes de tu ciudad hablan, tu sangre también.
Memoria histórica, ¿quién dice que no es necesaria?
Memoria y palabra escrita, muy pero que muy necesarias. MIl gracias por los datos.
hummm, pilar, tu personaje junto con el de juan cosaco hará el último capítulo de la serie. Un saludo y que la cerveza te acompañe.
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