jueves, febrero 20, 2014

NOTICIA 1309ª DESDE EL BAR: EL FRÍO QUE NOS ACOGE MIENTRAS LOS ROBOTS CAMINAN ENTRE LOS HUMANOS (capítulo 7)



Capítulo 7: Locura de amor


-Por mucho que nos importe alguien eso no se demuestra con el exceso de información sobre ese alguien –le dijo Grisóstomo a Pat Patri-. Me explico, a la pregunta que me hiciste de: "¿por qué no me has preguntado por mi intoxicación cuando yo te pregunté por si tú también la sufriste?", efectivamente tiene tres lecturas, las que has hecho, a saber: primera, que el propio egoísmo te haya hecho centrarte sólo en ti, o quizá el mío me haya hecho centrarme sólo en mí, lo que deja poco o ningún espacio para la empatía. Segundo, que no sea egoísmo, sólo que la pregunta te cogiera por sorpresa o bien que el tema haya sido tan tratado o tan poco atractivo en este momento, o bien tan obsesionante para ti en tu vida, ya sabes, el tema de la intoxicación en general, que no hayas caído en la cuenta de que quizá la otra persona, yo, también tengo relación con el objeto de esta conversación, la intoxicación. Tercero, que quieras hablar de ti misma, de tu estudio, que lo que quieras realmente es saber mis procesos, pero no de mí, por lo que usaste una falsa diplomacia de interés por mí para hablar de ti, de tus intereses, sin que se note que en realidad has sido tú misma quién ha puesto el tema de hablar de todo esto, forzando a que yo te saque el tema.
‘Como quiera que sea, el egoísmo sólo se produce cuando se pasa por encima de la otra persona para obtener un bien propio, sin importar el daño o perjuicio que se haga a conciencia de que se hace. De lo contrario el egoísmo no existiría ya que si lo ejerciera todo el mundo no habría matiz diferenciador de qué sí y qué no es egoísmo. En esta conversación no veo egoísmo en la primera opción, mientras que en la segunda opción, por lo maquiavélico de la conversación pudiera haberlo. Sin embargo, en cuanto a la falta de empatía, esta se produce cuando la mente se aproxima a ciertos tipos de psicopatía, si no en la psicopatía misma. No es el caso, creo, de que incurras o incurráis científicos como tú en un problema de este tipo.
‘A mi juicio ocurre que ante una conversación así con alguien de mucha confianza no siempre todas las conversaciones requieren del exceso de información. La mente de ambos selecciona lo que prefiere hablar con la tranquilidad de saber que no debe estar atenta a cumplir determinados requisitos de cortesía en nuestra conversación si no le apetece esa información, no porque no nos preocupe, si no porque por una parte no cree nuestra mente que haya algo importante y porque se siente en confianza. Sí, estamos en confianza. Sin embargo seguro que si ahondáramos en otros aspectos de nuestra vida, quizá incluso de este viaje en la Nereida, si ahondáramos tú en mi vida y yo en la tuya, si ahondáramos en la vida del otro en cosas que no fuera la intoxicación, y de forma retroalimentada y mutua, entonces no tendríamos un recelo de estar hablando con egoísmos personales. Tú con tu afán de recoger datos de los efectos en mí, y según  tú yo con mi afán de centrarme en mí. Si nos preocupáramos realmente por la persona…
‘Por otra parte, la pregunta final del amigo que soy puede ser en realidad una pregunta muy diferente a la escuchada, podría ser un toque de atención a la amistad. Por algún motivo podría creer que ésta se resiente en algún aspecto y al preguntar "¿por qué no preguntaste...?" podría estar diciendo otra cosa diferente sobre la relación amistosa desde el punto de vista en este momento, con ganas de solucionar lo que quiera que sea que me preocupa al respecto. No soy una cobaya. Y hace tanto tiempo que nos conocemos…
‘Pero sólo soy un ignorante en estos temas, lo mío es opinión, ni siquiera conozco el contexto real. Quizá esté confuso, ya sabes… no sé…

Pat Patri no era médico pero trataba de examinar los efectos del veneno de la planta en Grisóstomo. Ahora que estaban a punto de aterrizar en Alcalá de Henares D.F., Código le había pedido que como bióloga tratara de encontrar el problema que había provocado el tóxico de la planta de Indonesia en su segundo de a bordo. Aquello era sólo amor, bioquímico, pero amor. Sin embargo, la intoxicación había operado numerosos cambios en el hijo del capo. Había tenido que ser convencido para ser sacado de la bodega de carga. Se empeñaba en la existencia de una polizón femenina de gran belleza que le había ayudado cuando estaba a punto de colapsar en sus biorritmos. Las manos delicadas y suaves, a juicio de su tacto cuando besó aquella palma humedecida de agua, la voz, y un sin numero más de valoraciones que hacía sobre alguien que, de existir, sólo había visto brevemente una vez en su vida, parecía indicar que sufría una psicosis. El amor en él, como en muchos jóvenes, era una invención de su mente. Una sobredimensión de los aspectos que más le habían gustado de aquella chica, si existía. Una idealización. Había adaptado su esencia a su idea de belleza humana, a pesar de que en apenas un encuentro de pocos minutos nada hubiera podido quedar de la esencia de nadie en él. Los efectos del veneno del amor de aquella planta eran sin duda algo que se apoderaba totalmente de los sentidos de la persona. A Pat Patri le parecía fascinante. Era una reproducción falsa muy parecida a los efectos del amor platónico más puro, aunque en realidad ella no deseaba pararse a pensar en el porqué aquellos efectos eran una reproducción falsa y no unos efectos reales de enamoramiento. ¿Y si el veneno no era veneno, sino activación? Eran pensamientos que Pat Patri, siendo consciente de ellos, los evitaba desarrollar, ni siquiera deseaba que permanecieran demasiado en ella. Lo importante era intentar comprender el funcionamiento de la mente de Grisóstomo en esos momentos.

-Ella existe –sentenció Grisóstomo.


Entre tanto, Código en la cabina de mando trataba de tripular la nave en sus últimas aproximaciones a la ciudad galáctica. La actitud de su segundo parecía una locura transitoria. Después de despegar de Indonesia habían pasado muchas horas desde que le dejó a solas. Le encontraron en la bodega de carga, como una carga más delirando sobre una chica que unas veces tenía por nombre Marcela y otras Esther Claudio. Más tarde Pat Patri le contó el incidente previo. Aquella planta pudiera ser peligrosa en una nave como la Nereida. Había ordenado que la bióloga la mantuviera controlada bajo mamparas que impidieran otras intoxicaciones. Así se había hecho. La locura de Grisóstomo era inquietante. En Alcalá de Henares D.F. tendrían mejores medios para tratarle. Tal vez con algo de reposo, algún neuroquímico…

La Nereida aterrizó en Alcalá de Henares D.F. sin que Pat Patri hubiese logrado realizar todas las observaciones que deseaba en Grisóstomo. Pensaba intentar proseguirlas si el médico al que le mandasen se lo permitía. A fin de cuentas podía ser algo beneficioso para ambos, dado que de las dotes científicas de ella salían a veces algunos fármacos de las plantas que trabajaba. Observar los efectos le ayudaba a identificar las causas.

Desembarcaron los pasajeros y las mercancías sin novedad alguna en los muelles inferiores de la ciudad flotante. Tras comunicar un breve parte del viaje, Código dejó a Grisóstomo bajo una custodia discreta. No deseaba que su segundo se sintiera vigilado, ni tampoco que don Juan Manuel supiera que había mandado retener a Grisóstomo en el desembarco. De momento su intoxicación debía permanecer dentro de lo posible en secreto. Pat Patri tenía orden de no decir nada hasta que él lo estimase oportuno. Así que en el muelle iban bajando las plantas de Indonesia, bajaban los jugadores de baloncesto y béisbol de ambos mundos, se llevaban el sarcófago con Borja Montero dentro, y los pasajeros con más importancia se iban yendo. La actividad era la habitual. La Nereida comenzaba a recibir su revisión y puesta a punto. Código informó del defecto del transmisor para que fuera reparado. En todo el ajetreo de gente, no había allí ninguna mujer que no fueran pasajeros registrados. Definitivamente, tras una jornada un tanto agotadora, Código se fue hacia su residencia en la ciudad mientras tomaba alguna decisión rápida sobre Grisóstomo.

La nave quedó al cuidado habitual de los operarios de la ciudad.

Los muelles eran un lugar relativamente no muy lejanos a la zona de los inmensos depósitos de agua de la ciudad, dentro de aquel subsuelo. Esther Muñoz paseaba por allí. Venía de ver las grandes cantidades de agua, mansas. Le daba mucha paz. Pensaba que si tenía suerte, tal vez, al año siguiente pudiera obtener un permiso más para agrandar su pequeño huerto a las orillas del Henares, en la zona superior, en la ciudad. La llegada de la Nereida le había llamado la atención como para culminar su paseo antes de subir y proseguir el paseo bajo la cúpula que les separaba del frío espacio exterior. Había escuchado que regresaba de Indonesia. Aún más, que la ciudad iba a orbitar unos días en torno al planeta verde. Para ella aquello era algo maravilloso, pues podría ver sus dos enormes océanos desde la cúpula de la ciudad. Aquellos bravos y magníficos océanos en movimiento, con olas, agua natural en un entorno propio… Además el planeta era famoso por tener una gran red de ríos y manglares. Iba a ser un sueño asombroso poder estar tan cerca de aquel lugar. Quizá podría lograr que la dejaran bajar algún día. Soñar a veces podía ser vivir el sueño soñado.

Una serie de gritos alteraron sus tranquilos pensamientos. No muy lejos, unas pasarelas por debajo de ella, hacia donde ahora descansaba La Nereida según la había visto aterrizar, Código llevaba forzadamente a alguien cogida por el brazo. Era una mujer. Por la dirección que traía, se diría que regresaba al muelle, pero no hacia la Nereida, sino hacia una plataforma con pequeñas cápsulas auxiliares unipersonales con dirección robótica autosuficiente para los casos de emergencia. Allí no había nadie más que ellos. Esther Muñoz bajó al nivel donde estaban sin que se dieran cuenta, aprovechando los rincones más oportunos. Código estaba forzando a aquella mujer a ir hacia allá con él. Era una mujer de pelo corto y voz dulce, aunque en esos momentos estuviera protestando. Código la encerró dentro de una de aquellas cápsulas y se fue en dirección a la pequeña sala con el panel manual de programación de lanzamiento de aquellos transportes que, por otro lado, eran capaces de regresar por sí solas a la ciudad si se les era ordenado en un plazo de tiempo determinado, ya que tampoco su autonomía fuera de gran duración en el tiempo sin recarga energética. Esther Muñoz sintió la curiosidad de ir a ver quién era aquella mujer, sin embargo un guardia atravesó en diagonal todo el amplio espacio intermedio buscando apresuradamente a alguien como si lo hubiera perdido. Tal vez la mujer. Sólo cuando Esther sintió que nadie más podía aparecer, corrió hacia la cápsula con la mujer. Sabía que Código probablemente la iba a lanzar hacia algún lugar sin que ella quisiera.

Cuando alcanzó la cápsula pudo mirar a través del pequeño cristal, donde se veía la cara de ella, la cautiva. Era una bella chica joven de pelo corto que le pedía ser liberada. Esther Muñoz se apresuró a abrir la cápsula. La chica salió de inmediato abrazándola y soltándola con gran rapidez. Iba a salir corriendo. Esther la asió de su muñeca izquierda sin dejarla ir. Quería respuestas. Las actividades de Código, como las de don Juan Manuel, Enrique Bermejo o Anna Guillou, siempre tuvieron rumores alrededor, pero aquello era la primera vez que para ella era un testimonio mediante los hechos consumados. Necesitaba saber.

-¿Quién eres? –le dijo apresurada.

-¡Suéltame, por favor! Tengo que irme antes de que vuelva…

-Pero… -ambas coincidieron sus ojos por primera vez, y aquella chica joven relajó su expresión sin perder su temor.

-Me llamo… llámame Esther Claudio… Me tengo que ir… no quiero que me mande de vuelta a Indonesia… por favor –le dijo en ruego.

Esther Muñoz la soltó y ella se marchó apresuradamente perdiendo una fina pulsera de su mano. Esther Muñoz la recogió con la idea de buscarla para dársela. Sin embargo soltó la pulsera de inmediato. Ella, aquella mujer, deseaba quedarse en la ciudad flotante, y ella, Esther Muñoz, deseaba vivir junto a un mar de agua. No había tiempo. Corrió a encerrarse en la cápsula que sin duda debía estar siendo programada por Código para ser lanzada hacia Indonesia. La puerta se cerró tras de sí.

El silencio parecía volver a reinar en la sala de cápsulas, salvo por unas pisadas. Grisóstomo había escapado sin saberlo a su vigilante y caminaba libremente por aquel lugar de la ciudad flotante. Le recordaba a la bodega de carga de la Nereida. Fue precisamente pensando en el milagro de reencontrarse con su amada Esther Claudio que encontró la pulsera. No la había visto nunca, ni siquiera el día que casi colapsó, pero todo en su mente le hizo confabular como un rayo el parecido del ambiente del lugar con la pulsera y la pulsera con su amada apenas vista por él. Cuando la cápsula de lanzamiento con Esther Muñoz dentro comenzó a moverse para colocarse en posición de lanzamiento, la mente de Grisóstomo reaccionó fugaz como una estrella que arde intensamente por un segundo cruzando un cielo nocturno, y creyó que allí viajaba la chica dulce a la que su corazón amaba. La cápsula adoptaba una posición horizontal dejando al descubierto detrás suya una amplia galería de metal por la que indudablemente debía desplazarse. Esther Muñoz estaba rebosando de felicidad por iniciar una nueva vida junto al mar. Grisóstomo, con un corazón cabalgando de amor bravamente enloquecido, se lanzó a agarrarse a la cápsula. La cápsula avanzó automáticamente adentrándose un poco en la galería. Tras la cápsula asida férreamente por Grisóstomo, que deseaba retenerla o viajar a donde ella viajara, se cerró una compuerta sellando la galería de lanzamiento del resto de la nave. La cápsula avanzó sellándose otra compuerta, y tras esa compuerta otra. Y al fin, al fondo, se abrió una compuerta llevándose el oxígeno hacia la oscuridad de la fría galaxia, mas no sintió el frió ni la asfixia Grisóstomo, pues quedó antes abrasado en llama viva por los cohetes que daban impulso primero a la cápsula, desgarrado, además, uno de sus miembros enganchados en el túnel, y después, aquel calcinado por el amor, deshecho congelado y sin oxígeno de un corazón que, como todos, hasta el final latió, viajó flotando en parte como polvo enamorado.

Esther Claudio no estaba allí.

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