martes, agosto 06, 2019

NOTICIA 1896ª DESDE EL BAR: UN OLMO SIBERIANO SE MUDA A NAVARRA

Desde que fui técnico medioambiental hace años, entre 2008-2009, me dio por tener mis primeras plantas propias. Comencé con un cactus que me regaló mi madre, luego me dieron otro, en un archivo una compañera me regaló un aloe vera, que dio numerosos hijos, mi madre me dio esquejes de la planta del dinero, y así poco a poco tengo bastantes plantas, incluso una parra que me regaló El Tornillo de Klaus en una visita que me hicieron el año pasado. Aunque equilibro su número para no quedarme sin espacio en la terraza útil para otras cosas. En 2012 traté de experimentar plantando una patata en una maceta. Hay gente que cultiva tomates y cosas por el estilo en sus propias terrazas, mi idea no era tanto cultivar patatas para consumo, sino comprobar una teoría, que es que las patatas es, después del ser humano, el ser vivo del planeta capaz de adaptarse a todo medio de vida, después de que los incas las domesticaran (suena raro pero es así) siglos antes de la llegada de los españoles. Lo cierto es que el experimento resultó parcialmente exitoso. La planta de la patata crecía, pero cuando llegaba a un estado avanzado paraba su ciclo de vida, que debía ser más largo, sin embargo le había dado tiempo a dar pequeños tubérculos en sus raíces, minipatatas. Parecían patatas dignas de poner en el plato de una muñeca de tamaño de un niño pequeño o un poco más grande a mejor decir. Estoy seguro que de haber usado una maceta de mayor tamaño hubiera tenido patatas como mínimo tamaño baby, que llaman en los mercados modernos. La cosas es que estas patatas, bien cuidadas, daban otras generaciones de patatas, y tenía de dos a tres generaciones cada año desde 2012 a 2016. En 2016 la patata dejo de dar descendencia. Nunca comí ninguna de sus patatas, siempre las dejé que siguieran sus ciclos. La razón de la extinción de la patata en la maceta en 2016 se debió a una lucha de supervivencia inesperada que ocurrió día tras días desde la misma primavera de 2012.

Salió por entonces un pequeño tallo justo en el centro de la maceta totalmente inesperado y apartado de por donde salieron los tallos de la patata. Ese pequeño tallo al principio pensé que era de la patata, pero cuando salió su primera hoja distinguí claramente que se trataba de un árbol, cuando la hoja tomó mayor volumen y se hizo adulta efectivamente se trataba de un olmo siberiano (ulmus pumila). Mi barrio estaba repleto de ellos por todas sus calles, pero con el paso de los años unos han sido talados por el ayuntamiento, dejando sólo acera y asfalto, y otros han sido sustituidos por acacias. En el barrio también tuvimos un sauce llorón, pero lo quitaron a comienzos de los años 1990 cuando unos niños lo destrozaron, literalmente y años más tarde el ayuntamiento eliminó el parque infantil donde se encontraba. Por supuesto tenemos algunos pinos en el Parque Magallanes y alguna cosa más, pero vamos a centrarnos en los olmos siberianos. Este tipo de olmos se pusieron por toda España cuando los olmos autóctonos de la Península Ibérica (el ulmus glabra y el ulmus minor) se vieron afectados por una enfermedad holandesa llamada grafiosis desde comienzos del siglo XX, lo que llevó a casi su extinción completa. Algunos se conservan en zonas del Norte de la península. La cuestión es que a mediados del siglo XX a alguien se le ocurrió no perder los olmos a costa de plantar olmos siberianos, que eran, que son, resistentes a esta enfermedad. De este modo, y puesto que crecen relativamente rápido y dan mucha sombra, se comenzaron a plantar por todo tipo de municipios, incluida Alcalá de Henares en los años 1970 y 1980. Se recomienda que se planten a seis metros de las edificaciones, pues sus raíces y sus ramas crecen a lo ancho, pero en muchos lugares no se respetaron las distancias en las calles que los acogieron. Estos árboles serían más propios del campo o de los grandes parques y jardines. Son árboles muy beneficiosos para los pájaros, muy necesarios para los gorriones, en amenaza de extinción por culpa del ser humano, y para eliminar radiaciones de coches y chimeneas en las ciudades, así como la abundancia de estos árboles atraen lluvias y disminuyen los efectos invernaderos del agujero de la capa de ozono. 

A lo que vamos, algo del polen de alguno de los olmos cercanos a mi terraza se habría posado en la maceta, probablemente un día que yo regué de agua a la patata enterrada y partida por la mitad. El polen del olmo debió encontrar en la tierra, la humedad y los nutrientes de la patata su lugar ideal para germinar y así, en 2012, mi maceta de las patatas era también mi maceta del olmo. Quisiera imaginar que se trata del olmo enfrente de la ventana de un cuartillo que tengo cerca de la terraza, doblando la esquina, pues de muy niño jugué más de una vez a la sombra de ese olmo y con el olmo mismo. En todo caso, por puro experimento, igual que la patata, dejé crecer al olmo el primer año. Llegó el otoño y apenas era una enclenque ramita que había tirado sus hojas. Pasó el invierno y llegó 2013.

La ramita fue creciendo y echando otras ramitas. Creo que se alimentó de las patatas hasta que acabó con ellas en 2016. Nutrientes tenía. De hecho, de 2012 a 2016 las patatas fueron perdiendo tamaño y sus tallos eran cada vez más débiles y menos resistentes. El olmo cogía un buen tamaño. Mi madre me preguntaba qué haría con él. A ambos nos gustaba ver sus primera hojas de primavera. Yo no sabía si hacerle bonsái, pero a pesar de que leí alguna cosas sobre hacer bonsáis, ni quería recortarle las raíces, ni tampoco ponerle alambres. Me parecía mutilaciones innecesarias para un olmo que había nacido libremente. Además, cada corte en raíces y ramas provoca un nido de infestaciones que son las que traen las enfermedades a las plantas. Una vez tuve que quitarle hasta dos enormes gusanos que crecieron alimentándose de sus hojas y probablemente algo de las patatas. Me costó días encontrarlos y quitarlos. Aquel año el olmo casi pudo contar su último año.

Llegó 2017, murió mi madre, y el olmo, que siempre cuidé yo, pues mío era, aunque él era suyo propio y libre, estaba bien hermoso, tuvo unos mordiscos de galeruca, que estuvieron por todas partes en la ciudad, pero logré que saliera adelante. En 2018 me planteaba ya que el olmo, siendo grande, quizá no lo era tanto como debiera serlo. Busqué a alguien que lo quisiera para su jardín y miré asociaciones que pudieran garantizar su supervivencia, pero lo seguí manteniendo conmigo, a pesar de que hasta dos personas me dijeron estar dispuestas a ponerlo en su jardín y en su huerta, respectivamente. No las veía yo seguras de tenerlo y/o mantenerlo.

Este 2019 tuvimos una primera ola de calor en verano tan atroz que arrasó casi todas sus hojas de primavera. Lo pasó fatal. Otra vez, casi muere. Pasé a regarlo cada dos días, a bajar el toldo todas las horas de sol y darle agua enriquecida de alimentos (es fácil, si cocéis verduras o si ponéis en remojo legumbres, sin sal, para cualquiera de vuestras comidas, ese agua enfriada vale para las plantas como fertilizantes). Mi compañera de trabajo me dijo a comienzos de primavera que su familia tenía donde ponerlo en Navarra, siendo su hermano también conocedor del medioambiente. Después de lo que le ocurrió a comienzos de verano valoré que quizá lo mejor es que debiera tener vida de árbol y Navarra no es mal lugar para un árbol. El clima es más fresco y tienen más lluvias y humedad que nosotros. A finales de la semana pasada le compre un sobrecito de nutrientes para el agua de regado, le regué con eso, apañé una caja con gomaespumas para colocar la maceta entre periódicos y plástico de burbujas de aire y bien dispuesto lo pusimos en el coche de la compañera. La verdad es que a las 6:50 horas de la mañana muchos trabajadores se extrañaron viéndome por la calle llevando un árbol por un paso de cebra. En fin, me despedí del olmo, tras siete años y marchó a Navarra, donde me han dicho que está.

Espero y deseo que se aclimate bien y que arraigue allí. Me gustaría ver una foto dentro de unos meses, o la primavera que viene, ya viéndole bien plantado en tierra y creciendo con todas las garantías. Un árbol debe hacer vida de árbol. Ha sido un buen comienzo juntos, pero ahora viene su nueva etapa de vida, que espero que sea muy larga y que me perviva dentro de muchas décadas y que siga ahí generación tras generación siendo un árbol viejo. Potencialmente un olmo como él puede alcanzar los veinticinco metros de altura, a mí me llegaba por el hombro, pero su tronco creo que no era todo lo ancho que podía ser, ahora lo será. Se sabe que los olmos alcanzan los 150 años de vida, pero los hay que han tocado los 350 años. 

He escrito libros, he logrado que un olmo nacido en una maceta mía salga adelante y que pueda ser trasplantado. Ya hay dos de las cosas que se dice popularmente que se deben hacer en la vida. Pero lo cierto es que a este olmo, como al resto de mis plantas, le tengo cariño. Aunque me ha costado desprenderme de él, creo que era necesario que siguiera su rumbo y su vida, pues de lo contrario, en la maceta, estaría condenado, aunque estuviera en mi casa. Debía dejar que siguiera su propio rumbo.

Saludos y que la cerveza os acompañe.

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