miércoles, mayo 06, 2015

NOTICIA 1480ª DESDE EL BAR: ORSON WELLES, EL EXTRAÑO

Orson Welles murió el 10 de octubre de 1985, en esa fecha se cumplirán treinta años de su muerte, pero sin duda 2015 será el "Año Orson Welles", pues hoy, 6 de mayo, hace cien años que nació este maestro histórico del cine. Nació en 1915, en un pueblo estadounidense de Wisconsin, en Kenosha.  Hollywood, pero en general todo el Séptimo Arte, tienen un 2015 que debería sentirse muy orgulloso de honrar a este gran director de cine, actor, guionista... La relativamente breve Historia del Cine le debe muchas y muy variadas contribuciones al lenguaje audiovisual para contar historias en la gran pantalla, pero también muy memorables momentos fotográficos y de guión. 

En un día como hoy los grandes medios de comunicación, también muchos amantes anónimos del cine, le están recordando a través de su título más emblemático Ciudadano Kane (1941), cuya historia ficticia vendría hoy día como anillo al dedo para la historia real del fallecido cantante Michael Jackson. Es la historia de un hombre exitoso y enormemente rico que murió sintiéndose sólo en su gran mansión porque tenía un trauma de infancia que le unía a un pasado menos adinerado, pero más feliz y sincero. Parece que hay unanimidad con escoger este clásico tal día como hoy, como si Welles jamás hubiera rodado ninguna otra obra maestra, a pesar de que esa sea la más redonda y perfecta. Otros prefieren optar por recordar su papel como narrador y actor radiofónico de La guerra de los mundos, la novela de H. G. Wells, para la CBS norteamericana en 1938. Fue tan convincente y tan inesperado que mucho radio oyente creyó estar escuchando las noticias de verdad. Tragaron el anzuelo de una invasión extraterrestre en nuestro planeta. Orson Welles había logrado crear situaciones de auténtico pánico, pero también demostró la facilidad con la que la gente es manipulable ante los nuevos medios de comunicación. Lamentablemente esa historia de un mundo occidental invadido por los desastres de la guerra cobrarían realidad, sin necesidad de extraterrestres, con la Segunda Guerra Mundial a partir de 1939, de la que Estados Unidos participaría a partir de 1941. 

Aquí en España recordar a Orson Welles sigue también ese mismo camino, aunque aquí bien se podría haber evocado su apoyo y simpatía por la Segunda República Española, y sus partidarios de izquierdas en concreto, a pesar de que terminada la Guerra Civil Española en 1939 y la Segunda Guerral Mundial en 1945 visitó varias veces la España de la dictadura de Franco. Eso no le impidió hacer un documental en 1955 para la BBC británica llamado La tierra de los vascos, cuyo valor antropológico es discutible, aunque valioso en cuanto a la visión de un anglosajón de los años 1950 sobre el asunto vasco a esa altura del siglo XX, siempre pendientes del bombardeo sobre Guernica en 1937 y el envio de niños vascos republicanos durante la guerra a otros lugares de Europa para salvarles de los combates. Ese mismo año de 1955 producía Mister Arkadin con coproducción española. También exploró el carácter castellano más pragmático y más idealista cuando intento rodar una versión particular de El Quijote en 1969. Dejó la película inacabada, pero el director español Jess Franco la montó en 1992 y la estrenó entonces, siete años después de la muerte del gran cineasta. Fuera de los asuntos cinematográficos y políticos, tenemos a ese Orson Welles amante de la tauromaquia, del vino tinto de Rioja y de las paellas, cumpliendo los tópicos turísticos de la "España del desarrollo". En las colecciones fotográficas privadas de Alcalá de Henares, de las que hace poco pudimos gozar una exposición, le tenemos cigarro puro en mano saliendo de la antigua plaza de toros de Alcalá, hoy Plaza de España, Probablemente en algún momento de los años 1950.

La primera película estrenada por Orson Welles fue el zambombazo de Ciudadano Kane, en 1941, aunque él había rodado previamente otra en 1938 llamada Too much Johnson (Demasiado Johnson), que no se descubrió ni se estrenó hasta el año 2013. En Ciudadano Kane ya aparecían varias de las obsesiones de Welles a la hora de contar una historia: el pasado personal olvidado, el nulo valor del éxito o el poder público de un individuo ante la importancia de los valores y trayectorias personales si son traicionadas por uno mismo, la fatalidad que una masa humana puede ocasionar a una vida particular, la deshumanización del mundo occidental y capitalista actual, el desconocimiento de algo que atormenta y nos persigue... Son elementos que también aparecerán en otros clásicos de Welles como Mister Arkadin (1955) o El proceso (1962), ésta basada en una obra de Franz Kafka. Eran cosas que también estaban presentes en las obras que aceptaba interpretar como actor, sirva de ejemplo La dama de Shanghái (1941), El tercer hombre (1949), o incluso cuando actuó para el teatro, tanto en sus inicios en Dublín, allá en Irlanda, como posteriormente en el Broadway norteamericano o cuando llevó a Sheakespeare varias veces al cine. No es de extrañar que uno de sus últimos trabajos en los años 1970 fuera dar voz a relatos del escritor de terror Edgar Allan Poe, pues su terror en buena parte se componía de muchas de esas cosas que obsesionaban a Welles para relatarlas.

Decía Luis Buñuel que un director de cine siempre cuenta la misma historia de diferentes maneras. Welles en cierto modo lo cumple. Ambos lo hicieron de muy excelentes maneras. Ellos se conocían, respetaban y admiraban entre sí, junto a Hitchcock y Truffaut. Pertenecen a la llamada Edad de Oro del Cine en el siglo XX. Pusieron el énfasis en los buenos guiones con buenos textos, prácticamente literarios, con buenas historias, sin tratar paternalistamente al espectador, sin infravalorarle y sin subestimarle. Pero también comprendieron que la historia debía ser contada visualmente con una poesía visual que se traducía en su fotografía, de la que prácticamente todos ellos coincidían en el blanco y negro como mejor narrador poético de un relato. Ellos además no consideraban que Estados Unidos fuera una voz única en el Séptimo Arte, ni consideraban que el cine debiera conformarse con una perspectiva comercial. Hacían cosas comerciales cuando lo necesitaban, pero en cuanto podían tendían a la experimentación y a la vanguardia, siempre en busca de la perspectiva artística, de la obra de Arte, y no tanto del producto comercial y comercializable, algo que tanto se echa de menos en nuestros días. Precisamente en los años en los que se formó Orson Welles como director de cine, los años 1930 y 1940, Estados Unidos se benefició de la llegada de cineastas europeos que huían de una Europa donde el nazismo y el fascismo ganaba posiciones y les amenazaba incluso físicamente. Un Murnau o más exactamente un Fritz Lang llegaron a Estados Unidos desde Alemania tras haber innovado innumerables veces en la manera de rodar metrajes y contar historias. Ellos, tras la Primera Guerra Mundial, acabada en 1918, habían trabajado con la UFA alemana creando historias de terror. Se habían servido de las vanguardias artísticas pictóricas como el cubismo, el impresionismo, el expresionismo, el surrealismo y otras, en muchas de sus nuevas obras. Los fuertes contrastes de luz entre las sombras y las luces les ayudaban mucho a narrar, las sombras distorsionadas, las sombras geométricas, las sombras que caían sobre los rostros conveniente y expresivamente, los encuadres imposibles o torcidos... Todos estos recursos del terror y de las vanguardias alemanas pasaron con ellos a América cuando se instalaron en Hollywood. No es nada raro encontrarlos en numerosas películas de esos años, especialmente en las de cine negro, aquellas películas de misterio en las que se sintió cómodo desde entonces Fritz Lang. Orson Welles tiene mucho de todos esos recursos y de todas esas formas de hacer cine, sobre todo en sus primeras obras. Welles no es entendible sin las aportaciones de las vanguardias europeas emigradas a Norteamérica, pero tampoco lo es sin conocer el contexto de sus vidas.

El final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y el comienzo de la Guerra Fría dio lugar en Estados Unidos un periodo político social en el que se persiguió a los sospechosos de creer en el comunismo o de estar próximos a él. Por este motivo Orson Welles emigró a Europa en 1946, donde estuvo por un tiempo largo. Él era partidario del Partido Demócrata norteamericano, pero tenía muchas simpatías hacia las políticas socialistas. De este modo hizo el camino inverso que había hecho Lang. En esas fechas realizó una película que es la que voy a destacar en este aniversario suyo, El extraño, estrenada en 1947 en todo Occidente, menos en la España de Franco, que nunca la aprobó para su proyección. fue nominada a un par de grandes premios cinematográficos. En ella las sombras y las luces altamente contrastadas entre sí cobran una gran importancia. Se trata de la historia de un criminal de guerra nazi llamado Franz Kindler que ha huído de la justicia internacional tras la guerra mundial. Kindler ha logrado llegar a un pequeño pueblo de Estados Unidos bajo el nombre falso del profesor universitario Charles Rankin, que interpreta el propio Welles aparte de ser el director del metraje. La tapadera de su auténtica identidad es tan buena que incluso se va a casar con la hija de un juez local cuya familia se intuye que es de origen judío, a juzgar por los nombres de todos ellos, María, Sara, Adán y Noé. El pueblo vive tranquilamente ignorante del pasado nazi de Kindler, ni siquiera lo sospecha, de hecho no sólo el juez es ciego ante la personalidad criminal de su futuro yerno, el secretario del ayuntamiento que gobierna en funciones la población parece controlar todos los movimientos de los ciudadanos, pero es incapaz siquiera de intuir lo que delante de él ocurre si esto implica maldad o trampas. Sirve de metáfora la obsesión de Kindler por el orden metódico que da la maquinaria de un reloj. Él se ofrece a arreglar un viejo reloj de un campanario estropeado desde hacía muchas décadas. El pueblo desconoce las intenciones criminales de Kindler para ocultar su pasado ante la llegada del señor Wilson, un detective internacional al servicio de un departamento de persecución de criminales de guerra. Sólo cuando Kindler arregla el reloj, ante la entusiasta espera por verlo andar por parte de sus conciudadanos, y las campanadas mantienen despiertos desde entonces a todas horas a esos habitantes de la tranquila población, para disgusto y malestar de todos, el pueblo entero comienza a conocer la auténtica naturaleza de su nuevo vecino. La coincidencia metafórica en el tiempo de la trama criminal y la trama del arreglo del reloj va más allá. La maquinaria hace sonar su tic-tac de manera acusadora en algunas escenas, recordando el relato El corazón delator, de Edgar Allan Poe, pero también se ve como constantemente dan vueltas persiguiéndose dos figuras de metal de ese campanario donde un ángel justiciero persigue a un diablo. La maquinaria se ha puesto a funcionar. En este metraje hay mucho de lo ya comentado en Ciudadano Kane como recursos habituales de Welles, pero se incluye el tema de la justicia imparable y vengadora casi como mandato divino o como inexorable destino, que es algo muy propio del mundo de Sheakespeare, que Welles llevaría al cine en sus dos siguientes largometrajes, Macbeth (1947) y Otelo (1952). Este metraje es muy interesante también porque recoge muchas de las características del cine negro de intriga, especialmente de algunos de los recursos que pronto se iban a ver en abundancia en Alfred Hitchcock, que todavía estaba forjando el comienzo de su cine y no había dado todo aquello que le hizo famoso. Es muy conocido que Hitchcock cambió las reglas del juego del suspense mostrando desde el principio quién era el criminal, por lo que ya no se trataba de lograr saber quién era el culpable, sino de hacer cómplice al espectador de sus crímenes y, en consecuencia, de ponerle en alerta impotente cuando el protagonista u otro personaje podría ser la próxima víctima. Eso ya aparece en este metraje, aunque aún no de una manera tan aguda como lo haría Hitchcock. En cierto modo el argumento se trata de una mención a las circunstancias personales del propio Welles como "exiliado temporal" de Estados Unidos por motivos políticos, e igualmente es una crítica social y política de la ceguera de las democracias capitalistas para reconocer y parar a tiempo los problemas que puede engendrar acoger a los que son personas sin valor democrático alguno, que es lo que llevó al ascenso de los totalitarismos anteriores a la guerra. "Los nazis son personas normales, son como nosotros. Es difícil distinguirlos", dicen a media película cuando la esposa del criminal encubierto e hija del juez se niega a creer que su esposo es un fugitivo nazi. Esa frase en su contexto denuncia además la fragilidad entre ideas justas de democracia y la desviación de esas ideas hacia formas monstruosamente de superioridad moral y ética. Es una escena que nos da a entender que el nazi no se formó considerándose a sí mismo como alguien perverso, si no siendo alguien que partiendo de las ideas de una democracia puede transformarse en un auténtico monstruo descontrolado en nombre de esa misma democracia, pero sin carácter democrático alguno. Llega a producirse la mención expresa a la invasión de Abisinia por parte de la Italia fascista y el avance de las ideas fascistas en España y la consecuente guerra civil en los años 1930, como episodios ante los que las democracias prefirieron no reaccionar, no hacer nada, como si no fuera aquello algo malvado y perjudicial que puso en peligro la democracia mundial y exterminó millones de vidas y numerosas libertades.

La obra de Welles es un relato continuo de las falsas apariencias. Contiene numerosos personajes que no son lo que parecen. Con ellos hay numerosas advertencias sobre este problema. Quizá por ello su penúltima película como director, F for fake (1973), en España traducida como Fraude, es un documental acerca de lo que es fraudulento y lo que simplemente es falso, pero no fraudulento. Quizá por eso, si este documental fue su última obra como realizador y director, su última película como actor fue un largometraje que podría pasar como anécdota simpática en su vida, pues siendo ya anciano se ofreció para hacer la voz de Unicron, uno de los robots alienígenas que se transforman en vehículos de carretera de nuestro planeta Tierra para pasar desapercibidos en mitad de una guerra que tienen entre sí estos robots. Fue en la película de dibujos animados The Transformers: la película (1986), dirigida por Nelson Shin. 

Este es mi modesto homenaje y acercamiento a Orson Welles en el cien aniversario de su nacimiento, curiosamente el mismo día que se ha otorgado el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2015 a otro grande del cine del siglo XX, Francis Ford Coppola.

Saludos y que la cerveza os acompañe.

1 comentario:

Canichu, el espía del bar dijo...

Welles vivió varios años en España durante el franquismo, quizá para intentar ahuyentar las acusaciones de comunista que pesaban sobre el en Estados Unidos y aprovechando la atracción que sentía por este país desde que lo visitó por primera en 1933 ó 1934. Otra película rodada en España y en coproducción hispano-suiza fue "Campanadas a medianoche", basada en una obra de Shakespeare, en 1965.