En el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la calle Alcalá de Madrid, casi en la Plaza del Sol, se está celebrando los ciento cincuenta años de relaciones diplomáticas entre España y Japón. La Fundación Japón, con los comisarios Koichi Yumoto y Daniel Sastre de la Vega (este de la Universidad Autónoma de Madrid) han organizado una exposición temporal que nos muestra una gran galería de los monstruos y diablos de la mitología fundacional de Japón, algunos incluso anteriores a la llegada completa del budismo a aquellas tierras. Estos monstruos son llamados por una palabra compuesta de dos palabras Yō y Kai, los yōkai, por lo que la exposición se llama: Yōkai. Iconografía de lo fantástico. El término no tiene traducción exacta en español, por eso se encontrará traducido como "diablos", "monstruos", "espíritus", "algo sobrenatural" o "algo extraño", dependiendo del traductor.
España fue el primer Estado europeo que realizó contactos diplomáticos con Japón, fue en el siglo XVI, como ya conté al hablaros de las conferencias que se dieron en el Ateneo de Madrid en febrero de 2011 (Noticia 900ª) o cuando hablé de un combate entre piratas japoneses y tropas españolas en Filipinas al descubrir estas un nido de piratas por casualidad, lo que fue llevado a cómic en 2016 (Noticia 1597ª). Tal como conté en esos mismos lugares, en las primeras décadas del siglo XVII Japón decidió aislarse del resto de países, especialmente de los occidentales, para preservar su cultura, sus creencias y su autonomía, por ello esta relación España-Japón se cortó e incluso empeoró cuando varios misioneros se infiltraron en secreto en tierras japonesas, fueron ejecutados o presos y obligados a renunciar a su fe cristiana. Japón mantuvo unas relaciones comerciales mínimas una vez al año, especialmente con los holandeses, y persiguieron al cristianismo, el cual estaba corrompiendo las creencias que sustentaban el mundo japonés, y por tanto los cimientos de aquel Estado. En el siglo XIX los estadounidenses decidieron obligar a los japoneses a abrir todos sus puertos al comercio occidental, especialmente con ellos mismos, por lo que tras encontrar un "casus belli" bombardearon uno de aquellos puertos para imponer esa condición de paz. El emperador de Japón se dio cuenta que su sociedad vivía aún con tecnologías, organización y conocimientos medievales. La llegada masiva de europeos, especialmente de empresarios y comerciantes, podría hacer que Japón siguiera los pasos de China, o de otros países de Asia, y terminar siendo un protectorado colonial y un lugar de disputas bélicas de las potencias europeas, mientras a la vez la esencia del ser japonés entraría en decadencia y aculturación. Por ello inició una revolución cultural, la revolución Meiji. Se trataba de modernizar Japón por sí mismos. Mediante la concienciación y políticas culturales y educativas logró poner a Japón al mismo nivel que las grandes potencias europeas. En los primeros años del siglo XX Japón ya podía hablar de tú a tú con cualquier país occidental. Por supuesto eso llevó a una serie de ideas que desembocarían en la Segunda Guerra Mundial, pero esa es otra parte de esta historia. La cuestión es que el año clave de la revolución Meiji es 1868, año en el que Japón abrió relaciones diplomáticas con la gran mayoría del resto de países del mundo, entre ellos España, de ahí que este 2018 se cumpla ese ciento cincuenta aniversario.
Los yōkai nacen de las creencias populares japonesas más humildes en su relación con la Naturaleza. Son hechos inexplicables y seres sobrenaturales, sucesos paranormales. No se sabe muy bien cuándo comienzan las historias de estos seres oralmente, pero hay constancia ya del uso del término yōkai para referirse a ellos desde el siglo VIII, a través de las Crónicas de antiguos hechos de Japón (Kojiki). Cobra especial relevancia la historia conocida como "Desfile nocturno de los cien demonios" o "Desfile nocturno de los cien monstruos", que da la génesis fundacional de estos seres y del propio Japón y que con el pintor Totsa Mitsunobu, desde un templo de Kioto entre los siglos XV y XVI, se mezcló esta mitología con el budismo. Los yōkai volvieron a tener una fuerte relevancia cuando en el siglo XVIII Toriyama Sekien realizó diversas enciclopedias y narró por escrito muchas de las historias y de las criaturas de estas creencias populares, y fue más allá, se inventó treinta criaturas nuevas. La verdad es que no hay un número fijo de estas criaturas, ni siquiera el desfile nocturno cuenta con un número exacto de seres participantes aunque se diga que son cien, y en sus diversas narraciones y representaciones tampoco son siempre ni las mismas criaturas ni las misma disposición de orden al desfilar.
En el siglo XX y lo que va del XXI la cultura popular volvió a relanzar a estos seres a través de los productos de masas como son los dibujos animados, las películas, las series de televisión, los cómic... Los Estudios Ghibli, y en particular Hayao Miyazaki, son dos de los motores más importantes de su promoción e incorporación a historias y cuentos actuales que más o menos conocemos todos, como La princesa Mononoke, La batalla de los mapaches del Valle Pompoko, El viaje de Chihiro, El castillo ambulante, etcétera. Pero también otras producciones de otros autores como puedan ser las diversas producciones de Godzila, Power Rangers, la pelicula de terror Ringu (de Hideo Nakata en 1998, pero popularizada en Occidente por la versión estadounidense The Ring, de Gore Verbinski en 2002), la serie de dibujos animados Pòkemon, Bola de Dragón, o la serie propia y literalmente llamada Los yōkai.
La exposición que se puede ver en Madrid contiene rollos de papel ilustrados, libros, kimonos, colgantes de cerámica, empuñaduras de sables samuráis, dagas, cartas y otros objetos donde aparecen muchos de estos seres o se narran algunas de sus historias. Se exponen en dos tandas, del 17 de julio al 20 o 21 de agosto hay una determinada serie de estos objetos, mientras que el 21 o el 22 de agosto y hasta el final en 23 de septiembre se expondrán otros objetos, por motivos de conservación ante la exposición a la luz. Aunque ya he dicho que los yōkai aparecen así llamados por primera vez en el siglo VIII, pese a ser más antiguos oralmente, esta exposición cuenta como piezas más antiguas libritos y dibujos del siglo XVIII, centrándose más bien en la abundancia de lo producido en el siglo XIX y primeras décadas del XX, especialmente desde 1868, la fecha clave que sirve de excusa para mostrarnos esta riqueza visual.
Algunos de los dibujos del siglo XIX se asemejan sorprendentemente al cómic actual y a los coloridos del Arte Pop de los años 1960, no siendo algo que pertenezca a esas corrientes. Es bonito también ver las combinaciones artísticas entre las grafías de la escritura japonesa combinada con los dibujos de los libros, donde a veces cobran parte de la historia al transformarse los iconos japoneses en algo semejante a lluvia, por ejemplo. Samurais y monstruos van desfilando, como en el dibujo donde unos samurais combaten con una araña gigante.
Por intuición, a fuerza de verlos repetidos en diferentes obras de cine o televisión, yo pensaba que varios de los seres que aparecían tenían algo que ver con la mitología japonesa, sin saber exactamente nada sobre ello. Las tres cabezas que caminan y hablan, el gato que agita su pata, la mujer que estira su cuello, las niñas fantasmales de pelo negro largo y caído, los seres como piedras que dan vida y magia a los bosques, los espíritus del bosque, los mapaches mágicos que estiran su escroto, el zorro blanco de las siete o nueve colas, el ser negro que devora otros seres y come pelo, el sapo gigante, los dragones, el esqueleto gigante que sobrevuela los cielos, el fuego con vida que alimenta la magia de una casa, etcétera. Esta exposición hace para mí una serie de descubrimientos que asientan algo que a veces sólo intuía. Enriquece mi mundo y me hace pensar además en lo mucho que Miyazaki habrá buceado en sus mitologías tradicionales más remotas para crear todos esos cuentos modernos que hoy nos hacen disfrutar.
Intuyo también, tras ver bastantes de estas producciones, que el sentido de monstruo en Japón no tiene exactamente las mismas connotaciones que en Occidente, aunque hay zonas comunes. Así por ejemplo, cuando veo a estos seres en sus obras japonesas, o incluso cuando veo alguna película de zombies hecha en Corea del Sur (Tren a Busan, de Sang-ho Yeon en 2016) o en el cine de China y otros países del Extremo Oriente, intuyo que incluso el personaje que ejerce de malo no es malo en sí mismo. Es una persona o un ser que obra mal por alguna razón que encierra o un sufrimiento interior por motivos concretos, o por miedo, o bien por una maldición o por cuestiones de honor familiares. Pensemos que hasta las brujas de los cuentos de Miyazaki, por muy malas que sean, tienen un fondo de buena persona. O tomemos en otras de las películas de Miyazaki el ejemplo del yōkai negro y sin rostro que no hablaba y devoraba a otros yōkais en la Casa de los Baños tras explorar en la codicia de ellos para comprar lo que a él le faltaba, el afecto o el amor, en El Viaje de Chihiro (2001). Tal vez es cosa de una perspectiva diferente entre su cultura de transfondo budista y la nuestra de transfondo judeocristiano. Los conceptos del bien y del mal, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, el Cielo y el Infierno, y demás, puede que difieran en algunas de sus partes más sustanciales.
Una exposición gratuita muy recomendable e instructiva. Sugerente.
España fue el primer Estado europeo que realizó contactos diplomáticos con Japón, fue en el siglo XVI, como ya conté al hablaros de las conferencias que se dieron en el Ateneo de Madrid en febrero de 2011 (Noticia 900ª) o cuando hablé de un combate entre piratas japoneses y tropas españolas en Filipinas al descubrir estas un nido de piratas por casualidad, lo que fue llevado a cómic en 2016 (Noticia 1597ª). Tal como conté en esos mismos lugares, en las primeras décadas del siglo XVII Japón decidió aislarse del resto de países, especialmente de los occidentales, para preservar su cultura, sus creencias y su autonomía, por ello esta relación España-Japón se cortó e incluso empeoró cuando varios misioneros se infiltraron en secreto en tierras japonesas, fueron ejecutados o presos y obligados a renunciar a su fe cristiana. Japón mantuvo unas relaciones comerciales mínimas una vez al año, especialmente con los holandeses, y persiguieron al cristianismo, el cual estaba corrompiendo las creencias que sustentaban el mundo japonés, y por tanto los cimientos de aquel Estado. En el siglo XIX los estadounidenses decidieron obligar a los japoneses a abrir todos sus puertos al comercio occidental, especialmente con ellos mismos, por lo que tras encontrar un "casus belli" bombardearon uno de aquellos puertos para imponer esa condición de paz. El emperador de Japón se dio cuenta que su sociedad vivía aún con tecnologías, organización y conocimientos medievales. La llegada masiva de europeos, especialmente de empresarios y comerciantes, podría hacer que Japón siguiera los pasos de China, o de otros países de Asia, y terminar siendo un protectorado colonial y un lugar de disputas bélicas de las potencias europeas, mientras a la vez la esencia del ser japonés entraría en decadencia y aculturación. Por ello inició una revolución cultural, la revolución Meiji. Se trataba de modernizar Japón por sí mismos. Mediante la concienciación y políticas culturales y educativas logró poner a Japón al mismo nivel que las grandes potencias europeas. En los primeros años del siglo XX Japón ya podía hablar de tú a tú con cualquier país occidental. Por supuesto eso llevó a una serie de ideas que desembocarían en la Segunda Guerra Mundial, pero esa es otra parte de esta historia. La cuestión es que el año clave de la revolución Meiji es 1868, año en el que Japón abrió relaciones diplomáticas con la gran mayoría del resto de países del mundo, entre ellos España, de ahí que este 2018 se cumpla ese ciento cincuenta aniversario.
Los yōkai nacen de las creencias populares japonesas más humildes en su relación con la Naturaleza. Son hechos inexplicables y seres sobrenaturales, sucesos paranormales. No se sabe muy bien cuándo comienzan las historias de estos seres oralmente, pero hay constancia ya del uso del término yōkai para referirse a ellos desde el siglo VIII, a través de las Crónicas de antiguos hechos de Japón (Kojiki). Cobra especial relevancia la historia conocida como "Desfile nocturno de los cien demonios" o "Desfile nocturno de los cien monstruos", que da la génesis fundacional de estos seres y del propio Japón y que con el pintor Totsa Mitsunobu, desde un templo de Kioto entre los siglos XV y XVI, se mezcló esta mitología con el budismo. Los yōkai volvieron a tener una fuerte relevancia cuando en el siglo XVIII Toriyama Sekien realizó diversas enciclopedias y narró por escrito muchas de las historias y de las criaturas de estas creencias populares, y fue más allá, se inventó treinta criaturas nuevas. La verdad es que no hay un número fijo de estas criaturas, ni siquiera el desfile nocturno cuenta con un número exacto de seres participantes aunque se diga que son cien, y en sus diversas narraciones y representaciones tampoco son siempre ni las mismas criaturas ni las misma disposición de orden al desfilar.
En el siglo XX y lo que va del XXI la cultura popular volvió a relanzar a estos seres a través de los productos de masas como son los dibujos animados, las películas, las series de televisión, los cómic... Los Estudios Ghibli, y en particular Hayao Miyazaki, son dos de los motores más importantes de su promoción e incorporación a historias y cuentos actuales que más o menos conocemos todos, como La princesa Mononoke, La batalla de los mapaches del Valle Pompoko, El viaje de Chihiro, El castillo ambulante, etcétera. Pero también otras producciones de otros autores como puedan ser las diversas producciones de Godzila, Power Rangers, la pelicula de terror Ringu (de Hideo Nakata en 1998, pero popularizada en Occidente por la versión estadounidense The Ring, de Gore Verbinski en 2002), la serie de dibujos animados Pòkemon, Bola de Dragón, o la serie propia y literalmente llamada Los yōkai.
La exposición que se puede ver en Madrid contiene rollos de papel ilustrados, libros, kimonos, colgantes de cerámica, empuñaduras de sables samuráis, dagas, cartas y otros objetos donde aparecen muchos de estos seres o se narran algunas de sus historias. Se exponen en dos tandas, del 17 de julio al 20 o 21 de agosto hay una determinada serie de estos objetos, mientras que el 21 o el 22 de agosto y hasta el final en 23 de septiembre se expondrán otros objetos, por motivos de conservación ante la exposición a la luz. Aunque ya he dicho que los yōkai aparecen así llamados por primera vez en el siglo VIII, pese a ser más antiguos oralmente, esta exposición cuenta como piezas más antiguas libritos y dibujos del siglo XVIII, centrándose más bien en la abundancia de lo producido en el siglo XIX y primeras décadas del XX, especialmente desde 1868, la fecha clave que sirve de excusa para mostrarnos esta riqueza visual.
Algunos de los dibujos del siglo XIX se asemejan sorprendentemente al cómic actual y a los coloridos del Arte Pop de los años 1960, no siendo algo que pertenezca a esas corrientes. Es bonito también ver las combinaciones artísticas entre las grafías de la escritura japonesa combinada con los dibujos de los libros, donde a veces cobran parte de la historia al transformarse los iconos japoneses en algo semejante a lluvia, por ejemplo. Samurais y monstruos van desfilando, como en el dibujo donde unos samurais combaten con una araña gigante.
Por intuición, a fuerza de verlos repetidos en diferentes obras de cine o televisión, yo pensaba que varios de los seres que aparecían tenían algo que ver con la mitología japonesa, sin saber exactamente nada sobre ello. Las tres cabezas que caminan y hablan, el gato que agita su pata, la mujer que estira su cuello, las niñas fantasmales de pelo negro largo y caído, los seres como piedras que dan vida y magia a los bosques, los espíritus del bosque, los mapaches mágicos que estiran su escroto, el zorro blanco de las siete o nueve colas, el ser negro que devora otros seres y come pelo, el sapo gigante, los dragones, el esqueleto gigante que sobrevuela los cielos, el fuego con vida que alimenta la magia de una casa, etcétera. Esta exposición hace para mí una serie de descubrimientos que asientan algo que a veces sólo intuía. Enriquece mi mundo y me hace pensar además en lo mucho que Miyazaki habrá buceado en sus mitologías tradicionales más remotas para crear todos esos cuentos modernos que hoy nos hacen disfrutar.
Intuyo también, tras ver bastantes de estas producciones, que el sentido de monstruo en Japón no tiene exactamente las mismas connotaciones que en Occidente, aunque hay zonas comunes. Así por ejemplo, cuando veo a estos seres en sus obras japonesas, o incluso cuando veo alguna película de zombies hecha en Corea del Sur (Tren a Busan, de Sang-ho Yeon en 2016) o en el cine de China y otros países del Extremo Oriente, intuyo que incluso el personaje que ejerce de malo no es malo en sí mismo. Es una persona o un ser que obra mal por alguna razón que encierra o un sufrimiento interior por motivos concretos, o por miedo, o bien por una maldición o por cuestiones de honor familiares. Pensemos que hasta las brujas de los cuentos de Miyazaki, por muy malas que sean, tienen un fondo de buena persona. O tomemos en otras de las películas de Miyazaki el ejemplo del yōkai negro y sin rostro que no hablaba y devoraba a otros yōkais en la Casa de los Baños tras explorar en la codicia de ellos para comprar lo que a él le faltaba, el afecto o el amor, en El Viaje de Chihiro (2001). Tal vez es cosa de una perspectiva diferente entre su cultura de transfondo budista y la nuestra de transfondo judeocristiano. Los conceptos del bien y del mal, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, el Cielo y el Infierno, y demás, puede que difieran en algunas de sus partes más sustanciales.
Una exposición gratuita muy recomendable e instructiva. Sugerente.
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