Siguiendo con los libros que leí durante mi infancia, en los de la anterior entrega comenté los que más probablemente leí en los años 1980, en su mayoría, aunque puse el tope en 1993. Hay quien se sorprende de que comenzara a leer libros completos a los 6 años, pero he de volver a insistir que las sucesivas leyes educativas EGB, LOGSE, LOE y LOMCE marcaba las edades para empezar a aprender determinadas cosas en diferentes edades, desde 1970 que empezó la EGB, que es la que yo hice en los años 1980, a este 2015 donde ha empezado la LOMCE, la tendencia ha sido comenzar la educación obligatoria básica a edades más tempranas y se ha entendido por conocimientos básicos cosas cada vez más complejas. Así por ejemplo, a niños de 5 años, o más jóvenes, se les puede estar introduciendo ya el idioma inglés, mientras que con la EGB eso no ocurría hasta el 6º curso de EGB, que se daba con 12 años si no se había repetido ningún curso. De ese mismo modo, la enseñanza de la lectura y la escritura empezaba en los colegios públicos a los 6 años en esa época. Se puede contrastar mirando los BOE donde se aprobaron cada una de las leyes, o en cualquier manual de Historia o de Pedagogía donde se recoja los programas escolares que han existido desde el tardofranquismo a la actualidad. Eso no quiere decir que los colegios privados, el que quisiera, optara por empezar antes esa enseñanza, me consta casos de amistades que empezaron a leer a los 4 años en colegios privados religiosos, pero si quien lee esto estudió la EGB en colegios públicos le invito a que rescate del recuerdo sus cartillas de calificación trimestral y observe el año y las asignaturas de sus cursos, a pesar de lo que su memoria le pueda sugerir, verá que los documentos que en su día firmó su padre o su madre, dicen claramente fechas donde empezó a leer a los 6 años. Esa fue nuestra realidad, y no fue mala, ¿no se dice, aunque estemos la mayoría en el paro o fuera del país, que somos hasta ahora la generación mejor preparada de la Historia de España? Pues eso mismo.
Tampoco quiere decir que a alguien no le enseñaran sus padres o abuelos unas primeras letras antes de ir al colegio, yo no guardo ese recuerdo, pero no me extrañaría que hubiera ocurrido. Si recuerdo vagamente, inconexo, sin contexto, a mi madre o a mi padre ayudándome a leer, si eso fue antes de 1º de EGB, o sea antes del curso a caballo entre los 5 y 6 años, o durante ese curso, no lo sé. Puede, imagino, que quizá leí cuentos clásicos, del tipo Caperucita Roja, los Tres Cerditos, Hamelin, Rijk Van Vinkle y cosas similares, pero no me consta ni por escrito, ni en recuerdos, ni me lo han contado, aunque sea muy probable. De hecho recuerdo lecturas en torno a un libro infantil para educar a los niños en las diferencias y las funciones sexuales.
Como sea, en esta segunda entrega de tres, me toca escribir libros que en esa infancia leí ya no de 1985 a 1993, si no que me consta que los leí en algún momento entre 1990 y 1993, por diferentes razones y detalles que sirven por lado de documentación (año de impresión del libro) y de recuerdos personales que sirven de trucos memotécnicos. Libros leídos entre los 11 y los 14 años de edad, o sea una infancia ya previa a la adolescencia o preadolescente. No podría decir qué año exacto de ese comienzo de los años 1990, justo los años del fin de la Guerra Fría y de la Primera Guerra de Irak, de los que guardo muchos recuerdos, a pesar de mi juventud de entonces. Era precoz en esto. Muy precoz. Para la tercera entrega dejo reservados los libros que leí entre 1990 y 1993 sabiendo el año con exactitud gracias a mi diario personal, que escribo ininterrumpidamente desde 1990.
Como sea, entre 1990 y 1993 realizaba los cursos de 6º, 7º y 8º de EGB, y con ello terminaba el colegio, el final de una etapa educativa obligatoria donde se nos consideraba niños. Seguían todas esas lecturas que dije de cómics, por supuesto, aunque con problemas económicos familiares que impedía comprar tanto como antes estos artículos, aunque se compraban, y añado ahora la lectura de poemas sueltos de poetas que estaban por casa comprados por mi madre o bien de la biblioteca escolar, clásicos como un libretillo en fotocopias de Miguel Hernández, un libro de Editorial Cátedra de Federico García Lorca, Antonio Machado, Garcilaso de la Vega, mi preferido por aquella época, Francisco de Quevedo, que me caía mejor que Góngora, Santa Teresa de Jesús, fray Luis de León, San Juan de la Cruz y poemas sueltos más o menos así, de esa índole, de la Edad de Oro y de la Edad de Plata de la Literatura Española.
1990 - 1993: 11 a 14 años (sin saber fijarlos en algún año concreto dentro de esos años).
Amadis de Gaula (anónimo, 1508, aunque se sospecha que ya existía en el siglo XV): Le pasa un poco lo que conté con el libro de Heidi en la entrega anterior. En un trabajo escolar de lectura teníamos que escoger un libro de la bilbioteca, leerlo y escribir sobre él. Mis compañeros y compañeras elegían libros de historias más juveniles y modernas... y menos gruesos. Yo vi este libro, que aparte de estar escrito en castellano antiguo, tiene entre seiscientas y novecientas hojas. La profesora se quedó extrañada, eso lo recuerdo, pero en lugar de decirme que cogiera otro, me dejó leer ese recomendándome que cuando no supiera una palabra usara un diccionario o le preguntara a ella. Creo que leí aquel libro y el diccionario en sí. Aprendí mucho vocabulario, desde luego. Era una historia de caballería y aventuras fantásticas, era entretenido, la verdad es que tenía su emoción. Cuando años después descubrí la importancia de este libro en El Quijote, me alegré mucho de conocer de antemano tanto a Amadis de Gaula, el personaje, como el libro, como la clase de libros a los que se refería Cervantes, y sí: me pareció la obra de Cervantes una comedia pura y dura en comparación entre lo que se dice y como se dice en uno y otro libro. Fue duro leerlo, creo que tardé mucho tiempo, pero creo que mereció la pena. Además, incluso hoy día, no he encontrado a nadie de mis amigos y conocidos que me diga que se lo ha leído.
Ben-Hur (Lewis Wallace, 1880): Muchos conocerán a Lewis Wallace por esta novela, aunque tiene otra donde aportó a la imaginación del posterior siglo XX, y a este XXI, una de las innovaciones de la ciencia ficción, hoy ya casi realidad, más apasionantes: el rayo láser, aunque lo llamó de otro modo, Vrip-La o algo similar. Como sea, este libro lo leí en una edición adaptada juvenil de la editorial Susaeta. La verdad es que creo que a toda la familia nos gustaba mucho la película que le hizo en 1959 William Wyler. Yo como niño disfrutaba mucho con aquella carrera de cuádrigas. A mi padre también le gustaba mucho esa película protagonizada por Charlton Heston. Creo que por eso me compró este libro, aunque en parte porque le había regalado otro de temática similar a mi hermano, me refiero a que hicieron una película que nos gustaba de ese otro también, no me acuerdo ahora exactamente cuál, creo que Miguel Strogoff. En 2007 descubrí que un pintor español de finales del XIX y principios del XX, Ulpiano Checa, se había apasionado también con esta novela y le había pintado un cuadro que se anticipaba a los fotogramas del cine... ¡cuando en la época en que pintó el cuadro no había cinematógrafo! Hablé de ello en la Noticia 326ª. Desde entonces también me hice apasionado de Ulpiano Checa, unidos por esta historia de romanos y forcejeos con los pueblos vencidos entre las disputas personales de ocupantes y ocupados, antiguos amigos, luego enemigos.
Miguel Strogoff, el correo del zar (Julio Verne, 1876): Ya que lo he mencionado lo escribo ahora. También lo leí, y creo que era el que compró mi padre para mi hermano junto al otro que fue para mí. Curiosamente Ulpiano Checa también realizó una estatua precisamente de Miguel Strogoff. Se puede ver en el museo que tiene dedicado en Colmenar de Oreja. A mí hermano y a mí nos gustaba mucho leer libros de aventuras. Son esos libros que en el siglo XIX eran para adultos y que en el siglo XX eran considerados para jóvenes y adolescentes. Aunque estos libros no tienen edad, y quizá sean los que se han apasionado y se apasionan con estas historias los que más viva tengan la imaginación y el sentido de la aventura, o de la búsqueda. Aquello de la Rusia de los zares, los tártaros, los cosacos, los peligros en el invierno ruso, las conspiraciones de Estado... apasionante.
Los viajes de Gulliver (Jonathan Swift, 1726): Lo leí en una edición íntegra para adultos de la biblioteca pública María Zambrano. La mayor parte de mis compañeros leyeron esta historia en libros adaptados juveniles, donde faltaban importantes pasajes y prácticamente se quedaban con el país de los gigantes y el de los enanos, pero yo pude ver que también había otros, como el de los caballos que hablaban y algunos más. Desde entonces supe que a través de los libros se podía saber más o menos, y que era preferible intentar leer las versiones íntegras, las que escribieron los autores, no las adaptaciones juveniles, aunque era inevitable leer libros adaptados juveniles, ya que la mayor parte de los libros te los compraban tus padres y a veces compraban abundantes novelas adaptadas, aunque en general a nosotros nos compraban muchísimos libros íntegros.
La vuelta al mundo en ochenta días (Julio Verne, 1872-1873): Este es de la biblioteca particular de mi hermano. Los dos habíamos visto de niños, unos muy pocos años antes, la serie de televisión que adaptó esta historia en dibujos animados, y más tarde la película de actores protagonizada por Mario Moreno Cantinflas. Creo que fue mi madre la que le compró el libro adaptado a adolescentes y a mi padre le gustó la idea, porque nos presentaba la historia tal cómo era, de personajes humanos y sin ser una comedia. Era como acercarnos desde una historia que conocimos infantilmente a un mundo un poquito más adulto. La historia habla de un montón de culturas y regiones del mundo diferentes, excitaba mucho a la imaginación.
20.000 leguas de viaje submarino (Julio Verne, 1869-1870): En este caso estábamos encantados con una película que protagonizó Kirk Douglas, sobre todo mi hermano, así que el libro era suyo, aunque como los compartíamos todos, pues también lo leí. Fue una suerte leer este libro en este momento ya que hay otro relacionado con él, La isla misteriosa, que para entenderlo había que conocer la historia que contaba este. Este estaba en versión íntegra no adaptada a edad. En 1996 parodié este título en un relato de humor que publiqué en El Recreo.
Un capitán de 15 años (Julio Verne, 1878): El gran maestro de la ciencia ficción del siglo XIX era uno de nuestros autores favoritos, quizá porque también le gustaba a mi padre. La mayor parte de los libros que nos compraron eran de una editorial llamada PPP, que era una editorial barata, lo que era necesario por las circunstancias de la familia, y que se podía adquirir en las ferias del libro antiguo y de ocasión de Alcalá de Henares. No todos los de Julio Verne los compramos de esa edición, hay otros de editoriales más lujosas y más trabajadas, pero muchos sí los compramos de esa editorial, por cuestiones económicas. Algunos los compraron mis padres y otros directamente los comprábamos nosotros con nuestras pagas semanales.
El último mohicano (James Fenimore Cooper, 1826): Si los libros mayoritarios de la anterior entrega, la de la infancia propiamente dicha, los de los años 1980, corresponden sobre todo a la nunca del todo reconocida como es debido editorial Barco de Vapor, los de estos años preadolescentes corresponden mucho a este tipo de novelas clásicas de aventuras, más bien del siglo XIX, y muchas veces los títulos se nos daban o nos interesaban porque nos habíamos acercado a estas historias por medio de películas y series, Este también es el caso. Gracias a este libro comencé a conocer a las culturas indias de Norteamérica un poco más allá de las películas del Salvaje Oeste, que también me apasionaban y de las que he visto una gran mayoría. También fue estupendo para mí descubrir años más tarde por medio de mi pasión por la Historia que este relato está inmerso en la Guerra de los Siete Años en su frente bélico americano.
Juegos de guerra (D. Bischoff, 1984): Este libro ejemplifica lo dicho en el anterior. Se hizo una afamada película en esa misma década de 1980. Es una historia sobre los peligros de la Guerra Fría, las nuevas tecnologías y una posible guerra termonuclear por un error informático combinado con un pirata informático. El protagonista es un niño. La historia le gustó a mi padre, el libro era suyo, así que nos animó a ver la película y luego a leer el libro. En este caso ambos están a la altura, aunque he de confesar que para un preadolescente leer el posible fin del mundo de manera inminente por errores informáticos, justo en una era de la Guerra Fría en el que eso era una posibilidad muy real y muy cercana, era como heredar el miedo a la guerra nuclear venido desde nuestros abuelos, con aquellas bombas de 1945. Hay que recordar que el mundo vivió una extraña sacudida política con la caída del muro de Berlín en 1989, la separación de Estonia, Letonia y Lituania de la Unión Soviética, luego la Primera Guerra de Irak entre 1990 y 1991 que amenazó por un momento a hacer saltar la guerra mundial por un juego de alianzas que después no ocurrió, luego un golpe de Estado en la Unión Soviética y el secuestro de Gorbachov en 1991, después su rescate a manos de Yeltsin y la proclamación de la democracia, su economía precaria a lo largo de 1992 y sus arsenales militares que aparecían de repente en la recién empezada guerra de Yugoslavia de manera clandestina... y su material nuclear en Pakistán e India... Aunque ahora parezca tontería, era un mundo que bien pensado, apabullaba, porque podía terminar realmente de un momento a otro, más teniendo Alcalá de Henares tan cerca una base militar norteamericana, que era Torrejón de Ardoz, que hoy no es de ellos. Este libro lo volvi a leer completo una segunda vez con seguridad en 1992.
Las Indias Negras (Julio Verne, 1877): Entre mi hermano y yo hicimos un listado enorme de los libros que escribió Verne y tratábamos de leerlos todos... sumamos cerca de doscientos. Leímos muchos. Nos fascinaban sobre todo estos, las novelas menos conocidas de Verne, las que la televisión y el cine aún no te habían contado sus sorpresas y seguían sorprendiéndote página a página.
El Conde de MonteCristo (Alejandro Dumas, 1844): Este me lo compré con mi paga, me acuerdo de aquel día, porque esta historia me llamaba mucho la atención. Una vez la oí mencionar y le pregunté a mi padre sobre ella. Él me contestó que era la historia de una venganza pensada durante muchos años, me dijo algo así, algo similar. Cuando me compré el libro sólo pude pagar un ejemplar de la editorial PPP. No me defraudó. Me enganchó. Vi la película más tarde, la antigua, luego vi otra más moderna, y con los años he visto ya varias versiones, ninguna se ha igualado a cómo imaginé yo la historia. Aquí comienza en mí aquello de querer leer primero el libro antes que ver la película, para sorprenderme y enterarme, aunque en algunos casos creo que es necesario hacerlo justo al revés.
Tartarín de Tarascón (Alfonso Daudet, 1872): Una novela de humor que se reía de las grandes historias de cacerías en una África que estaba sufriendo la etapa más dura de su colonización. En este caso sería en el África francesa. Curiosamente para el año de la escritura de este libro, quedaban ocho años para la Conferencia de Berlín de 1880 que asentaría las bases de las normas europeas para hacerse con cada pedazo del continente negro. Siempre recordaré a Tartarín intentando cazar a un león más muerto de hambre que de sus balas. Es una crítica social total a las costumbres burguesas de su época y todo un alegato proafricanista y proecologista.
El príncipe y el mendigo (Mark Twain, 1881): En este caso también había visto una vieja película antes de leer el libro. Creo que es de esos libros que en cierto modo me acercaron de algún modo a interesarme por temas de Historia, a pesar de que es un libro de ficción que critica el el choque de clases social y pone en tela de juicio las clases sociales más afortunadas por razones de nacimiento, lo que en cierto modo, supongo estimulaba una educación republicana, ya más directa o indirectamente iniciada desde varios cuestiones de mi vida. Era precoz en estos temas, lo dije antes.
El dueño del mundo (Julio Verne, 1904): Es la segunda parte de otra novela de Verne, Robur, el conquistador (1886), que no he leído, no tuve oportunidad. Aunque es una de las novelas de anciano de Verne, aún es capaz de anticipar máquinas voladoras más allá de avión, que era mero proyecto por entonces. Seguía siendo un genio. Aparte de lo oscura que era su temática, porque bien leído este libro parece que Verne intuía una hipotética guerra a nivel mundial por el dominio territorial del mundo y sus recursos para seguir avanzando en la producción industrial. Un visionario.
El pirata (Walter Scott, 1822): Mi padre, o mi madre, seguían observando que me gustaban esas historias de piratas. Era inevitable leer a este autor. También escribió otro libro que leí en esta época, Robin Hood (1819), que sale en su también novela Ivanhoe. Era innevitable porque la importancia literaria de este novelista del Reino Unido se fundamenta en ser el inventor de lo que se conoce hoy día como novela histórica, entendida como la conocemos ahora mismo. Escogió temáticas de aventuras propias del siglo XIX en un estilo romántico, pero es innegable que tanto las mencionadas, como Rob Roy y otras siguen inspirando a numerosos creadores y autores de muchas obras, y se siguen creando innumerables versiones de sus historias. ¿Cómo un futuro historiador no se iba a topar con Walter Scott, a quien le dediqué un cuento e aquellos años de 1990 a 1993? ¿Cómo no iba a ser si además creó a un personaje tan atractivo para un joven como es Robin Hood, el ladrón que roba a los ricos para dárselo a los pobres, que busca la justicia y no la ley, que puede ser injusta, y que aparentemente se enfrenta al rey, que es la autoridad? ¡Pero si éramos preadolescentes! Era inevitable. Eran los personajes de nuestra preadolescencia, que tenían total relación a la de nuestros padres, abuelos, bisabuelos... aunque pongo en duda que tengamos relación con los personajes e ídolos de las actuales nuevas generaciones, que estas historias si no se revisten de sexo y violencia extrema no les atraen demasiado por sus ideales, aunque les gusten sus ideales.
Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África Austral (Julio Verne, 1871-1872): Verne te hacía viajar y conocer mundo, era muy descriptivo y con unos conocimientos enciclopédicos, su biblioteca debía ser prodigiosa. En este caso te acercaba a la ciencia de la geografía mediante aventuras de descubrimientos coloniales. Es el choque de un mundo tradicional lleno de misterios y pasiones que pervivía en África contra el mundo científico y calculado de la nueva Europa. Con estos libros terminabas amando África, a los africanos, a su naturaleza, a su virginidad perdida, digan ahora lo que digan los que se las dan de bienpensantes y guardianes de la "correcta" educación mediante los libros. Las cuestiones racistas muchas veces existen, como tantas otras acusaciones en tantos otros asuntos, más en la mente del acusador que en la realidad viva de quien plantea determinadas historias, expresiones o formas de concebir.
El rey y el cabeza de turco (María Gripe, 1991): Entre tanto libro del siglo XIX, aunque hay que recordar algunos títulos citados en la entrega anterior de Barco de Vapor, en esta segunda entrega aparece con este el segundo libro escrito en el siglo XX, y exactamente era una novedad justo en el periodo de tiempo del que hablo. Se trata de un libro juvenil de la editorial SM que yo creo que se lo mandaron leer a mi hermano en el colegio y de rebote lo leí yo también. Con él aprendí el significado de la expresión "cabeza de turco" y en cierto modo me recordó la historia del príncipe y el mendigo, y su intercambio de personalidades, la de Mark Twain. Era una literatura juvenil que ya iba preparando el camino a un lenguaje más seco de adulto, pero, teniendo en cuenta las cosas que me había leído, eso estaba un poco de más para mí.
La herencia de los Bisnenti (J. Soligoni, 1987): Este también era de la editorial SM, y también fue mandado leer por algún profesor, pero no recuerdo a quien. No me dejó ninguna impronta, que yo sepa.
La historia interminable (Michael Ende, 1979): Un clásico del siglo XX. Uno de los libros más leídos por la juventud, también con película. De un autor inolvidable, que contaba con otro libro imprescindible como es Momo. En la Noticia 204ª lo destaqué como uno de los dos libros que destaqué de los leídos en esa etapa, me remito a leer lo que entonces dije. No podía abandonar su lectura. Se confundía la realidad con la ficción, no tanto en el texto, como que lograba transportarte a un mundo irreal. A veces parecía que tú eras Bastian, el protagonista. Quizá hay que decir que su tipografía verde y roja no podía ser muy saludable para la salud visual de los ojos, pero creo que todos los que lo leímos de jóvenes y vimos luego la película, soñamos con que todo aquello era real. Para mí los mundos fantásticos existen, en algún lugar, como en el libro. Hay que creer.
El sombrero de tres picos (Pedro Antonio de Alarcón, 1874): Es un autor español no muy recordado ahora, en 2015, tengo la ligera impresión, pero no estaba mal. Una novelita de costumbres y engaños maritales, más o menos apta para jóvenes. No me disgustó.
Viaje al centro de La Tierra (Julio Verne, 1864): Quizá uno de los más conocidos y versionados de Julio Verne. Este lo leí en una versión íntegra ilustrada. La cuestión es que Verne era muy pedagógico y muy científico. Seguía esa corriente positivista de su época que hace que a veces llenase páginas y páginas de detalles de geología, minerología y geografía. Esa parte, por aquel entonces, no me entusiasmó nada, pero la historia que contaba sí, y mucho. Interesante. En el fondo era muy emocionante. Además me hacía conocer algo que desconocía, Islandia. He de reconocer que este libro, que leí con gusto a pesar de toda la geología que llenaba páginas y páginas, me instruyó precisamente en geología.
La isla del tesoro (Robert Louis Stevenson, 1883): En todos esos libros de piratas que leí de niño y de preadolescente, este libro llegó justo en su momento, cuando debía. Es el libro por excelencia de los piratas románticos y las aventuras. También había una película antigua, pero este libro se merecía leerlo con total atención. Indudablemente podría haber sido elegido en aquella mención de 2007 como uno de los libros más destacados, porque lo fue. La historia y el autor me dejaron totalmente atrapados. Me alegro mucho de haber leído el libro. Lo disfruté y en alguna ocasión busqué la construcción de historias como él. Era todo un inicio. De lo más recomendable, en versión íntegra, por supuesto. Todo arranca con la mota negra, esa amenaza de muerte, luego todo detrás de todo, una tras otra.
Artículos (Mariano José de Larra, 1828-1837): Leí algunos artículos de Larra en 8º de EGB, el último curso, probablemente ya nos hicieron leer alguno previamente. A mí me gustó, extrañamente para mi edad, hasta el punto que ahorré dinero de mis pagas para encargar y comprar un libro que recopilara artículos de Larra. No pude comprar un libro con todos sus artículos, pero sí compré uno de la editorial Anaya que contenía varios muy sarcásticos, con explicaciones de Historia y lingüisticas. Más tarde he vuelto sobre él varias veces, sobre estos y otros artículos de ese periodista humorístico e incisivo que fue Larra. Su historia y su suicidio me pareció algo muy atrayente, sus ideas, sus desamores, su frustración política, sus críticas sociales... y un retrato esbozado a lapicero que mantengo en casa. Varias veces he hecho referencias explícitas o implícitas a Larra en algunos escritos míos. No sé porqué pero a veces me siento algo extrañamente unido a él. Y a Poe. Y a otros escritores del siglo XIX con vidas malogradas.
Como se puede ver, en mi preadolescencia, de los 11 a los 14 años, predominaron los libros decimonónicos entre mis lecturas. Los libros del género de aventuras que probablemente me unen a muchas generaciones de jóvenes anteriores a mí. Soñar, es lo importante. Creer. Vivir.
20.000 leguas de viaje submarino (Julio Verne, 1869-1870): En este caso estábamos encantados con una película que protagonizó Kirk Douglas, sobre todo mi hermano, así que el libro era suyo, aunque como los compartíamos todos, pues también lo leí. Fue una suerte leer este libro en este momento ya que hay otro relacionado con él, La isla misteriosa, que para entenderlo había que conocer la historia que contaba este. Este estaba en versión íntegra no adaptada a edad. En 1996 parodié este título en un relato de humor que publiqué en El Recreo.
Un capitán de 15 años (Julio Verne, 1878): El gran maestro de la ciencia ficción del siglo XIX era uno de nuestros autores favoritos, quizá porque también le gustaba a mi padre. La mayor parte de los libros que nos compraron eran de una editorial llamada PPP, que era una editorial barata, lo que era necesario por las circunstancias de la familia, y que se podía adquirir en las ferias del libro antiguo y de ocasión de Alcalá de Henares. No todos los de Julio Verne los compramos de esa edición, hay otros de editoriales más lujosas y más trabajadas, pero muchos sí los compramos de esa editorial, por cuestiones económicas. Algunos los compraron mis padres y otros directamente los comprábamos nosotros con nuestras pagas semanales.
El último mohicano (James Fenimore Cooper, 1826): Si los libros mayoritarios de la anterior entrega, la de la infancia propiamente dicha, los de los años 1980, corresponden sobre todo a la nunca del todo reconocida como es debido editorial Barco de Vapor, los de estos años preadolescentes corresponden mucho a este tipo de novelas clásicas de aventuras, más bien del siglo XIX, y muchas veces los títulos se nos daban o nos interesaban porque nos habíamos acercado a estas historias por medio de películas y series, Este también es el caso. Gracias a este libro comencé a conocer a las culturas indias de Norteamérica un poco más allá de las películas del Salvaje Oeste, que también me apasionaban y de las que he visto una gran mayoría. También fue estupendo para mí descubrir años más tarde por medio de mi pasión por la Historia que este relato está inmerso en la Guerra de los Siete Años en su frente bélico americano.
Juegos de guerra (D. Bischoff, 1984): Este libro ejemplifica lo dicho en el anterior. Se hizo una afamada película en esa misma década de 1980. Es una historia sobre los peligros de la Guerra Fría, las nuevas tecnologías y una posible guerra termonuclear por un error informático combinado con un pirata informático. El protagonista es un niño. La historia le gustó a mi padre, el libro era suyo, así que nos animó a ver la película y luego a leer el libro. En este caso ambos están a la altura, aunque he de confesar que para un preadolescente leer el posible fin del mundo de manera inminente por errores informáticos, justo en una era de la Guerra Fría en el que eso era una posibilidad muy real y muy cercana, era como heredar el miedo a la guerra nuclear venido desde nuestros abuelos, con aquellas bombas de 1945. Hay que recordar que el mundo vivió una extraña sacudida política con la caída del muro de Berlín en 1989, la separación de Estonia, Letonia y Lituania de la Unión Soviética, luego la Primera Guerra de Irak entre 1990 y 1991 que amenazó por un momento a hacer saltar la guerra mundial por un juego de alianzas que después no ocurrió, luego un golpe de Estado en la Unión Soviética y el secuestro de Gorbachov en 1991, después su rescate a manos de Yeltsin y la proclamación de la democracia, su economía precaria a lo largo de 1992 y sus arsenales militares que aparecían de repente en la recién empezada guerra de Yugoslavia de manera clandestina... y su material nuclear en Pakistán e India... Aunque ahora parezca tontería, era un mundo que bien pensado, apabullaba, porque podía terminar realmente de un momento a otro, más teniendo Alcalá de Henares tan cerca una base militar norteamericana, que era Torrejón de Ardoz, que hoy no es de ellos. Este libro lo volvi a leer completo una segunda vez con seguridad en 1992.
Las Indias Negras (Julio Verne, 1877): Entre mi hermano y yo hicimos un listado enorme de los libros que escribió Verne y tratábamos de leerlos todos... sumamos cerca de doscientos. Leímos muchos. Nos fascinaban sobre todo estos, las novelas menos conocidas de Verne, las que la televisión y el cine aún no te habían contado sus sorpresas y seguían sorprendiéndote página a página.
El Conde de MonteCristo (Alejandro Dumas, 1844): Este me lo compré con mi paga, me acuerdo de aquel día, porque esta historia me llamaba mucho la atención. Una vez la oí mencionar y le pregunté a mi padre sobre ella. Él me contestó que era la historia de una venganza pensada durante muchos años, me dijo algo así, algo similar. Cuando me compré el libro sólo pude pagar un ejemplar de la editorial PPP. No me defraudó. Me enganchó. Vi la película más tarde, la antigua, luego vi otra más moderna, y con los años he visto ya varias versiones, ninguna se ha igualado a cómo imaginé yo la historia. Aquí comienza en mí aquello de querer leer primero el libro antes que ver la película, para sorprenderme y enterarme, aunque en algunos casos creo que es necesario hacerlo justo al revés.
Tartarín de Tarascón (Alfonso Daudet, 1872): Una novela de humor que se reía de las grandes historias de cacerías en una África que estaba sufriendo la etapa más dura de su colonización. En este caso sería en el África francesa. Curiosamente para el año de la escritura de este libro, quedaban ocho años para la Conferencia de Berlín de 1880 que asentaría las bases de las normas europeas para hacerse con cada pedazo del continente negro. Siempre recordaré a Tartarín intentando cazar a un león más muerto de hambre que de sus balas. Es una crítica social total a las costumbres burguesas de su época y todo un alegato proafricanista y proecologista.
El príncipe y el mendigo (Mark Twain, 1881): En este caso también había visto una vieja película antes de leer el libro. Creo que es de esos libros que en cierto modo me acercaron de algún modo a interesarme por temas de Historia, a pesar de que es un libro de ficción que critica el el choque de clases social y pone en tela de juicio las clases sociales más afortunadas por razones de nacimiento, lo que en cierto modo, supongo estimulaba una educación republicana, ya más directa o indirectamente iniciada desde varios cuestiones de mi vida. Era precoz en estos temas, lo dije antes.
El dueño del mundo (Julio Verne, 1904): Es la segunda parte de otra novela de Verne, Robur, el conquistador (1886), que no he leído, no tuve oportunidad. Aunque es una de las novelas de anciano de Verne, aún es capaz de anticipar máquinas voladoras más allá de avión, que era mero proyecto por entonces. Seguía siendo un genio. Aparte de lo oscura que era su temática, porque bien leído este libro parece que Verne intuía una hipotética guerra a nivel mundial por el dominio territorial del mundo y sus recursos para seguir avanzando en la producción industrial. Un visionario.
El pirata (Walter Scott, 1822): Mi padre, o mi madre, seguían observando que me gustaban esas historias de piratas. Era inevitable leer a este autor. También escribió otro libro que leí en esta época, Robin Hood (1819), que sale en su también novela Ivanhoe. Era innevitable porque la importancia literaria de este novelista del Reino Unido se fundamenta en ser el inventor de lo que se conoce hoy día como novela histórica, entendida como la conocemos ahora mismo. Escogió temáticas de aventuras propias del siglo XIX en un estilo romántico, pero es innegable que tanto las mencionadas, como Rob Roy y otras siguen inspirando a numerosos creadores y autores de muchas obras, y se siguen creando innumerables versiones de sus historias. ¿Cómo un futuro historiador no se iba a topar con Walter Scott, a quien le dediqué un cuento e aquellos años de 1990 a 1993? ¿Cómo no iba a ser si además creó a un personaje tan atractivo para un joven como es Robin Hood, el ladrón que roba a los ricos para dárselo a los pobres, que busca la justicia y no la ley, que puede ser injusta, y que aparentemente se enfrenta al rey, que es la autoridad? ¡Pero si éramos preadolescentes! Era inevitable. Eran los personajes de nuestra preadolescencia, que tenían total relación a la de nuestros padres, abuelos, bisabuelos... aunque pongo en duda que tengamos relación con los personajes e ídolos de las actuales nuevas generaciones, que estas historias si no se revisten de sexo y violencia extrema no les atraen demasiado por sus ideales, aunque les gusten sus ideales.
Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África Austral (Julio Verne, 1871-1872): Verne te hacía viajar y conocer mundo, era muy descriptivo y con unos conocimientos enciclopédicos, su biblioteca debía ser prodigiosa. En este caso te acercaba a la ciencia de la geografía mediante aventuras de descubrimientos coloniales. Es el choque de un mundo tradicional lleno de misterios y pasiones que pervivía en África contra el mundo científico y calculado de la nueva Europa. Con estos libros terminabas amando África, a los africanos, a su naturaleza, a su virginidad perdida, digan ahora lo que digan los que se las dan de bienpensantes y guardianes de la "correcta" educación mediante los libros. Las cuestiones racistas muchas veces existen, como tantas otras acusaciones en tantos otros asuntos, más en la mente del acusador que en la realidad viva de quien plantea determinadas historias, expresiones o formas de concebir.
El rey y el cabeza de turco (María Gripe, 1991): Entre tanto libro del siglo XIX, aunque hay que recordar algunos títulos citados en la entrega anterior de Barco de Vapor, en esta segunda entrega aparece con este el segundo libro escrito en el siglo XX, y exactamente era una novedad justo en el periodo de tiempo del que hablo. Se trata de un libro juvenil de la editorial SM que yo creo que se lo mandaron leer a mi hermano en el colegio y de rebote lo leí yo también. Con él aprendí el significado de la expresión "cabeza de turco" y en cierto modo me recordó la historia del príncipe y el mendigo, y su intercambio de personalidades, la de Mark Twain. Era una literatura juvenil que ya iba preparando el camino a un lenguaje más seco de adulto, pero, teniendo en cuenta las cosas que me había leído, eso estaba un poco de más para mí.
La herencia de los Bisnenti (J. Soligoni, 1987): Este también era de la editorial SM, y también fue mandado leer por algún profesor, pero no recuerdo a quien. No me dejó ninguna impronta, que yo sepa.
La historia interminable (Michael Ende, 1979): Un clásico del siglo XX. Uno de los libros más leídos por la juventud, también con película. De un autor inolvidable, que contaba con otro libro imprescindible como es Momo. En la Noticia 204ª lo destaqué como uno de los dos libros que destaqué de los leídos en esa etapa, me remito a leer lo que entonces dije. No podía abandonar su lectura. Se confundía la realidad con la ficción, no tanto en el texto, como que lograba transportarte a un mundo irreal. A veces parecía que tú eras Bastian, el protagonista. Quizá hay que decir que su tipografía verde y roja no podía ser muy saludable para la salud visual de los ojos, pero creo que todos los que lo leímos de jóvenes y vimos luego la película, soñamos con que todo aquello era real. Para mí los mundos fantásticos existen, en algún lugar, como en el libro. Hay que creer.
El sombrero de tres picos (Pedro Antonio de Alarcón, 1874): Es un autor español no muy recordado ahora, en 2015, tengo la ligera impresión, pero no estaba mal. Una novelita de costumbres y engaños maritales, más o menos apta para jóvenes. No me disgustó.
Viaje al centro de La Tierra (Julio Verne, 1864): Quizá uno de los más conocidos y versionados de Julio Verne. Este lo leí en una versión íntegra ilustrada. La cuestión es que Verne era muy pedagógico y muy científico. Seguía esa corriente positivista de su época que hace que a veces llenase páginas y páginas de detalles de geología, minerología y geografía. Esa parte, por aquel entonces, no me entusiasmó nada, pero la historia que contaba sí, y mucho. Interesante. En el fondo era muy emocionante. Además me hacía conocer algo que desconocía, Islandia. He de reconocer que este libro, que leí con gusto a pesar de toda la geología que llenaba páginas y páginas, me instruyó precisamente en geología.
La isla del tesoro (Robert Louis Stevenson, 1883): En todos esos libros de piratas que leí de niño y de preadolescente, este libro llegó justo en su momento, cuando debía. Es el libro por excelencia de los piratas románticos y las aventuras. También había una película antigua, pero este libro se merecía leerlo con total atención. Indudablemente podría haber sido elegido en aquella mención de 2007 como uno de los libros más destacados, porque lo fue. La historia y el autor me dejaron totalmente atrapados. Me alegro mucho de haber leído el libro. Lo disfruté y en alguna ocasión busqué la construcción de historias como él. Era todo un inicio. De lo más recomendable, en versión íntegra, por supuesto. Todo arranca con la mota negra, esa amenaza de muerte, luego todo detrás de todo, una tras otra.
Artículos (Mariano José de Larra, 1828-1837): Leí algunos artículos de Larra en 8º de EGB, el último curso, probablemente ya nos hicieron leer alguno previamente. A mí me gustó, extrañamente para mi edad, hasta el punto que ahorré dinero de mis pagas para encargar y comprar un libro que recopilara artículos de Larra. No pude comprar un libro con todos sus artículos, pero sí compré uno de la editorial Anaya que contenía varios muy sarcásticos, con explicaciones de Historia y lingüisticas. Más tarde he vuelto sobre él varias veces, sobre estos y otros artículos de ese periodista humorístico e incisivo que fue Larra. Su historia y su suicidio me pareció algo muy atrayente, sus ideas, sus desamores, su frustración política, sus críticas sociales... y un retrato esbozado a lapicero que mantengo en casa. Varias veces he hecho referencias explícitas o implícitas a Larra en algunos escritos míos. No sé porqué pero a veces me siento algo extrañamente unido a él. Y a Poe. Y a otros escritores del siglo XIX con vidas malogradas.
Como se puede ver, en mi preadolescencia, de los 11 a los 14 años, predominaron los libros decimonónicos entre mis lecturas. Los libros del género de aventuras que probablemente me unen a muchas generaciones de jóvenes anteriores a mí. Soñar, es lo importante. Creer. Vivir.
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