lunes, noviembre 05, 2018

NOTICIA 1825ª DESDE EL BAR: PASEN Y VEAN


El pasado 1 de noviembre, día de Todos los Santos, pasada la resaca nocturna de la ciudad con su Noche de Difuntos, pasada por el Halloween anglosajón y sus disfraces de terror que este año reunió la Marcha Zombie más concurrida de Alcalá de Henares, hubo también una muy concurrida jornada de gente con la tradición algo más hispana de visitar los cementerios para honrar las tumbas de los que murieron. Una tradición adjudicada al catolicismo, en general al cristianismo, aunque tiene orígenes y relaciones con otras religiones. Yo fui testigo de la mucha gente que hubo, no por ser menos llamativo que un montón de gente disfrazados de zombies fue menos participado. Este año no participé del Halloween alcalaíno, por segundo año consecutivo, si el año anterior por cuidados familiares, este año por motivos de salud. Aunque sí os grabé y di el cuarto capítulo del serial anual de relatos narrados para la Noche de Difuntos (Halloween) (Noticia 1824ª), este año con El Gnomo, de Bécquer. Fue fortuito poder grabar catorce minutos del tirón sin toser, moquear o estornudar esa tarde.

La cosa es que no voy nunca el 1 de noviembre al columbario familiar del que soy titular. De ir voy días antes o días después. Aunque en general voy cuando me apetece a lo largo del año y si acaso las fechas de cumpleaños y de defunción de las personas que allí conservan sus restos. Cuando mi abuelo materno, Félix, murió en 1985, fui muchas veces al cementerio de La Almudena, de Madrid, con mis padres a lo largo de los diez años que duró la propiedad de la tumba. Ya por entonces a través de mis padres aprendí que ir el 1 de noviembre era una fecha incómoda por el gran número de personas que iban, cosa que desde que murió mi padre en 2003, veía confirmado, aunque algún año mi madre quiso ir en 1 de noviembre exacto. Como sea, este año me dio por ir el 1 de noviembre, todo sea porque al sol se podía caminar sin mucho frío, tosía de una manera más razonable y debía aún terminar el reparto a suscriptores del periódico El Salto, de los cuáles dos están en calles colindantes ya con esa frontera con el monte Gurugú, el Zulema. Aproveché.

En julio de 2011, en la Noticia 963ª, ya comentaba que el ayuntamiento había hecho reformas en el Cementerio Jardín (el cementerio nuevo). Por entonces resaltaba el afán del ayuntamiento por los simbólicos turísticos llevados hasta el exceso al colocar en el recibidor una estatua vanguardista de el Quijote, en vaya usted a saber qué mensaje metafórico o alegórico que, en el fondo, lo que manda al familiar y al amigo del difunto no alcalaínos es el mensaje de Alcalá de Henares es Cervantes y Quijote, quizá algo inapropiado para el lugar. Pero es cierto que han pasado siete años y que nos hemos acostumbrado a ese frágil Quijote de tiras de metal que nos puede hacer evocar sus posibilidades metafóricas en relación al lugar. La cosa es que este 2018 vi en persona lo que llevaba años leyendo en cartas que manda el cementerio a los que tenemos familiares allí (aunque este año no me ha llegado la mía a mis manos) y lo que se lee también en prensa año tras año: la administración del cementerio, que es parte privada y parte pública, lleva tiempo queriendo quitarle al mundo de la muerte que representa un peso que da reticencia y miedo, gravedad, seriedad... Por ello programa actividades pensadas para los familiares, del tipo velas, globos, pagodas, grullas de papel o lo que en cada año toque. 

La idea no es del todo mala. Este año tenían programado un concierto de música clásica por la tarde, vi la carpa preparada. Una quema de frases escritas por los familiares para los difuntos, dos chicas que tocaban el violín por la mañana de lado a lado del cementerio acompañando a los familiares en su limpieza y puesta nueva de flores en las tumbas, una exposición de cuadros al aire libre, en el jardín...  Vi a las dos violinistas, tocando Vivaldi y sus estaciones. Saludé con la cabeza a una, que me correspondió. Y vi la exposición de cuadros, que eran fundamentalmente cuadros pintados en lienzo o cartón con aerosoles, al modo graffiti, lo que hay que reconocer que es buena idea por si acaso llovía, esa pintura sí podría soportar el agua. Eran cuadros alegóricos y sus autores explicaban su intención en unas cartelas. Por lo general eran cuadros amables y hasta cierto punto agradables y divertidos, pese a que el que más me gustó fue la cara de un anciano integrada en el Universo, como si ya fuera parte del Todo. 

Quizá lo que no me gustó tanto fue ver comportamientos de montones de personas (por todos lados, como si fuera la calle Mayor en fiestas) como si aquello fuera el salón de su casa. Bien está que cada uno lleve el asunto como crea mejor, pero se debiera comprender que en el respeto a todos se implica un término medio entre los que quieren recogimiento y los que permiten, y esto es literal, que sus hijos a gritos corran y jueguen a lo bruto rodeando a personas que... están llorando delante de la lápida de alguien. No hay que confundir ver la muerte de un modo menos dramático con permitir a la gran masa que se comporten como perfectos partícipes de un circo en casa propia.

Por lo general se pudo ver quien aparcaba su coche en mitad del camino peatonal a las criptas y columbarios, interrumpiendo el paso a los que íbamos andando, pensando que quizá bajarían del coche a alguien en silla de ruedas y necesitado por edad, pero no, simplemente para poder sacar las flores del maletero más cómodamente, como quien para llevar a los niños al colegio se empeña sí o sí en parar el coche en la misma puerta, moleste o interrumpa el tráfico a quien sea. Se pudo ver, y aquí no entro ni salgo, cada cual sus formas, a quien abriendo su columbario se sentaba en unas sillas de jardín con otras personas para mirar en el teléfono fotos de su nuevo coche. Quien llevaba a sus hijos vociferantes y corredores alrededor de personas que lloraban a sus muertos, y esto es literal. O ancianos que van a comprar flores y les ofrecen una docena de claveles a 7 euros a los que ellos preguntan que cuánto por dos docenas y recibir por respuesta que hay oferta a 12 euros, por lo que compra 24 flores como si a los muertos hubiera que llevarles las flores al peso. Al anciano le imitaron todas las personas detrás de ellos. Pero allá cada cual en esto último también. Cada uno sabe lo que siente y necesita hacer.

Música clásica, exposición de cuadros al aire libre, quema de frases, flores baratas, pasen y vean (el Todos los Santos a modo de un acto cultural más de la programación complutense, tal cual el Quijote del recibidor de la zona tanatorios de este campo santo).

Como sea, no me apetece volver a repetir un 1 de noviembre exacto al columbario familiar. De todos modos normalmente voy cuando me apetece sea la fecha que sea. Comprobé que la última flor que les dejé había sido quitada, es la segunda vez que ocurre, y dejé un nuevo clavel. Hace años dejaba pequeñas grullas de papel, pero también las quitaban. Estuve un rato que se hizo breve, porque el apartado rinconcito donde se haya el columbario, que en esos momentos compartíamos en silencio una chica y yo como vivos entre los muertos, se vio rápidamente colapsado por una enorme familia que hablando a voz en alto y con niños juguetones en un corre que te pillo interrumpieron mis reflexiones ante la tumba. Fue en ese momento que di un paseo de regreso observando los cuadros expuestos para salir por la zona del río, la parte trasera. 

Pensaba, entre otras cosas, que si esto lo hubiera visto Mariano José de Larra probablemente hubiera escrito uno de sus artículos de costumbres donde con gran sarcasmo hubiera hecho una crítica social de los modos españoles ante lo trascendente. Me acuerdo de aquel artículo del convite donde una familia le invita a comer y, queriendo hacer todo como se supone que las normas sociales mandan, el capón de pollo se escapa de la bandeja al tratar de ser cortado, le manchan de grasa el traje, se escapan los huesos de aceituna al ser rechupeteados y, en fin, algo había, algo había.

Aún con todo fue una experiencia, algo tenía de agradable dentro de lo que había. No paré de ver gente yendo andando con flores al cementerio desde el  mismo cementerio hasta la Plaza de Cervantes tomando al caminar todas las calles y caminos que unen los dos puntos, que no son pocas. Al mucho bombo que se le da al éxito de Halloween no parece justo no dárselo también al éxito del 1 de noviembre en los cementerios. Ambos necesitan de sus análisis respectivos y de sus atenciones respectivas.

Saludos y que la cerveza os acompañe.

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