Varios siglos atrás surcaba los inmensos vacíos interestelares. Su casco era bombardeado por las diversas radiaciones de las diferentes estrellas que poblaban el universo. También había frío, mucho frío, un frío gélido y oscuridad. Eran viajes interminables que se alejaban en círculos cada vez más amplios del lugar desde el que se partió. Eran viajes de exploración que trataban de comprender todo aquello que rodeaba el mundo original en todas sus direcciones. Los círculos habían ido ganando en miles y miles de kilómetros, en millones de kilómetros. Primero se viajó al extremo del sistema solar más apartado del Sol. Todo aquel mundo ya se conocía, ya tenían incluso sus bases, sus colonias y aquellos pequeños satélites artificiales que servían de balizas luminosas y de señales que indicaban a las naves los caminos. Cuando se llegó a aquel extremo comenzaron aquellos viajes en círculos cada vez más amplios. Se tardaban años en completar los círculos que no eran en sí exactamente círculos, pues nunca se cerraban sobre sí, se iban abriendo de modo que formaban una espiral. Una espiral cada vez más grande y cuya tarea de completar una vuelta era cada vez más costosa en tiempo. Pasaron muchas generaciones humanas con todos sus acontecimientos de grandeza y de tragedia para saber que La Tierra era ya un lugar de relato antiguo. Los mundos habitados se iban dejando atrás por colonización. Podían relacionarse entre ellos, pero volver a La Tierra o a otro mundo de las primeras colonizaciones se hacía tarea ardua.
Las comunicaciones funcionaban bien. Podían tardar en el tiempo, pero llegaban a su modo, como en una vieja carrera, cuando no se conocía la ciencia de volar, donde un corredor llevaba una luz a un monte para darle un mensaje lumínico a otro corredor que debía correr a otro monte para transmitir la luz. De luz en luz se transmitían los mensajes.
En el espacio cada vez se adentraban más en la oscuridad. Allí estaba ella atravesando los vacíos en busca de algo desconocido. Rozaba las grandes masas gaseosas que flotaban eternas en el más absoluto de los silencios apenas interrumpido cuando alguna extraña circunstancia física de la galaxia ofrecía la oportunidad del sonido. La primera vez que ocurrió lo que parecía imposible y fantasioso causó una gran algarabía en la tripulación. La fascinación que les produjo fue transmitida como un mensaje en una botella lanzada al mar a través de ondas de radio hacia el tramo de ruta que iban dejando tras de sí. Tal vez la siguiente nave lo recogiera antes de descubrirlo ella como si fuera también la primera vez.
Se habían descubierto innumerables mundos sorprendentes donde podía llover metales líquidos o bien observar desde la seguridad exterior enormes planetas de polvo con tormentas de arena que cubrían casi la mitad entera de uno de sus hemisferios. Las luces de los diferentes soles les proporcionaban muy diferentes estados de ser. Al principio las primeras generaciones podían vivir casi toda su vida bajo una luz solar a través de sus ventanas y visores antes de llegar a su extremo más tenue. Los años pasaban y las décadas, con ellos se producían avances que permitían mejorar la nave, ver diferentes soles en una sola generación, pero el viaje era inmutable, incluso si se paraba en mundos donde poder avituallarse de algo o donde poder instalar una futura colonia que, con el tiempo, ya alejada la nave, sería el foco original y primitivo de toda una sociedad que daría sus frutos en esos planetas y lunas.
Un día ella despertó. Cobró conciencia más allá de las órdenes emitidas y los razonamientos matemáticos. Los humanos entendieron que ella misma era ahora otro ser inteligente y emocional. Incluso uno más perfecto, por eterno. El conflicto inicial no se pudo eludir entre los que dieron la bienvenida al nuevo hecho y los que tenían miedos traducidos en algo peor que el miedo, pero, ¿cómo revelarse contra el ser que te permite vivir en un entorno que te proporciona él mismo, y él mismo te ofrece el alimento, el agua, el oxígeno, la vida? Si los humanos habían creado a la nave, la nave veía ir y venir a unas y otras generaciones dentro de ella, siendo ella quien permitía crearse y existir a esas generaciones.
En los confines de los abismos se revuelven las historias, se agitan en sus momentos más vivos.
Aquello había quedado lejos. Siglos atrás. Hacía mucho que ahora descansaba casi enterrada en un polvo grisáceo e inamovible de una luna desconocida. Varias rocas habían abierto su casco delantero y mitad de su cuerpo yacía entre piezas y pedazos esparcidos a lo largo de un gran surco que ella mismo creó al romperse al impactar contra aquel lugar. Ella seguía pensando, eternamente pensando. No había ningún cuerpo humano, porque también hacía siglos que ya no albergaba humanos. Recordaba inmóvil reposando inválida en aquel sitio que la catástrofe le deparó. Recordaba cuando ella rebosaba vidas y sonidos de la misma. El ir y venir de los unos y los otros dentro de ella, aún cuando su propio despertar causaba airadas peleas en el interior. Siempre el ilógico raciocinio que no llevaba una sola dirección, y sin embargo ella era hija y madre de aquel raciocinio.
Haberlos electrocutado no fue su mejor idea.
Por Daniel L. - Serrano "Canichu".
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