El quinto y último final alternativo de "El Bote Metálico" lo he escrito yo entero. No pude resisitirme a darle final a lo que di comienzo... Se me ocurrieron dos finales, uno de ciencia ficción, que no desarrollé más que en lineas generales en mi cabeza, y este otro, del que por ser yo, Daniel L.-Serrano "Canichu, el espía del bar", quien lo escribe, no me corresponde a mí hablar o analizar, aunque pudiera comentar mi perspectiva. Asíque os voy a dejar directamente con él anotando tan sólo que quise hablar aquí de lo volátil.
EL BOTE METÁLICO
El calor de una mañana de agosto hacía que se le pegase la sábana que cubría el colchón de su cama. Se le pegaba irremediablemente a la piel humedecida por el sudor que no terminaba de definirse del todo y que simplemente hacía acto de presencia allí, en su cuerpo, como si quisiera hacer de él un adhesivo de telas incómodas simplemente. Terminó incorporándose sin saber muy bien qué quería hacer. Simplemente estaba allí. La habitación le arropaba con una penumbra que le gritaba que el sol ya estaba entrando por el hueco de la persiana que dejó abierto para que entrara aire por la noche. El día anterior había estado trabajando con el taxi como cada día. Hoy debía levantarse para volverlo a hacer.
El servicio estaba roto. No se planteaba desayunar. Tampoco había cenado. Apenas tenía en el cuerpo alguna cosa que picoteó el día anterior para comer. Se lo recordaba un estómago que había comenzado a hacer algún sonido en protesta cuando se había levantado para ir al servicio roto a orinar. Se vistió con la ropa que menos trabajo le producía ponérsela y no se fue a la calle en busca de su coche sin asear, apenas peinado. Pensaba que ya se había bañado antes de acostarse y eso era suficiente.
Sentarse en el salón le producía intranquilidad. Se fue a la nevera en busca de algo de leche. La cocina estaba tan sucia como el resto de días de las dos últimas semanas. A veces le sorprendía porqué nunca encontraba una cucaracha. Abrió la nevera y la luz automática le iluminó ante sus ojos un bote metálico con la etiqueta quitada que no recordaba haber dejado él allí. Lo cogió para mirarlo, para intuir qué tendría en su interior. Cuando lo volvió a dejar en la fría y gélida balda de la que lo cogió, estaba realmente inquieto. No recordaba haber comprado ese bote. No recordaba haberle quitado la etiqueta. Sobre todo, no recordaba haberlo metido en la nevera. Se olvidó de la leche. Se fue contrariado al salón y volvió a sentarse en su sofá, que tenía uno de sus brazos modestamente dañado en su forro, mostrando por entre una brecha su espumillón, como si de una herida delatora de la dejadez se tratara. Aquel bote metálico era imposible que estuviera en la nevera. Volvió a levantarse a abrir la nevera. Seguía allí, sin etiqueta. Cerró la nevera. Dio una vuelta en círculo a la cocina tratando de comprender, de darle una lógica. Volvió al salón y se asomó por la ventana. Un hombre estaba comprando un periódico en el kiosco del otro lado de la calle.
-¿Ha sido usted? – le gritó, pero el hombre ni siquiera se dio por aludido ante una pregunta que no tenía apariencia de ser dirigida a él en principio.
Volvió a la cocina. Tenía que hacer algo con aquel bote, tomar una decisión. Abrió de nuevo la nevera. Cogió el bote más para manosearlo, buscarle en el tacto un conato de irrealidad que le devolviera a la realidad. Pero el bote era real. Sin etiqueta. Con su misterio. Y lo colocó en la fría gélida balda de abajo, junto al tarro donde había metido los dedos cortados de los últimos niños. Cerró la nevera y volvió al salón.
Decidió salir a trabajar en ese mismo momento, tal como estaba.
Su trabajo como taxista consistía en dar vueltas con el coche hasta que alguien le hiciese alguna señal, le montase y le llevase a donde quisiera. Otros taxistas esperaban la llamada por radio de la central para la que trabajaba, otros esperaban aparcados junto a las estaciones de tren y autobuses a que algún viajero cargado de maletas necesitase de sus servicios. Pero él prefería conducir por las calles de la ciudad. Creía que así era más fácil captar a alguien que quisiera ir a algún lugar de forma rápida, a algún trabajo, a alguna cita. Pero lo cierto es que pasaba horas últimamente sin que nadie le hiciera un gesto. Era como si nadie le necesitara. Sí sabía que en algún momento unas mujeres mayores o algún tipo con una elegante corbata le había levantado la mano, pero no había parado. Otros taxistas se le adelantaban. Él no reaccionaba a tiempo para parar debidamente, si lo hiciera podría provocar un accidente significativo en el tráfico. Aún con todo eran pocas las personas que le llamaban, casi ninguna. Él sabía que en pocas semanas le despedirían por hacer tan poca caja de dinero.
Paseaba gastando gasolina sin que nadie le llamara por las calles grandes y pequeñas de la ciudad. Pasaba por delante de los colegios donde las madres recogían a sus hijos provocando a menudo congestiones en el tráfico. Pasaba por los grandes edificios de oficinas donde a menudo otros taxis recogían o dejaban gente sin que él mismo llegara a hacerlo nunca. A veces pensaba que alguien le había hecho un gesto a él, pero era a otro coche, quizás eran simples saludos a distancia hacia otras personas, tal vez compañeros de trabajo. Él pasaba por las estaciones de tren y de autobús, pero eran sus compañeros aparcados los que recibían a los pasajeros. Las grandes vías tampoco le daban mejores resultados. Era como si su taxi no fuera visto. Así que encendía la música de la radio y trataba de mantener ocupada su mente, a menudo se quedaba en blanco saturada por sus problemas.
Así pasó el día, otro más sin comer. Regresó a su casa cuando anochecía. La casa estaba en penumbra. La oscuridad iba ganando camino. Sólo la luz del interior de la nevera estaba disponible. El bote metálico seguía allí, enigmático. El tarro de los dedos de niño había vuelto a ser un tarro de salchichas pequeñas en conserva que comenzaban a ponerse moradas. Le alivió que las salchichas volvieran a ser salchichas. Se habían transformado en dedos de niño hacía unos días, como los ojos del tarro de unos niños anteriores, o el olor del paquete de las tripas de otros niños. De aquel paquete se deshizo hacía poco. Su olor era fuerte. Lo metió en una bolsa de basura y esperó hasta horas de la madrugada para salir a tirarlo en el contenedor de tres calles más lejos. El tarro de los ojos comenzaba a transformarlos, les daba color verde, aceitunado. Pero el bote metálico sin etiqueta no sabía qué contenía. Lo cogió y se lo llevó al salón en oscuridad.
Se sentó en el sofá y apoyó el bote sobre una de sus rodillas sin parar de mirarlo. Sonó el teléfono. No lo cogió. El bote seguía sobre su rodilla. Al fin una cucaracha pasó caminando por delante de él. Era la primera que veía una en su piso. Por un momento despistó el bote metálico sin etiqueta. En esos momentos la cucaracha creció enfrente de él. Creció de forma acelerada. Se puso sobre dos patas. Creció hasta una altura humana. Era una persona. Le cogió el bote de entre las manos.
-Esto estará mejor en otro sitio, señor –le dijo.
Aquella persona, aquel ser, se alejó hacia las sillas de su mesa grande, donde había ahora otras personas. Él seguía desaseado, con una bata blanca. Su casa había cambiado. Olía aséptica. Paredes blancas. Como inmaculadas. Como inocentes que guardan secretos. Y las personas sentadas a su alrededor en el salón eran como secretos.
Daniel L.-Serrano "Canichu". Todo el relato es pues propio.
24-26 de octubre de 2011.
(Este relato tiene registro de autor bajo licencia creative commons, al igual que el resto del blog según se lee en la columna de links de la derecha de la página. De este relato no está permitido su reproducción total o parcial sin citar el nombre de los autores, y aún así no estará bajo ningún concepto ni forma permitida la reproducción si es con ánimo de lucro).
Muy bueno. Gran colofón a la convocatoria para la celebración de las 1000 entradas.
ResponderEliminarSaludos
Gracias de nuevo. Pues a partir de mañana me toca dar cobertura al I Congreso de conferencias internacional de novela gráfica y cómic, al que asistiré e internvendré y a Alcine... así que seguimos con ritmo. Un saludo y que la cerveza te acompañe.
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