Bandera del Imperio de China, durante el periodo de la dinastía Quing, 1820 - 1910.
“(...) Siempre, desde que se abrió el puerto de Cantón, ha prosperado el comercio. Desde hace unos ciento veinte o ciento treinta años, los nativos del lugar han disfrutado de relaciones pacíficas y provechosas con los barcos que venían del extranjero. El ruibarbo, el té y la seda son todos productos de gran valor de nuestro país y sin los cuales los extranjeros no podrían vivir. La Corte Celeste, extendiendo su benevolencia a todos por igual, autoriza su venta y su transporte a través de los mares hacia imperios lejanos, sin lamentarlo siquiera, y su bondad iguala la bondad del Cielo y de la Tierra. Pero existe una categoría de extranjeros malhechores que fabrican opio y lo traen a nuestro país para venderlo, incitando a los necios a destruirse a sí mismos simplemente con el fin de sacar provecho. Anteriormente, el número de fumadores de opio era reducido; pero ahora el vicio se ha extendido por todas partes y el veneno va penetrando cada vez más profundamente (...). Por este motivo, hemos decidido castigar con penas muy severas a los mercaderes y a los fumadores de opio, con el fin de poner término definitivamente a la propagación de este vicio... En lo sucesivo, todo barco extranjero que llegue con un cargamento de opio a bordo será incendiado, con lo cual se quemarán también inevitablemente todos los otros bienes que transporte (...)”.
(Lin
Ze-Xu, comisario imperial chino. Carta a la Reina Victoria del Imperio Británico, 1839.)
Chesnaux,
J. y Bastid, M., Historia de China. De las Guerras del Opio a la guerra franco-china,
Barcelona, ed. Vicens Vives, 1972, pp. 91-92.
El
presente texto es un fragmento de la carta que Lin Ze-Xu (comisario al servicio de Quianlong, emperador de China) le envió a la Reina
Imperial de Gran Bretaña, Victoria, para informarla del tráfico de opio en
China por parte de los británicos, así como de las medidas que China había adoptado
al respecto en ese año de 1839. Lo que dio paso a la primera guerra del opio de 1840 a 1842.
Lin Ze-Xu fue nombrado comisario imperial de China ante las grandes perdidas
económicas que ocasionaba al imperio oriental el pago en plata y metales preciosos del opio
por parte de los consumidores chinos, así como por la degradación continuada
del pueblo chino con el consumo de dicha droga, la cual era ilegal en aquel
Imperio. Sus poderes, los de Lin Ze-Xu, fueron tan amplios como los que pudiera tener un virrey. Sus
principales medidas, mencionadas en el texto, son la aplicación de la pena de
muerte a los traficantes, la destrucción de las mercancías de los barcos que
transportasen opio y el bloqueo del puerto de Cantón a barcos extranjeros, lugar por el que los británicos
realizaban el tráfico del opio con ayuda de chinos mandarines. A la vez,
escribió esta carta a la Reina Victoria creyendo que esta no estaba informada
de las actividades de sus súbditos en China, ya que Gran Bretaña teóricamente
ayudaba a China a castigar a aquellos que infringiesen las leyes chinas. El
asesinato de un súbdito chino a manos de británicos en Kowloon se unió a la
petición de Lin Ze-Xu de que regresaran unos barcos que se habían saltado el
bloqueo de Cantón para refugiarse en Hong Kong y Macao. Sin embargo no fueron
atendidas estas nuevas peticiones ya que los traficantes de opio tenían gran
influencia política en el parlamento británico y convencieron al primer
ministro, lord Palmerston, de la conveniencia de la continuidad de ese comercio.
Juncos de guerra chinos atacaron a barcos británicos. La desigual batalla dio
paso a la primera guerra del opio, la cual acabó con la destitución de Lin Ze-Xu,
la cesión a Gran Bretaña de Hong Kong, la apertura comercial de Shangai, Cantón,
Ning-Po, Amoy y Fu-chou, el pago de una indemnización de guerra a los británicos,
tasas de aduana fijas en un 5% y la abolición del monopolio del opio en manos de los Co-Hong,
recogido todo ello en el tratado de Nankín en 1842.
El tráfico de opio garantizaba para Reino Unido no sólo una recaudación de metales preciosos orientales en moneda mediante su venta, compañías comerciales inglesas y traficantes se los suministraban a los propios chinos, sino también el aletargamiento de la sociedad ante sus problemas, lo que venía bien para la expansión de las intenciones económicas y políticas de los británicos, por ello daban facilidades también a los traficantes chinos para que traficaran con el opio dentro de su propia sociedad china, a pesar de que producía recelos a las compañías comerciales británicas, que presionaban a su gobierno para que eliminara el monopolio chino en algunas zonas; pero así también el opio no sólo era usado en esas fechas como narcótico drogodependiente, sino también altamente necesario para los nuevos descubrimientos médicos de la época en Occidente, facilitaban las operaciones y aliviaban determinados padecimientos, también sociedades europeas y americanas compraban opio.
El
texto de Lin Ze-Xu no sólo hace referencia a las medidas a adoptar por China
ante el desastroso tráfico de opio sino que se inicia con referencias a un tráfico
comercial antiguo con los pueblos no chinos. Su referencia del comercio de Cantón
con pueblos extranjeros desde hacía ciento veinte o ciento treinta años
anteriores a los hechos de los que trata la carta, nos sitúa alrededor de 1720.
En esas fechas tan sólo Cantón fue abierto a los extranjeros, por lo que desde
entonces sólo esa ciudad tenía permiso para comerciar con pueblos no chinos. Desde
esas fechas se consideraba nociva la influencia exterior para el pueblo chino. Yong-tcheng
(emperador de 1723 a 1735) había expulsado a los misioneros católicos e inició una
persecución a los cristianos en territorio chino. Así pues la apertura de
buenas relaciones a la que alude Lin Ze-Xu se limitaba sólo a Cantón. Por lo
general los chinos, como los japoneses hasta 1867, consideraban como un peligro
las influencias y contactos exteriores. A la contra de las tendencias
occidentales de comercio mundial, ellos preferían un régimen autárquico, encerrado en sí mismo. Llegaban
a considerarse un pueblo elegido que gozaba de lo mejor que se podía tener, de
ahí su recelo a mezclarse o comerciar con el exterior. Esta idea se podría
entresacar de este texto cuando Lin Ze-Xu dice: “El ruibarbo, el té y la seda
son todos productos de gran valor de nuestro país y sin los cuales los
extranjeros no podrían vivir”. Sin embargo la realidad china era que desde el
siglo XVIII se había producido un gran aumento demográfico que no correspondía
con el aumento económico. De hecho, China se estaba quedando atrás y empobreciéndose
a causa del aumento demográfico que no era respondido con ninguna medida que
pudiera satisfacer todas las necesidades de la población. En lugar de renovarse
o buscar una ampliación del comercio con el exterior que les beneficiase,
decidieron anquilosarse en el tradicionalismo, el nacionalismo, y en las formas
antiguas de su cultura y sociedad.
Los
británicos se habían establecido comercialmente en Cantón desde 1786 a través
de la Compañía de las Indias Orientales. El comercio con el Imperio Chino también
se ayudó de otra base comercial más, pero ubicada en India, se trataba del
establecimiento en Bengala. En 1819 fundaron Singapur con la “Fortaleza de los Leones”, la cual fue otra ayuda para su tráfico comercial con el Extremo Oriente. Toman ejemplo del tráfico de opio que los holandeses realizaban desde
Formosa y crean una plantación de opio en Bengala cuya producción venden a través
de Whampoa en Cantón. Los intereses comerciales de este tráfico ilegal en
territorio chino eran sostenidos con sobornos a ciertas autoridades del puerto.
Implicaba a personalidades británicas influyentes, como ya se ha dicho más
arriba. Hasta 1839 China era observada por Occidente como una nación milenaria
y poderosa, temible si se la llegaba a despertar. Hasta el anarquista Bakunin, en la segunda mitad de aquel siglo XIX, cree que en el futuro los chinos podrían ser la potencia mundial más poderosa. Pero la Primera Guerra del Opio, de
la que ya hemos hablado, demostró que en realidad China estaba en un proceso de
fragilidad. Aparte de las indemnizaciones y de la apertura de nuevos puertos al
comercio exterior, China no ganó prácticamente nada, tan sólo el reconocimiento
del opio como sustancia ilegal dentro de su territorio. Lo que, de todos modos,
no impidió la continuidad de su tráfico ilegal por los mismos medios que
anteriormente. En 1843, además, debía reconocer a Gran Bretaña como nación más
favorecida en sus tratos exteriores, y en 1844 Estados Unidos de América y Francia se sumaban a ser
potencias extranjeras con derechos comerciales en el Imperio Chino. Era el principio del
final de la autarquía china. Por estas influencias exteriores comenzaron a
aflorar por toda China movimientos tradicionalistas y nacionalistas, así como
de nuevo fervor religioso chino, que en ocasiones protagonizaron intentos de
sedición.
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