En el cementerio viejo de Alcalá de Henares se enterró a dos o tres militares alemanes de la Primera Guerra Mundial. Venían de África, en 1916. Habían sido expulsados del Camerún. Iban ahora de regreso a Centroeuropa, pero al atravesar España, un país neutral, tuvieron unos días de descanso. Uno de sus lugares de descanso fue esta ciudad. Su tren paró en nuestra estación y ellos se alojaron en uno de los cuarteles. Venían de una derrota militar y probablemente su futuro, el de muchos de ellos, sería morir en Francia ese mismo año en Verdún o en el Somme. Sin embargo, dos o tres de ellos murieron aquí. Probablemente de alguna enfermedad tropical, o quizá por alguna herida de guerra irreversible. Ayer busqué sus tumbas a la vieja usanza, lápida por lápida, sin éxito. Tal vez hayan sido trasladadas al cementerio militar de Cuacos de Yuste. Quizá sea una tarea más fácil consultando los archivos correspondientes. Pero la aventura investigadora también requiere de sus romanticismos.
Hoy, 28 de junio de 2014, se cumplen cien años exactos de aquel otro 28 de junio de 1914 donde un nacionalista serbio, el estudiante Gavrilo Princip, asesinó al heredero del trono del Imperio Austrohúngaro el archiduque Francisco Fernando junto a su esposa en las calles de Sarajevo. Un atentado, por otro lado, de lo más chapucero y de lo más lleno de casualidades. Detrás estaba presuntamente una organización llamada La Mano Negra, que no hay que confundir con la española. Con el tiempo, mucho después, se ha podido saber documentalmente que Princip era un nacionalista serbio manipulado por los intereses políticos entremezclados por diversas personas que nada tenían que ver con los intereses reales de él, sino con intereses secretos de Estado. Ese atentado supuso a lo largo de un mes una serie de declaraciones de guerra que dieron lugar a la Gran Guerra, conocida después como la Primera Guerra Mundial (1914-1918). La llamada última guerra de caballeros, el cambio de las normas bélicas, el paso transformador traumaticamente del siglo XIX al XX... Nada se salvó de ella. Nuestro mundo desciende de todos los caminos truncados y de todos los caminos nacidos a partir de ahí. En el fondo incluso la actual política rusa, y la actual política del Este europeo en general, aún derivan de aquellos sucesos, sobre todo, en este 2014, en Ucrania y en los países nacidos de la antigua Yugoslavia.
Ya publiqué algo de este aniversario de hechos tan decisivos hace unos días, pero esta semana voy a publicar una serie de contenidos literarios escritos expresamente para esta conmemoración. Espero que los disfrutéis.
CONSERVAS
DE ESPAÑA 1914
-¿Ha
leído usted las noticias de Europa? –le dijo el hombre del sombrerito que leía
el periódico.
-Llevo
días leyéndolas –contestó el cura mientras se secaba el sudor de la cabeza con
un pañuelo blanco que contrastaba con su sotana negra.
La
estación de tren de Figueras estaba especialmente vacía ese día a esas horas.
Sólo estaban ellos dos, que ni siquiera eran del pueblo, y un par de
trabajadores de la estación que estaban distraídamente fumando un cigarrillo de
hierbajos varios.
-¿Y
qué? –le incitó a hablar el hombre del sombrerito.
Los
dos esperaban a pie de vía desde hacía mucho rato, quizá desde hacía una hora y
media. Primero había llegado el cura con un gran maletón, mientras que el hombre
del sombrerito había llegado el segundo.
Se habían saludado brevemente, porque el hombre del sombrerito encontró
algo de gran importancia en su enorme periódico de cuatro hojas. Así que se
había ocultado la cara del aire fresco cubriéndola con una fotografía del
archiduque Francisco Fernando y su esposa, que aparecían en la portada aún
sonrientes. Cuando el hombre del sombrerito leyó, releyó y reflexionó sobre las
noticias que acababa de conocer acerca del precio de las conservas de sardina
cántabra en Francia y comparó los cambios de moneda española con las monedas
francesas, alemanas, austriacas e inglesas, había abandonado aquel rincón de su
prensa diaria para mirar muy atentamente la noticia sobre las fiestas de los
alrededores, luego saltó a la página de espectáculos de variedades, donde había
un anuncio de corsés femeninos muy notable, aunque sumamente pequeño, hasta
achinar los ojos, y con la tinta negra claramente desbordada en la imprenta, lo
que había provocado un borrón en las zonas del corsé en las que a él más le
interesaba comprobar la destreza de las nuevas corseteras en elaborar bonitos
brocados con cintas de seda decoradas. Habría que despedir a los trabajadores
que habían perdido tanta tinta negra en las zonas que interesan a toda persona
de cierta cultura e interés por las obras artesanas, pensó el hombre del
sombrero pequeño. Plegó el periódico para cerrarlo y allí encontró la cara
regordeta y bigotuda del difunto archiduque austriaco acompañada de su esposa,
a la que se le veía ligeramente detrás de él, porque, como una dama de la
nobleza, había sabido mantener su posición incluso a la hora de morir a manos
de aquel jovencito serbio. Los nobles sí que sabían cómo se debía hacer las
cosas. Ante la mirada tan varonil, elegante y bien comida de aquel hombre que
ahora gozaba de un mundo mejor, cruzó las piernas recogiéndose las perneras
negras de su pantalón hasta el punto que pudiera haber pescado cangrejos de
río, como cuando era niño, y le dirigió aquella pregunta al señor cura que hasta
ese momento había estado comiendo un bocadillo.
-¿Ha
leído usted las noticias de Europa? –le dijo el hombre del sombrerito con sus
perneras recogidas enseñando sus calcetines insinuando los huesos de los
tobillos.
-Llevo
días leyéndolas –contestó el cura mientras se secaba el sudor de la cabeza con
un pañuelo blanco con el que acababa de limpiarse la boca de los restos del
bocadillo.
-¿Y
qué? –había continuado el hombre del sombrerito, cuyos zapatos eran brillantes
como cucarachas bien gordas.
-Esas
cosas son horribles –dijo el señor cura.
-Sí,
sí, lo son. Sin duda. Pero, ¿qué opina de la guerra? Todo el mundo dice que
habrá guerra.
-Yo
ya estuve en una guerra –dijo el cura suspirando-. En la del Barranco del Lobo.
-Ah,
pater, ¿es usted del ejército?
-No,
hijo. Estaba en Melilla, visitando a mi familia. Nuestros valerosos soldados
heridos llegaban a la ciudad en tales cantidades que me pidieron ir a los
hospitales de sangre a trabajar.
-¿Tuvimos
heridos suficientes?
-No
sea usted irrespetuoso, hombre –dijo el cura frunciendo el ceño, pero en seguida
puso su cara más comprensiva-. Muchos de nuestros muchachos dieron gloria a
nuestros nombres.
-Claro,
pater, a eso voy. Muchos de nuestros gloriosos soldados, cuando estaban
tumbados desnudos y muertos en el polvo del África mientras les saqueaba algún
bereber, es posible que comprendieran antes de su muerte que toda su entrega y
arrojo ha tenido un gran sentido y valor para salvaguardarnos a nosotros –dijo
el hombre del sombrerito-. No debe haber gloria mayor que la entrega por el
prójimo.
-No
hay mayor gloria, que la gloria del Señor.
-Sí,
ya lo creo yo también. Pienso que cuando recibieron una bala sarracena en su
estómago, y créame que eso duele, porque una vez tuve una úlcera y sé de lo que
hablo… son muy malas las heridas en los estómagos, no me extrañaría que se
hubieran retorcido de dolor… Pues bien, pienso, pater, que debieron
elevar su mirada al cielo satisfechos de haber cumplido su deber. Seguro que
todos sabían que con ilusión esperaban la acogida en el seno del Señor.
El
cura se levantó de su asiento, sacó su reloj y miró la hora sin prestarle mayor
atención a aquel hombre.
-Parece
que el tren retrasa –dijo al fin el cura volviéndose a sentar junta al hombre
del sombrero pequeño.
-Cristo
también retrasa.
-Perdón,
¿cómo dice?
-Perdone,
quizá no me he explicado, pater. Quería decir que un hombre como usted
irá a alguna parroquia nueva, ¿no? Así que si el tren, el prodigio de la
tecnología de nuestros días, retrasa, usted llegará tarde a su nueva parroquia
también, ¿no?
-Sólo
estoy de viaje –contestó el cura no muy convencido de la explicación de aquel
hombrecito-. Voy a Francia a ver a una prima mía.
-Pues
llegará tarde a la iglesia –contestó el hombre con el periódico sobre sus
piernas cruzadas-. Si tiene que visitar a su prima en Francia…
-¿Pero
qué está usted diciendo?
-Bueno,
pater, no se altere. Quiero decir que tendrá alguna iglesia que atender.
El
cura asintió con la cabeza con cierta desconfianza pero otorgándole un hecho
real. Hubo un pequeño silencio y aquel hombrecito siguió conversando.
Ciertamente se aburría oyendo cantar a las chicharras, que ese día se estaban
esforzando por encontrar pareja en aquel campo soleado cerca del balasto
-¿Cree
usted que llevan razón los austriacos?
-Les
han matado al archiduque.
-Sí,
sí… es verdad. Pero, la guerra del año 1912, sólo hace dos años de aquella, en
esa guerra, y la del año después, claro, en esas guerras los serbios ya dejaron
claro que…
-Dios
sabrá cómo han de ser las cosas –zanjó el cura, que realmente no sabía mucho de
política internacional.
-Claro,
claro… es cierto, pater –tras otro breve silencio donde el cura se hurgó
con el dedo meñique la nariz, aquel hombre de sombrero pequeño volvió a
intentar una conversación-. Yo voy a Francia por mi negocio. Llevo poco tiempo
en él, pero espero grandes cosas. Vendo conservas. Todo tipo de pescados que se
puedan enlatar. Sardinas, atunes, lo que sea, si me animo hasta enlataré
judías. Pensé que esto de la guerra hará que los ejércitos combatientes tengan
hambre, porque el ejercicio físico da mucha hambre, ¿sabe, pater? Así
que pensé que lo mejor era ir en persona para ver cómo hacer negocios por allí.
Ahora mismo estaba mirando las divisas. La verdad es que me da igual
vendérselas a unos o a otros. No creo que me vayan a fusilar por ser un hombre
de negocios.
-No
le fusilarán, no creo que España entre en esta guerra. No pueden fusilar a las
personas de los países neutrales.
-Y
eso está bien, porque alguien tendrá que pescar y arar y sacar a las vacas a
pastar. Aunque si entráramos yo creo que nos convendría entrar con los
franceses, los ingleses y los rusos. Son gente de negocios inteligentes, y luego está el
asunto de los americanos, que aunque han discutido con los ingleses suelen ser
amigos en el fondo, como los amigos de las tabernas que todos los días discuten
por juegos pero todos los días juegan juntos, y si entrara América en esta
guerra… eso sí que es un mercado. Esa gente sí que sabe hacer las cosas, y son
tantos… Fíjese en lo de Cuba de 1898…
-¡Deje
de decir tonterías! –se alteró el cura-. Nuestro deber en la guerra, si
entráramos, es combatir junto a los buenos católicos austriacos y junto al
emperador Guillermo II, que para eso el insigne imperio que fue España se lo
debemos a la corona y las armas alemanas. No olvide que, no obstante, nuestra
Reina Madre es una Habsburgo-Lorena. Así que menos tonterías.
-Pero,
pater, ¿y no deja de ser curioso que nuestra Reina Madre sea Habsburgo y
a la vez ostente en su nombre el de Lorena. Mire que en la guerra
franco-germana de 1871 las regiones de Alsacia y Lorena, que es lo que
probablemente los franceses querrán recuperar de los alemanes… Pero, ¿qué hay
de la Reina, de la esposa de nuestro amado rey Alfonso XIII? Ella es británica,
es una Battenberg… Si España combatiera con los alemanes, entonces…
-¡No
diga usted más sandeces! –volvió a sentenciar el cura-. Nuestro deber está con
Cristo y con la Iglesia de Roma.
El
hombre del sombrerito sacó con elegancia una pitillera del bolsillo interior de
su chaqueta, la abrió y la extendió hacia el cura tras colocar en sus labios un
cigarrillo.
-¿Fuma?
-Por
supuesto.
El
hombre del negocio de las conservas encendió los dos cigarrillos. Primero se
inclinó hacia el cura para encenderle el suyo tapando el fuego de la cerilla
del vientecillo que venía del Norte. Luego se encendió el suyo propio. Ambos
dieron unas caladas antes de volver a decir alguna otra cosa.
-¿Y
cómo es África? –preguntó el hombre del sombrerito.
-Melilla
es como esto, pero con moros.
-Allí
tiene que haber buena pesca.
-La
hay. La gente de allí es sencilla. Como aquí. Pescan, lo venden en la lonja,
van a sus cosas. Pero la guerra…
-La
guerra de África es mala cosa.
-Sí,
lo altera todo –dijo el cura.
-¿Y
como es el Rif?
-Verde,
muy verde.
-Creí
que era parecido al desierto.
-No
toda África es igual –dijo el cura meditando con la vista perdida en el largo
de las vías del tren.
-Pero
nosotros tenemos más máquinas, más industria…
-También
los alemanes tienen más que nosotros de todo eso, y más dinero.
-Y
Francia.
-Sí,
hijo, sí, los franceses también.
Hubo
un silencio nuevo. El cura abrió su maletón y sacó una botella de vino con dos
pequeños vasitos de metal ornamentados.
-¿Le
apetece? –le ofreció al hombrecito.
-¿Por
qué no, pater? Bebamos.
El
cura abrió la botella con un pequeño sacacorchos y llenó los dos vasitos con
una clara decoración religiosa.
-El
vino siempre es vino –dijo el hombrecito saboreando el primer trago.
-Sí
–dijo el cura tratando de volver a guardar la botella en el maletón, que se
había descolocado por dentro. El cura hizo nuevo sitio dentro hasta acomodar la
botella sin darse cuenta de que su pequeño misal se había ido deslizando hasta
caer al suelo.
-¡Oh,
vaya! –exclamó el hombre del sombrero pequeño-, se cayó al polvo.
El
cura asintió con un sonido nasal y lo recogió sacudiendo seca y
contundentemente al misal al cual el polvo no se le desprendía. Uno de los
hombres de la estación se les acercó y les comunicó que habían recibido la
noticia de que por circunstancias inesperadas no podrían salir más trenes hacia
Francia por ese día. Había unos problemas en las vías de comunicación de la
frontera. Debían esperar al día siguiente, el primer tren que saliera a primera
hora de la mañana iría directo a Francia.
-Pues
hoy no iremos a Europa –dijo el hombrecillo devolviéndole al cura la copita de
metal con un Jesucristo crucificado y un enorme sol a modo de aura detrás suyo.
-Mañana
–contestó el cura secando ambos vasos y guardándolos de nuevo.
Ambos
hombres se despidieron y abandonaron la estación hacia un lugar donde alojarse
lo que durara la noche.
Por
Daniel L.-Serrano “Canichu”
Alcalá
de Henares, 28 de junio de 2014. Publicado
con motivo del 100 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial
(1914-1918).
En el Corredor del Henares se alojaron a partir de 1916 cerca de doscientos militares alemanes
ResponderEliminarvenían de camerún y la neutralidad española implicó que salvo heridos y religiosos quedaran internos en españa, se repartieron entre Pamplona, Alcalá de Henares y Zaragoza. Los de Alcalá de Henares estuvieron en el cuartel de Mendigorrieta, actual Facultad de Derecho, que se tuvo que modificar para ponerles radiadores de fabricacion española. Eran hombres libres, por la neutralidad, pero estaban aquí retenidos para que los aliados no se quejaran, aún así se quejaron porque ellos querían que se les diese trato de presos. Hay el caso de uno que intentó ser torero, otros que pusieron dinero y flores para un piloto español que murio en accidente, otro que organizó una fuga via el Ferrol en un submarino, otros que se casaron, los progermanistas les dieron dinero, otros les criticaban, estuvieron hasta 1919-1920, y de vez en cuando mandaban más provinientes de submarinos alemanes que tuvieron que estacionar en España por graves desperfectos.
El muerto alemán en Alcalá de Henares era en realidad un alemán que formaba parte de una tripulación de submarino que llegó con graves daños a las costas españolas. Él estaba malherido y murió en la ciudad. Fue en 1918.
Un estudio pormenorizado de estos hechos se puede leer en "Alemanes internados en Alcalá de Henares durante la I Guerra Mundial", de Luis Miguel de Diego Pareja, en Anales Complutenses, XXVI, 2014, pp. 181-215.
Interesante post, al igual que el apunte del comentario. Como descendiente de uno de aquellos alemanes ubicados en Pamplona, he comenzado un blog para intentar recabar información poco a poco. A mí me mueve el corazón, pero aplaudo a los que os mueve la curiosidad y las ganas de conocimiento. Creo que es una gran muestra de inteligencia. No llevo sombrero, pero me lo quitaría ante vosotros. Un saludo
ResponderEliminarGracias. La verdad es que este es un apunte poco conocido de la Historia de España. Saludos.
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