martes, octubre 15, 2013

NOTICIA 1257ª DESDE EL BAR: MEDIOEVO Y RENACIMIENTO (3 de 4)



En la tercera entrega se verá la evolución del pensamiento político a través de la retórica y del sentido cambiado de la virtud. También se podrá leer sobre la magia y la astrología en la transición de la Edad Media a la Moderna, algo que tuvo que hacerse paso entre las reticencias cristianas a las mismas. 

(La primera parte está en la Noticia 1255ª y la segunda parte en la Noticia 1256ª.)

MEDIOEVO Y RENACIMIENTO

Sobre la transición al pensamiento Renacentista.

            El siglo XV se preocupó más por la crítica y la creación de una república terrena, por lo que se volcó en temas moralistas y retóricos. Eso llevaba a revisar autores clásicos y relatos clásicos reproducidos y reinterpretados por autores de la época, como Bocaccio, Poggio Bracciolini, Poliziano, o Marsilio Ficino (quien como hemos visto en la introducción traía de vuelta un neoplatonismo y una reinterpretación teológica a través de él), etc. Todos se ocupan de temas moralizantes, los cuales son necesarios para crear los buenos gobiernos. Derivado de todas estas preocupaciones por el buen gobierno saldrían autores que lo enfocarían desde diferentes puntos de vista como Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam o Nicolás Maquiavelo. Pero, den la orientación que den (república, monarquía, cristiandad universal...) todos, en sus escritos, se preocupan por el problema de modo directo, sin preocuparse en qué modo presentan este (carta, tratado, diálogo, etc.). Es Poliziano quien ve en esto la diferencia que hay entre epístola y diálogo, y que en ambos existe la oratoria para escribirlas.

            La epístola es una "conversación entre ausentes ya estén estos alejados en el espacio o en el tiempo"[1]. Habiendo epístolas amenas y otras serias y doctrinales. Pero ambos tipos de epístola deben ser breves, de términos sencillos, ágil de leer y llena de lemas, si fuese de un lenguaje más complejo se transformaría en un discurso. Sin embargo, no deja de ser un discurso meditado, pese a todo. Poliziano le da mucha importancia a esta forma de oratoria para expresar las ideas, pero no solamente él sino también casi todos los autores de la época. Buena parte de la producción literaria del momento corresponde a epístolas enviadas entre muchos autores entre sí.

            La otra forma importante de expresar ideas, el diálogo, es algo considerado fundamental en esta época. Es una forma usada en la "vida civil", por lo que tiene un gran efecto adoctrinador y educador. Por eso la retórica del diálogo es cuidada. El diálogo es con otra u otras personas de un modo inmediato en el espacio y el tiempo o bien, hablando ahora en términos un poco más filosóficos: cercanos en el espacio o en el tiempo y no necesariamente en ambos espacios a la vez. Los temas a tratar son dirigidos a una sociedad humanizada (entendiéndose como tal: afectada por el humanismo), y suelen tratar sobre filosofía, política, moral... todo encaminado a establecer una buena res publica (se busca una virtú en los hombres que se haga traducir en una virtú para todos los hombres y su gobierno en la vida, y cada autor la buscará de un modo y la encontrará de un modo). La vida moral se haya unida a la retórica para lograr que la alcancen todos. Los apuntes autobiográficos y los discursos políticos son quienes mejor recogen la oratoria y la retórica de los diálogos.

            A través de la cultura el hombre se exalta a sí mismo y se define, y es la retórica la que le ayuda a lograr esto. Pero la retórica en el siglo XV es entendida como algo humano, o sea: es algo espiritual, es razón, es conciencia, es discurso. En el humanismo todo se entiende como algo que es humano. La retórica sirve, al igual que la poesía (que también servía para expresar filosofía de vida, como se dijo), como diálogo entre épocas antiguas, ya que estas no han de olvidarse, pues sólo con la retórica haciendo historia es la inmortalidad del hombre en lo terrenal, pues la historia hace revivir a las sociedades humanas. Ese diálogo permite, además, ejemplos útiles a los hombres venideros en sus épocas.

            Surgiría, eso sí, el problema nada nuevo, aunque sí incrementado, de si todos esos discursos, diálogos, epístolas, etc., debían hacerse en latín (lengua culta pero observada por algunos autores sólo como lenguaje para enriquecer la lengua vernácula, dado que era la minoría culta la que leía esta lengua muerta, y además les recordaba al pasado escolástico), o bien en la lengua vernácula para alcanzar a más lectores que captaran las ideas que expresaban los autores modernos. Sin embargo, la imitación de los antiguos no era mal vista. Como se ha dicho servía para enriquecer las lenguas vernáculas y embellecerlas, pero también daba una posición histórica y crítica, sobre todo filológica, de los clásicos. Por ello, la imitación de los clásicos no era discutida ni suponía un problema. No se rechazaban las lenguas clásicas, sino que se planteaba si las obras modernas debían difundirse en ellas o en otras lenguas para alcanzar a un mayor público, no hay que olvidar que es un siglo que aprecia el conocimiento y la educación extensiva e intensiva (al menos entre los que tenían posibilidades intelectuales). Aún con todo, el latín era el lenguaje culto por excelencia, y era muy usado en los círculos intelectuales y científicos, pese a que diversos autores, no estrictamente filósofos, teólogos o científicos, usaran de las lenguas vernáculas (lengua que usaron mucho, por ejemplo, los poetas). La conexión clásica con lo moderno, en estos términos de retórica y uso de una lengua influyendo en la otra, daban formas de vida cada vez más elevadas.

            Pero la retórica ya no es usada, en cuestiones políticas, exclusivamente por soberanos, sino que también la usan oradores surgidos de repúblicas, como la de Florencia, aunque los oradores no son exclusivos de este tipo de gobierno. En una época donde los soberanos florentinos perdían el poder, surgieron numerosos oradores defendiendo el orden republicano. Estos retomaban la retórica de la antigua Roma, sobre todo de la Roma republicana. Los oradores crean discursos que defienden un orden y unas "causas verdaderas". Se habla de un hombre libre y no sometido a un orden riguroso. El discurso retórico, desde el siglo XIV, ya había introducido distintas disciplinas y argumentos dobles. Se busca convencer para lograr un fin. El discurso en sí busca un fin, que no tiene porqué ser el bueno, sino el que interese al orador (aunque éste normalmente esté convencido de que su fin es el bueno). Pero es cierto que la retórica es un discurso que induce y educa al que lo recibe, lo guía. Sirve para argumentar y ordenar los procesos investigadores del hombre. Se ha de ser elegante y puro en el estilo (en eso influyen los poetas) pero también se ha de tener penetración y sabiduría en los temas a tratar. La retórica se transforma por ello en algo importante que enseñar, se ha de educar en retórica a los intelectuales futuros, y son conscientes de que han de mejorar su retórica los que ya tienen conocimientos de ella, y para ello recurren a fuentes clásicas y se mandan cartas y traducciones entre ellos mismos.

            De ese modo la retórica y la dialéctica se relacionan, pero antes la metafísica y la lógica han tenido que ser separadas del razonamiento, para poder argumentar de un modo convincente. Lo que a veces les sigue uniendo a las formas discursivas de Aristóteles, formas de lógica no superadas aún.

            La cuestión es que para investigar y conocer la realidad se usaba la lógica y la metafísica, y a menudo esas investigaciones recurrían a la magia y la astrología. La magia podía transformar la Naturaleza. Además el mago había sido visto durante la Edad Media como algo próximo a Dios o al Diablo, y esa percepción había ido desapareciendo con el paso de los siglos, según avanzaban los conocimientos científicos. Y si bien la primera razón jugaba un papel a favor de la magia, y la segunda iba paulatinamente en detrimento de esta, aunque aún no del todo, hay una tercera razón que favorece la permanencia de la magia en la transición de las dos épocas, y es que favorecía la explicación de fenómenos aún inexplicados por la ciencia y la lógica. La astrología sería compañera de la magia por ser un libro del universo y por tanto donde leían los magos, en lugar de en los libros vulgares de papel.

           En esta época muchos intelectuales dedican sus pensamientos a la magia, gente como Marsilio Ficino, Giovanni Pico, Giordano Bruno, Roger Bacon (que también buscaba la transformación de la Naturaleza por fórmulas mágicas), etc., aunque una mente más moderna de la época, Da Vinci, les critica por ello, ya que es consciente de que la magia retrocede a cada avance de la ciencia, y por tanto el problema está en que la ciencia llegue a lo que se cree algo de solución mágica. Pese a que, como se dijo en la introducción, Da Vinci a veces también cae en alguna fórmula alquímica. Aparte de Da Vinci, también Paracelso, Agrippa o Della Porta, intentaron reducir la magia a ciencia, aunque ninguno de ellos reducía la magia a la nada, pues seguía siendo una parte de la realidad del hombre, y por tanto de ellos mismos como hombres.

            La magia había sido combatida por la teología medieval como algo diabólico, sin embargo todos los intelectuales citados, y todos los innumerables que quedan por citar de la época, la tuvieron como una relación más con el ser del hombre mismo. Por ello empezaron estos a tratar sobre la buena y la mala magia, la buena y la mala astrología, o la buena y la mala alquimia. Así se distanciaban de nuevo de los planteamientos medievales, pero sin renunciar a la idea medieval de que todo aquello era malo; ellos exactamente no decían que todo aquello fuera malo, sino que tenía dos vertientes, una para lo bueno y utilizable, y otra para lo malo e inutilizable. Los tratados sobre estos temas se dispararon en producción. El universo era algo vivo y lleno de espíritus, donde todo tenía algo oculto y misterioso, que oía, hablaba, observaba, influía en los hombres, etc.

            Esa visión de un lado positivo de la magia, la astrología y la alquimia, unida a la visión de un mundo vivo y dispuesto a cambio por las artes del hombre en estos campos, colocaba al hombre en el centro como un ser que puede romper el orden natural. Eso, según sus obras, lo podía acercar a lo divino, pero también a lo pecaminoso. Durante toda la Edad Media la magia había sido vista como algo demoniaco dado que la transformación del mundo suponía transformar algo que era perfecto por ser creado por Dios mismo. Recurrir a esas artes era atentar contra la obra de Dios, por tanto una acción de las fuerzas satánicas. Pero esa concepción está cambiando en el siglo XV, cuando se cree que se pueden hacer buenas obras o tener conocimientos a los que dar un buen uso mediante la astrología. Hasta gentes de la Iglesia, como Bacon o Campanella, creen en el horóscopo y la astrología, y en sus invocaciones para transformar al alma y ayudarla para su salud y para que se encamine hacia el Bien. No obstante leían en la Biblia la adoración del niño Cristo por Reyes Magos de Oriente que seguían una estrella que les guió al Dios, pues ellos mismos eran astrólogos. Incluso creían en las curaciones milagrosas mediante oraciones junto al enfermo, y una serie de actos de inspiración cristiana con él. Esto lo llegó a practicar el condenado por la Inquisición Savonarola, pero también el fraile no condenado Domenico da Pescia, como tantos otros de la época. Aunque los métodos de curación por medio de la magia ya se practicaba desde tiempos inmemoriales, y no necesariamente ligados al mundo cristiano. Probablemente se dio en el paganismo, pero dentro de la misma Edad Media ya lo practicaba Avicena, un musulmán cuya medicina se estudió en las Facultades de Medicina occidentales hasta el siglo XVII.

            Es Roger Bacon mismo, un franciscano, el mayor defensor de la magia y la astrología, como entidades que marcan y afectan a la vida de los hombres. El universo estaba en todas las cosas y afectaba a todas las cosas que en él había, pues esas mismas cosas componían al universo mismo, incluido el hombre. Por lo que todo influía en todo, aunque los astros, sin duda producían una influencia decisiva en todas las cosas. El universo era infinito y el hombre, con la magia y la astrología podía influir en los astros para favorecerse de ellos. El hombre del tránsito al Renacimiento sabe que el universo es algo infinito y que ya no es algo cerrado en unas formas estáticas. Sabe que vive en un mundo que crea, pero donde el hombre también puede crear, donde puede ejercer su voluntad. Es un mundo que se mueve y que crea innumerables posibilidades, y no sólo las posibilidades estáticas medievales dadas por la teología, donde todo era un orden establecido sin más y el hombre vivía de paso en un "valle de lágrimas" para acceder a la vida celestial. La aceptación de la magia, la astrología y la alquimia, como algo que no era malo por necesidad, era una forma más de expresar la libertad que adquiría el hombre moderno frente al hombre medieval.

            Los libros sobre magia y astrología se escribían desde antiguo. En la Edad Media hubo una gran producción, siendo la Baja Edad Media más dada a la hechicería, y el Renacimiento a una gran magia, con más ambiciones. Muchos fueron los autores de libros mágicos, algunos conocidos y otros anónimos. Algunos con ideas filosóficas y científicas importantes, y otros con ideas meramente introducidas en un mundo mágico sin más consideración. Los autores clásicos como Aristóteles, Platón o Ptolomeo, por ejemplo, también fueron consultados e interpretados en este sentido. Avicena destacó en una de esas interpretaciones buscando secretos y prodigios ocultos en su libro Teología de Aristóteles. Aunque el libro de magia más consultado de la época fue Picatrix, del cual hay una referencia de una traducción suya al castellano en 1256. Pero fueron en los siglos XV y XVI donde toda esta clase de libros alcanzó su mayor producción. Y no hay que olvidar que esos fueron siglos de transición de lo medieval a lo moderno, como estamos exponiendo a lo largo de todo el trabajo, y por tanto generaban muchas inseguridades al romper con muchos de los principios y creencias que habían sido los pilares de la cultura europea medieval hasta el momento.

            Lo que todos esos libros trataban de decir era que el hombre podía adquirir un saber que significaba poder, ya que podrían dominar y transformar la Naturaleza con la magia y la astrología. Pero no bastaba con esos conocimientos, sino que además había que saber cuando poder realizarlos para que fuesen efectivos. Además se habla de diferentes clases de magia y se diferencia entre ellas, por hablarse se habla hasta de una magia matemática. Lo que en realidad estaban haciendo esos autores era preanunciar tres cosas: el desarrollo científico en distintas ramas, una vuelta a conocimientos religiosos antiguos, y una vuelta a un gran número de supersticiones. Había sido Bacon quien habló de la magia como algo bueno para transformar la Naturaleza mediante máquinas y medicamentos, pero también, como franciscano, la condenaba como invocación a espíritus y fuerzas ocultas. Está hablando de dos cosas diferentes, de lo que hoy llamaríamos ciencia, y de lo que propiamente serían invocaciones mágicas. Pero, por desconocimiento o por un conocimiento poco desarrollado, a ambos temas los trata con el nombre genérico de magia. Mago es el que transforma las vías normales de la realidad. Es una clara mezcla de las dos épocas en transición.

            En cuanto a la magia y la religión esta es indisoluble para alguien como Ficino. Mantienen el orden del mundo unidas, pero sólo con el desdoblamiento entre magia buena y magia mala, entre una al servicio del Diablo y otra al servicio de lo celestial y divino.

            En el campo astrológico aparecería la observación de los movimientos de los astros y sus influencias, a la vez que una serie de supersticiones. La matemática es usada en esta magia, pero sólo como comprobación de hipótesis que comparaban a los astros con los hombres, y no tanto como cálculo acerca de ellos. Aún con todo es un primer paso para que posteriormente de ahí se deriven observaciones científicas que darán la astronomía moderna. Por tanto no se trata de una evolución clara a la ciencia moderna sobre los astros. Son unos conocimientos aún basados en lo mágico y lo esotérico, donde el hombre sigue siendo el centro, hay dos esferas del universo, se puede leer el futuro y todo tiene una naturaleza dinámica unida. Pero, sin embargo, los conocimientos que se van adquiriendo son una preparación para lo racional que estaba por venir.


[1] E. Garin, Medioevo y Renacimiento, p. 87.

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