domingo, julio 10, 2011

NOTICIA 957ª DESDE EL BAR: LOS DESASTRES DE LA GUERRA DE GOYA EN ALCALÁ DE HENARES


Francisco de Goya y Lucientes (1746 - 1828) ha dado un paseo desde Getafe a Alcalá de Henares. Bueno, él no. Sería algo complejo que pudiera hacerlo ciento ochenta y tres años después de su muerte. Más bien una exposición de grabados suyos, los de la serie de "Los Desastres de la Guerra". Desde ayer estos grabados se pueden ver gratuítamente en la sala de exposiciones Antiguo Hospital de Santa María la Rica, de Alcalá de Henares, en la calle precisamente de Santa María la Rica, nº 3, detrás de la catedral de los Santos Niños.

Esta serie de grabados ya se han expuesto en el Museo del Prado de Madrid con frecuencia, así que podríamos decir que están "de gira", cual famoso que se dedica a hacer teatro. Es curioso como estos grabados ahora son objeto de exposición como si fueran cuadros, cuando en origen no eran cuadros, ni tan siquiera dibujos para exponerse en una pared. Me explico. Los pintores de aquellas épocas del siglo XVIII y XIX no creaban grabados con objeto de exponerlos al modo como hoy día se exponen, colgados en una pared o en vitrinas de mesa. Si no que los creaban para ser vendidos por series temáticas en edición de libro, algunos libros eran en realidad la forma física para albergarlos en láminas. Hoy día se venden algunas ediciones de estas publicaciones de forma fac-simil editados por el propio Museo del Prado, pero suelen ser caros en exceso. Yo tengo una edición barata (en comparación), pero cara para ser un libro, que recopila todas las series de grabados que creó Goya (Caprichos, Desastres, Tauromaquia y Disparates), no es una edición muy buena, algunos grabados los han editado un tanto "enanos" para ser bien apreciados. Creo que si Goya hubiera estado vivo hubiera tenido más de una palabra malsonante con la editorial Gustavo Gili que la sacó, a pesar de que cuando lo compré iba por su quinta tirada desde 1980.

Estos grabados servían a los autores habitualmente como vía para dibujar temáticas que no les encargaba nadie más que su propio interés. Por ello a menudo los grabados suelen decir mucho de los autores, que crean libres del encargo de alguien que les paga y les dice qué quieren que pinten. Estos grabados los vendían en lámina y en libro y eso les ayudaba a tener un sobresueldo a la vez que mostrar y compartir su obra con la gente del pueblo, no ya sólo con nobles y potentados en general. Quizá el grabador más conocido sea Gustave Doré, pero muchos autores usaron esta técnica.

En realidad no se trata de dibujar sobre un papel, si no de exactamente hacer lo que indica el nombre: grabar. Sobre unas placas metálicas el artista dibujaba lo que quería de tal modo que con diferentes técnicas (Goya exactamente usando unos innovadores ácidos que corrían el metal, aguafuertes ayudados por herramientas metálicas) se vacíaba las zonas de las placas que debían albergar tinta para hacer el dibujo. Eso hace que el artista concibiera el dibujo en negativo, esto es: que las zonas blancas las tratara como si fueran los trazos negros, y los negros como los blancos. También hace que ese vaciado, para que el metal pudiera retener la tinta, no fuera un enorme espacio, ya que entonces la tinta se caería, sino que se recurra a lineas, ya sean diagonal, cruzadas en rombo o como sea. Sobre esas placas de metal se colocaba una lámina de papel grueso, se juntaban con presillas, y con mucha fuerza y de modo que no hubiera interrupción ni cambio de ritmo en la velocidad, se colocaban sobre unos rodillos de una máquina que manualmente apretaban las láminas contra el papel de tal forma que la tinta de la placa se quedaba en el papel dando, ahora sí, un dibujo de un grabado. Obviamente, la presión y el ritmo al imprimir la tinta del grabado en el papel con esta técnica, así como la cantidad de tinta que se usase en la placa de metal, hace que no exista ni un sólo grabado igual. Los dibujos sí son los mismos si se sacan de una misma placa, pero la impresión de la tinta depende de ese proceso, el cual puede ser determinante para destacar una cosa u otra del dibujo, o para emborronar o no unos detalles u otros que sean vitales para lo que el artista pretendiese expresar.

Goya, que era un experimentador nato, y que además según se hacía mayor más quería pintar por gusto y menos porque le dijeran qué querían que pintase, se había acercado por primera vez a la técnica del grabado cuando siendo muy joven, y un tanto desconocido, le dieron por uno de sus trabajos pasar a grabado todos los cuadros de Velazquez de la colección de la Casa Real de Carlos III. Así pues Goya no sólo se fue formando copiando cuadros de Velázquez que nadie más había visto más que la Casa Real Española y sus invitados, si no que se introdujo en esta difícil técnica de grabar. De su primera y sus últimas series de grabados a lo largo de su vida no voy a hablar, aunque tienen bastante jugo en cuanto a todo aquello que les rodeó, incluida la censura en Los Caprichos. Porque se me hace necesario hablar de los Desastres de la Guerra, ya que ha venido a Alcalá de Henares estos días y pretendo ir a verla.

De Goya ya hablé largo y tendido en todos los aspectos de su vida, en relación a él y su evolución cada vez más sensible a la clase trabajadora. Lo podéis leer en cuatro entregas de esta bitácora, muy completas, están en las Noticias 362ª, 363ª, 364ª y 365ª, que por cierto son las entradas del blog que más se consultan internacionalmente después de la que dediqué a los números chinos y japoneses.

Cuando Goya grabó los Desastres de la Guerra era ya un pintor muy afamado en su sesentena de años. Originalmente no se llamaba esta serie "Desastres de la Guerra", sino que Goya les puso por título en letras doradas: "Capricho. Consecuencias funestas de los desastres de la guerra sangrienta en España contra Bonaparte y otros caprichos patéticos en 85 láminas". Y efectivamante tenían 85 láminas, según dos colecciones originales que se han conservado. Goya había vivido la Guerra de Independencia Española de 1808 a 1814 como un español tendente a los franceses y sus ideas de democracia, de igualdad ante la ley, de libertades varias (como la religiosa) y demás. Pero bien es cierto que en aquella guerra vio horrores que quiso retratar casi como si fuera un fotoperiodista. Su postura afrancesada ante la guerra hizo que viera con horror como el regreso de Fernando VII al trono de España supuso el final de la Constitución de Cádiz, la restauración del tribunal de la Inquisición, y el fusilamiento de muchos combatientes de la guerra que habían logrado que volviera a reinar aunque con la idea de que lo hiciera con la democracia de la Constitución de Cádiz de 1812. Por eso Goya pintó dos cuadros para un concurso pictórico como son El 2 de Mayo y Los fusilamientos del 3 de mayo, que ya comenté en las entradas ya citadas y enlazadas. Cuadros que pasaron a almacenarse sin pena ni gloria sin que volvieran a ser vistos públicamente hasta varias décadas después, en los años 1870' gracias a la Revolución Gloriosa que pretendió primero una Monarquía constitucional muy democrática, y después la I República. Con los grabados de la guerra pasó poco más o menos lo mismo.

Goya no los sacó de venta al público tras la guerra. No se atrevió. Cuando Riego dio el golpe de Estado para que Fernando VII aceptara una constitución en 1820, se animó a editarla y la preparó para ello, pero la intervención internacional y militar que acabó con ese periodo breve de democracia e 1823, volvió a cohibirle para hacerlo. Estuvo oculto tres meses, al saber de las ejecuciones que se estaban llevando a cabo, y sólo volvió a dejarse ver cuando se concedió una amnistía general a los que no habían sido fusilados. Fue entonces cuando le mandó los grabados a su amigo Cean Bermúdez para que rectificase en ellos lo que creyera que se debía rectificar. Pero no se supo más. Goya metió los grabados en un cofre y partió al exilio en Francia. Ese cofre se lo dio a su hijo Javier para que lo ocultara, quien ya de por sí conservaba gran número de los cuadros de su padre al haberlos heredado de su madre hacia años (en realidad se los reclamó a su padre, que entendía que su hijo le despojaba de su obra). Había miedo de que esos grabados fueran motivo, entre otros dibujos y pinturas, de que los Goya fueran represaliados y fusilados, ya que podían recordar esos horrores de la guerra ya no las acciones bélicas de 1808-1814, si no las atrocidades de la represión fernandina de 1814 y la de 1823, aparte de que en el periodo 1820-1823 añadió algunos grabados que criticaban ferozmente la involución social y política que supuso en las libertades el regreso de Fernando VII tras la Guerra de Independencia.

Goya murió en 1828 sin que los Desastres de la Guerra hubieran visto la luz. Javier Goya tampoco los publicó. En todo caso, en 1853 vendió ochenta estampados de ellos a la Real Academia de las Artes de España, ya que a menudo pudo llevar cierto ritmo de vida gracias a estas ventas de cosas de su padre. Pero la Real Academia tampoco quiso editarlo, no lo hizo hasta 1863, a cinco años de que el malestar con Isabel II fuera completo y la Revolución Gloriosa terminara echando a la familia Borbón del Reino de España.

Sin embargo, en 1863 sólo se habían editado ochenta grabados, y estos tan sólo en una única edición. Los ochenta y cinco grabados no se publicaron completos hasta el año 1937, en plena Guerra Civil Española (1936-1939), y tan sólo en la zona republicana. Se hicieron en plena contienda bélica hasta siete ediciones completas. Habían pasado más de cien años desde su creación para que pudieran ser vistos... y, aún con todo, sólo lo vieron los republicanos que defendían la democracia frente al fascismo y el nacional catolicismo del general Franco. Con el final de la dictadura entre 1975 y 1978, estos Desastres de la Guerra, que recibieron ese nombre con la edición de 1863, se revalorizaron artísticamente y se transformaron en emblema pacifista, y rara y curiosamente fotoperiodista sin ser fotografía, siendo motivo constante de exposición cual cuadros de museo... sin ser cuadros.

Ahora están en Alcalá de Henares, puede ser una buena ocasión para verlos en una buena expresiónde todo su esplendor. A fin de cuentas, cuando Goya hizo esta serie probablemente la hizo así porque le era más fácil de conseguir los materiales para grabar que si la hubiera hecho en cuadro. Y más aún, posiblemente no van desencaminados los que le otorgan un valor casi de fotoperiodista, ya que es posible que eligiera la técnica del grabado para estas imágenes porque, no obstante, fue un grabado publicado en un periódico el que le incitó a pintar uno de sus cuadros más famosos: Los fusilamientos del 3 de Mayo o de Príncipio Pío. Efectivamente, esa escena no la vio con sus ojos, si no que la vio en un grabado hoy día conservado aún de un periódico madrileño de la época. Puede que los grabados que hoy se exponen en Alcalá no fueran grabados por casualidad, si no para expresar algo que le impactó visualmente tanto como para valorar esa técnica como la mejor para transmitir lo que veía con veracidad o verosimilitud, que no es lo mismo. Quizá, si hubiera existido la cámara de fotos, hubieramos tenido fotografías de Goya, aunque suene rocambolesco.

Saludos y que la cerveza os acompañe.

1 comentario:

Canichu, el espía del bar dijo...

P.D.: Me entero por nota de prensa de la Comunidad de Madrid que he encontrado por Internet, que la colección de la serie los Desastres de la Guerra que se expone este mes en Alcalá de Henares es una de las siete series originales que se editaron en 1937.