martes, mayo 01, 2018

NOTICIA 1785ª DESDE EL BAR: UN CAPÍTULO DE UNA NOVELA INÉDITA

En 2016 colaboré con la poetisa y fotógrafa Sofia Winter en la escritura de una novela que provisionalmente se llamó Historias insignificantes, aunque una vez terminada llegamos a presentarla con tal título a un concurso literario. Se trataba de una novela suya de la que me abrió la puerta para escribirla juntos. Tardamos varios meses en hacerla, con forcejeos de cómo debía ser, parones, la eliminación de capítulos enteros a media novela escrita para volverla a replantear, discrepancias de ideas y consonancias, reescritura de capítulos, revisiones interminables, choques personales y el triunfo de la fuerza de nuestra amistad pese a los atorbellinados y clamorosos roces en la creación de esta novela...

La idea era una idea original de Sofia Winter. Yo no sabía cuál era la dirección de la historia a narrar, ni la historia. Me iba enterando sobre la marcha, según me presentaba sus capítulos. Ella escribía los capítulos de la vida real de la protagonista y yo debía escribir lo que serían las reflexiones, su mundo interior. Sofia me daba unas indicaciones de qué debía ocurrir en la mente de la protagonista, que se balanceaba a veces entre una personalidad filosófica y otras en otra más poética apuntando hacia el cuento infantil, pero siendo adulta. A veces me presentaba el capítulo suyo ya escrito, pero era las menos de las veces, otras veces me presentaba un fragmento o no me presentaba nada. Yo escribía, ella leía y luego me decía si se quedaba lo escrito o si debía cambiar algo. Ahí, según íbamos viendo como crecía el personaje, podíamos entrar en discrepancia o en acuerdo. Principalmente prevalecía el punto de vista de Sofia, ya que era una historia creada por ella y era ella la que sabía la dirección de todo el conjunto, yo el conjunto lo descubría a tiempo real que se construía el relato.

Fue una creación con momentos de mucha consonancia y de otros momentos más bien duros y de discrepancia, pero la colaboración fue buena. Me parece una muy buena novela. Ahora bien, esto ocurrió en 2016, en pleno 2018 Sofia todavía piensa que debemos volver a cambiar el resultado final, volver a reconstruir capítulos, quitar algunos, poner otros, cambiar el final, mover personajes... Yo sigo pensando que la novela está bien como está, si bien necesita una revisión ortográfica y sintáctica, y si tengo que ceder un poco: quizá un poquitín de revisión de estilo, aunque esto no me agrade tanto, esto, eso sí, por parte de una posible tercera persona, una correctora que en todo caso su trabajo final sea aceptado o no por nosotros, los autores.

La novela está inédita. Yo creo que se debiera publicar, pero Sofia al pensar que necesita cambios piensa lo contrario. De todos modos, hoy por hoy la novela está parada desde aquel 2016, se ha quedado tal como la dimos por acabada en aquel momento. Así que de momento está escrita, montada, acabada, aunque en el futuro pudiera recibir cambios o no. Como sea, hoy le pregunté a Sofía si podía y le apetecía que publicara uno de los capítulos que escribí yo. Le pareció bien. Asíque puede que nos sirva también de termómetro ante el público lector, si es que vosotros, lectores, expresáis vuestra opinión. Obviamente no vais a saber de qué va la novela leyendo sólo este capítulo. La novela es algo experimental, al combinar capítulos de vida real de la protagonista ficticia con capítulos de reflexión interior de esa misma protagonista. En el 1º de Mayo, Día del Trabajador, os presento este capítulo inédito de la novela inédita de Sofia Winter y mía, Daniel L.-Serrano "Canichu". Fue un trabajo intelectual arduo y lleno de una historia de proceso de creación digno de su propio relato al estilo biografía, o biopic, como se dice en términos de género cinematográfico. Escribir es un trabajo y requiere de todo tipo de tiempos diversos y diferentes a desarrollar, a tener y a vivir para poder ser posible. Hace un año que ando un  tanto falto de estos tiempos para poder trabajar y para poder trabajar correctamente.

Ya nos contaréis. Esperamos que os guste, aunque os deje incógnitas acerca de qué va la historia. Y aunque nos gustaría saber vuestra opinión, de momento no hay visos de que la novela vuelva a moverse o pueda publicarse, eso requiere de un proceso de creación a retomar por Sofia y por mí, principalmente de Sofia, y eso es parte del biopic de esta novela que no conocemos cómo será y si será. Yo por mí, ojalá tuviéramos un resultado final que convezca plenamente y se pudiera publicar. Saludos y que la cerveza os acompañe.



Sobre el bien y el mal (capítulo 13 de la novela inédita Historias insignificantes, por Sofia Winter y Daniel L.-Serrano "Canichu")

 
La cucaracha andaba despacio por los hierros del quemador de la cocina. Se la puede apartar fácilmente con un papel y luego echarle encima algún veneno insecticida, o pisarla. Algo rápido. Enciendes el quemador. El gas sale por los orificios a los que acercas una cerilla y una llama de fuego que para la cucaracha es una llamarada se extiende súbita alcanzando al ser de lleno. Salta sin fortuna a un lugar donde el fuego la alcanza, logra alejarse un poco renqueando mientras una de sus patas arde. Crees que puede escapar con vida y entonces vuelves a prender fuego a la madera de la cerilla para acercarla a la cucaracha. Ella se retuerce y agita sus antenas. Trata de huir cuando su cuerpo comienza a incendiarse. La muerte le llega pronto, pero su sufrimiento ha sido eterno. Sólo querías matar a la cucaracha de la cocina de una manera rápida, en lugar de eso te das cuenta que su muerte ha contenido un sufrimiento de ella y un comportamiento en ti innecesario. ¿Dónde está el límite entre el bien y el mal?, te preguntas. La cucaracha era insalubre para la cocina, había que eliminarla, el resultado no hubiera sido diferente con el pisotón o el gas. Ha sido la acción de tener que emplear un tiempo, unas decisiones y unos movimientos para aplicarle el fuego lo que lo ha complicado todo cuando te has dado cuenta del significado de aquello.

Tu intención no era aplicar el sufrimiento; sin embargo, creyendo obrar correctamente lo has aplicado de manera inmerecida. ¿Cómo se convierte alguien en monstruo? Dorian Gray, el personaje narrado por Oscar Wilde, deseaba ser joven eternamente. Logró mantenerse joven por mucho tiempo. Joven, afortunado, con éxito… pero la afabilidad de Gray, tan atractiva para tantas personas, ocultaban un secreto monstruoso. Un secreto que el propio Gray tapaba con crímenes para que nadie supiera de él. En un pacto diabólico escondía un retrato suyo pintado en su más plena juventud que envejecía en sus rasgos todo aquello que él no envejecía, y se pudría y deformaba todo aquello que Gray no lo hacía. Horrorizado con la maldad del retrato, Gray lo tapaba a sus ojos, aunque jamás lo pudo tapar a su conciencia. Bien disfrazado carnalmente de joven exitoso era la atracción de mujeres y hombres con fortuna. Si bien pensaba en no hacer mal a nadie queriendo mantenerse joven para siempre, el quererlo a toda costa le hizo cometer las tropelías más salvajes y descarnadas. El joven inocente que desespera con la idea de la vejez y la muerte, de repente comienza una serie de actos que le transforman en poco menos que en una bestia que se refleja en su retrato tapado, el retrato de su alma.

La persona que ha pasado a la Historia como la mayor asesina psicópata de la Humanidad por la gran cantidad de crímenes cometidos, nada menos que seiscientas cincuenta muertes reconocidas, vivió en el siglo XVI. La conocida condesa húngara Isabel Bathory deseaba ser joven por siempre, bella por siempre, admirada por los hombres por siempre. Con la ayuda de su mayordomo y algunas otras personas de su servicio, siempre a sus órdenes por el orden moral que subordinaba plebeyos a nobles, torturaba y asesinaba a todo tipo de jóvenes bellas que trabajaban en su castillo o que eran captadas, a veces secuestradas de entre clases nobles que le rendían vasallaje. Buscaba desangrarlas para poder untarse y bañarse en su sangre joven, creyendo que así se mantendría bella. Bathory creía que su condición de condesa le daba derecho a ese uso de sus vasallas, sus criados creían que obedecer a su condesa era lo correcto. Llegó el día que el miedo popular extendido y los rumores de los sucesos en el castillo llegaron a las autoridades reales. En su concepto de lo correcto juzgaron a todos los criados de Bathory, les amputaron los dedos y les decapitaron, pero a ella no la mataron. Era condesa, lo correcto era no matarla, porque no se sentenciaba a muerte a los nobles, sus actos, aunque erróneos, debían ser acertados por su nobleza. En lugar de ello, tapiaron las puertas y ventanas de sus aposentos, dejando un hueco para pasarle alimento. Emparedada viva durante cuatro años, un nuevo rey se llegó a plantear el condenarla a muerte, pero otros nobles pidieron clemencia por ella por ser noble. Ella moriría por causas naturales. Ella era un monstruo, pero la manera de obrar de sus jueces, matando a los sirvientes y no a ella en tiempos donde existía la pena de muerte, ¿no les transformaba en monstruos también a ellos? Y los vasallos que fueron colaboradores necesarios de sus crímenes, ¿eran o no eran monstruos en unas épocas tan subordinadas y horribles como aquellas? Todos monstruos, sin duda.

Pienso en casos menos atroces. Más cercanos. No hace falta un crimen para pensar si hemos pasado el límite entre el bien o el mal, o para plantearnos cómo se convierte alguien en monstruo. Pienso que el psicópata lo es porque ejerce el mal sabiendo que lo hace. Le excita su capacidad de ejercerlo. Inflingir el dolor al prójimo siendo consciente de que lo hace, psicológico o físico. Puede que no crea estar haciendo un mal, puede incluso estar realizando algo justo, algo debido, o un bien, como el ángel caído cree que el sufrimiento del otro o que el otro sufra puede o bien volver al buen camino al otro, o castigarle sus hipotéticas culpas o tal vez satisfacer una injusticia cometida con quien ejerce de psicópata. Por supuesto, si el otro es realmente culpable o no de algo es irrelevante para el psicópata, porque para el psicópata lo es, es culpable. El psicópata cree que se le comete una afrenta, o quizá cree que necesita satisfacer alguna de sus necesidades y se la niega la otra persona. Un amor no correspondido, un jefe de trabajo que abusa de su cargo, unos empresarios que no dan trabajo, un banquero que ahoga con sus cobros, unas mujeres bellas que no te miran, unos hombres atractivos que van con otras que no eres tú, la persona que crees que obra mal y recibe a cambio bienes…  la excusa del psicópata puede ser varia, el psicópata puede ser consciente de que él se hará culpable si obra haciendo sufrir o bien creerá que el no sólo es inocente sino también víctima del otro, por lo que se autojustifica el que el otro sufra. El psicópata es consciente de que ejerce sufrimiento. Puede que una vez que lo inflige se arrepienta o no, sufra remordimientos o no, pero siempre se ve impulsado a obrar como obra.

Sin embargo, el sociópata ejerce el sufrimiento o el mal sin saber que lo hace. El sociópata se tiene a sí mismo por el centro de todo lo que ha de ocurrir. Se tiene en tan gran estima que obra sin reflexionar si lo que hace o dice ejerce sufrimiento o mal a los demás. En el egocentrismo del sociópata se ha construido un mundo tal que incluso cuando el otro actúa en su vida de una manera normal y corriente, socialmente aceptada, para nada incorrecta, el sociópata si ve que esa actitud no corresponde a lo que él espera o no le beneficia directamente, considera que la otra persona es la que obra mal, aunque no lo haga. El sociópata no distingue entre el bien ni el mal, eso le diferencia del psicópata. Así por ejemplo existen sociópatas muy comunes en nuestra vida actual, quizá cada día más con los nuevos medios de comunicación. Estos, aunque debieran acercarnos, nos alejan, nos alejan emocionalmente porque la comunicación por escrito y la comunicación sin contacto físico descontextualiza muchas cosas, distorsiona muchos discursos e ideas y nos enseña, nos mal enseña, a que nuestra opinión deba prevalecer, nos envalentona en decir cosas que de otro modo no diríamos, y en hacer cosas que de otro modo no haríamos. El sociópata busca satisfacerse a sí mismo sin saber ni pensar si sus actos afectarán mal a otras personas. Un sociópata no acepta que sus actos puedan hacer mal a alguien. Considera que en todo caso son los demás los que obran siempre mal, especialmente cuando cree que le afecta a él.

El acto de la muerte de la cucaracha, ¿fue un acto de psicópata o de sociópata? ¿Dónde estaba la fina línea que separaba aquello? Pero no hace falta ir al crimen, no hace falta. Pequeños actos cotidianos, pequeños actos de cada vida nos dan tantos ejemplos de confusión entre el bien y el mal… Todo el mundo en algún momento de su vida ha cometido algo que se puede considerar acto psicópata o acto sociópata. Eso no quiere decir que lo sea, no se es si no es una constante en tu comportamiento habitual, en tu forma de ser. Nos resulta imposible no ejercer alguna injusticia o algún mal a alguien de manera consciente o inconsciente alguna vez. Las vidas se cruzan y a veces chocan o se rozan, incluso entre los seres queridos. Entra dentro de lo normal de la vida. Lo anómalo es ser constante en ese tipo de actos. Entra ahí la pregunta, ¿cuándo te transformas en un monstruo?

Un filósofo existencialista que ya no recuerdo decía ante la pregunta de si existe el egoísmo recibía por respuesta de su auditorio que todas las personas son egoístas. En tal caso, decía él, no existe el egoísmo como algo malvado, pues si todos los seres son egoístas, nadie podría ser egoísta, ya que todos sabrían que todos obran sólo para sí mismos. Sin embargo, cuando aparece un egoísta de manera clara lo reconocemos y sabemos decir cuando obra mal. Por tanto el egoísmo sí existe. ¿Es bueno, es malo? Depende de los casos, aunque probablemente los valores de bien y de mal no existan, son convenciones culturales. No tiene el mismo valor un acto en una sociedad que en otra. Por ejemplo ayudar a matar a una persona podríamos decir que es algo malo, pero si esa ayuda es en una sociedad donde exista la eutanasia y además en determinadas circunstancias sea algo bien visto, entonces podremos decir que es algo bueno. Así que los conceptos de bien y de mal pueden ser relativos, aunque en general hay valores que todas las culturas consideran como buenos o malos de manera similar o igual. Entonces, ¿quién es el egoísta? El egoísta no sería el que hace algo para sí mismo sin remordimientos o sin pensar seriamente en cómo afectará su acto a otra persona. El egoísta sería el que hace algo para sí mismo sabiendo que va a ejercer un gran mal a alguien con su acto y que además se reitera en ello. El que pasa por encima de los demás sin importarle los demás, buscando siempre sólo su beneficio. Entramos aquí entonces en si esa persona es simplemente egoísta y avarienta o además pudiera ser psicópata o sociópata.

Pero, ¿cómo se forma el monstruo? ¿Por qué Dorian Gray o Isabel Bathory buscaban la eterna juventud? ¿Lo buscaron desde siempre a conciencia de que serían grandes criminales, o desde jóvenes amaban tanto una forma de vida que la desearon en tan gran escala que poco a poco no se daban cuenta de que su querer a toda costa su objetivo creaba a su alrededor grandes males? No, no hace falta ir al crimen, no vayamos al crimen, al menos no a los crímenes de sangre. Crímenes los hay de muchos tipos, aunque sean pequeños actos de las vidas corrientes que en principio nadie llama crímenes.

Los grandes sueños de juventud, los grandes amores, las grandes esperanzas, pueden generar grandes frustraciones. Las pequeñas concesiones a los demás pueden alterar nuestras vidas, sin que los demás luego ofrezcan concesiones a una misma. En principio se obra sin esperar nada a cambio, pero en realidad se espera reciprocidad en aquellas personas a las que más quieres, o ante algo muy esperado. El mucho estudio o el esfuerzo en el trabajo, no recompensado precisamente con un trabajo o con una estabilidad en ese trabajo, son grandes desilusiones. Las pequeñas frases de alguien que minusvalore aquellas cosas que nos apasionan o nos gustan, las pequeñas y grandes desilusiones de nuestros amores, la repetición de actitudes que nos molestan o no nos gustan y contra las que nos hemos quejado cotidianamente en aquellas personas que nos acompañan en nuestro camino diario por la vida, no sólo nos matan un poco, sino que nos endurecen. El monstruo va naciendo, pero nace sobre toda aquella persona que no haya sabido modular al monstruo, dejarle salir de vez en cuando para que jamás llegue a ser, en realidad, monstruo. Pero todos tenemos un niño dentro amordazado. La novia ilusionada, cuyos primeros novios no la amaban en realidad, es más fácil que poco a poco distorsione su idea del amor y devuelva con la misma pedrada al corazón lo que a ella le hicieron a aquellos nuevos que se acerquen a ella. Tanto es así que cuando vuelve a su vida alguien que sí da lo que ella daba, no sabe reconocerlo o de reconocerlo se asusta y lanza piedras y más piedras porque en el fondo no quiere creer en lo que sucede, no quiere que le hagan daño de nuevo, o quizá está ya más enamorada de su forma de vida que de la forma de vida que antes le gustaba. ¿Nos hacemos monstruos o nos hacen monstruos? Pero si aceptamos que nos hacen monstruos, hemos de reconocer entonces que también nosotros ayudamos a crear monstruos. ¿Es entonces el planeta un planeta de monstruos? La respuesta está en el mismo lugar sobre qué es el egoísmo. Si todos somos monstruos, entonces no hay monstruos, porque el monstruo existe por ser algo excepcional, por eso se le diferencia con la palabra monstruo. Cuando una persona es reconocida, aunque sea por una misma, como monstruo, entonces es porque su actitud excepcional así lo hace. En ese caso, una vez más, la pregunta está en si se trata de un psicópata o de un sociópata.

Pequeños acantilados de riscos puntiagudos culminan las arterias que llegan a nuestro corazón cuando hemos recibido tantos golpes en la vida. No queremos que nuestros latidos nos desboquen por el precipicio y nos precipiten a ellos desmenuzando nuestros cuerpos. Como guerreros antiguos combatimos al pie del acantilado para no caer y en nuestra lucha tiramos a otros.

Cuando te sientes utilizada, cuando te dan demasiadas respuestas negativas con sonrisas en los labios, cuando derrumban tus sueños y con ellos la visión que tuviste de tu vida, cuando concedes pequeñas cosas que terminan colonizando tu existencia, comienzas a aprender a hacer algo similar. El problema no es ese, el problema es la costumbre, el no saber diferenciar a quién o a qué, el problema es meterse en un caparazón aislado, el encerrarse en un mundo interior que te ahoga y del que, aunque sería fácil salir, no sales. Tienes miedo de ser dañada y de dañar, y con tu actitud dañas, creas sufrimiento, pero, ¿psicópata o sociópata? O tal vez ninguno de los dos, ¿y si sólo eres una niña a la que el mundo ha transformado en monstruo que a la vez crea monstruos que la ahogan?

1 comentario: