Entramos en agosto y sigo con lo de echar una mano en las suplencias veraniegas de la librería Domiduca, entretanto hoy me pidió ayuda una amistad para hacer algo a lo que estoy acostumbrado: investigar en un archivo para una investigación de Historia. La cosa es que el año era muy reciente y no era un archivo, sino una hemeroteca. Buscaba sobre los atentados de ETA del 6 y el 19 de febrero de 1992, y todo lo relacionado con la banda terrorista publicado en prensa ese mes, cuando me topé con algo muy especial para mí que no tenía que ver con ETA. Se trataba de las jornadas del 23, 24 y 25 de febrero en las que las noticias informaban de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia sobre el caso de la estafa del aceite de colza, que fue el mayor atentado contra la salud pública vivido en este país en la Historia actual. En esas informaciones se encontraban hasta algunas editoriales y noticias aledañas sobre las concentraciones de los afectados por el síndrome tóxico de la colza y sus reclamaciones de justicia, ya que consideraron las sentencias dadas injustas por mínimas. Los colzeros fueron condenados de manera tan irrisoria que no sólo las indemnizaciones las pagó el Estado de manera subsidiaria tras tantos años de juicios, sino que además ellos apenas recibieron condenas y las que recibieron les fue fácilmente superadas ya que se redujeron en extremo a la hora de cumplirlas.
La cosa es que estas noticias tenían algo muy especial para mí porque me encontré con la cara de mi madre en fotografía. Fue en la edición de El País del 24 de febrero, o quizá era en el del 25. Ella estaba con otras compañeras, todas sentadas dentro de la sala del tribunal mirando de medio perfil de frente al objetivo, imagino que el periodista les pidió mirar al objetivo, o quizá lo captó cuando miraban otra cosa. Al llegar a casa esta tarde he intentado reencontrar la foto en el archivo cibernético de El País, pero este periódico, a diferencia del ABC o de La Vanguardia, gestiona su archivo público mal, esto es: eliminando información documental, la gráfica. Puedes encontrar los textos de todo lo que publicaron esos días, pero no hay fotos, diagramas, mapas o cualquier cosa que no sea un texto formato html. Voy a centrarme en lo que me interesa compartiros hoy, al margen de los muchos comentarios archivísticos que me sugiere esto y que se podrían resumir en que aunque El País hace bien en poner a disposición pública su hemeroteca, lamentablemente lo hacen mal al eliminar información y alterar el documento original, pues al quitarle información gráfica es eso lo que se hace. ABC y La Vanguardia (otros periódicos, no todos, también) siguen siendo los mejores en este sentido democratizador de su información de archivo de hemeroteca, aparte de que fueron los pioneros en España. Supongo que El País ha optado por economizar datos y por tanto espacio de memoria en su servidor de Internet, lo que da algunas ventajas técnicas, pero también económicas, al mismo tiempo que se perjudica al ciudadano interesado en investigar y su derecho al acceso a la información, base de las democracias actuales.
Y lo que a mí me interesa compartiros hoy es esa emoción de encontrar a mi madre entre la prensa estatal de veintiséis años atrás, un año y tres meses después de su fallecimiento. La prensa en 1992 aún publicaba mayoritariamente sus fotografías en blanco y negro, el color o no estaba, por costoso, o era usado de manera minoritaria en algunas portadas. Lo normal es que no hubiera fotos en color en los periódicos. Pero allí estaba mi madre con sus compañeras. Recuerdo aquellos días en los que mi madre participaba de aquellos procesos, reclamaciones y protestas. Encontrarla en foto ha sido una grata sorpresa para mí. Me devuelve algo de aquel tiempo, algo más allá de la foto. Es un legado familiar, algo que no se puede eliminar ni destruir. Ni siquiera aunque haya sido eliminada de la hemeroteca digital del periódico que publicó aquello.
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