Capítulo
4: 1 de Julio de 1772.
El
corregidor y justicia mayor de Alcalá de Henares, Joaquín de Estremera, paseaba
con el escribano Tomás Dorado por la Calle Mayor de dicha ciudad. Una calle
larga y porticada, medieval, que bullía de vida de comerciantes y personas que
paseaban y compraban por aquel empedrado dejándose ver apareciendo y
desapareciendo por detrás de las columnas de piedra, algunas de tiempos de la
antigua Roma. Iban de la Plaza de Abajo a la Plaza de Arriba, hacia la enorme
iglesia de Santa María la Mayor, donde el oidor les esperaba en la capilla de
aquel edificio de culto junto al escribano Jerónimo de la Oliva. Hacía unos
meses que habían iniciado unos autos en razón de bandos emitidos sobre los
puestos de tabernas y los precios de los vinos en la ciudad. Había algunos
vendedores que vendían sin licencia para vender su vino, algunos eran
simplemente cosecheros, y todavía estaban encontrando taberneros que vendían a
precios altos vinos de mala calidad, adulterados. El corregidor Joaquín de
Estremera había mandado contabilizar los puestos de vino que existían en la
ciudad, que eran veintiuno, y también mandó averiguar sobre sus vinos y sus
taberneros. El oidor iba ese día a tomar acta de lo que algún vinatero iba a
decirles de su propio negocio.
-Amigo
Dorado –iba conversando el corregidor con el escribano-, me trae este asunto
hoy un poco a desmano. Tengo cierta prisa esta mañana.
-Lo
sé, ilustrísimo señor corregidor –le seguía la conversación el escribano-. Pero
verá hace unos días que empecé a tratar la denuncia de unos consortes vecinos
de aquí.
-¿Quién
los encabeza? –el corregidor quería apurar el asunto de modo rápido, la Calle Mayor
y la Plaza de Arriba podía ser un paseo de menos de diez minutos y no deseaba
distraer este nuevo asunto de su jurisdicción en detalles que no le aportaban
los datos más precisos.
-Don
Pedro Estrada.
-Buena
familia los Estrada.
-Sí.
Pues verá, ilustrísimo señor corregidor, han denunciado a Pedro “Bordería”.
-¿Pedro
Bordari, el italiano hostelero?
-Sí,
ilustrísimo. Verá…
-Me
ha dado algunos problemas, precisamente en este otro asunto que me distrae
ahora mismo, sé que vendía algunos vinos adulterados en su casa de alojamiento.
Cuando los guardias lo vieron se les encaró con malos modos.
-Sí,
Pedro “Bordería” es un italiano sin buena reputación. Pues verá, ilustrísimo,
parece ser que en su casa se han producido ciertos alborotos a las horas de las
siestas y también a las horas de descanso nocturno, y don Pedro Estrada, en
nombre de los consortes vecinos a los que él mismo pertenece...
-¿Qué
clase de alborotos?
-Bailes,
música, voces altas a las horas de la siesta, incluso hace ventas que
perjudican las ventas de los negocios de algunos de los vecinos denunciantes y
que no está claro que tenga licencia para realizarlas. También denuncian que a
veces coloca telas en lugares con lumbre y si se provocara un incendio, pues ya
sabe… podría ser muy peligroso para la ciudad, la posible propagación…
-Ya,
ya, Dorado, lo entiendo. En esas ventas sin posible licencia, ¿cree usted que
se incluye el vino?
-Podría
ser, podría ser, señor corregidor. La cuestión es que la cosa se ha agravado
con la llegada de otro italiano, un buhonero del Piamonte. Él está realizando
sus negocios allí…
-¿Allí
mismo?
-Sí,
allí mismo, ilustrísimo. Nuestro Pedro “Bordería” se ha amistado con este
Antonio “Bravio”.
-¿Así
se llama el buhonero?
-Más
o menos, señor corregidor, creo que es Antonio Blas o algo similar. Lo que
ocurre es que es altanero, y más de una vez se le ha oído gritándole a su
esposa.
-¿Gritándola?
¿Cosas criminales?
-La
insulta, sí, creo que sí. Arman gran escándalo. Discuten entre ellos, como
otros matrimonios. Pero son broncas enormes. Además, en sus negocios el tal
“Bravio”…
-Qué
manía tiene usted de poner motes, Dorado.
-Perdone,
ilustrísimo, pero es que este “Bravio” es muy “Bravio”, y más cuando discute
con “Bordería”, que le reclama una parte de las ventas de su buhonería que
realiza en su hostal.
-Acortemos
por esta calle –el corregidor Joaquín de Estremera le indicó con su mano una
calle perpendicular que iba más directa hacia Santa María la Mayor. Ambos,
tenían el derecho de andar por el centro de la Calle Mayor y que la gente se
apartara a su paso, al igual que nobles y estudiantes de la Universidad, pero
aunque eso les ayudaba a avanzar más rápidamente, iban justos de hora a su
encuentro concertado con el oidor. Ambos se adentraron por aquella calle
perpendicular.
-Creo
que ella está embarazada.
-¿No
tiene el vientre en evidencia aún?
-No,
pero es incipiente, creo que lo está.
-¿Y
esas peleas le pueden suponer un mal?
-No,
no lo creo. Pero, verá, ilustrísimo, estos negocios y esas voces, y los bailes
y la música… beben, beben mucho…
-Y
con vino adulterado.
-…Sí,
sí… con vino adulterado… Pues mi denunciante, don Pedro Estrada, reclama que
estos jaleos…
-De
acuerdo, de acuerdo, me doy por enterado. Esto vamos a hacer, querido don Tomás
Dorado, siga usted el proceso sólo contra el hostelero Pedro Bordari. Estas
cosas no ocurrirían si pusiera orden en su propia casa y en sus propios
asuntos. Deje en paz al buhonero, se irá de la ciudad cuando haya logrado algo
de dinero, pero el señor Bordari convive con nosotros como vecino nuestro y no
debiera sentar como precedente que se le permita dar cuartel a estos escándalos
y perturbe a las buenas gentes de la ciudad. Mande lo necesario sobre el asunto
al muy noble Gobernador del Consejo de Castilla, el Conde de Aranda, y que
despache él lo que se deba hacer. Yo firmaré lo que él dictamine.
-Así
lo haré, ilustrísimo.
-Bien,
y ahora si me lo permite me despido de usted para que pueda encargarse de estos
asuntos mientras yo me encargo de estos otros del vino con el señor oidor y con
su colega de oficio don Jerónimo de la Oliva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario