Estaba leyendo a Epicuro estos días en los que la guerra bulle en un sitio o en otro del mundo. Entre el siglo IV y el III antes de Cristo reflexionó sobre el carácter de la justicia. Lo hacía desde su teoría de la existencia de una partícula invisible al ojo llamada átomo. Él no fue el primer atomista de la Historia, otros pensadores griegos ya habían pensado que debía existir una materia invisible a nuestra vista que, sin embargo permitía la existencia de las cosas materiales, porque nada podía no existir y por tanto incluso lo aparentemente nada era algo. Lo que sí hizo Epicuro acerca del átomo fue perfeccionar la teoría de cual debía ser la función del átomo. Esto sin ser físico, simplemente filósofo, si bien buena parte de su teoría, evidentemente no toda, fue la base para que siglos más tarde realmente se desarrollase la física en torno a los átomos.
Epicuro reflexionó sobre los movimientos de los átomos, en perpetuo movimiento, decía, pero que eso sólo sería posible si el átomo a la vez tenía otras materias más pequeñas que lo compusieran. No me adentraré más en sus reflexiones sobre los átomos y el atomismo, pues lo que realmente le diferenció más de los anteriores atomistas fue establecer un vínculo entre la existencia de lo material por composición de los átomos y el alma humana, entendiendo por alma humana no sólo lo que animaría y daría sensibilidad a los cuerpos vivos, sino que además le daría pensamientos y emociones que le llevarían a la ética y a la moral.
Para Epicuro el alma, por fuerza, debía estar compuesta también por átomos aún más finos y ligeros que los átomos de las cosas y cuerpos materiales que podemos ver. Las almas debían poder combinarse de algún modo con los cuerpos vivos, de ahí la necesidad de que unos y otros átomos pudieran encajar y no entrechocar, y si entrechocaban sería para formar una unidad: una vida. La disolución o separación del alma de los cuerpos significaría el paso a cuerpo inerme de aquel que estaba vivo, pero, a la vez, pensaba él, el alma dejaría de sentir, pues necesitaría un cuerpo para poder sentir, de ahí la necesidad de la materia alma de estar en sintonía con la materia corpórea.
Sin profundizar más en estas reflexiones que tuvo Epicuro, aún más complejas, establece cómo el alma dota a unos u otros cuerpos de unas funciones y formas de ser según las necesidades de cada uno de esos cuerpos. En el caso de los humanos se establecería una inteligencia desarrollada por la especial sensibilidad y emocionalidad que logra alcanzar en estos cuerpos. Aquí diserta sobre los dioses, e incluso sobre si estos influyen en todo esto o no, o si existen o es el orden del Universo. Afirma que, hayan sido los dioses quienes organizan esto o no, toda materia parte de un mismo origen en el Universo, por lo que almas y cuerpos, vivos o inertes, vienen todos de una misma materia.
Pero yo he empezado este artículo sobre el carácter de la justicia según Epicuro. Reflexiona él que en sus épocas se piensa de manera generalizada entre los griegos con conocimientos (no tanto aquellos temerosos de los dioses) que la justicia se produce por miedo de la disolución corpórea, por tanto por la disociación de los átomos de cuerpos y almas, o sea: la muerte, o bien el dolor que sufre el cuerpo si este no muere pero se le somete a mutilaciones y penalidades varias. Así mismo, el que tiende al mal se frena con frecuencia bien por este miedo o bien porque sin llegar a ser un criminal sabe que todo mal que haga él puede hacer considerar a los otros que se le puede devolver y ser tratado igual. Por tanto, la justicia desde un punto de vista atomista en aquellas épocas, sería una maldad, pues se llega a ella bajo la amenaza y el miedo al castigo y al sufrimiento. Sin embargo, aún reconociendo que en bastantes casos las relaciones humanas de justicia o buen trato se daban en parte por esto, él propone otra vía para llegar a la justicia que, aunque parte del atomismo, se distancia de la teoría anteriormente dicha.
Puesto que el alma compuesta por átomos necesita del cuerpo material compuesto por átomos, pues el uno sin el otro no pueden adquirir sensibilidad y sensaciones, la vía de la práctica de la felicidad y la amistad es la más apropiada para lograr esto. Por ello quien práctica sinceramente la amistad y la expande en sus relaciones con los demás, no puede hacer otra cosa que no provocar males y ser justos, o lo más justos posible. Su vía atomista de la justicia no reclama el miedo al castigo o la sanción, si no el goce de la felicidad mediante el ejercicio de la amistad de los unos con los otros.
Sin embargo, a pesar de que Epicuro gozó de muchos seguidores de sus ideas incluso entre las clases populares, en sus épocas los socráticos y platónicos eran mayoría, con sus ideas acerca de vivir en un mundo de ilusiones. Epicuro respondía a esto que, aún si existiera un mundo más real de ideas, nosotros vivimos en un mundo material concreto, por lo que debíamos centrarnos en el mundo concreto para poder alcanzar esa justicia, esa felicidad y la parcela de verdad que nos concierne. Aún así, dice, el no ver o no poder comprobar la existencia de algo, no lo hace inexistente, pues en el mundo material conocido lo que existe lo es por dos razones: porque existe y porque lo que no existe permite que exista, por lo que lo que no existe, por fuerza también existe y es lo que existe que se comporta y es de un modo y no de otro lo que explica el comportamiento y el modo cómo es aquello que para nuestras sensaciones en principio no existe. O en otras palabras, en el caso del átomo, imposible de ver ni de comprobar en el siglo IV-III antes de Cristo, aunque no era algo material tangible, por tanto sería algo inexistente, era algo existente, porque el comportamiento de las cosas que sí son tangibles se explican a partir tanto de lo que se ve en ellas, como de lo que no se ve, pero impide que pueda ser de otro modo. De un olmo nace un olmo, de una persona, otra, de un pez, otro pez, y eso, reflexiona, debe deberse a algo material que lo organiza en el Universo, y ese algo, reflexiona, deben ser los átomos y alguna clase de comportamiento que no puede llegar a entender en todo sus posibilidades, pero que debe existir, que deben tener.
Los tiempos de Epicuro eran cambiantes. Las épocas de mayor poder de los griegos habían pasado. Alejandro Magno y Aristóteles habían creado una nueva forma de entender el mundo desde la política y el pensamiento. Las formas democráticas habían cedido paso a gobiernos autocráticos en forma de los reinos sucesores del Imperio de Alejandrro Magno, y con ellos guerras, tiranías y un alejamiento de los ciudadanos griegos de los centros de poder mediante sus democracias. Un mundo que poco a poco cedía paso a otro nuevo mundo que les iba conquistando, la República Romana. Será entre los romanos del Alto Imperio Romano, unos pocos siglos después, que los epicúreos tendrán un cierto auge y resurgir.
En medio de aquellos tiempos convulsos, de guerras y el auge de gobernantes que deseaban el poder absoluto a título de rey, que ambicionaban los territorios de los otros, donde más de una persona del común se entregaba a las ideas autocráticas o de nación, Epicuro habló de la felicidad y la amistad de los unos a los otros para alcanzar la justicia.
Las teorías de los átomos no cobraron cuerpo de fuerza en nuestro propio mundo tangible y material hasta que algo más de dos mil años después los científicos descubrieron que los átomos existían y responden a pesos, velocidades, formas y comportamientos.
Nada sabemos aún sobre las almas en relación a los cuerpos.
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