Es octubre y tocaba ya entregar mi colaboración mensual con la revista cinematográfica del grupo de cineastas
El Tornillo de Klaus. Esta vez me llamó la atención más que una película concreta, una relación: el Cine como parte de la maquinaria bélica en la vida real.
Es obvio que el cine interactúa con los acontecimientos diarios y que incluso influye en la sociedad desde muchas perspectivas. Tiene las capacidades de influir en las personas, en sus percepciones, en sus ideas... A todos nos viene a la cabeza la capacidad que el Séptimo Arte tuvo a lo largo del pasado siglo XX para aculturar sociedades enteras. El cine que tiene más facilidades para propagarse y el que mejor mueve la maquinaria publicitaria, en parte manipuladora de gustos e ideas propias, es el cine que se impone mayoritariamente en muchos aspectos culturales, y cuando digo culturales no me refiero sólo a aquello que nos mueve a elevarnos a reflexión, sino a todo un amplio panorama que nos lleva a ideologías, estilos de vida, conceptos, juicios y prejuicios, lenguaje, etcétera. Entre finales del siglo XIX y principios del XX el cine europeo y el norteamericano pudieron competir entre sí en las salas, pero precisamente en esas décadas uno y otro cine adoptaron sus propias peculiaridades y temáticas que se han ido manteniendo más o menos hasta hoy. Se impuso mundialmente el cine norteamericano como el cine con mayor atracción de espectadores. Es cierto que desde finales del siglo XX y en este comienzo del XXI el cine norteamericano compite con seriedad hoy día con el indio y con el europeo; en ocasiones en un debate entre calidad artística (sea cual sea el resultado de la recaudación de la taquilla) contra espectáculo (todo por la recaudación de la taquilla), o bien en una tercera vía donde ambos conceptos intentan un extraño equilibrio que busca ser compatible con unos beneficios económicos cuando menos suficientes para la producción de los metrajes.
Pues siendo el cine norteamericano el imperante durante la mayor parte del tiempo en el siglo XX, ¿qué mejor ejemplo para hablar del Séptimo Arte como parte activa del fenómeno de la guerra que una película de sus producciones hechas en Hollywood? Por eso hoy en ese artículo que he escrito para
El Tornillo de Klaus podéis leer cómo hablo de la utilización del
star system creado por los cineastas primigenios (el cual aún vivimos en su planteamiento y desarrollo) mediante la película
Tigres del Aire (
"Flying Tigers", 1941, por David Miller). Su principal estrella es el actor John Wayne, y la película estuvo rodada a menos de un año del ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941. El equipo redactor de la revista decidió promover este artículo hoy con este fragmento breve de mi escrito:
"Es
obvio que la España del momento, dirigida por la dictadura del general
Franco, que apoyaba a Hitler, Mussolini e Hiro Hito, no permitió su
proyección. Así que la copia que hoy nos ha llegado está doblada en
mexicano; hasta los chinos tienen voces mexicanas (fingiendo acento
chino). Así que incluso en esto tenemos aún un resabio de ese sangriento
siglo XX dedicado al odio y la guerra como testimonio a examinar entre
la Historia, el Cine y la política". Sirva esta puerta de color violeta para que pulséis sobre ella con el cursor del ratón y entréis ya en El Tornillo de Klaus si estáis interesados. Para mi vocación historiadora y mi gusto por la documentación es de especial mención que me ha encantado que hayan enlazado el discurso original que dio el presidente Roosevelt en 1941 para declarar la guerra a Japón al pulsar sobre uno de los fotogramas de la película donde precisamente el personaje Jim Gordon lo escucha por radio.
No fue un ejemplo aislado. La verdad es que de esa misma guerra pudiera haber elegido otros metrajes. hay montones. Si bien John Wayne había interpretado a un mercenario de la aviación de combate entrando en batallas aéreas por la República China del Kuomintang, lo cierto es que dos años después tenemos otro ejemplo bien llamativo y que cuenta con un actor que en ese año tenía más renombre que Wayne aún; estoy hablando de la película Destino: Tokio ("Destination Tokyo", 1943, por Delmer Daves). Tal película estaba interpretada por Cary Grant, cuya carrera cinematográfica había comenzado en 1932 y estaba ya cargada de varios éxitos de gran renombre y recaudación económica. Era una estrella mayor que Wayne en ese año. Al igual que aquella Tigres del Aire, contó con la colaboración y el interés del gobierno norteamericano para promover cierta propaganda bélica. En este caso, a final de la película se llega a escuchar una voz que agradece al ejército de Marina estadounidense su asesoramiento y que les prestasen submarinos y barcos para rodar determinadas escenas, sino la película entera. Si en la de 1941 el ejército había prestado a Hollywood aviones cazabombarderos Curtiss P-42 Warhawk, en esta les había prestado esos submarinos y barcos de guerra pues, no obstante, la trama se desarrolla fundamentalmente dentro de un submarino de guerra que tiene nada más y nada menos que la misión de espiar y preparar un ataque aéreo y naval a la capital de Japón, Tokio. Va más allá el metraje, pues en ese final de la película se llega a insinuar si cierto barco de guerra que sale del puerto de San Francisco no estaría partiendo ya, en la vida real, a una misión así.
La II Guerra Mundial no terminaría hasta 1945 y la película interpretada por Grant es de 1943. Estados Unidos había sido atacada por sorpresa y obligada a entrar en guerra en diciembre de 1941. No obtuvo una victoria clara hasta junio de 1942, en Midway. Ese mismo año se produjo la Campaña del Norte de África, la cual tras varios meses de batallas logró que los aliados pudieran invadir la Europa fascista por Italia en mayo de 1943. Y era 1943 precisamente el año de rodaje y estreno de Destino: Tokio. No se le van los acontecimientos a su productor, en uno de los diálogos del metraje se escucha preguntarse entre sí a los protagonistas cómo iría la invasión a Europa. No se están refiriendo al desembarco de Normandía, que se produciría un año después, en 1944, si no a esa invasión por el sur de Italia de las tropas inglesas y norteamericanas gracias al triunfo en África. Sin embargo tuvo su valor en la España de Franco, simpatizante (y aliada en lo comercial) de las potencias fascistas de Italia y Alemania. La película no fue estrenada en España en 1943, no fue permitida. En ese año el dictador Franco estaba participando militarmente de la invasión alemana de la Unión Soviética, les había mandado una división de voluntarios: la División Azul. Eso entre otras cuestiones. Pero el giro de acontecimientos entre 1943 por lo de África y el desembarco en Normandía en 1944 hizo que de la no beligerancia oficial de España, Franco virara a declarar la estricta neutralidad por miedo a ser invadido por los aliados por ayudar al eje germano-italiano. Eso lo acompañó de una serie de gestos, como por ejemplo permitir la proyección de numerosas películas bélicas norteamericanas contrarias a los que habían sido los amigos de Franco, entre ellas esta que cito. De repente, la mención del desembarco en Italia pasó a transformarse por mera cuestión de un año de retraso en su proyección en un gesto de dudosa buena voluntad de Franco hacia una presunta (y posiblemente falsa) simpatía por el desembarco en Normandía que había de acabar con el fascismo en Europa... A partir de entonces España se llamó a sí misma nacionalcatólica y no fascista, llegando a destituirse a numerosos ministros falangistas, entre ellos Serrano Suñer, cuñado del dictador.
Cuando se rodó Destino: Tokio no se sabía aún qué ocurriría en el Pacífico. Estados Unidos aún se sentía claramente herida por el ataque a traición en su propio suelo, en Hawaii en 1941. Incluso tuvieron serios problemas hasta junio de 1942, pero lo de Midwai no fueron rosas. Entre 1942 y 1943 los americanos tuvieron también reveses muy malos. Cada pequeña roca del océano Pacífico podía significar cientos o miles de muertos. Sólo con los acontecimientos africanos de 1943 los americanos recobraron una moral alta que les hacía redoblar sus esfuerzos bélicos contra Japón en el mar. Soñaban con invadir Japón y llegar a Tokio ya que lo asimilaban a terminar la guerra y sentirse vengados. En ese contexto la película animaba la moral americana y animaba a alistarse en la Marina. Japón no había sido tocado por ellos, lo harían en Iwo Jima en 1945, de ahí las frases citadas del final del metraje. La película otorga a Cary Grant el papel del capitán del submarino que había de entrar en la Bahía de Japón para desembarcar espías, pero es un personaje con un papel altamente paternalista con su tropa. Vela por la vida de todos ellos, incluso ante un ataque de apendicitis. Es una alusión a esa Norteamérica que decía velar por todos sus soldados; no se abandona al herido, dicen los marines estadounidenses, no se queda nadie atrás... Sin embargo, en la vida real a veces los tanques y otros carros de combate pasaban por encima de sus propias tropas heridas para poder alcanzar sus objetivos, algo que no le gusta mencionar demasiado a sus propios historiadores. El guión del metraje está lleno de explicaciones al espectador de cómo funciona la Marina y del porqué se hacen las cosas como se hacen. Es obvio que el gobierno estaba interesado en que Hollywood les sirviera de relaciones públicas con una sociedad quizá demasiada cansada de horrores a esas alturas de la guerra, donde los ideales nobles o de justicia reparadora de la contienda empezaban a dar paso a conciencias críticas con lo que estaba sucediendo... Tanto en la serie televisiva de Hermanos de Sangre ("Band of Brothers", 2001) como en Pacífico ("The Pacific", 2010) este fenómeno se ve muy bien. Son muy recomendables, y son bastante cinematográficas a la par que documentadas. Se ve en ellas ese desengaño total entre la tropa al ser testigos de sus propias barbaridades cometidas con sus propias manos. Pero esas series son del siglo XXI y en 1943 no tocaba mostrar eso, sino las historias heróicas de guerra esperanzadoras y, a ser posible, de un héroe bien parecido, culto, paternalista, condescenciente, justo, acertado, y que explicase al ciudadano medio el porqué tanto de la guerra como del comportamiento de los mandos militares. Historias que depositaran esperanzas en el triunfo pese a los esfuerzos, y que de paso mostrara el lado civil y común de las personas que combatían, por tanto: que acercaran a la gente civil la figura de los militares en guerra.
En Tigres del Aire el argumento principal era convencer a los norteamericanos de la necesidad de entrar en la guerra haciendo propios los intereses y defensas de los aliados, en unión a un mismo enemigo agresivo que les ataca sin ser atacado previamente. En Destino: Tokio se trata de intentar convencer a esas mismas personas de la cercanía de la victoria si se persevera en los sacrificios y los esfuerzos confiados en un gobierno protector y justo.
Sea como sea, en 1959, y esta vez Franco si permitió estrenar en España la siguiente película en su mismo año de producción, se rodó Operación Pacífico ("Operation Petticoat", de Blake Edwards -Franco no dejó en España la traducción literal de "Operación Enagua"-). Los norteamericanos rodarían esta película catorce años después del final de la II Guerra Mundial, la cual habían ganado ellos (y terminado) lanzando dos bombas nucleares sobre Japón en 1945. Habían pasado dieciséis años de Destino: Tokio y ahora el tema era tratado con humor. Edwards había dado el papel protagonista de nuevo a Cary Grant, lo acompañó de Tony Curtis. Grant volvía a capitanear un submarino con una misión vital contra el enemigo japonés de la guerra mundial, pero esta vez todo era una broma. En el submarino embarcan varias mujeres de la Marina americana. Ellas trastocan la vida masculina y militar de los soldados hasta el punto que el submarino debe abandonar su camuflaje gris marino para ser pintado de rosa. El director usó así de una burla de la vieja película en blanco y negro para mostar en esta nueva en color un conflicto sexual y de cambio de hábitos que muestra las ventajas del amor y los contrastes entre sexos por encima de las crueldades de la guerra. Dejan por estúpidas las cuestiones guerreras, haciendo de ellas injustamente algo netamente masculino tan sólo. En cierto modo es otro Lisistrata, la obra teatral que Aristofanes escribió hace más de dos mil años con fines pacifistas y sexuales claros.
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