sábado, mayo 11, 2019

NOTICIA 1873ª DESDE EL BAR: SIN PIEDAD

Me gusta el cine, en general. Dentro de que me gusta el cine en general, a veces tengo predilección por géneros. Uno de ellos es el cine del Oeste. Hacía mucho que no proyectaban una en el cine, aunque en los canales televisivos y cibernéticos hasta los Coen sacaron una el año pasado, La balada de Buster Scruggs. Era un conjunto de historias de diferente género que se narraban a la vez dentro del género del Oeste. Profundizaban en todos los mundos que hasta ese momento habían contado los Coen en el resto de sus películas. Un trabajo muy digno que nos devuelve a los Coen en todas y cada una de sus épocas. Pero la cosa es que en cine no veía yo en cartelera ningún Western. Este año hay ahora mismo dos en pantalla. Una de ellas se está llevando todas las mejores críticas, la francesa Los hermanos Sisters, de Jacques Audiard, que fue rodada en 2018 y nos llega ahora. Cuenta en sus haberes con la interpretación de Joaquin Phoenix. Explora la fiebre del oro y el mundo de pistoleros a sueldo y venganzas. La otra es la norteamericana Sin piedad, de Vincent D'Onofrio, rodada y estrenada este año. Esta tiene la actuación del propio director, de Chriss Pratt, de Dane DeHaan, de Leila George y sobre todo de Ethan Hawke, cuya caracterización como el sheriff Pat Garrett y cuya interpretación es lo mejor que contiene todo el largometraje.

La de los Coen la pude ver más o menos en su momento gracias a un amigo. Pero la cosa era ver en cine algo del Oeste. A pesar de que he recibido un par de recomendaciones sobre la de Los hermanos Sisters, no fui a verla, al menos no la he visto aún. En el comienzo del puente de mayo pude permitirme ir a una de las tempranísimas sesiones de cine de los cines de Madrid capital, un horario que se hecha en falta en Alcalá de Henares para los que a otras horas más tardías no podríamos ir. Incluso los horarios matutinos, para los que trabajan de tarde, son de agradecer. Como sea, yo fui a la hora de la comida, o ya casi el café. Terminé de trabajar y fui hasta la Plaza de Callao. En el Palacio de la Prensa proyectaban Sin piedad. De hecho en toda la Comunidad de Madrid sólo la ponían en dos salas, en esta y en los cines Princesa, también de la capital. La otra película no tenía mejor suerte. Debe ser que no son tiempos para el cine del Oeste en pantalla grande. No sé. También es verdad que el público era fundamentalmente anciano.

Reencontrarse con los cines de Madrid siempre es agradable, le da a uno una sensación como de estar yendo realmente al cine, a pesar de que los cines multisalas de los centros comerciales también son cines. Los grandes edificios antiguos de la capital y toda esa zona habilitada para facilitar la peatonalización era algo que se combinaba entre mis vivencias desde niño y la buena acogida que me resultó el agradable hecho de que ahora se transitaba mucho mejor que antes por el centro madrileño. Luego, la parafernalia de la taquilla clásica en la calle, el pasar por las  puertas de cristal con la revisora, el subir la escalera a tu sala, la arquitectura grandiosa del siglo XX acompañándote... y la sala de toda la vida. 

Sin piedad retoma la historia de Billy el Niño, que yo os narré por aquí en la Noticia 334ª, y también la de Pat Garrett, su amigo que le dio caza. De hecho D'Onofrio diferencia su película de las innumerables películas que se han rodado sobre Billy el Niño (Bob Dylan presente en una de ellas) en el sentido de que sigue y reinterpreta el relato tal cual lo contó Pat Garrett de mayor en sus memorias, que os conté en la Noticia 1504ª. Obviamente el relato épico de acción y la dimensión de antihéroe romántico de Billy el Niño lo pudimos ver en 1988 en Arma Joven (Christopher Cain) y en su segunda parte de 1990, Jóvenes forajidos o Intrépidos forajidos (Geoff Murphy). En cuanto a explorar la tragedia y la épica de la amistad rota entre Billy el Niño y Pat Garrett y a la vez la admiración mutua, lo pudimos ver en Pat Garrett y Billy the Kid, de Sam Peckinpah en 1973. Pero han habido numerosas otras narraciones cinematográficas, como La leyenda de Billy el Niño (Kurt Neumann, 1950), Billy el Niño (David Miller y Frank Borzage, 1941), El hombre que mató a Billy el niño (Julio Buchs, 1967), Réquiem por Billy el Niño (Anne Feinsilber, 2006), El forajido (Howard Hawks y Howard Hugues, 1943), El zurdo (Arthur Penn, 1958), la inigualable Chisum (Andrew, V. McLaglen, 1970) que se adentraba en lo que fue una guerra de intereses ganaderos capitalistas, Billy el Niño (King Vidor, 1930), La ley contra Billy el Niño (William Castle, 1954) o incluso Billy el  Niño contra Drácula (William Beaudine, 1966), y así podríamos seguir en innumerables películas, unas mejores que otras, unas más artísticas y otras más comerciales, hasta los mismísimos orígenes de la invención del cine. 

Pues como decía, Sin piedad se diferencia en que D'Onofrio escoge varios capítulos de las memorias que escribió Pat Garrett de anciano y los lleva al cine, que es algo que sólo se da cuenta quien ha leído a Garrett. No se mete así en ninguna historia épica, de hecho trata de desmontar y eliminar toda posible épica de los participantes de este relato, si bien su amistad y admiración mutua, pero a la vez antagonismo lleva épica en sus venas. La película se llama realmente The Kid (El Niño o El Chico). Se debe a que es un juego con tal palabra, ya que el auténtico protagonista es un chico llamado Río que ha matado a su padre por maltratar hasta la muerte a su madre. Río ha sido ayudado por su hermana y ambos son sorprendidos por su tío paterno y amigos, estos pretenden vengarse dándoles una vida de calamidades, pero ambos se escapan y en su huida se encuentran con Billy el Niño y su banda justo en el momento en que fue atrapado por primera vez por Pat Garrett y su grupo, que también tuvo otros amigos de Billy. Todos son personajes reales, menos los hermanos huidos. Río y su hermana convivirán con Billy y con Pat y todos los hombres de estos en un viaje de enfrentamientos. Rio irá descubriendo su admiración por uno o por otro, impregnado de la épica de héroe del pueblo de Billy el Niño y a la vez de la fama de Pat Garrett de hombre implacable que en el pasado fue parte del grupo de Billy el Niño y ahora es un sheriff. Se le muestra en esta película además con cierto resabio de protestantismo luterano, pero leve, aparece en cuanto al sentido del deber que le apareció, aunque este se deba además por la necesidad de asentar su vida de una manera aceptable socialmente. Sea como sea, los sucesos que narra Garrett en sus memorias aparecen aquí con crudo realismo, sin épica, insisto, y del mismo modo todos y cada uno de los personajes históricos. Aún más, los personajes de frontera que aparecen, aparecen con sus intereses en los bordes de la ley y contra le ley, sheriffs locales, prostitutas obligadas y rodeadas de violencia, matones de medio pelo, un pueblo que se deleita en ver ahorcamientos, etcétera. Incluso los acompañantes de Billy el Niño, en lo poco que les toca de interpretación, no se les muestra como habitualmente, sino como la gente de escasos conocimientos que se dieron a una vida de tiroteos como salida fácil de supervivencia.

Sin embargo, la historia es la historia de Río y su hermana, por lo que la narración no acaba con el ineludible y polémico final entre Billy y Pat. Todo lleva al enfrentamiento final con el tío de los adolescentes y su banda. Un duelo final con la única frase épica que sale en el metraje y clara referencia a El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962). Quizá de todo el metraje, y aparte de la interpretación de Ethan Hawke, es justo este desenlace el que más merece la pena. El resto de la película no es malo, pero tampoco te termina de enganchar del todo. Hay saltos temporales no muy bien aclarados y falta ahondar un poco en la psicología de los personajes que hace que se creen los lazos de amistad que surgen de la nada. 

En cierto modo la película sigue la misma tendencia que otra película reciente que también he podido ver justo en su momento, Emboscada final (John Lee Hancock, 2019), que revisa la trayectoria de otros criminales muy cinematográficos, Bonnie y Clyde, pero desde el punto de vista de los rangers que los atraparon y mataron, Frank Harner y Manny Gault. Se alejaban así de la visión romanticista de Bonnie y Clyde que rodó Arthur Penn en 1967. 

Estos criminales citados, todos ellos, tuvieron una visión romántica sobre sus actos sobre todo porque en buena parte a menudo ejercieron con códigos éticos que les impedía atacar a los trabajadores y que incluso llegaron a darles dinero. No olvidemos que otros nombres famosos de la criminalidad norteamericana de la época incluso simpatizaban con ideales socialistas, en un amplio sentido ideológico de la palabra socialismo. Luego, los novelistas y cineastas les encumbraron como modernos Robin Hood. Eran héroes y antihéroes a la vez. Que en 2019 nos lleguen dos películas que retoman a estos criminales pero desde el punto de vista de quienes los frenaron puede no ser algo casual. Quizá quepa preguntarse de porqué el cine norteamericano se ha decantado por esta inquietud ahora mismo. No obstante, estos agentes de la ley, los de las dos películas, pararon a los criminales con métodos más que discutibles desde un punto de vista de Estado de derechos ciudadanos y humanos, que son los que sustentan las democracias. El mismo hecho de que el agente de la ley encargado de detenerlos, en ambos casos, decida que el criminal ha de morir, hace que el poder de la Justicia (en su esencia de juzgar y decidir sentencia), así como el brazo ejecutor del verdugo quede todo unido en el criterio de una única persona es un ensalzamiento de los valores más puramente contrario a la separación de poderes, esencia básica de la democracia y las garantías personales de todos los individuos de la sociedad.

Son tiempos extremos y los extremos están en auge. La gente en general pudiera no tener claros los valores de la sociedad en la que vive. O quizá determinados creativos están valorando la necesidad de héroes para un público que anhela una justicia más allá de las leyes establecidas, a la que quizá perciban como injusta o insuficiente o deformada o corrupta o hecha para favorecer a las clases altas. Lo paradójico de esto es que los antihéroes a los que matan son héroes de la sociedad de su época. Las clases populares los admira y reciben beneficios y ayudas económicas de sus golpes. Sea como sea lo que mueve a los autores a hacer estas películas, lo que reflejan en estos momentos es una crisis de valores plena en lo que se considera y lo que es y no es justicia social. Una justicia social quizá fuera de sintonía con la justicia legal, una justicia legal que a la vez está en crisis y no respeta sus propias formas.

La realidad no es lo que sucedió, si no lo que te digan que ocurrió, dicen en uno de estos metrajes, y aunque la frase parafrasea otra  de 1962, en parte esta frase, que lo cuestiona absolutamente todo en sí mismo, expresa la crisis de valores a la que hemos llegado en nuestros días y lo que ambas películas quieren mostrar. En tiempos de noticias falsas alterando las sociedades y las democracias, lo frágil de la realidad y su fina piel con la mentira se tocan y se traspasan. El argumento metafórico da para más, pero probablemente nos alejaríamos de lo que ambos metrajes tocan.

La apariencia, lo aparente y lo real.

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