sábado, diciembre 08, 2012

NOTICIA 1168ª DESDE EL BAR: DINDEY (6 de 6)

Tarde o temprano el mal es castigado y el bien recompensado.

Pero la idea de este cuento no es sólo entretener al que lo lea u oiga, sino que tiene tres propósitos: primero, en la historia de amor que se cuenta, quiere hacer ver que el amor no se encuentra en lo material sino en el espíritu. Lo segundo que quiere hacer ver es, mediante lo sucedido a los villanos del cuento, que el mal nunca triunfa, pero que el bien sí. Por último, lo tercero que quiere hacer ver, por lo que sucedía con el Dragón de Piel de la Muerte, es que no se puede juzgar a nadie ni a nada viendo cómo es exteriormente sólo, y mucho menos sin saber cómo eres tú.

(Daniel L.- Serrano "Canichu"; Nota de 1993 para un concurso literario juvenil).




DINDEY
(escrito entre diciembre de 1992 y primeros días de 1993)


Capítulo 11


Cuando se hubo recuperado del frío, Elgue subió al castillo. El puente levadizo se bajó solo y Elgue lo atravesó. Una vez dentro el puente levadizo cerró la entrada. Se dirigió a una puerta que estaba abierta y la atravesó, después de esta puerta otra y otra más, hasta llegar a una gran sala.

El suelo estaba cubierto de alfombras rojas. El techo estaba labrado en oro. Las paredes estaban cubiertas por tapices y en el centro de la habitación había un gran trono.

El Dragón de Piel de la Muerte hizo su aparición en la sala. Su tamaño era de proporciones descomunales, sus ojos eran amarillos y su piel era de un color nunca visto. Elgue desenvainó su espada pero el dragón le tranquilizó.

-No te preocupes porque te ataque, yo nunca he hecho daño a nadie. Realmente mi nombre lo debo a los granjeros que se han asustado al verme volar. Es curioso que me llaméis bestia asesina a mí, que no he hecho daño a nadie, mientras que vosotros os matáis en las guerras y acudís a las ejecuciones que realizáis.
-Tienes razón, no tenemos derecho a juzgarte –afirmó Elgue guardando su espada.
-No tiene importancia, como tampoco tiene importancia que vengas a robarme mis joyas, porque yo hace tiempo que yo no tengo joyas, ¿no lo crees, Elgue?
-¡Sabes mi nombre! ¿Cómo es posible?
-No te asombres, yo sé muchas cosas. Como te he dicho, no tengo joyas, pero tal vez tengo algo que te sirva, ven, sígueme.

Elgue le siguió hasta un patio interior que tenía mil fuentes, todas distintas. También tenía dos mil columnas que le rodeaban. Anduvieron hasta el centro de tan maravilloso patio, y Elgue pudo ver lo más bello que humano alguno ha contemplado. Delante suya una columna de azul celeste descendía del cielo para unirse con la Tierra. Caía justamente encima de un viejo ara, donde estaba colocado un broche de oro macizo que representaba un dragón con las alas extendidas. El Dragón de Piel de la Muerte tomó la palabra en aquellos momentos.

-Ese broche, que ves protegido por el cielo y colocado sobre ese viejo ara que no se utiliza desde tiempos del abuelo de mi abuelo, es lo único que te puedo dar, pero lo tendrás que coger tú mismo. Has de tener cuidado, ya que esta columna de cielo solamente la podrás atravesar si tu corazón piensa en algo puro, sino, te transformarás en piedra. También has de saber que tienes que dejar algo en sustitución del broche.

Elgue se quitó la coraza de su armadura y de sus ropajes arrancó un trozo de tela. Con esta tela se lió la mano derecha y con la misma mano agarró su escudo.

-Dejaré esto –le dijo al dragón, mostrándole el escudo.

Introdujo la mano en la columna y empezó a pensar en que el rey Aladino se alegraría si lo conseguía, pero le asaltó el recuerdo de la manera en que mató al Enviado. Poco a poco el escudo se hizo gris y el trozo de tela también. Empezó a sentir frío en la mano. La sacó rápidamente y comprobó que el escudo y la tela que envolvía su mano eran piedra. Se arrodilló y estrelló violentamente su mano contra el suelo. La piedra se rompió y pudo comprobar que su mano seguía intacta a pesar de lo cerca que había estado. Se puso en pie, sacó su espada, viendo que la tela no serviría para nada no se lió la mano y la introdujo directamente. Se puso a pensar en el amor que sentía por aquella chica desconocida y, antes de que se diera cuenta, había introducido todo el brazo. Dejó sobe el ara la espada y cogió el broche. Rápidamente le recorrió por el cuerpo una paz y un bienestar que se sentían eternos. Sacó la mano, se guardó el broche y escuchó al dragón.

-Felicidades, ya tienes lo que querías. Ya puedes irte si lo deseas.
-Pero, Dragón de Piel de la Muerte, si vuelvo a atravesar ese bloque de nieve que te aisla, de seguro moriré –replicó Elgue.
-No te preocupes, ven conmigo.

Esta vez le llevó a una torre, le hizo montar sobre él y le llevó volando. Desde que había salido había pasado más de una semana, pero, desafiando a sus órdenes, Godon se había quedado allí donde le dejó. Una vez que el dragón se hubo ido Elgue le contó lo sucedido y se fueron los dos cabalgando. Tampoco en esta ocasión se dieron cuenta de que les seguía el caballero de armadura roja.

Capítulo 12

Elgue y Godon otra vez recorrieron llanuras, bosques, ríos y montes, para poder regresar a la Corte del rey Aladino. De lo rápido que iban, sus caballos no parecían caballos, sino pegasos, que volaban como las aves.

Una tarde descansaron para poder bañarse en un río cercano. Elgue escogió para bañarse un lugar donde había una cascada que bajaba. Cuando terminó de bañarse y de secarse se puso tan sólo sus pantalones y se tumbó boca arriba en la hierba. Después de un buen rato oyó un ruido. Venía de la parte superior del río, y sin embargo, Godon estaba en una parte aún más inferior que la suya. Decidió ir a ver lo que era. Pronto lo descubrió, se trataba del caballero de armadura roja. Elgue se armó con un palo que había tirado en el suelo, ya que había visto que el caballero no venía con buenas intenciones porque había sacado su espada.

Elgue salió de su escondite y se mostró ante el caballero, que intentó atravesarle con su espada, pero Elgue pudo apartarse. Volvió a intentarlo otra vez, y Elgue no sólo se apartó sino que le golpeó con el palo haciéndole contorsionar. El caballero, enfurecido, le intentó cortar en dos vanamente en repetidas ocasiones, sin darse cuenta de que Elgue le conducía cada vez más cerca del río. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Elgue le empujó a la parte más profunda. Al llevar puesta la armadura el caballero se hundía más y más en el agua sin poder hacer nada más que gritar. Elgue, que sólo quería escarmentarle, intentó ayudarle, pero era demasiado tarde, el caballero ya formaba parte del río.

Sin más contratiempos Elgue y Godon llegaron a la Corte del rey Aladino. Las campanas de la catedral sonaron y también las trompetas y cornetas del séquito del rey Aladino. Cuando todo estuvo dispuesto Elgue y Godon se metieron en la sala del trono, que estaba igual que el día en que el rey le nombró caballero a Elgue. Se acercaron al trono y se arrodillaron ante el rey, pero éste les ordenó que se mantuvieran de pie, y luego dijo:

-Mi buen amigo Elgue, cuánto tiempo habéis tardado. Veo que venís sin vuestras armas y almete, pero traéis contigo un escudero, ¿cómo es eso?
-Es una larga historia mi Majestad.
-¿Traéis las joyas?
-No, señor. Pero traigo esto y los respetos del Dragón de Piel de la Muerte –mientras decía esto le entregó el broche que había conseguido.
-Buena pieza es este broche. En fin, tal y como te prometí te voy a entregar la mano de mi hija, la princesa Flencha.

Antes de que Elgue dijera nada, una voz de entre los nobles surgió, era Candun, que se había puesto en pie.

-¡Eso no puede ser, mi rey!
-¿Cómo que no? ¿Quién eres tú?
-Yo soy el duque Candun Pueltz, y no se puede casar con la princesa, porque Flencha es mi prometida.
-¡Mentira! –gritaba Flencha tratando de desmentir la verdad.
-¡No es mentira, es verdad, tú lo sabes! –afirmaba Candun.
-¡Mentira! –seguía gritando Flencha.
-Entonces escúcheme bien, rey –seguía gritando Candun-. Es verdad que la princesa Flencha mató a su hermana Zaira para conseguir el trono. Yo mismo la ayudé, envenenando a su hermana y abandonándola en el bosque…
-¡Es cierto! –gritaba ahora una nueva voz. Pero esta voz era especial, porque era la voz de al chica que oyó cantar Elgue en el río. Pero, ¿de dónde provenía? Provenía de Godon, que se había quitado el pañuelo que ocultaba su cabello para dejar ver a una linda muchacha. Esa voz continuó hablando-. Yo soy la princesa Zaira. Fui rescatada por un hechicero conocedor del antídoto que contrarrestaba al veneno que me disteis y ahora vengo a recuperar mi puesto de princesa.

El rey se fijó bien en la muchacha y dijo:

-Es cierto, es mi hija Zaira, qué cambiada está. ¿Qué has de decir a esto Flencha?

Pero Flencha se limitó a mirarles a todos horrorizada, y dando un paso atrás cayó al suelo con un puñal clavado en la espalda. Candun la había asesinado, momentos más tarde se entregó a la Justicia, aunque sabía que su cabeza sería el espectáculo a la mañana siguiente. El rey, sin preocuparse por la muerte de su hija Flencha, djo:

-Zaira, hija mía, no sólo vas a seguir siendo la princesa que herede mi trono, sino que también serás la esposa de mi mejor caballero, Elgue, ¿si no os parece mal?

Elgue y Zaira se miraron a los ojos, se agarraron de las manos y se besaron. Ellos ya estaban enamorados desde que Elgue la oyó cantar en el río.

Por Daniel L.-Serrano “Canichu”, Alcalá de Henares, 2 de enero de 1993.
 

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