El siguiente relato fue ganador del Premio San Isidoro de Sevilla de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá en 2004. Aunque la verdad no me enteré de que había ganado hasta que en el mismo momento de anunciar el ganador uno del jurado me reconoció por el pasillo y le oí "mira, aquí está". Forma parte de un borrador de libro no publicado que reúne muchos de mis relatos de adolescencia y juventud y algunos pocos más de estas épocas.
TRAS ALGUIEN
“¿Cómo fue?” “Le atropellé, fue un accidente”, le contestó el Hippie. “¿Vio su documentación? ¿Sabe quién era?” “No.” “¿Cómo era el cadáver?” “Exquisito”.
Aquel viajero... nadie sabe en qué parada se subió, iba resguardado de un frío ajeno al autobús. Tenía algo entre atractivo y miserable. Hubiese estado bien dejar de mirarle, pero estaba el autobús tan lleno de personas que toda mirada, salvo la suya, confluía en las mismas miradas. Era la suya una forma de ser y de comportarse que, en aquel viaje, toda referencia era él o acabar bajando en la siguiente parada. El Hippie no tenía quejas ni alabanzas, y sí muchas ganas de tener su imagen, que le resultaba tan potente que si le volviese a ver sabía que corrompería todos sus viajes. Luego el autobús se llenó de gente, de mucha gente, de gente que hablaba, y hablaba alto, muy alto. Demasiada gente que hablaba alto y no dejaba pensar bien al Hippie. Necesitaba su imagen porque le estaba creando.
Viajar en un autobús colapsado de cerveza y con los oídos tapados por unos auriculares saturados de música era una experiencia. No hay nada como el Strange Days de The Doors para que tu mente se abra a mezclar sangre y psicodelia. Las voces sólo eran vorágine y la música un parapeto.
El viajero bajó en una parada que daba a un centro comercial de dos plantas llamado en letras grandes "El Val", aunque en realidad estaba en medio del asfalto de la ciudad. Entraron en un bar oscuro llamado "Paranoid". Uno de esos ponen música heavy y rock duro. Estaba bien construido, el suelo siempre estaba debajo de sus pies. El camarero era ese batería que tocaba en Plan B y ahora lo hacía en Tragedy. Había caras conocidas, como Jimi "Rizos", Psicopato y el alter ego del Capitán Paco. El viajero del autobús entró en el servicio y el Hippie le siguió, aunque ya antes había entrado en otros servicios de los que salió sin parar de reír con tres señoritas y un buen recuerdo...
El servicio no era servicio, era Barcelona en 1936. Con las calles llenas de milicianos con pantalones de pana. Con anarquistas con pistolas automáticas. Con iglesias reconvertidas a cualquier partido obrero revolucionario. Con banderas rojas, con banderas rojinegras, con banderas catalanas. Con tiendas vendiendo gorras con visera. Con carteles coloridos sobre la revolución y la guerra explicados por el POUM, por CNT-FAI, por UGT, por el PSUC, por la Generalitat. Con mujeres con pantalones y fusiles mausser del siglo XIX. Con bombas de mano con cinta adhesiva como seguro, tan neutrales como letales entre los dos bandos. Con un ir y venir de gente entre la que se movía el viajero del autobús, ahora llamado Viajero del Autobús. La música sólo era un parapeto y el Hippie una nota.
Viajero del Autobús dobló una esquina, pero por entonces ya había en la ciudad demasiadas esquinas dobladas. No parecía tener sentido esta frase, pero el Hippie le estaba creando. El Hippie dobló la esquina y todas las esquinas quedaron al fin dobladas. Le alcanzó casi en Las Ramblas y le agarró por las solapas. Cara contra cara le dijo a su perseguido: “Desde primera hora de la mañana hasta las tantas de la noche, tengo un dolor de cabeza venenoso, pero me siento perfectamente. Estoy empeñándote mi tiempo, deseando que también tú captes mi onda”, eran viejas palabras de Bob Dylan.
Una niebla blanca les envolvió y se disipó para dejar al descubierto a la Gran Vía de Madrid, sin Viajero del Autobús agarrado por las solapas. El Hippie miró a su alrededor y le encontró entrando en unos grandes almacenes. Corrió. Corrió tras él. Tras alguien. Él.
Todo se esfumó y estaba en el servicio del Paranoid. Ramón entró, después de un día perseguido por la policía por toda Alcalá de Henares. El Hippie salió aturdido. Se fue a la calle. El Capitán Paco se fue volando, Canichu estaba en alguna parte.
Andando por el asfalto atropelló a alguien y lo mató. Pensó que lo mejor era llevarlo al mortuorio, al otro lado de la ciudad. Pero allí había una gran cola de gente que había atropellado y matado gente. Así que lo mejor era tirarlo al río, pero allí estaba Pepper y era mejor beber con él unos tragos que resguardasen del frío. Pepper llamó a Miriam, Miriam se despertó a desgana y el Hippie les dejó que hablasen de robustus, neanderthales y romanos. El Hippie se llevó su muerto, que era parecido a un viajero de autobús, de hecho era Viajero del Autobús. Alguien gritó un nombre y el Hippie se lo comió. No quedó ni cadáver ni nombre, al fin y al cabo la soledad sólo era un precio y la tasa: un Hippie más o menos recreado.
Por Daniel López-Serrano "Canichu".
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