Capítulo 5: El cabo suelto.
Desde la sala de reuniones del edificio consistorial de
Alcalá de Henares D.F. se podía ver a través de los cristales de sus balcones
buena parte de la plaza principal de la ciudad flotante. Bajo la oscuridad y
las estrellas de la galaxia estaban allí enfrente los plátanos de paseo, el
kiosco de los actos sociales, la Plaza Jalex Frutos con su campanario solitario
y la Capilla del Oidor donde exponían obras de arte, y aquel edificio blanco
con un enorme portón de entrada y terraza en el piso superior por el cual se
permitía llegar por su interior a la Universidad del otro lado. A todo esto le
daba la espalda el hombre de bronce en el pedestal, situado hacia la izquierda
de las ventanas de los balcones del ayuntamiento. El hombre de bronce no veía
aquello que la alcaldesa Anna Guillou observaba sin atención desde el interior
de la sala.
La alcaldesa tenía un cabo suelto, como lo tenía el
antiguo gestor madrileño, Enrique Bermejo. Sólo que el cabo de la alcaldesa era
Enrique Bermejo.
Mientras que la Nereida había llevado muy lejos de aquel
rincón del espacio a Código, a pesar de que Alcalá de Henares D.F. se dirigía
hacia Indonesia, había ganado días para solucionar sus problemas gubernativos.
Madrid D.F. podía presentar reclamaciones legales, pero sin duda la presencia
del antiguo gestor en la ciudad podía dificultar con mucho algunas de las
cuestiones en juego. Existía la jurisprudencia que dictaba que en ausencia de
una persona jurídica que ejerciera de alcalde en una ciudad galáctica recién
declarada distrito federal, esta podía ser gestionada por su antiguo gestor
federal a la que estuviera adscrita en espera del nombramiento de un nuevo
alcalde, y este no podría ser nombrado sin antes presentar credenciales
oficiales sobre la desaparición de la persona anterior en el cargo en alguno de
los planetas donde la federación tuviera una capitalidad. El señor Enrique
Bermejo había sido el causante de esa jurisprudencia, a la que había recurrido
en dos ocasiones anteriores de su carrera. La muerte ocasionalmente oportuna de
los alcaldes afectados en otras ciudades galácticas era el núcleo fuerte de las
preocupaciones de Anna Guillou.
La alcaldía de una ciudad
federal era en mitad de la galaxia como un mundo del que ser Señor. Los
recursos suficientes de estas colonias eran paraísos para los gobernantes. Si
bien es cierto que la dependencia de los servicios de Galaxia Eléctrica era
total, quien ejercía los poderes ejecutivos era prácticamente beneficiario de la
absorción de otros poderes. Fuera de manera lícita o no. En mitad de la galaxia
las normas de la Federación existían sólo por los gobernantes, que las
administraban. He ahí el mundo. Aunque la última palabra en realidad la tenían
los Señores de aquella época. Aquellos quienes tenían la administración y el
suministro de los recursos eran los auténticos dueños de la situación y de la
sociedad. Tan molesto como Enrique Bermejo era Galaxia Eléctrica para la
alcaldesa Anna Guillou.
Pero era bien cierto también que los aparatos y
maquinaria para generar los suministros eléctricos, electrónicos y de
pervivencia de Alcalá de Henares D.F. estaban instalados precisamente en la
ciudad galáctica. Galaxia Eléctrica controlaba al personal que lo gestionaba,
el cual no era numeroso. Para Anna Guillou su otro cabo suelto era su control, algo
sin precedentes.
Allí estaba con ella Doxa Grey, su secretaria personal. Su
piel blanca, como de nácar, y sus ojos enormes y vivos, mostraban al mundo un
ser frágil. Una pequeña figura femenina de voz aguda y pelo negro corto. Pasaba
desapercibida en las calles, aunque en los lugares nocturnos era el centro de
las miradas. Sus manitas blancas y finas como si el trabajo manual no las
hubieran conocido pasaban por los escáneres de las finas pantallas donde se
afanaba en cambiar datos para la alcaldesa Anna Guillou. La belleza sensible de
la piel de Doxa Grey ocultaba insertos debajo decenas, quizá hasta la centena,
de micro dispositivos capaces de conectar y trabajar con todo tipo de equipos
electrónicos y cibernéticos. Por no hablar de los numerosos nanobots que trabajaban por debajo de su piel. O que en uno de sus preciosos y enormes ojos
oscuros hacía tiempo que ella había cambiado su pupila por una pupila robótica capaz
de analizar e interactuar con otras máquinas. Incluso ayudaba a la memoria de
su cerebro con un cableado intracraneal que la conectaba con el ciberespacio.
Doxa Grey no era un robot, ni un ciborg, pero ya no era tampoco exactamente una
inocente humana tal como naciera de su madre.
Hacía tiempo que trabajaba para Anna Guillou en la
sombra. Intentaba apoderarse de las claves principales de los accesos a los
servicios de Galaxia Eléctrica. Eran un muro. Un muro enorme de órdenes electrónicas
infranqueables como si fueran un muro de roca, acero y plomo. No había
resquicios en el muro. Incluso en algún momento Doxa Grey tuvo que reponerse
durante varios días tras un contraataque defensivo de los sistemas de Galaxia
Eléctrica, habían logrado varias veces que colapsara su sistema nervioso y su
sistema digestivo. Los habían sobresaturado y atascado de tal manera que habían
logrado incluso que ella rozara la muerte. Pero Doxa Grey luchaba, luchaba
siempre, y sobrevivía. Cada intento fallido por irrumpir en la información
confidencial de Galaxia Eléctrica la enojaba más. Se crecía en la adversidad.
No era una buena perdedora, y esto hacía de ella una buena luchadora.
-Cosa prodigiosa, que un tuerto se desentuerte y recupere
sus ojos, aunque en las cosas de la mente, ya se sabe, a los tuertos se les lía
dándoles dos letras de más para que sean entuertos, y tres más para que dejen
de serlo y sean desentuertos. Todo es cuestión de hablar para que de una boca
se cedan letras a un oído –murmuraba mientras intentaba desencriptar lo que no
lograba desencriptar. Estaba inmersa en su tarea dentro de un mundo diferente
al tangible.
Anna Guillou esperaba respuestas rápidas. Llevaban
demasiado tiempo esperando esas claves. Pero también estaba pensando en su otro
cabo suelto. Tenía algo planeado. Sólo estaba esperando a alguien que tardaba
en llegar a su cita. Miraba por la ventana mientras Doxa Grey, como si fuera
una secretaria atareada en una tarea cotidiana, seguía librando su batalla
particular con el mundo interior de las redes de seguridad de Galaxia Eléctrica.
Al fin, un pequeño zumbido en un micro transmisor en el lóbulo
de la oreja izquierda de Anna Guillou, daba entrada a un mensaje de la persona
que esperaba. La voz de don Juan Manuel se dejaba escuchar clara pidiendo
disculpas por no poder asistir a la reunión de negocios concertada con ella
dentro del ayuntamiento. Sin embargo, aceptaba el encargo de eliminar al
antiguo gestor Enrique Bermejo. Anna Guillou sólo debía pensar en afirmativo o
positivo para que las ondas cerebrales fueran recogidas por el micro transmisor
y fueran interpretadas al otro lado con las respuestas de ella. Un modo limpio
de no dejar rastros en las comunicaciones. Miraba entre tanto los plátanos de
paseo de la plaza con sus hojas bien verdes, y a la vieja Fátima Litlefire
pasear seguida de unos cuantos niños. De repente un pequeño golpe seco la tumbó
en el suelo, dejando un sonido roto de “crack” en el cristal de la ventana del
balcón. La alcaldesa Anna Guillou yacía en el suelo sin movimiento. Don Juan
Manuel dejó de transmitir. Doxa Grey levantó su cabeza sobresaltada llevada por
un reflejo nervioso de moverse de su sitio, como si hubiera sido sorprendida en
su actividad delictiva, cuando un segundo impacto la derribó a ella.
En la terraza superior del edificio blanco
enfrentado al ayuntamiento, a las espaldas del hombre de bronce del pedestal de
la plaza, Paul Helldog recogía con rapidez su rifle y abandonaba el lugar.
Abajo tenía su moto electromagnética. Se montó en ella pasando raudo de largo
de don Juan Manuel, que estaba leyendo muy cerca del lugar, en los bancos
corridos en torno a la estatua del hombre de bronce. Cuando Paul Helldog se
fue, se levantó y se encaminó a la Calle Mayor, al otro lado de la plaza, donde
había numerosa gente paseando.
El reflejo nervioso de Doxa Grey había logrado que el
impacto de la anticuada bala en ella fuera mínimo. Apenas tenía una herida que
había impactado limpiamente en uno de sus implantes cibernéticos. La unidad R-300
que medía la presencia de personas y obstáculos y daba todo tipo de datos sobre
lo que encontraba en un amplio radio en torno a Doxa Grey, había dejado de
funcionar. La sangre brotaba y resbalaba por la blanca piel de ella. Pero aquel
aparato subcutáneo la había salvado la vida en buena parte. Con miedo a que el
francotirador siguiera al otro lado desconocido de la ventana, se arrastró
hacia el cuerpo inconsciente de la alcaldesa. Anna Guillou no se había movido
desde que cayó, pero no había charco de sangre, quizá se había quedado atrapado
entre el cuerpo y el suelo, o bien crecía al otro lado que Doxa, desde el mismo
plano de altura que el cuerpo caído de la alcaldesa, no veía. Cuando llegó al
cuerpo la movió ligeramente con la mano. Al principio no hubo reacción, pero al
fin tras otras ligeras sacudidas, se dejó oír la voz de Anna Guillou,
entumecida.
-Uuhh… Doxa… -trataba de ubicar su realidad de la manera
más rápida-. Creo que… uuuuhhh… Espera… estoy bien, no te preocupes… Don Juan
Manuel… la comunicación… ¿Tú…?
-Yo estoy bien –dijo Doxa-, tendré que hacerme unas
reparaciones a mí misma y alguien tendrá que coserme un poco, creo que los nanobots ya han empezado a hacerlo... pero estoy bien.
Anna, ¿usted…?
-Sí, sí… estoy bien –dijo sin moverse aún-. Sólo me estoy
recuperando, no me acertaron bien. Doxa, el francotirador ya no estará. Creo
que don Juan Manuel… Enrique Bermejo… Recoge tu equipo y ve a repararte. Guárdalo
bien y sigue en ello. Creo que el tiempo apremia ahora más que antes. Pero
sobre todo, no dejes tus ventanas abiertas. Intentaré solucionar esto. No te
preocupes. Iban a por mí, no a por ti. Haremos que no ha ocurrido… pero les
cazaremos. Creo que sé… sospecho… Vete ya.
Doxa Grey había entendido todo lo que tenía que entender.
Pero Doxa Grey no era una chica que se quedara quieta. Recogió su equipo con
celeridad y salió de la casa consistorial sin pararse en su camino. La herida
recibida apenas era superficial para ella gracias a la ahora inservible unidad
R-300. Pese a que sentía algo de dolor, era soportable. Estaba claro que
el nombre de Enrique Bermejo era significativo. Sabía bien que era un capo que
a menudo trataba con la alcaldesa para conseguir determinados suministros que
administrativamente le era costoso en tiempo y dinero a la ciudad. Medicinas, alcohol
o drogas, incluso armas. En algún momento hasta había contribuido a ser parte legal
de las negociaciones con los planetas habitados. Los negocios de don Juan
Manuel no eran limpios, pero hasta la fecha habían sido siempre leales. Así que
estaba el nombre también del antiguo gestor, Enrique Bermejo. Daba vueltas a
todo esto mientras iba hacia su casa donde la esperaba, entre otras cosas, un
delator de transmisiones. Iba a secuenciar todas las transmisiones habidas ese
día en los alrededores del ayuntamiento y todas las habidas entre el capo y el
gestor.
Cuando Doxa Grey salió de la sala, Anna Guillou se levantó
sin problema alguno. Con total naturalidad. No había sangre alguna,
definitivamente. Se dirigió hacia la ventana donde tocó con sus dedos índice y
corazón derechos el agujero en el cristal. Lo miraba con su único ojo, que
pronto se centró en enfocar otra profundidad de campo que le permitiera ver su
reflejo en aquel cristal roto. Un certero agujero había destrozado su ojo
derecho. La bala había entrado ligeramente por encima de él. Cualquier cráneo
humano hubiera incluso saltado por los aires en parte esparciendo sesos y
hueso. En su lugar, un agujero iluminado con chispazos esporádicos de cables
rotos iluminaban el proyectil de bala incrustado.
Ni Doxa Grey sabía que Anna Guillou era un robot en buena
parte. Un ciborg en realidad. Más del cincuenta por ciento de su cuerpo, no se
sabe si de su esencia, había sido sustituido por partes robóticas hacía muchos
años. Era un gran secreto que iba a tapar ahora un parche, uno de aquellos
anacrónicos parches que usaban en otras épocas los tuertos.
Ella seguía viva, tuerta, pero viva, y en aquel mundo
ella era aún quien gobernaba.
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