La entrada de ladrillos del portal de vecinos de mi casa fue construida hace años por uno de los vecinos más veteranos que era albañil, y ahora se ve impedido de muchas cosas por una enfermedad dramática. Las arquetas de metal con respiraderos del suelo de esa misma entrada, que dan acceso a los depósitos de agua del edificio, las construyó otro veterano del bloque desde 1975, mi fallecido padre. Los pasadores de mano de madera de las escaleras de los tres pisos de casas las hizo otro vecino de los iniciales del bloque, un carpintero que se mudó hace un tiempo. Y podríamos seguir con la pintura de las paredes, dada por otro vecino más pintor, y por algunos detalles más. Es lo que tienen estas comunidades de vecinos que empezaron a andar en barrios obreros hace 36 años. Es lo que muchas veces los nuevos vecinos olvidan, que las cosas comunes de la comunidad de vecinos tienen una Historia detrás de sí. Que no se contrató a nadie para hacerlo sin más, si no que todo el mundo contribuía a construir y reformar la propia comunidad. Cuando aún las reuniones de vecinos se podían celebrar (o podían acabar) en la casa de alguno de los vecinos porque reinaba otro espíritu muy diferente al de nuestros días. Esta clase de edificios de mi barrio, a desconocimiento de los nuevos vecinos llegados los últimos años, esconden en sí un viejo espíritu "fraternal" o de "vida compartida" con proyectos comunes. Vendrán otros vecinos y no sabrán apreciarlo. No conocerán el valor sentimental que para los antiguos vecinos puedan tener objetos de la comunidad que estabán allí mucho antes de la llegada de esos nuevos vecinos. Es la capacidad de querer saber y valorar los porqués, cómos, quiénes, qués y cuándos, la que creo que la mayor parte de las veces nos hace valorar debidamente todo aquello (y todos aquellos) que rodean y forman nuestras vidas. De otro modo sólo vivimos lo inmediato, lo tan inmediato que a veces nos desborda.
Que la cerveza os acompañe.
Que la cerveza os acompañe.
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