jueves, octubre 02, 2025

NOTICIA 2416ª DESDE EL BAR: LAS COSAS DE LA HISTORIA

"Siempre he pensado que hay una guerra abierta entre historiadores y divulgadores, una guerra fría entre historiadores y periodistas, una paz armada entre historiadores y politólogos, y una entente entre historiadores, sociólogos y antropólogos."

Esta reflexión no es mía. Es de un compañero de trabajo en esta profesión nuestra de archiveros y a la vez historiadores. Fue hace un mes o poco más, a costa de otra entrevista donde un periodista, una periodista en este caso, cree que su trabajo es el que construye el relato de la Historia y que, además, entrevista a un artista, a un director de cine en este caso, que por haber hecho una película biográfica sobre alguien histórico se le trata ya como si su relato de historia narrada en términos de película es ya Historia pura y dura y sagrada verdad.

La película era El cautivo (Alejandro Amenábar, 2025), pero no viene al caso. La periodista era Àngels Barceló, pero tampoco viene al caso. Otras veces es un actor o actriz (que es lo común), un escritor, un músico, una cantante, alguien que pinta cuadros, otro que crea cómics, alguien dedicado a las series de televisión... y el periodista, pues el que toque, con fama o sin fama, aunque suele haber excepciones más conscientes del papel profesional de cada uno, aunque estos suelen ser los periodistas no conocidos. 

La frase de mi compañero de trabajo la comparto plenamente. Creo que es muy acertada. Desde que me formé como historiador ideas similares o iguales se repiten de uno a otro colega. Lo normal es que lleve las de perder el historiador. Incluso entre la sociedad común sin estudios es muy normal valorar en mucho al periodista, últimamente algo más a los divulgadores de Internet, y despreciar al historiador de carrera, comúnmente bajo acusación de politizado porque las explicaciones que se les da o no le cuadran, o no son las que quiere, o chocan con sus ideas previas, normalmente ubicadas en dos extremos: o tópicas o radicalmente provocadoras para lo comúnmente sabido.

Los divulgadores son un gran problema, me refiero a los que no son historiadores de formación y en ejercicio, o al menos con actividad como tal y buscan, además, el máximo de atención. Concreto, los divulgadores que son personas que quizá les interesa mucho un tema y hablan de él con gran profusión de datos y confunden la Historia con una gran cantidad de datos. Pero además suelen tender a prestar atención a acumular conocimiento de aquello que les agrada más del motivo de la Historia que les atrae, por lo que todo aquello que es más pesado o incluso molesto, no suelen consultarlo. Además, muchos no están actualizados, redundan y abundan en los tópicos o en las verdades a medias que favorecen sus ideas, ignoran los avances y las reflexiones deontológicas. Sin embargo, dada su capacidad para atraer público, puesto que además buscan agradar para tener cuanto más público mejor, son estos a los que más prestan atención los periodistas. Y por supuesto que los historiadores tenemos por objeto expandir nuestros conocimientos a los demás, aportar a la sociedad, o sea: divulgar, pero dentro de un código que viene a decir que no todo vale. Por ejemplo, manipular, ocultar, exagerar, alterar, no encontrar todos los puntos de vista posible, dejar de preguntar por qué incluso a las ideas o partes con las que más conforme estás... etcétera.

Desde el final del siglo XX, pero sobre todo desde el comienzo de este siglo XXI, ni que decir tiene que la gente cree aprender Historia a través de películas, cómics y de vez en cuando algún libro novelado. Y es cierto que eso es un punto de partida en el que ahora mismo algunos historiadores de profesión se fijan para ver cómo poder estar ahí para crear aproximaciones que, al menos, no creen auténticas escabechinas del conocimiento sobre el tema a conocer. Es indudable que directores de cine como Spielberg acerca de la Segunda Guerra Mundial, o Paco Roca en cómic con la guerra civil y la dictadura, han hecho contribuciones inestimables, loables y necesarias. Pero estos han de servir sólo como aproximación y siempre destacando que están relatados desde la ficción del relato histórico. Cuentan historias ficcionadas que nos presentan la Historia. Los autores citados lo hicieron muy bien, otros son muy cuestionables. Pero lo que no hay que hacer es creer que eso es Historia en su término tal cual es, es un aproximación, y debe servir o para entretenerte o para aproximarte al tema o para ambos. No hay que creer que ese es el relato de la Historia, que esa es la totalidad de la explicación de la Historia. 

Claro que siempre habrá algún autor o autora que haciendo una obra de ambientación histórica o biográfica digan de sí que eso es Historia y olviden su carácter ficcionado para crear una novela, un cómic, una serie televisiva o una película. Y el espectador a menudo olvida que las entrevistas y reportajes para promocionar estos productos, ya sea sobre la vida de Freddy Mercury u otra historia, son lugares donde las respuestas, también las preguntas pero sobre todo las respuestas, se orientan a vender el producto. A fin de cuentas hay que vender entradas de cine, libros o cómic... por no decir también periódicos y revistas.

Quizá el mayor de los males para el conocimiento de la Historia es que desde niños a numerosas generaciones, me temo que aún ahora, se nos ha educado diciendo que la Historia es como un cuento. Como un relato, y además inamovible. No es así, la Historia no es eso. Es mucho más complejo y mucho más difícil de entender. Otra cosa es que en los colegios nos enseñen la parte lineal de los sucesos para poder conocer en términos generales cómo hemos llegado hasta aquí.

La Historia, por otra parte, como decía Comte, y con esto estoy de acuerdo con este filósofo del XIX, se vale del resto de ciencias humanas y también de las ciencias exactas para poder perfeccionarse. De hecho, de entre las ciencias humanas más acordes, geógrafos, sociólogos y antropólogos, historiadores del Arte y la Literatura, politólogos y filósofos (de estos mucho), psicólogos y otros, son piedras importantes en esta obra que es la Historia.

Esta tarde, después de trabajar, entré a tomar un té en un bar habitual donde el camarero habrá cumplido 20 años no hace mucho, tal vez 19. De fondo las noticias daban en imágenes sin sonido una manifestación a favor de la flotilla con ayuda humanitaria a Gaza. No había casi nadie y me preguntó qué pasaba. Le contesté las novedades de hoy y me dijo que no sabía de lo que hablaba, así que me extendí a las novedades de lo que va de semana y me dijo que tampoco sabía, Me aclaró que en realidad no sabía nada ni de Israel ni de Palestina y quería saber. Sondeé un poco para ver por dónde empezar y descubrí que en general no conocía nada de la Historia europea del siglo XX. No es broma. No es exageración. No sabía nada del siglo XX fuera de España. Por supuesto, por películas, sabía de la existencia de las Guerras Mundiales, aunque no sabía en el fondo de sus porqués ni de sus acontecimientos más allá de los tratados por las películas. Traté de explicarle en líneas generales básicamente el motivo del conflicto por el cual se pelean desde 1948. De manera muy básica, sin entrar en ninguna guerra de las habidas, ni acuerdos, ni resoluciones... Que por lo menos supiera la base del conflicto. Entro más clientela y a sabiendas de que es un tema controvertido y que puede provocar peleas porque los políticos de España han sembrado el huerto para que las haya (yo ya me he visto en dos de las que me zafé rápido en otro bar), le dije que otro día, sin gente, podía darle más información sobre el porqué del conflicto actual, pero sin conocer la base, difícilmente podía explicarle bien el conflicto actual. 

Y ahí está la cosa. Una película, por sí sola, no te enseña la Historia como para entender el mundo de hoy. Es sólo una herramienta, un acercamiento.

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