Wagner dijo de la Séptima Sinfonía que era "la apoteósis de la danza". Otros afamados compositores quisieron ver en esta nueva sinfonía una sinfonía de fiesta, una suite de la danza, un festejo en un castillo feudal, el sonido del cuerno de Oberón (rey de las hadas) para que dancen las hadas, o una composición que describe una fiesta medieval con el rey de las hadas que incluye una muerte (por lo que habría en medio una marcha fúnebre) y una resurrección tras una orgía... pero, en fin, los autores más reconocidos del siglo XIX suelen coincidir en que es una sinfonía apropiada para lo festivo y la danza, algunos incluso la creen antesala de la ópera actualizada en ese siglo XIX, cuyo máximo exponente será Verdi y precisamente también Wagner.
La Séptima Sinfonía de Beethoven (Sinfonía nª 7, en la mayor, opus 92) fue compuesta entre 1811 y 1812. Se estrenó en diciembre de 1813, con Beethoven ya totalmente sordo. Se empeñó en dirigir la obra personalmente el día de su estreno, lo que produjo entre el público ciertas actitudes de irreverencia al producirse situaciones tragicómicas. Aún así, gustó la obra y sabían de lo complejo de la situación con el compositor imposibilitado de oir, pidieron un bis, así pues no tuvo un resultado fatal. Entre los músicos habían participado varios de los más famosos del momento. Tal concierto se produjo en Viena con motivo de la recaudación de fondos para los heridos de la batalla de Hanau.
Dura entre treinta y ocho y cuarenta minutos, distribuidos en cuatro movimientos, de los cuales el primero es el más largo. Ese primer movimiento es un ritmo vivace con una escala repetitiva y pegadiza que invita a bailar. Usa de unos tonos que vuelven de manera constante a manera de ecos. La sinfonía triunfa sobre el ritmo, pero el ritmo es muy necesario para lograr ese efecto pegadizo que invita a bailar. Precisamente por eso es probable que Wagner, Oulibitscheff, Paul Bekker o Riezler vieran en ella una íntima relación con la danza y por tanto una mano abierta a la ópera. Aún con todo, la máxima aportación innovadora de esta obra será vital para la música popular del siglo XX. Se produce en el tercer movimiento, que era un presto. Se trata de la repetición rítmica del trío clásico A-B-A pasando a hacerlo A-B-A-B-A. Era algo que había ensayado en la composición de la Cuarta Sinfonía y en algunas obras no sinfónicas, pero ahora le dotaba de todo el protagonismo preciso. Los músicos de rock and roll de los años 1950 retomaran esta repetición rítmica por sus formidables efectos pegadizos y bailables, mientras que serían los Beatles, en sus primeros discos, quienes definitivamente harían de esta repetición una de las más usadas para la música popular.
Quizá por ser una sinfonía tan bailable se la ha relacionado también con una música propia de lo palaciego y en innumerables obras posteriores se la ha asociado a otras obras creativas donde se narran historias de las altas elites del poder. Ayuda sus escalas melódicas llenas de matices y colores musicales, las cuáles transmiten una intensidad muy viva y rica.
En esta ocasión conseguí esta obra en un disco compacto de 1988 que compré de segunda mano a un italiano (de nuevo) y se acompaña de la Octava Sinfonía. El director que las dirige es el mítico Wilhelm Furtwängler (1886-1954), en esta ocasión a la batuta de la Wiener Philarmoniker (la Filarmónica de Viena). El concierto grabado con estas dos sinfonías es aún más mítico, pues es el último que ofreció, ya que fue interpretado el 30 de agosto de 1954 en Salzburgo, mientras que Furtwängler moriría ese mismo año el 30 de noviembre, a tres meses de esta grabación. Fue una interpretación llena de vitalidad, muy generosa con el público y demostrativa de que este autor ha pasado a la historia como uno de los grandes directores del siglo XX, especializado en la música decimonónica alemana, especialmente en la obra de Beethoven.
¿Y esta no la compuso para nadie? Ni por encargo, ni nada de eso...
ResponderEliminarNo tengo constancia, pero quizá sí. No lo sé.
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