El viernes pasado terminé mi contrato de dos meses como archivero y coordinador de equipo. Estuve con los expedientes del instituto de primaria, secundaria y bachillerato San Isidro de Madrid entre los teóricos años 1900 a 1939, aunque en realidad el grueso fue de 1894 a 1942, y hubo bastantes documentos extremos que nos pondrían de 1840 a 1970. Por allí pasaron numerosas personas anónimas de entre las personas que podían permitirse llevar a sus hijos e hijas a estudiar estudios de secundaria o de bachillerato, o del por entonces también existente bachillerato profesional. Pero también hubo gente conocida en la Historia, como ministros, diputados, fundadores de partidos políticos como Joan Comorera, pintores, escritores, radiofonistas, actores, directores de cine... Desde generales golpistas como Armada o Fanjul, a artistas como Remedios Varo cuando aún no tenía porqué exiliarse y pioneros de la televisión y radiofonistas como Volpini. Del mismo modo que tuvimos expedientes académicos, tuvimos libros de registros, correspondencia... y también los fondos de otros dos institutos de secundaria y bachillerato de aquellas épocas en Madrid, el Calderón de la Barca y El Escorial. En el Calderón llegó a dar clases por un tiempo Antonio Machado. Fue un instituto que tuvo por alumno a uno de los hijos de Valle-Inclán. Se abrió con la República en el comienzo de los años 1930 y se cerró con la guerra civil para no volverse a abrir hasta muchos años más tarde. Su archivo se había trasladado junto al de El Escorial (por análogas razones) al instituto San Isidro, que a fin de cuentas era un centro de enseñanza desde el siglo XVI con prestigio académico.
Entre los alumnos más o menos anónimos me fue curioso encontrarme uno con fotografía de un niño sonriente que, al rastrear su nombre por si siguió siendo anónimo o se hizo conocido, fue uno de los bajos oficiales que morirían en Annual en 1921. En el rastreo encontré su foto de edad adulta. Curioso, como siempre en mi oficio, tener los dos extremos de la vida de una persona presente ante ti. La del niño inocente que estaba recibiendo sus primeras enseñanzas ante el desconocimiento del fatal final que le esperaría en aquella batalla que será recordada en la Historia como desastre por la catastrófica forma y grandiosidad de la derrota. Aunque igualmente ocultaban historias todos aquellos alumnos y alumnas del curso 1936-1937 que pagaron y formalizaron su matrícula pero nunca jamás llegaron a cursar su curso normal de estudios, ya que sus expedientes no contienen ni becas, ni matrículas de honor, ni cartas, ni boletines de calificaciones, ni certificaciones, ni convalidaciones, ni nada. Nada más allá. La guerra, sólo la guerra. Una guerra que no impidió algunos trámites administrativos como traslados de expedientes académicos a otros lugares de España y certificaciones de haber cursado estudios avalados por gentes de sindicatos como la FETE, a veces la FUE, o bien por alcaldes, concejales, algún diputado o militares de la República. Y pasada la guerra: sólo avales de Falange o de alguna autoridad franquista o religiosa de que tal estudiante que reclamaba que se le reconocieran sus estudios los tenía y tenía lo que el régimen consideró "buena conducta", o en otras palabras: no ser una persona con ideas discrepantes. En todo caso, llama la atención aquí el de un jefe de estudios que solicitó una certificación de estudios para que un alumno pudiera continuarlos durante la guerra y que el mismo jefe de estudios a continuación otorga la certificación. La petición la hizo, escribe en la solicitud, él en persona que representa a los padres del alumno ya que se ha quedado huérfano de padre y madre, lo que en pleno 1937 en el Madrid bombardeado por el fascismo es toda una historia humana detrás.
En todo caso, no sólo había expedientes académicos de tiempos de la guerra, obviamente desde 1894 a 1939 hay muchos años que no tienen que ver con ese periodo. No todos los expedientes llevaban fotografías, pero me llamaban la atención la de aquellos de las chicas estudiantes de los años 1920, ya que llegando algunas a la adolescencia, peinan y visten a la moda, y parecían auténticas modelos y actrices del momento. Las grafías a pluma estaban con una preciosa caligrafía que me ha tentado innumerables veces a querer aprenderla. Y polvo, mucho polvo, innumerable polvo que dejaban negro al papel y que había que limpiar para devolverle su blanco. Polvo que se iba al interior de tu cuerpo, por falta de mascarillas que no nos fueron suministradas para el trabajo. Guantes blancos que quedaban negros y batas blancas hechas gris. Polvo de cien años, polvo de ochenta años. Polvo de la Historia. Y barro y mierda y orín resecos de algún gato que algún día tuvo su habitación de archivo original.
Ese es nuestro trabajo y compromiso con la Historia y con este país, traer de vuelta a la gente del pasado. Retomar sus expedientes como estos, de sus estudios cuando aún eran niños y niñas, jóvenes a lo sumo, y aún no habían hecho todo lo que quiera que hayan podido vivir, y traerlos al presente. Aún hoy hay quien busca sobre ellos, y no sólo sobre los famosos, también sobre los anónimos. ¿Acaso descendientes? ¿Historiadores de lo social?
"¿Qué habrá sido de estas personas?", me preguntaba a veces. La pregunta que la mayor parte de las ocasiones no tiene respuesta. Tuve en mis manos y fue mi trabajo traer al presente el expediente académico de Gregorio Peces-Barba del Brío. Su trayectoria es bien conocida en la Historia, pero de otras personas no sabemos tanto por tener vidas más comunes.
Llevamos del viejo edificio de San Isidro, hoy día en activo aún con sus alumnos y sus gritos de pasillo, sus recreos y sus jóvenes hoy día comportándose como si fueran adultos perdiendo así su juventud, todos estos expedientes del periodo teórico de 1900 a 1939 al Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, que es el archivo propiamente histórico de lo madrileños. Allí los instalamos y tratamos todo lo que se pudo tratar en dos meses. La vieja fábrica de la cerveza El Águila entre el final del siglo XIX y principios del XX, de buena parte del XX, es ahora este archivo público. Allí cada día, bajado de su peana en el techo de la entrada, nos recibía en su patio interior de recibimiento el águila de bronce con las alas abiertas para tomar el sol. Allí en la zona de Delicias de Madrid, cada día recuperando anónimamente numerosas vidas pasadas.
Pero el trabajo fue breve, las condiciones de vida del nuevo temporero del siglo XXI, tal como ya os hablé cuando iba a comenzar este mismo trabajo, en la Noticia 1821ª. El sector de archivos, como otros, anda mal, pero conozco bien este, que es donde más me he desenvuelto, y anda especialmente mal. Lo que me sorprende (aunque no tanto) es que desde 2008 no haya habido ninguna huelga en el sector. Nosotros nos iremos y quizá nos sustituyan becarios hasta el próximo fin de año que darán un contrato a alguna empresa para acabar con presupuestos, y por supuesto ganará el contrato por ley quien menos coste ofrezca. Quien debiera dar ejemplo, la administración, no lo da ni lo dará. No se puede esperar gran cosa.
Sea como sea, llevo un par de fines de semana ayudando en la Librería Domiduca, ya que han puesto un puesto de Navidad en la Plaza de Cervantes. Así que por allí ando por la librería de la Plaza del Padre Lecanda, ayudando, y así será probablemente hasta el 8 de enero. Aunque, no va mal la cosa, ya hay otra empresa de archivos interesada en que trabaje para ellos durante veinte meses en Moncloa. Pero eso será a partir de enero, y lo dejamos ahí. Veinte meses dan para muchas seguridades. Para tener la total seguridad de poder afrontar lo que se ha de afrontar. Sin miedo económico, al menos durante veinte meses, casi dos años. Hacia adelante.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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