Hace unos meses conocí a un chico que adquirió una serie de discapacidades a raíz de un accidente, según tengo entendido. El chico en cuestión se dedica ahora a dibujar y vender pulseras que él mismo hace en un centro alcalaíno para sordomudos y discapacitados y disminuidos psíquicos llamado APHISA. Me lo encontré estos últimos días en la Vaca Flaca y nos invitó repetidamente a la Psicóloga del Bar, a Acolade, a mí y a otros a que fuésemos hoy por la mañana a una maratón, fiesta y rifa que APHISA celebra todos los años en la Plaza de Cervantes para darse a conocer, recaudar fondos y darles una fiesta propia a los discapacitados de APHISA.
Lo que en principio no sabía él es que en el año 2000 yo hice la objeción de conciencia en el edificio residencia-colegio de APHISA para no realizar el servicio militar. En concreto yo atendía a residentes internos con un estado de síndrome de Down muy profundo, en ocasiones complicado con otros problemas como atrofías físicas, parálisis, esquizofrenias, paranoias y demás. Auténticos niños, a veces peligrosamente violentos, a veces cariñosos, en cuerpos de 40 y 60 años. No voy a relatar mis experiencias o sensaciones allí. Yo era un cuidador más. La cuestión es que fui a la marcha. Madrugué en medio de la resaca de la noche anterior. Encontré al chico y estuve con él hasta el inicio de la maratón, más o menos una hora y media, no vi al resto de la gente que invitó por allí, no sé si se pasarían más tarde. Pero lo que sí vi fue un trozo de mi pasado y me invadió una cierta pena. Con la fiesta ya empezada trajeron en autobús especial a los internos, los que yo cuidaba. La gran mayoría no se acordaba de mí, asíque preferí no molestarles haciéndoles ver que les conocía, pues hubiera sido un poco peor, no habrían parado de preguntarse el porqué. Pero hubo tres que lo hicieron. Una mujer llamada Rosa que estaba muy contenta y no se paró mucho conmigo. Un chaval de 30 años que tiene el síndrome de down complicado con una mudez y un temperamento violento, esquizofrénico. A ese chico yoi debía darle de cenar y a veces acostarle. estaba tranquilo, pero me impresionó que me miró a los ojos desde su silla de ruedas y me sonrió, largo rato. Sé que me reconoció, no me digáis como, pero estoy seguro que se acordó de mí. El tercero que me reconoció fue un chico que también tenía el síndrome de Down complicado con cierta esquizofrenia. Quizá con el que más cuidado había que tener porque en uno de sus ataques, recuerdo, llegó a dislocar varias vertebras cervicales de una de las enfermeras, a la cual vi por allí y hablé con ella, dice que ahora se le descolocan con facilidad y suele llevar collarín en diferentes periodos desde entonces. Este chico se acercó con su bamboleo continuo y repetitivo y me dio la mano muy feliz para decirme hola y que estaba con su padre. Era verdad, estaba su padre y supongo que eso era lo que realmente le hacía feliz. Pero este chico tiene la cabeza tan dispersa que fue curioso. Bueno, "este chico" tendrá unos 40 años.
Eché en falta a un tal Juan, me resultaba muy simpático, lo habían dejado en la residencia, pero no sé porqué. Me hubiera gustado que me hubieran reconocido sobre todo los que tenían la mente un poco más limpia y poder hablar y preguntarles cómo les iba (aunque su vida es una continua repetición y ya lo sé, pero esos detalles les gusta mucho y se ponen contentos porque ven que no les tratas diferente o con reservas), o bien incluso hablar de cosas ocurridas desde ese 2000 a este 2006. Pero verles, sobre todo, me dio pena. Eran felices, les sacaron por la ciudad, les hicieron una fiesta donde colaboraba el ayuntamiento, estaban con sus familiares... pero conozco su vida diaria, y sé que muchas veces están tristes... porque algunos internos jamás ven a su familia porque no les visitan o porque les visitan de muy tarde en tarde, o porque simplemente no viven con ellos... lo que en algunos casos es tristemente comprensible por causas mayores, o porque todos los días se sigue una rutina de horarios en el centro, y cosas por el estilo. Sí, siempre hay alguien que intenta llevarles una sonrisa, pero eso es siempre puntual. Yo he estuve muchos meses cuidándoles como objetor de conciencia, y puedo asegurar que su día a día no parece invitar a mucho. Me dio cierta pena reencontrarles, no debería ser así, porque reían... pero conozco sus vidas y conozco que esa fiesta, en parte, es una fantochada para recaudar fondos... que son necesarios... pero hay algo abyecto en el fondo de aquello... sí, los chicos son felices, es su fiesta se reencuentran con familiares... pero a la vez son el escaparate para que el transeunte se anime a comprar un refresco o una camiseta o algo. Es ambiguo... bueno para ellos, pero a la vez demuestra la hipocresía de la sociedad.
En fin, al menos ellos fueron felices hoy.
Lo que en principio no sabía él es que en el año 2000 yo hice la objeción de conciencia en el edificio residencia-colegio de APHISA para no realizar el servicio militar. En concreto yo atendía a residentes internos con un estado de síndrome de Down muy profundo, en ocasiones complicado con otros problemas como atrofías físicas, parálisis, esquizofrenias, paranoias y demás. Auténticos niños, a veces peligrosamente violentos, a veces cariñosos, en cuerpos de 40 y 60 años. No voy a relatar mis experiencias o sensaciones allí. Yo era un cuidador más. La cuestión es que fui a la marcha. Madrugué en medio de la resaca de la noche anterior. Encontré al chico y estuve con él hasta el inicio de la maratón, más o menos una hora y media, no vi al resto de la gente que invitó por allí, no sé si se pasarían más tarde. Pero lo que sí vi fue un trozo de mi pasado y me invadió una cierta pena. Con la fiesta ya empezada trajeron en autobús especial a los internos, los que yo cuidaba. La gran mayoría no se acordaba de mí, asíque preferí no molestarles haciéndoles ver que les conocía, pues hubiera sido un poco peor, no habrían parado de preguntarse el porqué. Pero hubo tres que lo hicieron. Una mujer llamada Rosa que estaba muy contenta y no se paró mucho conmigo. Un chaval de 30 años que tiene el síndrome de down complicado con una mudez y un temperamento violento, esquizofrénico. A ese chico yoi debía darle de cenar y a veces acostarle. estaba tranquilo, pero me impresionó que me miró a los ojos desde su silla de ruedas y me sonrió, largo rato. Sé que me reconoció, no me digáis como, pero estoy seguro que se acordó de mí. El tercero que me reconoció fue un chico que también tenía el síndrome de Down complicado con cierta esquizofrenia. Quizá con el que más cuidado había que tener porque en uno de sus ataques, recuerdo, llegó a dislocar varias vertebras cervicales de una de las enfermeras, a la cual vi por allí y hablé con ella, dice que ahora se le descolocan con facilidad y suele llevar collarín en diferentes periodos desde entonces. Este chico se acercó con su bamboleo continuo y repetitivo y me dio la mano muy feliz para decirme hola y que estaba con su padre. Era verdad, estaba su padre y supongo que eso era lo que realmente le hacía feliz. Pero este chico tiene la cabeza tan dispersa que fue curioso. Bueno, "este chico" tendrá unos 40 años.
Eché en falta a un tal Juan, me resultaba muy simpático, lo habían dejado en la residencia, pero no sé porqué. Me hubiera gustado que me hubieran reconocido sobre todo los que tenían la mente un poco más limpia y poder hablar y preguntarles cómo les iba (aunque su vida es una continua repetición y ya lo sé, pero esos detalles les gusta mucho y se ponen contentos porque ven que no les tratas diferente o con reservas), o bien incluso hablar de cosas ocurridas desde ese 2000 a este 2006. Pero verles, sobre todo, me dio pena. Eran felices, les sacaron por la ciudad, les hicieron una fiesta donde colaboraba el ayuntamiento, estaban con sus familiares... pero conozco su vida diaria, y sé que muchas veces están tristes... porque algunos internos jamás ven a su familia porque no les visitan o porque les visitan de muy tarde en tarde, o porque simplemente no viven con ellos... lo que en algunos casos es tristemente comprensible por causas mayores, o porque todos los días se sigue una rutina de horarios en el centro, y cosas por el estilo. Sí, siempre hay alguien que intenta llevarles una sonrisa, pero eso es siempre puntual. Yo he estuve muchos meses cuidándoles como objetor de conciencia, y puedo asegurar que su día a día no parece invitar a mucho. Me dio cierta pena reencontrarles, no debería ser así, porque reían... pero conozco sus vidas y conozco que esa fiesta, en parte, es una fantochada para recaudar fondos... que son necesarios... pero hay algo abyecto en el fondo de aquello... sí, los chicos son felices, es su fiesta se reencuentran con familiares... pero a la vez son el escaparate para que el transeunte se anime a comprar un refresco o una camiseta o algo. Es ambiguo... bueno para ellos, pero a la vez demuestra la hipocresía de la sociedad.
En fin, al menos ellos fueron felices hoy.
2 comentarios:
Aquí hacen algo parecido con los ciegos. Ellos sonríen en esos encuentros, pero sólo sirven para que la gente aporte algo de dinero, luego se olvidan de ellos. Es triste, muy triste, porque los ves desvalidos, pero a la vez son útiles para las asociaciones que los agrupan. En cierta manera, son utilizados.
Nos tendría que salir más espontáneamente compartir con ellos, algo así como te ha salido a ti, que fuiste porque te importan, y esperabas verlos y hacerlos felices.
en realidad fui porque me invitó el chico este que digo, he de reconocer que el resto de años no he ido, pero sí me pareció bien el reencuentro con los que yo cuidaba.
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