El pasado 17 de diciembre empezó una nueva exposición temporal en el Museo Arqueológico Regional de Madrid. No está en la sala habitual de las temporales, si no en una pequeña vitrina dentro de una de las salas principales de la exposición permanente. La dirección del museo ha querido iniciar una nueva etapa donde se vayan dando estas pequeñas exposiciones de piezas, quizá un poco al estilo del cuadro del mes que suele poner el Museo del Prado como reclamo y variedad. En este caso se trata de una estela funeraria de origen musulmán, de Al-Andalus, encontrada en plena Madrid capital en unas obras públicas. Una rareza en sí misma. Puesto que Madrid era Mayrit, la exposición se llama "La Maqbara de Mayrit".
La estela funeraria está datada en el siglo X cristiano, que es el siglo IV musulmán. Se encontró en lo que se llamó la Puerta de los Moros en el antiguo Madrid amurallado, que correspondería a un cementerio islámico extramuro en tiempos medievales, o al menos un espacio de enterramientos, al sur de la desaparecida muralla. Hoy día es un espacio céntrico de la capital. El Museo Argueológio Regional la compró en 2012 y la trajo a su edificio, en Alcalá de Henares. Desde entonces ha estado restaurándola. Es ahora en diciembre de 2020 que ha decidido exhibirla de manera temporal junto a otras pocas piezas musulmanas que bien pudieran haber formado un ajuar funerario, aunque no lo fueran. Bien valdría, a mi juicio, que dicha estela pase a la exposición permanente dentro de la sala dedicada al periodo islámico de nuestra Historia.
La entrada principal del museo está cerrada, no sé si por obras o por el montaje de alguna exposición, lo que hace que entres por una puerta algo más desplazada. Cuando yo fui estaban preparando algún tipo de actos con discursos. Todo el museo estaba en penumbra y apenas estaban allí algunas conserjes, un guardia de seguridad y tres o cuatro técnicos de luz y sonido. Atrevesé el patio con ellos trabajando y las sillas colocadas, mientras el guardia de seguridad me indicó una puerta roja por la que entrar lateralmente a la sala principal de la exposición permanente.
El museo, antiguo convento entre el renacimiento y el barroco, estaba también en penumbra. Había una mujer que regresaba de ver la vitrina a la que yo me dirigía, que me indicaron. A solas atravesé en silencio, con el sonido de mis pasos, llevaba botines, rodeado de mosaicos romanos en las paredes, antiguas vasijas prehistóricas a los lados y restos de huesos de animales de miles de años atrás. La vitrina, muy bien iluminada, era pequeña, pero llena de la información suficiente. Fue, sinceramente, un lujo poder ver la pieza y estar en aquel lugar en ese ambiente.
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