El mes de julio trajo algunos cambios. No sólo de desempleo, pero en parte tienen que ver con el empleo. No el mío, sino el de los amigos más antiguos. Dos de ellos han cambiado de ciudad. Uno en busca de empleo en otra ciudad, otro para poder trabajar y tener tiempo en su vida privada. Otros amigos ya se habían ido antes a Irlanda, Francia, Estados Unidos de América, Argentina, Suiza, Reino Unido, Italia, País Vasco, Cataluña, Extremadura, Cantabria, otras localidades de la Comunidad de Madrid... Los actuales, uno se ha ido a Andalucia y el otro a Madrid capital. Uno volverá en un mes, pero tal vez vuelva a irse, si ha tenido suerte, en septiembre. Mantengo el contacto con todos, de un modo u otro, dependiendo de los casos elijo un medio. Estos dos que ahora se han ido son de mi grupo de amigos más antiguo, de lo que uno bautizó hace muchos años "la familia". En el último año, quizá por sus vidas sentimentales actuales, se habían espaciado en exceso nuestros encuentros, e incluso había inexistencia de llamadas si yo no llamaba, pero se les echará de menos. De hecho, se les echa de menos ya al menos en aquello de decir: "salgo a dar una vuelta y si me paro en X sitio les llamo a ver si vienen", o "a ver si les encuentro por tal sitio", o "voy a ver si les propongo que organice tal o cual evento y a ver si se apuntan".
El sino de los tiempos es este distanciarse. No es algo que no haya ocurrido antes en otras generaciones que nos precedieron, pero sí es algo que parecía ya superado. Digo que parecía superado el que ya nadie se trasladaría de ciudad, en general, si no era por su gusto y voluntad, no por obligación económica. Nuestros padres creyeron que su generación, que en muchos casos trabajó desde niños menores de diez años, habían logrado una sociedad donde sus hijos vivirían mejor que ellos. Sus logros mediante el esfuerzo se había labrado con el esfuerzo aún mayor de la generación de sus propios padres, que sufrieron una guerra e innumerables penurias políticas, sociales, laborales y económicas. Ahora sabemos que aparentemente nuestros padres posiblemente son los que realmente fueron los beneficiarios de los logros políticos, sociales y sindicales que sus propios padres y ellos lograron con su esfuerzo, lucha y sacrificio. Nosotros, que debíamos ser la generación que cimentase y recibiese esa sociedad ya formada, nos encontramos con su desmoronamiento, recibiendo incluso leyes y normativas que nos retrotraen a muchas décadas atrás en la Historia social, laboral y económica de España. Las circunstancias nos recuerdan que si olvidas el esfuerzo y el sacrificio de la lucha, lo pierdes todo. O mejor dicho, se lo recuerdan a todos aquellos, la gran mayoría, que creyeron que todo lo que les había sido dado les había sido dado generosamente desde la nada. Que se encontraron con unas formas sociales constituidas como por arte de magia que no hacía falta contribuir para mantenerlas. Pero se equivocaban. Y no nos escucharon a los que les dijimos, desde el historicismo, la economía o desde donde fuese, que eso no era así. Y lo peor es que siendo trabajadores, con más o menos bienes materiales, pero trabajadores, se creyeron la mentira de que son clase media. Y les horrorizaba oir que no era así, con razonamientos. Razonaban que los tiempos han cambiado simplemente porque la foto de 2008 no es la foto de 1920, por ejemplo, pero se equivocaban, lo que había cambiado era los parámetros, pero no los valores. Los valores se habían maquillado maquiavélicamente por aquellos que ahora disponen de sus vidas al margen de ellos mismos.
No es el caso de mis amigos, por otra parte. Nuestra generación, por otra parte también, es la generación del Baby Boom de los años 1970 y muy primeros años de 1980. El desarrollo económico de los años 1960 y unas aparentes mejores perspectivas de futuro para las familias trabajadoras provocaron que durante esos años naciéramos una gran cantidad de niños y niñas amparados por nuestras familias, que de haber contribuido con su trabajo infantil a sus propias familias o de haberse trasladado del campo a las ciudades, veían como sus hermanos menores podían acceder, en algunos casos, a la universidad y como ellos en persona estaban evolucionando a unos trabajos estables con sueldos que les permitía tener bienes que antes eran impensables de tener en las familias humildes, como casa propia, televisores, automóviles aunque fuesen de segunda mano, tocadiscos, teléfonos, hornos eléctricos, viajes vacacionales más allá del propio pueblo o ingresos para permitirse gastarlo en ocio, pasado un poco más el tiempo también tendrían ordenadores personales, contestadores automáticos, casas con ascensor, una segunda vivienda en algunas familias y un etcétera de todas esas cosas que ahora parecen tan comunes de tener. Cambiaban los parámetros, pero no los valores, cuando un gran empresario tenía un automóvil pasaba a tener en este mismo avanzar del tiempo dos o tres más de los considerados de lujo, por ejemplo.
Los Baby Boom, hijos de todo esto, crecimos y colapsamos las guarderías, luego los colegios, luego las universidades... Los problemas de superpoblación en las aulas y su posterior despoblación han evolucionado según nuestro ritmo vita, es fácil de rastrear en hemeroteca e índices y pirámides poblacionales. Ahora colapsamos el mercado de trabajo y en el futuro colapsaremos hospitales, residencias de ancianos y cementerios. Nos pusieron diferentes nombres según íbamos creciendo, Generación X fue uno de los términos más aceptados en la década de 1990, cuando éramos adolescentes y teníamos una falta de identidad que íbamos cambiando por una identidad propia que poco a poco construíamos a consta de los problemas típicos y tópicos de la adolescencia. Así hemos alcanzado ser, por otras muchas circunstancias, la generación más preparada de la Historia de España, como se ha dicho en numerosas ocasiones. Alguien apuntó que con un ligero problema: se nos educó en general en la técnica sobre lo que ya se nos había dado, pero no en la iniciativa para innovar sobre lo que ya se nos había dado. Cosa que quizá se ha traducido en nuestra psicología a la hora de responder ante determinadas cuestiones. Pero también es cierto que ese apunte fue negado y contestado. Ahora somos la generación perdida del siglo XXI en España. El popularmente llamado exilio económico es uno de sus fenómenos más llamativos en todo el mundo. En parte el problema está en que somos una generación con muchas respuestas y con capacidad de reacción, que no es agena a su sociedad, como se empeña en decir la cultura oficial. Lo demostramos solidariamente ante desastres ecológicos como el del petrolero Prestige, o ante numerosas reivindicaciones sociales en los 1990 y en los 2000-2010 de las que hemos sido protagonistas, o ante las numerosas iniciativas sociales, organizativas y económicas que ahora mismo parten de la base y cambian conciencias de base, que es lo que va a sobrevivir de todos estos años de crisis. La protesta sin ideas de base detrás puede prosperar o no de manera momentánea, pero se desmoronan sus logros, los cambios sociales perduran cuando las mentes cambian culturalmente de base sus actitudes y visiones, su idearse a sí mismas como parte de la sociedad y qué clase de sociedad es a la que desean contribuir con su existencia.
En parte el problema está en esto, como decía, en que somos una generación muy numerosa con muchas respuestas y capacidad de reacción, pero tropezamos con la generación anterior de nuestros padres. Ellos son herederos de los padecimientos y luchas de sus propios padres. Construyeron un mundo que es el actual, al cual consideran el mejor de los mundos porque no es el mundo heredado de una guerra por sus propios padres. Han logrado acabar con una dictadura sin guerra, han construido una monarquía parlamentaria basada en una alta participación democrática, y llegaron a construir una infraestructura económica donde parecía que todo podía ser para acabar la conflictividad y alcanzar un camino en general generoso con todos. Pero en su construcción hubo muchos agujeros mal resueltos porque ellos mismos tuvieron miedo a negarle a los opresores de sus padres su trozo del mundo llamado España, a decirles: hagamos una sociedad con justicia de verdad, o intentémoslo. El mundo que construyeron funcionó muy bien, pero se aferraron tanto a él que cuando llegó el momento alimentaron su vicio de base y no su virtud de base. Ahora se les desmoronó con la crisis económica y ellos se sienten tan protagonistas que se creen dueños únicos, olvidan que en esta España sus hijos ya son adultos y tenemos el derecho de intentarlo de otro modo. Pero los caminos están cortados. Ni las manifestaciones más numerosas han sido oídas, ni se ha oído a los tribunales que hablan de corrupciones económicas, morales y éticas. Vivimos una crisis, pero también un choque de dos generaciones con grandes propósitos. Una que mantiene lo hecho sin autocrítica, otra que siente que hay que hacer más, incluyendo la autocrítica.
Pero estoy reflexionando de cosas diferentes a las que comencé a reflexionar en el comienzo de esta entrada. Me quedo en Alcalá de Henares mientras se van yendo mis amigos más antiguos. Quizá algún día vuelvan, pero de momento se van yendo. Tengo muchos amigos y conocidos, pero bien se sabe el valor de los amigos más antiguos, de aquellos con los que has compartido gran cantidad de experiencias vitales importantes en el transcurrir de nuestras existencias. En cierto modo, con una relativa sensación de soledad sin haber soledad realmente, siento como si se estuvieran repitiendo esas historias de los años 1950 y 1960, cuando esa generación anterior, la de nuestros padres, vieron también una gran crisis económica que les forzó a emigrar de campos a ciudades y de España a otros países, como Alemania o Francia. Los que se quedaban y no partían sentían entonces algo similar, que no igual, como la generación de sus propios padres, cuando por cuestiones de la guerra y la dictadura vieron como otros partían y otros se quedaban. Pasaba el tiempo y muchos regresaron. En el caso de nuestros abuelos lo vieron a lo largo de los años 1960 y 1970, sobre todo pasada la dictadura. En el caso de nuestros padres lo vieron tras la crisis del petróleo de 1973, y sobre todo tras 1975. Los que se quedaron en los pueblos miraron como iguales pero diferentes a los suyos que volvían de tarde en tarde desde las ciudades a verles. Los que se quedaron en España miraban como iguales pero diferentes a los suyos que volvian para quedarse tras haber pasado los peores momentos de sus respectivas crisis. Los que regresaban querían hacer ver que todo les había ido bien, les hubiera o no ido bien. Los que se quedaron querían mostrar que todo les iba bien, les fuese o no bien. Y todo era, en realidad, relativo. Lo que ocurría es que en las generaciones se iban formando generaciones. Las vivencias comunes de una generación identificaba a las personas entre sí como parte de algo, pero a la vez otras vivencias dentro de esas generaciones unía a unos en un sentir frente a otros en otro sentir. Ninguna respuesta era mala o equivocada, sólo era la vivencia de cada uno.
El terruño, en un sentido más allá de un lugar, en un sentido más generacional de sentimiento y lazos afectivos con las personas comunes en nuestras vidas, nos une.
La vida, que se desarrolla.
La vida, que se desarrolla.
Aún hemos de compartir muchas hogazas de pan juntos, y una gran cantidad de decisiones y caminos por tomar, pero ya hay una sensación latente de echar de menos.
Un saludo y que la cerveza os acompañe.
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