¿Te he hablado alguna vez del dueño del mundo?
Tiene un albatros pudriéndose
en los muros de la puerta de su casa,
carne podrida y hueso en un charco negro e inmundo.
Su lucero blanco en el cielo,
tendido en el suelo, comidas las alas,
con sus plumas moviéndose,
como su cerebro,
por la larva
presente del remordimiento.
Y la gaviota, nereida,
la muerte, bella, fea,
que le persigue,
enamorada de su herida,
se baja del cielo, le observa;
el cadáver tendido,
en la puerta;
el dueño del mundo,
querido sin amor,
duerme, idiota,
pensando en su albatros,
en su sillón.
(Por Daniel L.-Serrano: Canichu)
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