Capítulo
6: Francisco Desancourt, clarinete del regimiento miliciano en Ávila.
-Soy
un soldado de la infantería de Flandes, clarinete del regimiento miliciano en Ávila.
Antes estaba destinado en Cartagena. Fui yo quien pidió el traslado, aunque mis
superiores ya me iban a trasladar irremediablemente. Me casé con ella, sí, con
María Viviel. Soy su esposo, en mala hora.
El
soldado estaba sentado en el taburete con sus codos sobre las rodillas y los
dedos de sus manos tocando sus puntas. En aquella habitación hacia fresco. Al
menos no era la temperatura de la calle. Había venido de las murallas de Ávila
en cuanto le mandaron volver a su cuartel. No se había imaginado el motivo.
Maria Viviel era para él como una sombra de su vida, una extensa sombra, de la
que había querido alejarse poniendo mucha distancia entre ellos. Pero las
sombras que penetran en uno necesitan de otras luces para disiparse. Ahora
estaba allí sentado contando aquello a su superior, que le acercaba un vaso de
agua fresca.
-Ella
dijo que te llamabas José Drancourt –le dijo su superior.
-Querría
que no me encontraran. Más le valía… ¿y dónde dice que la encontraron?
-En
Alcalá de Henares. Vivía amancebada con un buhonero. Tenían cartas de
matrimonio falsas de un cura de Valencia y pases de un gobernador de allí. Todo
falso.
-Se
habrá metido a puta definitivamente...
-Su
lenguaje, soldado –le advirtió su superior.
-Perdone,
mi capitán –contestó Desancourt enderezándose un poco sobre su taburete-. Mi
nombre es el que le consta, Francisco Desancourt. En Valencia vivían sus padres.
Sé que su madre enfermó, tal vez fue a cuidarla. Aquí, en el regimiento, todos
saben quién es ella. Todos mis compañeros. Muchos de los que están conmigo en Ávila
estuvieron en Cartagena también, aquí quien más quien menos todos saben quien
es y su reputación. Me abandonó amancebándose con mi sargento, Luis Tesón…
Bueno convivíamos, eran más bien… amantes, mi capitán. Eran amantes… Cuando yo
venía a servir a Su Majestad lejos de mi hogar… y me mandaba aquel sargento del
demonio…
-Modere
su lenguaje hacia sus superiores. Comprendo su afrenta, pero debe guardar su
compostura y el ser de su rango, soldado –le volvió a recriminar su capitán con
una voz modulada agradable.
-Discúlpeme,
mi capitán… pero cada vez que le recuerdo a él, y a ella, esa… Verá, ellos se
amaban a mis espaldas, hasta que un día lo descubrí, desde entonces no sé nada
de ella hasta el día de hoy.
-Y la
abandonó, según los autos de oficio de la Real Justicia que ha abierto el
corregidor de Alcalá de Henares, el señor Joaquín de Estremera.
-Sí,
mi capitán. La abandoné al cuidado de su padre.
-Entiendo,
soldado. Es una cuestión de honor.
-Sí.
-Ella
parece que se ha entregado a ser una de esas mujeres enamoradas desde entonces.
-Su
educación es mucha al nombrar su oficio, mi capitán; así es, por lo que me
cuenta de esos autos, ella es mi deshonra.
-Desancourt,
como comprenderá ahora necesito una declaración escrita y jurada de esto. Al
ser usted de los ejércitos de Su Majestad Carlos III, lo que toca del caso en
cuanto a su persona cae en las jurisdicciones militares; el propio Conde de
Aranda, noble gobernador y presidente del Consejo de Castilla, me ha escrito
con carta sellada para que me ocupe de desentrañar este asunto tan oscuro.
-Lo
comprendo mi capitán.
-¿Declarará
sobre todo esto?
-Sí,
mi capitán.
-¿Incluido
lo que toca a su honor? Es necesario.
-Incluido.
Aquí todos saben quién es ella. Todos saben lo de Luis… Lo de ellos… su
amancebamiento y la gran cornamenta que me pusieron que no entro por las
puertas, con perdón –su capitán asintió con la cabeza disculpándole-. Y la
pediré formalmente en mi escrito que me deje en paz. Yo estoy muy tranquilo aquí…
estaba muy tranquilo sin saber nada de ella… Si también nosotros nos pudiéramos
separar con permiso del Rey como los nobles…
-Pero
usted no es noble, soldado –le dijo su capitán-, y ha arrastrado a esa joven a
una vida de oprobio y escándalo vendiendo su cuerpo y amancebándose con ese
italiano.
-Es
cierto –le reconoció Desancourt con voz fina y baja, bajando la cabeza-. Pero es
que…
-Vamos
a redactar ese informe a su más alto superior militar. Yo le ayudaré. Pero debe
escribir una carta como su esposo que es declarando lo que desea que se haga
con ella. Como su esposo ante Dios usted decide si encauzarla dentro de su
santo matrimonio o dejar que la encauce el Estado con la ayuda de la Iglesia. Antes
debo informarle que el juez en el caso, el señor Estremera la ha enviado a Ávila
para que usted pueda reunirse con ella y decida más lúcidamente. Está
embarazada.
Francisco
Desancourt levantó la cabeza con un brillo en los ojos.
-El
hijo no es mío –dijo.
-Escriba
la carta –le contestó el capitán acercándole papel de trapo, pluma y tinta-,
¿sabe escribir?
-Sí,
pero no muy bien, si pudiera…
-Hagámoslo.
Yo le escribiré. Diga lo que deba.
Soldado
y capitán escribieron la carta sobre el futuro de Maria Viviel.
-Dios
te dé dos años de arrepentimiento y mejor vida –dictó Francisco Desancourt para
terminar su carta a su esposa.
Le
recriminaba su pasado punto por punto y la pedía que le dejara en paz. Dictaminaba,
además, como voz autorizada que era por ser su esposo, que lo mejor sería que
fuera reeducada en un hospicio del Reino, dos años al menos, lejos de él.
-Será
como un presidio para ella –le dijo su capitán al cerrar la carta.
-¿Acaso
no es esto lo piadoso? Estará con monjas que cuidarán su embarazo y la enseñarán
los caminos de la honradez… Aquí todos saben quién es… -contestó Francisco
Desancourt levantándose y mirando por la ventana enrejada el ajetreo con los
caballos en el exterior.
-Tengo
que irme con estos despachos y terminar este informe, Desancourt. Guardará
usted calabozo hasta que ordenen lo contrario. Ha abandonado a su esposa y ha
forzado a que se entregue a la vida ociosa, en la justicia civil usted tendría
una condena mayor.
-Sí…
una condena mayor –dijo lacónico Francisco Desancourt mientras su capitán
abandonaba el cuarto y un guardia cerraba la puerta con doble llave.
-Pronto
será 20 de julio –murmuró Desancourt mirando a través de las rejas de la
ventana-, hace calor.
En
aquel cuarto, hacía frío.
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