lunes, diciembre 02, 2019

NOTICIA 1922ª DESDE EL BAR: PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES, UNA SELECCIÓN QUE PARTE DE 1979 (2 de 4)

Hoy comienza la Conference Of the Parties 25º (COP 25º), más conocida como la Cumbre Contra el Cambio Climático que se celebra en Madrid de forma improvisada, ya que en origen debía celebrase en Chile, pero por motivo de las protestas ciudadanas por sus derechos sociales se trasladó a menos de un es a Madrid. Durará, como dijimos, hasta el día 13. La COP es el resultado de la unión de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y la CMP la Conferencia de las Partes en calidad de reunión de las Partes en el Protocolo de Kioto (CMP). Anoto antes de continuar con los momentos seleccionados de problemas medioambientales desde 1979 a 2019 que se ha realizado por encargo a varios artistas una exposición de cuadros que se podrá ver estos días de manera gratuita entre el Salón Plenario y el Salón de Jefes de Estado de la zona de la ONU en el IFEMA. Entre esos artistas seleccionados hay dos alcalaínos, la artista Santi Álvarez-Dardet y el artista Alberto Cerezo.

La desaparición de la Guerra Fría y de la URSS en 1991 provocó que Yugoslavia acabara con su régimen comunista y comenzara una serie de rencillas nacionalistas, étnicas, religiosas y políticas que desmembró el Estado en varios, no sin antes una serie de guerras y rebeliones que se prolongarían desde 1992 a 1999. La guerra más cruenta y larga marcó los años 1990, se trató de la Guerra de Bosnia-Herzegovina, entre 1992 y 1995. Ecológicamente supuso un desastre por varios motivos, pero el más importante, aunque menos conocido, fue el uso de un tipo de bomba que los norteamericanos habían ensayado en la I Guerra de Irak, de 1990-1991. Se trataba del lanzamiento aéreo de bombas de grafito, también llamadas bombas sucias. Estas bombas, suministradas por la OTAN y lanzadas por ella mismas cuando intervino militarmente en la guerra civil, no destruían vida ni creaban grandes destrozos. Simplemente esparcían grafito de tal manera que sobre instalaciones eléctricas tenían la capacidad de eliminar toda actividad de la electricidad. De este modo se lanzó en centrales eléctricas, presas y otras instalaciones. Las grandes zonas sin electricidad también creaban bajas, por ejemplo en los hospitales, que no tenían con qué poder trabajar correctamente, pero sobre todo limitaban las posibilidades de defensa del enemigo o de una de las partes, aunque los daños colaterales afectaran a la población civil. El material de estas bombas terminó en lagos, ríos y el Mar Adriático, que de este modo quedaron contaminados por muchos años después de acabada la guerra en lo que se llamó una contaminación radioactiva de baja intensidad, pero cuya exposición prolongada a ella es perjudicial. Hoy día aún es difícil encontrar fotografías de estos bombardeos, aunque se encuentran textos sobre ellos. La fotografía no pertenece a una de estas bombas, este puente es el famoso puente medieval de Mostar, que en 1993 fue destruido con dinamita por las tropas serbias. (Foto de Monumentos del mundo).

El 19 de mayo de 1994 se vendió por primera vez al público el primer alimento transgénico. La ingeniería genética se introdujo en la alimentación. Ocurrió en Estados Unidos, en California, por la empresa Calgene. Se trataba de tomates cultivados en México, Florida y California. Habían tenido diez años de intentos de hacerlo, frenados por la Justicia norteamericana una y otra vez hasta que su grupo de presión logró que se vendiera. Había muchas dudas sobre los posibles efectos en la salud. Sólo cuando solventaron la fiabilidad de estos productos lograron la licencia. Aún con todo, hoy día sigue en entredicho lo beneficioso de estos productos o su calidad alimenticia. La pérdida de sabor, de calidad de su carne vegetal o de sus cualidades se hacen evidentes ante un cultivo natural. Aunque han logrado aumentar la producción, abaratarla y facilitar alimentos a algunas zonas donde escaseaban, muchos de estos productos esterilizan las producciones, haciendo que determinadas zonas se queden en cuestión de unos pocos años sin nuevas cosechas. La alteración genética de los alimentos por parte de las empresas buscan esa esterilidad para evitar que se puedan plantar sus semillas, con la idea de garantizar que los consumidores estarán obligados a comprarles. El documental Nosotros alimentamos al mundo (Erwin Wagenhofer, 2005) explica bien los aspectos negativos de estos alimentos. Por otro lado, sirvió para que las grandes empresas monipolizaran las producciones, hundiendo a los pequeños y medianos productores, más viables ecológicamente si sus productos fueran comprados en los mercados locales, en lugar de los productos exportados de zonas alejadas del planeta. Además, algunos de estos productos reciben algunos químicos para embellecerlos que hace que tengan menos durabilidad o que lleguen al organismo elementos indeseados. La empresa Monsanto también estaba detrás de estos estudios transgénicos. (Fotografía de Álef). 

La Federación Rusa es un productor y exportador de petróleo a lo largo de miles y miles de kilómetros de tuberías de oleoductos por todo su territorio, desde Europa hasta todo el ancho de Asia. Todos los años el frío de Siberia congela y rompe sus tuberías, liberando cinco millones de toneladas de petróleo de media. Un desastre medioambiental de grandes dimensiones que, además, termina helándose y cuya limpieza es compleja o imposible. Las condiciones atmosféricas han hecho que se mezclen con la tierra de manera irremediable. Fauna y flora han terminado afectados y muertos o bien alterados. Las poblaciones indígenas de Siberia se han quedado sin caza y pesca, optando en ocasiones por el suicidio. En los primeros años 1990 todo esto se mezclaba con la crisis económica, social y política de la desaparición de la URSS, que impedía afrontar debidamente el mantenimiento de todas sus instalaciones. En 1994-1995 se produjo la rotura de oleoducto en Siberia más grave. Parte de esos miles de toneladas de petróleo derramado no se limpiará nunca, aunque en este 2019 uno de estos derrames provocó uno de los mayores incendios de la Historia. La liberación de tóxicos es también algo grave. En el caso de la rotura de 1994-1995 se produjo una serie de roturas por culpa de una infraestructura de más de cincuenta años en activo. La tragedia se produjo e Usinsk. Se liberaron entre 100.000 y 350.000 toneladas de petróleo, una buena parte de ellos acabó en los grandes ríos, matando o contaminando a sus peces. 100.000 hectáreas de tierra quedaron arruinadas. Todos los habitantes a lo largo del río Kolva acabaron con graves enfermedades de salud en 1995 por su convivencia diaria con el desastre. (Foto de Greenpeace).

A la norteamericana Erin Brokovich la conocimos en todo el mundo gracias a la película con su nombre, Erin Brokovich, en el año 2000, rodada por Steven Soderbergh, pero en Estados Unidos comenzó a hacerse popular en la prensa de manera paulatina desde el año 1996. A los 30 años de edad tuvo un accidente de tráfico en 1990 del que tuvo que recuperarse lentamente con ayuda de su empresa. Durante ese periodo cambió de trabajo dentro de esa misma empresa dado que su nueva situación no le dejaba desempeñar sus antiguas funciones laborales. Aunque no tenía formación jurídica ni académica de ningún tipo la nombraron secretaria de la oficina jurídica para organizar los papeles de los casos que se presentaran. En este sencillo trabajo tuvo que preparar informes de clientes que reclamaban indemnizaciones inmobiliarias y sanitarias a la empresa Pacific Gas and Electric Company, en California, en 1993. Al pasar por sus manos absolutamente todos los informes de los afectados, se dio cuenta de que todos tenían una pauta común, a pesar de que los demandantes no tenían nada que ver entre sí aparentemente. Por su propia cuenta y en ocasiones con ayuda de su empresa, investigó uno por uno todos los casos. Tardó varios años y no siempre de manera fácil. Llegando a recibir coerciones. La mayor parte de los afectados eran del pueblo de Hinkley. Decidió trasladarse allí y preguntar personalmente a todos los vecinos. Descubrió que la fábrica del pueblo estaba vertiendo cromo hexavalente en el río. La contaminación de las aguas pasaba al agua potable y al agua de baño de sus habitantes, así como a sus cultivos. En consecuencia se había producido un envenenamiento general. Tras un largo proceso, en 1996 los tribunales dieron la razón a Brokovich y a los trescientos afectados, la empresa eléctrica tuvo que indemnizar por razón de 333 millones de dólares. La actividad de Brokovich sirvió de ejemplo en plena época ultracapitalista para demostrar que las grandes empresas no eran intocables. (Foto de My Hero).

La Conference of the parties 3ª, o sea: la tercera Cumbre Contra el Cambio Climático, se conoce por el nombre del acuerdo al que se alcanzó: el Protocolo de Kioto. Fue en diciembre de 1997. Hasta Japón se desplazaron alrededor de 190 Estados. Firmaron el protocolo 187, sin embargo, el mayor contaminante del mundo en aquel 1997, Estados Unidos de América, jamás lo firmó, aunque muchos años después Obama se comprometió por su propia cuenta a reducir los gases un 30% para 2030. Alegaron, una vez más, razones económicas, a pesar de ser uno de los países más ricos del mundo. En consecuencia, la Federación Rusa se negó a firmar igualmente, aunque al final se sumó al protocolo en 2004. España y Argentina firmaron el acuerdo de reducción de gases contaminantes a pesar de que su economía no les permitía de manera real hacer los cambios necesarios y poder cumplir. Pasó otro tanto con otros países con economías débiles, por ello sorprendió cuando uno de los países de economía fuerte, abandonó el protocolo en 2011 para evitar pagar las multas por los incumplimientos de los plazos fijados. Aún con todo, acordaron que el protocolo no se pondría en marcha hasta 2005, para dar tiempo a adaptarse a todos los países, una fecha muy tardía. La idea era reducir los gases contaminantes de dióxido de carbono, metano, óxido nitroso y gases industriales fluorados a un 5% a nivel planetario como mínimo para 2008-2012, y más allá más reducciones de cara a 2020. La Unión Europea fue la región que más en serio se lo tomó, junto a varios países de África. Dieron libertad a los Estados para hacer sus legislaciones, aunque dentro de unos límites fijados. La reconversión industrial, de transportes, de viviendas, etcétera, así como el cambio de mentalidades era un proyecto ambicioso, pero necesario. Sin embargo, la crisis económica de 2008 hizo que muchos empresarios y países incumplieran sus obligaciones incapaces de encontrar soluciones ecológicas o menos contaminantes al margen de las ya conocidas que habían llevado al planeta al problema medio ambiental del cambio climático. Pese a ese grave fracaso, se lograron muchos logros, aunque fuese a modo de reducciones que no era suficientes o bien la concienciación más seria a nivel mundial sobre el problema. Además, se había saltado de la retórica a acuerdos formales. (Foto de ABC).

La alta tecnología tiene su precio ecológico pero también su precio en sangre y violencia. En el verano de 1998 estalló la Guerra del Coltán, también conocida como Guerra Mundial Africana, Gran Guerra de África o Segunda Guerra del Congo. Es una de las más cruentas y sangrientas habidas y duró hasta 2003. La Primera Guerra del Congo había transcurrido un año antes, entre 1996 y 1997, aunque hundía sus raíces en las matanzas de Ruanda en 1994, que implicó a Burundi y de rebote también al Zaire y otras naciones colindantes. En aquel momento había un componente étnico y político grave que dejó un genocidio a machete imposible de olvidar en el centro del continente africano. Con esa herida abierta en 1996-1997 estalló la Primera Guerra del Congo, con golpe de Estado incluido en el Zaire (antigua Congo Belga en la época colonial). os comunistas y los partidarios de la democracia se enfrentaron bélicamente y mezclando asuntos étnicos y venganzas por lo ocurrido a hutus y tutsis en 1994. Participaron hasta diecisiete parte contendientes, pero la guerra no cerró bien, sobre todo porque había intereses económicos que afectaban a las grandes empresas occidentales. Los combates en la selva y sabanas habían liquidado bosque y fauna salvaje, pero además, parte del bosque se perdía a favor de empresas norteamericanas y europeas dedicadas al café, la soja, el chocolate y otros cultivos. Sin embargo, el centro de África se había hecho demasiado valioso para todo Occidente porque hasta esa fecha era el único lugar del mundo donde se encontraba el mineral del coltán, un conductor irremplazable para fabricar teléfonos móviles, entre otros objetos de alta tecnología. Por ello, aunque el fin de la guerra llegó en 1997, las grandes potencias azuzaron de nuevo a los contendientes, a las diferentes etnias y a las diferentes ideologías para que se lanzaran de nuevo a la guerra, con la idea de lograr un bando triunfador fuerte y claro que dominase las zonas de extracción del coltán y asegurasen la producción de las minas para las grandes empresas occidentales. Por esta misma razón, y azuzados también en cuestiones étnicas, políticas, sociales y religiosas, se lanzaron a entrar en la Segunda Guerra del Congo una gran cantidad de países africanos, e incluso alguno no africano, de ahí que se le llamara Gran Guerra Africana o Guerra Mundial Africana. Hubo hasta treinta beligerantes en dos bandos, y dentro de esos bandos hubo varias guerras civiles entre sí, y a la vez recelos y combates entre los diferentes comandantes que fueron surgiendo. Una guerra de 1998 a 2003, como se ha dicho. Esta brutal guerra que incluso implicó el rapto de niños para alimentar los ejércitos y guerrillas, o el exterminio de poblados, apenas apareció en los noticiarios occidentales, a pesar de que la producción de coltán iba a las fábricas de telefonía móvil norteamericanas, europeas, japonesas, chinas o rusas. se esquilmaban vidas y selva. La constante incitación a renovar el teléfono móvil cada pocos años o bien la obsolescencia programada oculta esta oscura realidad en todas y cada una de sus promociones en las grandes y pequeñas cadenas productivas, comerciales e informativas. (Fotos de La Verdad).

El turismo no es algo nuevo. Si bien podríamos considerar algunos casos concretos como antecedentes de turistas, el turismo tal como lo conocemos hoy día (salvando las distancias) comienza en el siglo XIX. Las clases adineradas y las más aburguesadas, o los aventureros, se las podían permitir. En el comienzo del siglo XX esto sigue siendo así, aunque hay cada vez más personas que se las pueden permitir dependiendo de su estatus social. En los años 1920 y 1930 se hacen muy populares los balnearios y las playas, entre otros sitios. Sin embargo, el turismo de masas cada vez más homogéneo y comercializado parte del final de la Segunda Guerra Mundial. A partir de los años 1950 el estado del bienestar y el modo de vida norteamericano se combinan con una publicidad de la sociedad de consumo en masa que, entre otras cosas, llevan a aceptar los fines de semana en  el campo o la playa y las vacaciones en los mismos sitios, otras ciudades o países o el pueblo familiar. Como todo, se extendió a todas las clases sociales primero en los países más ricos, luego llegaría con los años al resto del mundo, cada uno a su ritmo. En España la generalización a todas las clases sociales llega en torno a los años 1960, aunque ya en los años 1940 y 1950 había turistas. Además llegó el turismo extranjero. Se hicieron auténticas campañas y políticas turísticas. El fenómeno no es sólo español, ocurría en todo el mundo, en unas ocasiones potenciado por la propia nación donde ocurría, y en otras ocasiones por las empresas de viajes de los países ricos. Para el año 2019 tenemos ciudades saturadas de turistas, como Venecia, líneas de costa en todo el Mediterráneo totalmente ocupadas de viviendas, ambientes naturales y rurales del litoral consumidos por las edificaciones y los negocios de playa, fauna amenazada o desplazada, un mundo rural eliminado, y lo mismo en montañas y en lugares de culturas ancestrales que ahora pierden su identidad por crear innumerables negocios pensando en los gustos del turista de masas, deseoso de consumir un mismo pedazo de realidad cultural diferente  que en realidad ya no existe. En ese proceso hay animales explotados (camellos y burros, por ejemplo), acosados (delfines y ballenas perseguidos por la foto), desplazados (urbanizaciones de casas rurales en la montaña), limitados hasta el límite (la pérdida de litoral y la invasión turista en playas del Mediterráneo y del Caribe afectan y disminuyen las vidas marítimas de peces, algas, moluscos, aves y otras vidas). Igualmente con la vegetación o con la destrucción del monte, el desierto o la selva para construir viviendas turísticas, hoteles, restaurantes, carreteras, negocios asociados al consumo turístico, etcétera. El litoral español y la sociedad costera española empezó a transformarse a partir de los planes de desarrollo de la dictadura de Franco a finales de los años 1950. A lo largo de los años 1960 comenzó a dar sus primeros frutos de rentabilidad económica al atraer a turistas europeos y a trabajadores españoles humildes. Pero las políticas de construcción que se aprobaron, especialmente desarrolladas en los años 1970 comenzaron con la destrucción de un espacio natural que afectaba a todo el país tanto por tierra como por mar. En los años 1980 montones de espacios naturales habían desaparecido. Desde los años 1990 se quiere hacer leyes que limite estos problemas, pero no se frenan, siempre pensando en el beneficio económico. La enorme cantidad de peces muertos este año 2019 en el Mar Menor son consecuencia de los pozos acuíferos ilegales de los particulares que viven en las zona costeras y de los vertidos ilegales de las fábricas al mar, ambos factores al combinarse con una fuerte lluvia que revolvió el mar este otoño, pero poco se ha hablado de los efectos nocivos de las construcciones pensadas para el turismo y para la segunda vivienda de veraneo en toda la Manga del Mar Menor o bien en la afluencia de miles y miles de bañistas cada temporada. Todo esto se reproduce en todos los ambientes del mundo del que se alimentan las agencias y los anuncios turísticos. Sumemos además que muchos de estos sitios no están capacitados para absorber las grandes cantidades de turistas que les llega cada verano. Así por ejemplo, su gasto de luz y agua a veces deja sin estos a poblaciones colindantes no turísticas. Cosa parecida pasa con el consumo desaforado de comidas y regalos asociados a esos lugares, que esquilman sus recursos naturales. Por otro lado, el traslado a los lugares turísticos implica el uso de medios de transporte contaminantes, de los que los aviones se están haciendo cada vez más populares por su bajada de precio, siendo estos los que más dióxido de carbono sueltan a la atmósfera. En la foto vemos una postal turística de Málaga en 1999. (Foto de Todo Colección).

El año 2000 significaba simbólicamente el futuro tantas veces comentado en obras de ciencia ficción. Sin Guerra Fría y con nuevos inventos en las telecomunicaciones, la creación de clones u otras novedades científicas ultramodernas, parecía que apuntaba a ello, aunque en realidad el ultracapitalismo estaba ahondando las diferencias sociales y estaba engendrando las condiciones para la crisis económica de 2008. En todo caso, en esa sensación de futuro y modernidad podemos hablar de que también creamos basura espacial. Los avances en la investigación y conquista del espacio exterior se habían ido produciendo cada vez más desde que se logró salir de la atmósfera terrestre en la década de 1950. Previamente estas investigaciones se habían producido a nivel teórico. La cuestión es que desde el lanzamiento del primer satélite artificial, a la puesta en órbita de animales y seres humanos, la llegada a La Luna, la estabilización de satélites metereológicos y de comunicaciones, la creación de una estación espacial, robots en Marte, sondas a otros planetas y hacia fuera del Sistema Solar, o un telescopio gigante en órbita, se han ido produciendo una serie de desechos espaciales. Cada una de estas misiones se produce con unas tecnologías que invariablemente necesitan de desprenderse de algunas de sus partes propulsoras para poder ser posibles. Otras veces son pequeños elementos o partículas desprendidos, como tornillos pequeños o fragmentos de pintura. Toda esta basura espacial se queda flotando en la ingravidez orbitando alrededor del planeta. En 1991 se detectó el primer accidente por impacto de una de estas basuras con uno de los satélites en órbita, desde entonces al 2019 hay confirmados cuatro accidentes de este tipo. Un catálogo de basuras espaciales en 2003 hablaba de 10.000 objetos, en 2010 eran ya 13.000 objetos catalogados de un mínimo de diez centímetros, sin contar con los fragmentos inferiores. Recorren 12 kilómetros por segundo. Son capaces de recorrer entre 36.000 y 54.000 kilómetros por hora. Un impacto con esta basura, por pequeño que sea el fragmento, puede ser catastrófico para cualquier satélite, la estación espacial o una nave. Lo puede pulverizar o agujerear de modo que le provoque averías serias o incluso el comienzo de su destrucción. Algunas de estas basuras terminan cayendo a La Tierra, las más pequeñas se combustionan al entrar en la atmósfera y se confunde visualmente con una lluvia de estrellas, pero hay otras que impactan, muchas caen al océano, otras no. Afortunadamente aún no ha caído alguna en poblaciones. Los riesgos de esta basura son altos. Cada vez hay más. En 2016 contaban 17.729 objetos según la NASA. Se cree que pueden existir dieciocho colisiones al año si sigue emitiéndose más basura espacial. En 2014 la Federación Rusa presentó un proyecto para recoger esta basura, debería ponerse en marcha entre 2016 y 2025, pero aún no hay ningún dispositivo ruso recogiendo basura. Japón también está ideando proyectos en este sentido. La película Gravity (Alfonso Cuarón, 2013) trata sobre este problema. (Imagen de El Español).

El 11 de septiembre de 2001 (el 11-S) cambió el rumbo de la Historia. Dio por finiquitado simbólica y violentamente el siglo XX. La etapa abierta tras 1991 con el fin de la Guerra Fría y la creencia del progreso permanente a costa del avance de medidas cada vez más ultraliberales quedó cerrada tras los atentados de New York que derribaron las Torres Gemelas. La creencia en un mundo seguro se disipaba en el considerado imperio del mundo. Se volvía a un mundo donde los países se blindaban a la vez que se hacían guerras internacionales de manera unilateral, con carácter religioso, económico, social y político. Primero en Afganistán un mes después del atentado, luego en Irak en 2003, pero tomarían ejemplo otros países como Israel. El mundo se viviría una etapa de miedos y de intentos de volver a la confianza. Pronto se recuperarían del impacto emocional las grandes empresas y se volvería con más fuerza al ultraliberalismo, hasta la crisis de 2008, y aún así, se volvió al ultraliberalismo, aunque hubo otras revoluciones democráticas y otras guerras religiosas desde 2011. En esas guerras se viviría de nuevo las quemas de pozos petrolíferos, como en la Segunda Guerra de Irak o en la guerra contra el ISIS en Siria, o la defensa de los kurdos frente a los kurdos, que quemaron neumáticos contra los bombardeos aéreos este 2019. Como sea, lo que nos ocupa aquí es el problema medioambiental que supuso el 11-S. El atentado quedó perfectamente recogido de manera casual a tiempo real en el documental que se estrenó en 2002 11S: lo nunca visto, de James Hanlon, Gédéon Naudet y Jules Naudet. El grupo terrorista Al-Qaeda, de extremistas islámicos, estrellaron dos aviones comerciales contra los rascacielos de las Torres Gemelas. Estas acabaron desplomándose. Murieron 3.016 personas en el atentado, más los heridos y los traumas psicológicos. Sin embargo, posteriormente y hasta la fecha han seguido muriendo y enfermando personas con relación a estos hechos. La cantidad de polvo y otros materiales desprendidos en la destrucción llenaron un amplio área kilométrica de sustancias cancerígenas. La caída se dejó sentir como un terremoto y el humo se vio desde el espacio. Además, las torres habían ardido a una temperatura de 1.000º. Sus restos siguieron ardiendo semanas después, desprendiendo a la atmósfera calor y dosis de emanaciones contaminantes provenientes de todo tipo de materiales. La gente que vivía en New York, más la gente que actualmente vive en la zona, es más propensa a sufrir enfermedades cardiovasculares y cánceres, según dicen varios estudios médicos incluso a fecha de 2019. También hay problemas respiratorios severos y reumáticos, todo remite a los residuos y polvo que se desprendieron en 2001. Los miles de bomberos que participaron en todas aquellas tareas fueron los primeros monitorizados por los médicos, luego fue contrastado con el resto de ciudadanos. Los médicos y científicos están de acuerdo en la certeza de los problemas de salud y medioambientales provocados por el 11-S incluso hoy día. (Foto de El Inconformista Digital).

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