La crisis sigue su curso mientras la segunda ola de calor del Sahara de este año invade la península Ibérica haciendo su entrada hoy. Los periódicos y los tribunales no tenían tampoco un verano tan caliente desde hace mucho tiempo. Los casos de posible corrupción económica y política colapsan sus despachos y de rebote reaniman las protestas en la calle, que percibe claramente que este gobierno hace tiempo que por varios motivos debiera o haber dado explicaciones diarias o haberse sometido a control parlamentario o haber, quizá más lógico, haber renovado cargos, aceptado dimisiones o directamente haber dimitido en bloque y convocado elecciones generales anticipadas, aunque de momento de elecciones sólo se ha oído ayer al presidente de gobierno insinuar algo de cara a las del año que viene, que serán las del Parlamento Europeo (renovable cada cinco años). Los tribunales en sí mismo no andan faltos de sospecha. El presidente del Tribunal Superior de Justicia tuvo carnet de militante del Partido Popular, lo que pudiera ser anticonstitucional siendo juez y con el cargo que tenía. Muchas de las decisiones vitales que pudo tomar, pudieron ser prevaricaciones en favor de los intereses ideológicos de su partido político, y no en favor de la Justicia ciega e imparcial. Ya se verá, donde haya de verse.
Todos estos temas, realmente, necesitarían de otro tipo de reflexiones profundas y bien pensadas, pero, qué queréis que os diga, yo en mi desempleo actual me he parado esta semana en pensar sobre una oferta comercial con la que me encontré hace poco en forma de cuartilla de papel propagandística. El establecimiento es un negocio particular de un alcalaíno, una peluquería de barrio como tantas otras, cuyos clientes son fundamentalmente la gente del barrio donde se ubica. No tiene que ver con grandes compañías, de estas que sacan por televisión sus propios productos para el cabello. No es de una cadena de estilismo. Es una peluquería de caballeros tradicional de toda la vida. Incluso su nombre parece de lo más común, nada llamativo ni pretencioso: PELUQUERÍA MANOLO (caballeros). Me llamó la atención porque te invita a que los jueves vayas allí con tu documento nacional de identidad y tu carnet de parado. Comprobando que eres un parado ellos te ofrecen un corte de pelo normal por 5,50 euros. Si a alguien le interesa está en la calle Álvaro de Bazán, número 3, de Alcalá de Henares. La verdad es que yo, aunque parado, no le voy a sacar provecho a la información. Por cuestiones afectivas desde adolescente me corta el pelo una misma amiga. Esta tradición particular la comenzamos entre 1996 a 2000 y hasta la fecha actual es algo ininterrumpido en ocasión alguna. De hecho ella me acaba de hacer un corte de pelo veraniego ayer.
El hecho de esa oferta, del tipo de negocio que la hace, me hace pensar en esa solidaridad obrera que parecía ausente en algunos barrios de toda España. Siempre habrá alguien que diga que podría ser gratis, e ignoro si otros sitios tienen precios más bajos, cosa difícil, pero al fin y al cabo los pequeños empresarios de negocios de barrio son asimilables a un obrero más, viven, por tanto, de su trabajo, que es su negocio pequeño, y sus precios es su sueldo. Me parece particularmente una iniciativa buena, porque es solidaria y realista. De un pelo cuidado en su corte puede depender no sólo una estética, un sentirse identificado con uno mismo, lo que te hace sentir bien, o una higiene en algunos casos, sino que siendo desempleado es posible que de la unión de todo eso dicho pueda depender la primera impresión visual de alguien de recursos humanos que haya llamado a la persona en concreto para hacer una entrevista de trabajo. Una entrevista de trabajo que potencialmente puede acabar con el desempleo de la persona. He ahí una gran importancia del hecho.
Puede que haya otro tipo de establecimientos de pequeños empresarios que hagan ofertas con la misma idea de origen, la solidaridad, lo que sería de vital importancia sobre todo en tiendas de alimentación. A mí me ha producido cierto reconocimiento positivo la iniciativa de Alberto, que es el dueño aunque se llama "Peluquería Manolo". Me ha gustado, más que el precio, que ya digo que yo no uso de peluquerías, aunque cuando tengo sueldo y barba larga sí he usado de barberías para quitármela con masaje facial incluído, pues más que el precio me ha gustado el hecho de esa combinación de su tarea profesional con una solidaridad cuando menos en la relación servicio y precio combinada con circunstancias personales del cliente. Es algo humanizado. Y es ese trato personal de verdad el que, ya por otra parte haya o no haya crisis económica, lo que a mí me gusta también del comercio pequeño de barrio. Por ello he querido compartirlo. No es sólo comerciar con el trabajo profesionalizado de peluquería, es un peluquero que trabajando como un trabajador más tiene en cuenta a sus clientes en algo más allá que sus gustos estéticos, por lo que les personaliza el comercio de sus servicios y los adapta, en lo que puede, a sus necesidades actuales.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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