Llevo toda la tarde intentando desatascar las cañerías de mi cocina, que comunican con el lavabo. Llegados a este punto creo que me urge comprar una pistola desatascadora de aire comprimido, las que usan los fontaneros. Sin embargo aún tengo que hacer preparativos para ir mañana al trabajo y la ferretería más cercana no está cerca, así que con la esperanza de que con el paso de las horas el agua termine yéndose por los desagües aunque sea poco a poco, dejo aplazada la compra como mínimo hasta mañana por la tarde.
Es parte de esas leyes de Murphy, donde cuando todo puede ir mal, aún puede ir peor y va peor, así como cuando tienes un mínimo de algo no tan malo, de repente algo ocurre y te quita ese mínimo. A todos nos es común aquello de que cuando vas a recibir un beneficio, de repente ocurre una avería y se te va en arreglarla. En este caso yo no iba a cobrar sueldo hasta el día 10 de mayo, pero en fin, supongo que enajenaré parte de ese sueldo futuro para esa pistola de aire comprimido. Al menos para próximas averías tendré la solución ya en casa. Y se prometen próximas averías porque ya un fontanero amigo me dijo que mis cañerías eran tan antiguas que eran más estrechas de lo que ahora mismo se fabrican, a lo que hay que unirle su antigüedad y las cosas propias de otras épocas. Por ello, dijo, lo normal en mi casa es que cada cierto poco tiempo tenga atascos, pero dado que mis cañerías no son del material plástico actual, mejor que no use productos químicos, de ahí que use los clásicos embudo y alambre... y ahora a ver si me hago con esa pistola de aire. La otra solución que me comentaba mi amigo era cambiar las cañerías, lo que implicaba quitar los azulejos de la pared, que son de los que ya no se fabrican, por lo que implica poner nuevos y tal vez el fregadero... total que unos seis mil euros al menos que tire más para arriba con materiales y otros cambios. La pistola desatascadora de aire comprimido son unos veinte a treinta euros, he visto.
Ay, las leyes de Murphy... ignoro de dónde surgieron o cuándo se formularon, pero está claro que alguien las formuló, por lo que ciertamente hay un algo común en esto de que a algunas personas siempre les toque la china. Algo habrá en eso de moverse el mundo. Aunque, en fin, la casa tiene muchos años, el edificio se acabó de construir en 1974 y su primer inquilino entró a vivir entonces, luego casi no vivió allí. Mis padres entraron a vivir en la casa de al lado en el inicio de enero de 1975, cuando se casaron, aunque evidentemente debieron comprar y visitar la casa en aquel 1974. El año que viene el edificio cumplirá cincuenta años, medio siglo, no es poco, no es poco siendo además por aquella época construcciones baratas para obreros.
En este edificio, unos pisos más y otros menos, todos tuvieron alguna reforma a partir de la década de 1980 en adelante, la casa de mis propios padres, por ejemplo, y alguna vecina en esta misma década de 2020. Mi piso no tuvo reformas, salvo el cambio de las persianas de cuerda por unas correderas de aluminio y la terraza, su uralita por aluminio después de que, tras comprarla mis padres en la década de 2000, si me equivoco sería 1999, y en uno de los primeros inviernos estando mi dormitorio allí me dio lo que es una hipotermia, literalmente. No terminaba de entrar en calor aquella noche, que a poco me llevan al hospital, pero eso no ocurrió, y simplemente me hizo recuperar mi madre a base de darme calor a la vieja usanza con todo tipo de medios tradicionales durante bastante rato. Y es que los acabados de aquellas ventanas primeras, que no eran de aluminio, tenían agujeros y resquicios por todas partes, a lo que hay que sumar un cristal roto en un balcón de la cocina, el cual sigue roto y que por falta de dinero tapé con un cartón cuando el temporal de frío de la Filomena, en 2021, y así sigue.
Hubo otra reforma, tras la muerte de mi padre en 2003 y por recomendación de él antes de morir, mi madre hizo cambiar el sistema eléctrico, propio de 1974, para modernizarlo y que pudiera aceptar la potencia de los electrodomésticos actuales, eso ocurrió uno o dos años después de aquella muerte. En el trascurso de las obras se descubrió que por el interior de uno de los enchufes había resto de que alguna vez algún chispazo quemó el interior. Era el enchufe que mi madre usaba para conectar la plancha de la ropa, se pudo haber salido ardiendo en una de esas planchas, pero por suerte aquello no ocurrió tampoco. Los restos ennegrecidos, un poco de ellos, se pueden ver actualmente, pues tras las obras quedaron al descubierto. Afortunadamente esa modernización eléctrica sí se llevó a cabo. Y tras esto, yo mismo pinté la casa entera. Todo lo demás está desde la década de 1970... y tiene sus evidentes deterioros de tiempo y de uso que no puedo subsanar.
Como mucho, la televisión y la lavadora, que duraron muchas décadas, se averiaron del todo en su día; de mi propio dinero los cambié por otros modernos, mi madre hizo lo mismo cuando se averió el frigorífico sin solución en los 2010.
El edificio va a cumplir cincuenta años el próximo año, como digo, y dentro del edificio creo que es mi piso el más intacto, quizá le gane uno de los bajos cuyos dueños lo pusieron en alquiler hace años y no me suena que se hicieran obras. Y como soy presidente de la comunidad de vecinos (el cargo es rotatorio de manera anual entre los propietarios que van a las reuniones, aunque la ley otorga a estos que puedan nombrar a un propietario aunque no esté presente, cosa que ya ocurrió durante la pandemia), pues digo que como presidente de la comunidad de vecinos, cuyo turno va a acabar pronto en algún momento de esta primavera tal como se viene haciendo en mi portal, también se me pidió que tratara de arreglar algunos de los problemas físicos de este edificio de casi cincuenta años... pero igualmente, tampoco hay dinero entre la comunidad de vecinos. Aunque techo y fachadas necesitan reparaciones, entre lo más urgente, tal como se acordó cuando el año pasado entré en el cargo.
Y así pasa el día a día en los barrios obreros y sus casas. Y es que, desde mi caso, con una jornada parcial, un contrato fijo discontinuo (que normalmente siempre eran de obra y servicio antes) y siempre con eternos sueldos a la baja, esto es así, cuando me preguntan esta semana de qué va mi nuevo empleo, digo: de dar duros a peseta.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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