Últimamente noto demasiados forcejeos en las conversaciones que debieran ser algo normal. Echo de menos los buenos conversadores que saben que se puede tener puntos de vista diferentes o, teniéndolos iguales o similares, se pueden tener algunas diferencias o incluso otros criterios que llevan al mismo sitio, pero por otros cauces. A lo largo de varios meses seguidos noto a la gente como muy tensionada cuando al hablar de algo que les interesa, por si mismos o por las circunstancias generales de sus vidas, o que sienten que les afecta por las cuestiones políticas, sociales, económicas, las que sean, son incapaces de no entrar en un forcejeo mal llevado que puede recaer en lo insultante al contrario o en el enfado o en un dejar aparte el tema para no caer en ese enfado, o sea: en la censura de la conversación.
Lo malo es cuando en estas conversaciones alguien habla con percepciones de algo, pero sin conocimiento real, o con un conocimiento excesivamente apegado a su propia experiencia, sin ser capaces de ver el contexto general o valorar lo que desde fuera de su propio ser también ocurre.
Hace poco, en una de estas conversaciones, citaré la menos grave, me encontré con una conocida en un bar que no veía desde hacía un par de meses. Sé que se presentó a una oposición de la Comunidad de Madrid, no sé si de conserje de algún lugar o de vigilante de sala de exposiciones o, sinceramente, no lo tengo claro. Lo sé porque el día previo me la encontré y no tenía bolígrafos, siendo el caso que habían cerrado las tiendas (era de noche), por lo que le di el que suelo llevar encima comúnmente. Le pregunté por la oposición y me dijo que le fue bien, pero estaba esperando a una segunda prueba. Ahí quedó la conversación cuando fue ella quien decidió continuarla preguntándome a qué me dedicaba yo. Le dije que era archivero, a lo que me preguntó cómo se hacía uno archivero, por lo que le dije que era licenciado en Historia y después me formé en archivos de modo que también tengo certificado y diploma de archivero. Fue decir esto y de repente, sea todo porque no daba crédito a que alguien que siempre ve en bares bebiendo cerveza pueda tener esos conocimientos, comenzó a hacerme preguntas que había estudiado ella para su oposición. Así comenzó a preguntarme por los nombres de los abuelos y de los padres de Miguel de Cervantes. Le dije que no los sabía. Así es, no los sé. La Historia no es aprender datos sin más, es analizar datos, cosa que poca gente llega a entender cuando lo explico. Claro que terminas sabiendo datos, pero la Historia es conocimiento y análisis útil, para lo demás tienes las enciclopedias, las bibliotecas... los archivos. Como no supe contestarle se envalentonó haciéndome más preguntas sobre Cervantes, dado que estamos en Alcalá de Henares. Traté de explicarle que lo que se requiere en Historia y lo que se requiere en Turismo son conocimientos y aptitudes diferentes, aunque parezca que no, que sean las mismas cosas. Intenté explicarle con desgana y sin entrar en detalles, en tan grandes rasgos como un par de frases, qué tipo de cosas podría contarle de Cervantes. Como quiera que ella creyó que le estaba vendiendo humo procedió a preguntarme quién había descubierto la ubicación de la casa natal de Cervantes, aunque le contesté el nombre traté de explicarle que en realidad hay historiadores que tienen sus dudas, aparte del carácter y todo lo que rodeó a Astrana Marín. Ella no reconoció el nombre y me dijo que no era ese señor, que fue Luis Astrana. Le dije, con una sonrisa espontánea, porque creía que estaba bromeando, que eso había dicho, Astrana Marín. A lo que ella volvió a corregirme con que me equivocaba, que fue Luis Astrana. Viendo que era ya un forcejeo absurdo después de una tercera y una cuarta vez y que en la cuarta vez además me dijo que todo lo que yo había dicho no era cierto, porque la casa era real, simplemente contesté que el nombre, si nos atenemos literalmente a lo que es nombre, es Luis, pero los apellidos por los que es conocido son Astrana Marín, Luis Astrana Marín, le indiqué dónde tiene una estatua, y por lo demás, sin discutir ni media, le dije que iba a pedir, y eso hice pedir una cerveza más y quedarme en la barra donde pedí con una conversación más normal con la camarera. No volví, al menos en un rato. Lo hice pasado un rato cuando la vi más a otra cosa y efectivamente la conversación ya sólo fue algo más intrascendente, que es, a fin y al cabo, para lo que yo había bajado al bar de mi barrio, a pasar un rato intrascendente, sin forcejeos.
Otro ejemplo está cuando tomé un taxi para subir al cementerio por un amigo y el taxista me preguntó si tenía a alguien allí. No hay problema en contestar. Le dije que sí, lo del amigo, y como insistiera él en si tenía familiares allí, le dije que varios. A lo que él se centró en hacer una serie de valoraciones éticas y morales muy improcedentes sobre el hecho de visitar tumbas, y sobre el hecho de que él no visitaba la de sus familiares (cosa en la que no me meto, cada cual tiene sus valoraciones y son respetables). Yo intenté esquivar la muy incómoda y molesta conversación, bastante intimidatoria. Momento en el que él lo notó y puso la radio, donde un locutor hablaba, casualidad de casualidades, del afán de los españoles de llevar razón. El taxista en cuestión dijo en soliloquio, pero en voz alta como esperando mi respuesta, y esto es totalmente real: "eso es verdad, pero los auténticos españoles sí llevamos razón". El resto del viaje fue todo silencio.
Pero como estos forcejeos, otros muchos. Últimamente incluso gente que me escribe mensajes privados en redes sociales creyendo de suma importancia hacer que su opinión sea la mía, aunque no lo sea. Luego están estos otros que sin hablar nada previamente de política lo primero que dicen cuando te ven es algún tipo de insulto a la izquierda política o a alguno de sus líderes disfrazándolo de broma, lo que en realidad te engloba a ti como persona reconocida de izquierdas. El insulto va para ti. Por supuesto uno reconoce quien está de broma, sea esta gratuita o no, y quien en realidad de broma tiene sólo una pretendida apariencia que no logran, aunque crean haberlo logrado y uno se haga loco de no enterarse. Uno no está aquí para discutir a todas horas.
La cosa es que noto demasiados forcejeos dialécticos últimamente. No sólo conmigo, también soy testigo a veces de ellos entre otras personas. Y me canso. No negaré que desde finales del año pasado ya hay alguna persona que directamente le he dicho: "Oye, mira, no tengo ganas de forcejeos. No he venido para esto". Han sido un par de veces. Hay quien se lo ha tomado a mal y hay quien se lo ha tomado con deportividad, quiero creer que con la deportividad de quien sabe que le han "pillao, bacalao".
Echo de menos a los buenos conversadores, que no es que estén desaparecidos, es que están aletargados. Conversadores que saben que las subidas y bajadas de pasión, si hay argumentos y no peleas, es parte de la conversación. Pero están aletargados. Quizá sea el panorama de los últimos tiempos.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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