viernes, diciembre 07, 2012

NOTICIA 1167ª DESDE EL BAR: DINDEY (5 de 6)

El  cuento comenzó a ser escrito el 22 de diciembre de 1992, como escribí en su portada a mano. Fue acabado el 2 de enero de 1993. Todo tuvo su origen en mi dormitorio antiguo, que después pasó a ser el de mi abuela materna, Antonia, desde 1998. Yo estaba sentado frente al mueble escritorio de mi padre, que estaba allí con varios de sus documentos y varias novelas y enciclopedias suyas. Allí tenía a la edad de 13 años la posibilidad de escribir con cierta tranquilidad y con diccionarios y enciclopedias de consulta a mano. La habitación era y sigue siendo algo húmeda y fría, apenas cuenta con una ventana estrecha que da a un patio interior, justo por una zona donde el sol no llega nunca en ningún momento del año. Así pues había intimidad incluso de la mirada de los vecinos ventana a ventana. Yo iba al colegio público Puerta de Madrid, de Alcalá de Henares, el cual hoy día está desaparecido e integrado en parte en el actual instituto de enseñanza obligatoria Mateo Alemán. Los edificios del Puerta de Madrid acogen en la actualidad una iglesia cristiana de ritual gitano, un centro de ayuda y reinserción de personas con problemas de drogadicción y psicológicos, y alguna cosa más que no sé lo que es. Han pasado veinte años.

(Daniel L.-Serrano "Canichu"; Nota del 7 de diciembre de 2012.)

DINDEY

(escrito entre diciembre de 1992 y primeros días de 1993)


Capítulo 9

Aquella noche estuvo pensando Elgue en Flencha y la misteriosa chica. Llegó a la conclusión de él nunca podría amar a Flencha, porque esta sólo le quería por algo material, sin  embargo, amaría eternamente a la chica que le curó y que oyó cantar, aunque no supiese quien era. Después de eso se durmió.

A la mañana siguiente una mano les agitó a él y a Godon hasta que se despertaron. Ambos se miraron a la cara y luego miraron al que les había despertado. Se trataba de un hombre con una armadura roja y una enorme barba. Estaba escoltado por diez soldados. Les preguntó cómo se llamaban y después de contestar se vieron metidos en una jaula hecha de madera. Se sentaron uno al lado del otro y estuvieron oyendo cómo los dos guardias que les custodiaban discutían por quién iba a ser su verdugo a la mañana siguiente. Apenas probaron bocado de la comida y casi no hablaron entre sí.

Cayó la noche lentamente y con ella las estrellas. Uno de los soldados abrió la jaula y les dejó la cena. Luego se entretuvo en coger las sobras de la comida. Elgue y Godon se miraron a los ojos y, como un auto reflejo, Godon agarró al soldado impidiéndole gritar y moverse. Elgue le golpeó en la cabeza con un plato dejándole sin conocimiento. Salieron de la jaula y le hicieron lo mismo a los guardias que, se suponía, les estaban vigilando. Luego los metieron con el otro soldado en la jaula. Les dejaron enjaulados.

Elgue y Godon se dirigieron a la posada, en donde se metieron por una ventana de la cocina. Los demás soldados que quedaban no les fueron ningún problema. Estaban todos reunidos en una habitación, medio borrachos. Lo único que tuvieron que hacer fue encerrarlos, cerrándoles la puerta. Elgue se puso su armadura y cogió su escudo y espada en cuanto lo encontraron.

Salieron de la posada y cogieron sus respectivos caballos. Los dos salieron a trote tendido como almas que lleva el Diablo. Sin embargo, no se dieron cuenta de que el caballero de armadura roja les seguía montado en un caballo negro.

Capítulo 10

Diez días más tarde Elgue y Godon habían llegado a su destino, las Montañas donde la Tierra se junta con el Cielo, pero no sólo eso, sino que también habían ascendido toda la parte de las montañas por las que se podía ir a caballo. Allí mismo decidieron que fuese Godon quien se quedase allí para cuidar a los caballos y si Elgue no regresaba en una semana tenía órdenes de irse.

Al principio Elgue encontraba bastante vegetación, pero a medida que ascendía se encontraba con menos. Llegó un momento en que sólo había muros y angostos senderos de roca, luego sólo nieve y hielo. Hacía frío y el viento soplaba fuerte. De vez en cuando había ventiscas o nevaba, dependía de la acción del viento tan fuertemente que podía congelar al mismo hielo. Para abrirse paso Elgue tenía que utilizar su escudo como pala. Los huesos le crujían y los dientes le castañeaban. El rostro se le quedó blanco como la hoja de su espada. Llegó un momento en que no distinguía la nieve del cielo. Pero cuando ya no le quedaban fuerzas, cuando estaba decidido a tirarse en la nieve y morir, llegó a la cumbre de las montañas. Era extraño, allí no había nieve ni frío, al contrario, había un clima veraniego, con vegetación abundante y animales de todas las clases, en medio de todo eso, ocupando el punto más alto, estaba el castillo del Dragón de Piel de la Muerte.

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